La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes… La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.
El camaleón y la mosca: «¿Han observado alguna vez a un camaleón atrapar una mosca? El camaleón se coloca detrás de la mosca y permanece inmóvil durante cierto tiempo, luego avanza muy lenta y pausadamente, avanzando primero una pata y luego la otra. Finalmente, cuando ya se encuentra dentro de su alcance, dispara su lengua y la mosca desaparece. Inglaterra es el camaleón y yo soy la mosca.»
Lobengula Khumalo (1845-1894)
segundo y último rey del pueblo matabele (ocupó parte de los actuales Zimbabwe y Rhodesia).
Pues exactamente eso, que parece mentira lo que se puede encontrar a partir de un nombre y como se pueden acabar conectando las cosas… Todo empezó buscando un sombrero, un tipo de sombrero concreto, que al final encontré y que no viene al caso, pero por el camino asomó varias veces una denominación, la de “Sombreros Gainsborough”, y la tentación de saber algo más pudo conmigo. Al final, acabé escribiendo este artículo para contaros todo lo que descubrí, pero tenía que publicarse un día como hoy, 25 de mayo… Y si termináis de leerlo hasta el final, veréis porqué.
Los llamados sombreros Gainsborough son un tipo de sombreros femeninos, grandes y muy aparatosos, que reciben su nombre por el retrato de “Su Gracia Georgiana Cavendish, duquesa de Devonshire”, la imagen de la cabecera de este artículo, pintado entre 1785 y 1787 por el artista inglés Thomas Gainsborough (1727-1788). Gainsborough fue uno de los más afamados retratistas de la segunda mitad del siglo XVIII, aunque él siempre tuvo preferencia por los paisajes, llegando a crear escuela en este tipo de obras en Inglaterra. Alumno aventajado del gran pintor y satírico social, William Hogarth (1697-1764), fue uno de los fundadores de la Real Academia de las Artes inglesa y durante toda su vida mantuvo una rivalidad retratística con otro pintor afamado del Reino Unido, Sir Joshua Reynolds (1723-1792), rivalidad que se decantó por Gainsborough, entre otras cosas, por este retrato de la duquesa de Devonshire. Y debido a este cuadro, también el sombrero se denomina “picture hat”, o el sombrero del retrato.
EL SOMBRERO DEL RETRATO
En realidad esta fue la inspiración, pero el sombrero Gainsborough hace referencia a una amplia gama de sombreros femeninos de gran tamaño, que han venido estando de moda desde el siglo XVIII hasta la actualidad. El caso es que fuesen grandes, enormes.
Su origen dieciochesco indica que su finalidad no era tanto posarse en la cabeza de una dama (que nunca llegaba a ser tan enorme), como adornar los elaborados y grandilocuentes peinados femeninos de este siglo realizados a base de pelucas largas y extravagantes (un uso llamado «Pouf»), normalmente empolvadas en talco y perfumes, a las que se solía añadir desde plumas, a pieles, lazos, flores, juguetes, joyas, metales y otros elementos (que llegaban a incluir maquetas de barcos o pájaros disecados), y que eran utilizadas como símbolo de status.
El uso de pelucas altísimas y elaboradísimas complicaba hasta la posición de las señoras en los carricoches (imagen inferior). Las pelucas de la reina María Antonieta (1755-1793) por ejemplo, elaboradas por su carísimo peluquero personal, Léonard Autié(que cobraba hasta 4.000 libras anuales), podían llegar a tener un metro de alto. Uno de los peinados más famosos de Autié fue el pouf à la belle poule(imagen superior), que se remataba con una réplica de la fragata de ese nombre, de exitosa participación bélica en 1778 contra el Aretusa británico, y que recibió también por ello el pomposo nombre de «La Independencia, o el Triunfo de la Libertad».
Pese a su más que evidente incomodidad, las pelucas triunfaron con el estilo rococó. Fueron puestas de moda por Luis XIV en la Francia dieciochesca, tanto para damas como para caballeros, extendiéndose su uso a buena parte de Europa, sobre todo a Inglaterra. Allí, el sombrero Gainsborough vino a sobreponerse encima de todos estos elementos capilares, pero también realizó un enorme servicio en un momento de transición del rococó al estilo neoclásico que se empieza a implantar a partir de los años sesenta del siglo XVIII, tanto en Francia como en Inglaterra, aunque sorprendentemente, el rococó cobró nuevos bríos en este país en la primera mitad del siglo XIX.
El retrato más famoso con este tipo de elemento de moda femenino, fue el de la duquesa de Devonshire, eso es seguro, pero hubo otros retratos, no menos conocidos, que llegaron a acompañarle, acentuando la moda de los enormes sombreros. Por ejemplo, y sin dejar todavía al pintor Thomas Gainsborough, tenemos este “Paseo de la mañana (retrato de los señores William Hallett)” de 1785 (imagen superior).
O este de “Henrietta, Viscountess Duncannon” (1776), de John Downman (1750-1824), que hasta llego a ser confundido y durante un tiempo se pensó que era igualmente la duquesa de Devonshire y no su hermana, la distinguida y hermosa Henrietta Frances Spencer de Ponsonby (1761-1821), condesa de Bessborough, desdichada vizcondesa Ducannon en segundas nupcias (ella y su marido jugaban y perdían grandes cantidades de dinero y por ello el señor vizconde la maltrataba en privado y la humillaba en público) y ávida amante de varios nobles ingleses de su tiempo, incluyendo el que acabaría siendo el marido de su hija, William Lamb (1779-1848), más tarde primer ministro de la Reina Victoria, y al que su esposa, Lady Caroline Lamb (1785-1828), engañaba a su vez con Lord Byron (1788-1824), causando uno de los mayores escándalos de la Inglaterra pre-victoriana.
La confusión del retrato se debió tanto al parentesco entre ambas damas, como a la circulación de un grabado realizado por el gran Francesco Bartolozzi (1727-1815), en 1788 (o 1797), quien también es autor de varios dibujos de señoras con sombreros Gainsborough (imagen superior).
También son poco conocidos estos otros dos retratos con sombrero tipo Gainsborough de la novelista británica Frances Burney (1752-1840). Por cierto que Burney fue una escritora acomodaticia con el papel sumiso de la mujer y contraria a los postulados feministas que por aquellos entonces proclamaba Mary Wollstonecraft (1759-1797), por ejemplo. El primero (superior izquierda) es una litografía a partir de una obra pintada en 1782 por su primo Edward Francis Burney (1760-1848), que también es el autor de la segunda obra (superior derecha).
John Hoppner(1758-1810), fue otro pintor inglés que no se resistió a los retratos femeninos con amplios sombreros Gainsborough: El primero (superior arriba derecha) es un retrato de Elizabeth Beresford (1762-1833) de 1790; el segundo (superior arriba izquierda) representa a Miss Susanna Gyll (1779) y el tercero (superior abajo) es un retrato de Mary Boteler (1763-1852) pintado en 1786.
Y por señalar solo alguno más, estos otros dos, que son franceses y de la misma autora Louise Élisabeth Vigée Le Brun (1755-1842): el primero (superior izquierda), que fue atribuido en un principio a Jean-Laurent Mosnier (1743-1808), es un retrato de dama pintado en 1790; y el segundo (superior derecha), dama con sombrero azul, es anterior, de 1784. Le Brun, ya había retratado a la reina María Antonieta de Austria con algunos sombreros enormes, como el la imagen inferior que levantó toda una serie de críticas por la vestimenta ligera que lucía la reina, la llamada Gaulle (robe chemise, o vestido-camisola), una prenda más propia para su uso privado por su simplicidad y que ella acostumbraba a utilizar en público en sus retiros en la Petit Trianon de Versalles. Fue diseñado por Rose Bertín (1747-1813), modista, estilista y marchante de modas de María Antonieta, quien junto a su peluquero, el ya mencionado Leonard Autié, fueron los creadores de la imagen pública de la reina, personalísimo vehículo de expresión de la soberana.
Hay muchísimos más, les invito a descubrirlos por las muchas páginas de arte que pueden encontrarse por ahí, por ejemplo aquí. Para finalizar, podríamos decir que en España la representación artística de este tipo de sombreros corre a cargo de Francisco de Goya (1746-1828) con el retrato que realizó en 1785 de María Josefa Pimentel y Téllez-Girón (1750-1834), duquesa de Benavente.
La moda evoluciona muchísimo entre finales del XVIII y finales del XIX, incluidos los sombreros femeninos, y este tipo de voluptuosos y exagerados tocados parecen atenuarse en las formas, cobrando más importancia otros modelos, por ejemplo, el Poked bonnet (nosotros diríamos «bonete», y del que también se llega a caricaturizar como exagerado a veces, ver imagen inferior) o, más adelantado el siglo, el Eugenie Hat, un sombrerito puesto de moda por la emperatriz francesa Eugenia de Montijo (1826-1920), otra mujer que creó tendencia en moda en Europa.
Pero como todas las modas, el Gainsborough volvió. A finales del siglo XIX y principios del XX se impone de nuevo auspiciado por dos corrientes: por un lado, en los EEUU, la moda de las Gibson Girl, un tipo de mujer “inocente y voluptuosa” puesta de moda por el ilustrador Charles Dana Gibson (1867-1944); y por otro, en Inglaterra, por las Gaiety Girls, las coristas de los musicales eduardianos en el Teatro de la Alegría de Londres (imagen inferior).
Y por supuesto, en la meca de la moda, en París. Las revistas de modas parisinas se llenan de grandes sombreros que las damas de la alta sociedad europea se apresuran a lucir. Y ya no dejarán de estar en boga.
El Gainsborough vuelve a hacer furor también en el siglo XX. Son muchas las actrices que lo lucen desde los primeros años del siglo.
La famosa actriz inglesa Lily Elsie (1886-1962), la imagen arriba a la izquierda, lo pone de moda en Europa con un atuendo diseñado (por una modista muy conocida entonces de nombre Lucile) para la caracterización de Sonia, la protagonista de la opereta “La viuda alegre”, en 1907, actualizando una imagen que ya había lucido la también actriz Lillian Russell (1860-1922)en los EEUU en 1903 (imagen arriba a la derecha). Otra de las grandes actrices de los inicios del siglo XX, Billie Burke (1884-1970), también aparecía con estos sombreros en algunas de las muchas postales fotográficas (imagen inferior) que realizó entre 1906 y 1920. Se pueden ver más aquí. Burke es más conocida en la actualidad por haber interpretado a Glinda (la bruja buena del norte) en la película El mago de Oz (1939, Víctor Fleming).
En 1908, era tal la fama alcanzada por los sombreros Gainsborough, que hasta un avispado caricaturista rumano, Ion Theodorescu-Sion (1882-1939, que se hacía llamar Teodosion) se atreve a rebautizarlos con el aparentemente apropiado mote de “sombreros hongo” (imagen inferior), en una revista satírica rumana, Furnica.
Y también le salen imitadores, como este modelo “Cesta de Melocotones” (Peach basket hat, imagen inferior), nacido en los EEUU a la luz de un artículo de la revista Vogue de 1907, que auguraba el alza de los sombreros “enormes”.
Y así, en los años siguientes, a este modelo «tipo cesta de frutas» lo ponen de moda, actrices como Mabel Normand (1892-1930) quien lo luce en este boceto de 1908 de James Montgomery Flagg (superior izquierda) o cantantes como Blossom Seeley (1891-1974), aquí en una imagen de 1912 (superior centro). Desaparece un tiempo de la palestra y vuelve con cierta fuerza en los años 30 de la mano de otras actrices, esta vez del Hollywood dorado, como por ejemplo la elegante Marion Davis (1897-1961), con esta imagen de estudio (superior derecha).
Pero volvamos a nuestro Gainsborough. En 1910, la comedia «Girls», del popular e incansable escritor estadounidense Clyde Fitch (1865-1909), se estrena con estos coloridos carteles de damas con su sombrero Gainsborough. Es significativo porque Fitch escribió mucho sobre las mujeres, hasta el punto que llegaron a decir que él que “sabe más acerca de las mujeres de lo que la mayoría de las mujeres saben sobre sí mismas”. Las conocía bien. Sabía que debía estrenar una obra con esos atuendos.
Pronto ocupa páginas y portadas de las revistas de moda en toda Europa, y las damas elegantes de la burguesía lo adoptan como elemento imprescindible para estar a la moda (arriba, imágenes de 1911). En Francia, es la actriz y cortesana Geneviève Lantelme (1883-1911), quien marca tendencia. Considerada un icono de la moda francesa y una de las mujeres más bellas de la Belle Époque, era imitada por buena parte de las mujeres de su tiempo. Y fue una de las que mejor lucieron el Gainsborough (inferior).
En los EEUU, en estos momentos iniciales del siglo XX, es también el teatro de Broadway el que marca tendencia. Otra actriz reconocida y muy imitada en sus atuendos de moda fue Alice Johnson (1888–1922), quien lucía estos sombreros en sus representaciones (imagen inferior, de 1908), en las muchas que interpretó en Broadway con la Murray Hill Theatre Stock Company (con más de 30 papeles diferentes en una sola temporada) y con la Frawley Company de San Francisco.
Otras actrices que «se atreven» con el Gainsborough son, por ejemplo:
Alice WitcherMarjorie VillisElse FrölichEvelyn NesbitPhyllis le GrandGabrielle Ray…
El Teatro y no solo el Teatro, porque también la alta sociedad norteamericana participaba de la moda, de lo que nos deja buena cuenta hasta los ecos de sociedad y sucesos de esta década. Dorothy Harriet Camille Arnold (1884-¿1910?), Dorothy Arnold, fue una muchacha neoyorquina que desapareció sin dejar rastro el 12 de diciembre de 1910 (no confundir con la actriz de Hollywood, Dorothy Arnold, primera esposa de Joe DiMaggio, posteriormente casado con Marilyn Monroe). Sobre ella se habló mucho en los diarios de casi todo el mundo durante mucho tiempo y su caso fue tan famoso que aún hoy se sigue comentando.
Hasta la famosa Agencia Nacional de Detectives Pinkerton se ocupó del asunto sin éxito, pues nunca llegó a resolverse. Pues bien, algunas de las fotografías que se conservan de esta joven desaparecida a los 26 años, lucen con un sombrero Gainsborough tan de moda en esos años (imagen superior).
Lo cierto es que hasta el arte del siglo XX refleja la preferencia de las mujeres por este tipo de enormes sombreros. Por poner solo un par de ejemplos, Gustav Klimt (1862-1918) realizaba esta obra de la izquierda, Dame mit Hut und Federboa (1909), y Félix Vallotton (1865-1925) la de la derecha, The violet hat (1907).
Después de la Segunda Guerra Mundial, en la década de los sesenta, el Gainsborough se torna más sofisticado y elegante, justo como Audrey Hepburn aparece, con un precioso sombrero de este estilo, en el filme “Desayuno con diamantes” (1961, Blake Edwards) y, más tarde, con el maravilloso atuendo de “My Fair Lady” (1964, George Cukor).
El sombrero femenino es un artículo que hoy parece reinventarse y adquiere cada vez más importancia entre los accesorios de moda. Y el Gainsborough ocupa su lugar de nuevo en las pasarelas de alta costura (la imagen superior es un modelo de Marc Jacobs para la New York Fashion Week de febrero de 2012), como si de nuevo quisiese, a través de él, revivir aquella imagen, la de la mujer del cuadro.
LA MUJER DEL CUADRO.
Y todo ello originado con aquel retrato con el que se iniciaba este artículo, el de la Duquesa de Devonshire, nacida Georgiana Spencer (1757-1806), Lady Spencer desde 1765, después de que su padre asumiera el título de vizconde Spencer, y primera esposa de William Cavendish (1748-1811), a la sazón, V duque de Devonshire, uno de los hombres más ricos y poderosos del momento. Mujer interesante y controvertida donde las haya, Georgiana fue una de las personas que más influyó en la moda y estilo de su tiempo. Y una de las que más sombreros Gainsborough lució, como por ejemplo, con este otro (imagen superior) atribuido al pintor y maestro de pintores John Russell (1745-1806).
El temprano matrimonio de Georgiana (ella tenía 17 años y él 25) en 1774, no fue lo que esperaba. Su marido era reservado y poco dado a ofrecer a su esposa el cariño y la atención que ella reclamaba, mientras se dedicaba a sus asuntos políticos y a su vida licenciosa, que llegaron a incluir una hija ilegítima, Charlotte Williams. Georgiana, mientras tanto, no era capaz de darle al duque el ansiado heredero. Sufrió varios abortos y tuvo dos hijas en las que se volcó criándolas ella misma en contra de la costumbre de la época entre familias aristocráticas. En 1790 tuvo, por fin, a su hijo Guillermo Jorge Spencer Cavendish (1790-1858), VI Duque de Devonshire.
Lady Elizabeth Foster (1759-1824), segunda duquesa de Devonshire, luciendo un sombrero Gainsborough, por Angelica Kauffmann (1741–1807).
Unos años después de su matrimonio, en 1782, su mejor amiga, Lady Elizabeth Foster (1759-1824), llamada “Bess” (imagen superior), acabó siendo amante del duque mientras vivía en su casa, acogida por Georgiana dada su mala situación emocional y económica (se había separado de su marido quien no permitió que viera a sus hijos). El triángulo amoroso, que según algunos, alcanzó también una relación entre ambas damas, se mantuvo durante varios años, en los que Lady Elizabeth, además de otros amantes, tuvo dos hijos con el duque, quien terminó por convertirse en su marido en 1809 (Georgiana murió en 1806).
Pese a las infidelidades de su esposo, y como suele ocurrir, fue a la duquesa a quien se acusó de mantener una vida disipada. Pero no fue hasta después de dar a luz a su hijo varón cuando la duquesa dejó de ser totalmente ajena a las infidelidades (al parecer no estaba socialmente aceptado tener un amante antes de proporcionar un heredero al matrimonio legal), llegando a mantener una intensa relación con Charles Grey (1764-1845), diplomático y político (y de quien toma el nombre el té Earl Grey), con el que tuvo una hija en 1792, Eliza Courtney, nacida en Francia, y que tuvo que entregar a la familia de su amante, obligada por su marido, bajo amenaza de no volver a ver a sus otros hijos. Sin embargo, los hijos ilegítimos del duque, los dos que tuvo con Elizabeth y Charlotte Williams, su primera hija ilegítima, sí que acabaron siendo educados en la casa Devonshire (la segunda al morir la madre de la niña). Georgiana visitó a su hija en secreto durante toda su vida y la joven no supo quién fue su madre hasta después de su fallecimiento.
Este estado de cosas causaba hondo pesar en la duquesa quien sufrió a menudo problemas de anorexia, alcoholismo, adicción a los medicamentos y una malsana afición por los juegos de azar, por la que llegó a acumular varias deudas que la llevaron a la ludopatía, ya que siempre quiso ocultar la magnitud de sus deudas a su esposo. Este las descubrió tras su muerte.
Pero no solo su vida privada fue intensa. Georgiana fue una mujer muy inquieta y liberada y no se conformó con un papel pasivo en la encorsetada sociedad georgiana. Escribió algunas obras de prosa y poesía (“Emma, Or, The Unfortunate Attachment: A Sentimental Novel”, 1773; “El Sylph”, exitosa novela epistolar de 1778, con caracteres autobiográficos, que se ha atribuido dudosamente a la poco conocida novelista británica Sophia Briscoe; “Memorandums of the Face of the Country in Switzerland”, 1799; o el poemario “The Passage of the Mountain of Saint Gothard”, de 1802, dedicado a sus hijos), además de muchas cartas a lo largo de su vida, que se conservan. Siempre mantuvo una intensa vida social y cultural que incluía tertulias en su casa, a veces, con un marcado carácter político.
A esas reuniones llegaron a acudir políticos y personalidades como el Príncipe de Gales (contrario a las ideas absolutistas de su padre, el rey Jorge III) y Georgiana siempre se mostró como una incansable activista. Participó con gran influencia en el juego político inglés de su tiempo, apoyando políticamente a la facción whigs, el Partido Liberal británico (contrario a la corona) durante toda su vida. Realizó una auténtica campaña electoral, puerta a puerta, para favorecer la carrera política de su primo, Charles James Fox, quien postulaba para la Cámara de los Comunes. Se llegó a insinuar, como acto maledicente contra su persona, que Georgiana prometía un beso por cada voto (imagen inferior). Por su decidido intervencionismo político y por su marcado carácter independiente, se ha llegado a considerar a la duquesa de Devonshire, en la actual historiografía feminista, como una adelantada defensora de los derechos de la mujer.
Pero sobre todo, Georgiana fue una mujer elegante que imprimió su sello particular en la alta sociedad inglesa dieciochesca. Ella afirmaba tener amistad con María Antonieta, reina de Francia, que como hemos visto antes, en cuestiones de moda podríamos decir que era para el país galo lo que la duquesa para el británico.
La duquesa de Devonshire fue retratada por varios pintores dieciochescos. Hemos visto hasta ahora obras de Thomas Gainsborough, John Russell, John Downman o Sir Joshua Reynolds, a los que cabría añadir Thomas Lawrence (1769-1830), Robert Dighton (1752-1814), Jean-Urbain Guérin, o el caricaturista Thomas Rowlandson (1756-1827), hombre también muy aficionado al juego y ludópata (para pagar sus deudas se hizo caricaturista de escenas eróticas muy subidas de tono), quien la dibujó en varias de sus situaciones más comprometidas, como en una mesa de juego en su casa de Devonshire (imagen superior), o practicando la que decían era su política de un beso por un voto, que se ha visto más arriba.
También aparece en una famosa litografía suya en los Jardines de Vauxhall (1785), junto a su hermana, varios políticos y el Príncipe de Gales.
Georgiana terminó sus días cuidando de su esposo, aquejado de gota, pese a todos los sinsabores que había sufrido por su causa. También mantuvo por siempre su amistad con Lady Elizabeth, e incluso con la esposa del que fuera su amante, Charles Grey. Y siempre estuvo pendiente y al lado de sus hijos. Su fallecimiento se produjo por un problema hepático a la edad de 48 años, rodeada de su familia y llorada por todos cuantos la conocieron. Por cierto que, tanto la fallecida Diana de Gales, como su cuñada Sarah Ferguson, descienden de la duquesa de Devonshire (de diferentes ramas).
Son varias las veces que se ha llevado su vida al cine (en 1929 interpretada por Evelyn Hall; en 1933 por Juliette Compton; o en 1951, por Kathleen Byron); pero hoy, la más conocida de todas ellas es “La Duquesa” (2008), basada en una obra escrita por Amanda Foreman en 1998. Fue dirigida por Saul Dibb (quien aparece en el filme como su amante, Charles Grey), e interpretada magistralmente por una entregada Keira Knightley.
Uno de los grandes aciertos del filme es el cuidado Diseño de Vestuario, un trabajo de Michael O’Connor, que le valió el Oscar de Hollywood, además del Premio BAFTA, y otros reconocimientos. En varias escenas de “La Duquesa” podemos ver algunos planos fantásticos con enormes sombreros Gainsborough, sobre todo el que le da nombre, el del cuadro dela dama del sombrero.
EL CUADRO DE LA DAMA DEL SOMBRERO
Como decía al principio, a veces sucede que una serie de acontecimientos parecen enlazarse de una forma increíble, casi como una danza de conexiones cósmicas. Pues bien, si Georgiana Cavendish, la dama retratada por Gainsborough con un enorme sombrero en la cabeza, vivió una especie de trío amoroso con su marido y su mejor amiga en el siglo XVIII, un siglo después, otro trío amoroso, el formado por el criminal Adam Worth, su socio Charley Bullard, y la que terminaría por ser su esposa, pero nunca abandonó del todo a Adam, Kitty Flynn, va a relacionarse con el primero en el tiempo, a través de un hecho totalmente inesperado: Worth robó el cuadro de Gainsborough y lo mantuvo en su poder durante muchos años, sin vender su botín. Algo de idilio cósmico sí que tiene ¿verdad?
Adam Worth (1844-1902), era el hijo de unos emigrantes judíos alemanes que llegaron a Massachusetts cuando él tenía cinco años. Para no dejar las casualidades con lo contado hasta ahora, el padre de Adam (cuyo apellido original pudo ser Werth) era sastre, una profesión muy significativa en la vida de Georgiana.
Adam era un muchacho inquieto, muy descontento con su destino, al que no quiso rendirse. Para abreviar un poco su biografía, diremos que cambió el ejército por el crimen, aunque siempre utilizó el engaño y la falsedad. En el ejército se alistaba con nombre falsos en varios regimientos y una vez cobrada la paga, desertaba. Así que, finalizada la Guerra Civil norteamericana, el mundo del crimen ya no le era extraño. Formó su propia banda de carteristas en Nueva York y llegó a fugarse de Sing Sing. Su fama y pericia aumentó con el tiempo y recaló en la banda de una leyenda criminal Fredericka Mandelbaum (1818-1894), con quien se especializó en el robo de bancos. Su robo más sonado fue el del Banco Nacional de Bostón, alertando a la famosa Agencia Pinkerton sobre su persona. A partir de entonces se convirtió en leyenda.
Se ha dicho mucho de Worth, incluso se afirma que él fue la inspiración de Sir Arthur Conan Doyle para el personaje del Profesor Moriarty en sus novelas sobre Sherlock Holmes. Organizó bandas y robos tanto en los EEUU como en Inglaterra, Francia, Bélgica y otros países europeos, e incluso llegó a cometer robos en Sudáfrica. Por todo ello, se le llegó a conocer con el sobrenombre de “el Napoleón del Crimen”, apodo que le fue impuesto por un detective de Scotland Yard.
Fue en Inglaterra (concretamente en Liverpool, a Londres fueron más tarde) donde Worth y su socio, Charles Bullard, conocieron a Kitty Flynn con quien ambos mantendrían una relación, aunque ella se casó con Bullard. También fue aquí donde Worth adoptó el nombre con el que se le conocería en adelante, Henry Judson Raymond. Y en París, fue donde Allan Pinkerton (1819-1884), el fundador de la famosa Agencia de Detectives, le reconoció y se dedicó a perseguirle durante toda su vida.
En Londres, a donde llega después de que en 1873 Bullard y Kitty se marcharan a los EEUU, fue donde, un día como hoy, 25 de mayo, de 1876, Worth roba el famoso cuadro de Thomas Gainsborough, concretamente de la Galería de Thomas Agnew & Sons.Intervino junto a dos socios, que más tarde se revelaron y le abandonaron cuando Worth se negó a vender la pintura y repartir el botín. Posiblemente vio en la imagen de aquella elegante mujer algo que le impedía abandonarla, como sí lo habían hecho en vida los hombres que la conocieron. El cuadro, además, había permanecido “perdido” durante más de cincuenta años, hasta que se descubre en poder de una tal señora Maginnis quien había realizado sobre él una terrible profanación: cortó la parte inferior del cuadro (las piernas de la duquesa) para que le cupiera encima de la repisa de su chimenea. Esto se sabe porque en 1841, un marchante de Londres llamado John Bentley, lo descubre en casa de la señora Maginnis y se lo compra por unas 56 libras, para revenderlo a un coleccionista de arte. Cuando este fallece, William Agnew lo adquiere en una subasta por la exorbitante cantidad de 10.000 guineas. Aunque en realidad, más desorbitante era la cifra por la que pensaba venderlo, algo más de 50.000 dólares, que se esfumaron cuando Worth robó el cuadro de su galería familiar.
La vida de Worth se hace cada vez más interesante y complicada. Viaja por varios países planificando robos y finalmente recala en Sudáfrica donde organiza uno de los mayores robos de diamantes de la historia, obteniendo un botín de más de 500.000 libras. Siendo un hombre rico funda una compañía en Londres y entonces se casa y tiene dos hijos. Mientras, el cuadro de Gainsborough, que había permanecido con él durante todo el tiempo, fue enviado a su casa en los EEUU, donde vivía su hermano. Luego vino la deriva.
En Bélgica, donde conoce la muerte de su antiguo socio Charley Bullard, organiza un robo fallido que le lleva a la cárcel durante siete años. En ese tiempo de ausencia, su mujer, seducida y arruinada por uno de los antiguos socios de Worth, enloquece y es recluida en una institución psiquiátrica, mientras sus hijos quedaron al cuidado de su hermano en los EEUU. Worth sufrió varias agresiones en la cárcel, tal vez causadas por la traición de algunos de sus últimos socios, y es cuando empieza a pensar en cambiar de vida.
Ya libre y en los EEUU, se pone en contacto con William A. Pinkerton(1846-1923) a quien le cuenta uno por uno todos los detalles de sus robos y los avatares de su vida (el manuscrito de Pinkerton aún se conserva en las oficinas de la Agencia en California). Pero lo más importante de esa reunión es que accede a devolver el cuadro de Georgiana Devonshire, a cambio de la cantidad de 30.000 dólares (en algunos sitios dice que fueron libras). En 1901 la compañía Agnew & Sons accede al trato y Worth, libre de cargas con la justicia, regresa a Londres con sus hijos. Curiosamente, uno de ellos ingresó más tarde en la Agencia Pinkerton como detective.
Adam Worth, el “Napoleón del Crimen”, el inspirador del Profesor Moriarty, falleció empobrecido (¿qué fue del dinero obtenido por el cuadro solo un año antes?) y olvidado en Londres en 1902, siendo enterrado en una tumba común para indigentes con el nombre de Henry J. Raymond, su antiguo pseudónimo. Desde 1997 una lápida con su verdadero nombre le recuerda.
El retrato de Georgiana, duquesa de Devonshire, de Thomas Gainsboroug, aún tiene algo más que contar. Fue vendido en 1991 en una subasta en Sotheby’s, por 265.500 dólares, a un personaje anónimo que decía actuar, o se lo quería entregar, al 11º duque de Devonshire, su actual dueño. Hoy, luce en el palacio ducal de Chatsworth House(imagen superior), palacio que, precisamente, sirvió de escenario para la película «La Duquesa», además de para «Orgullo y Prejuicio» en el 2005 y «El Hombre Lobo» en el 2010, aunque la villa ya no florece como en sus mejores tiempos.
La mansión Chatsworth perteneció desde el siglo XVI a la casa de Devonshire, pero en los inicios del siglo XX sus miembro arrastraron problemas económicos que obligaron a los sucesivos duques a vender terrenos, enseres y obras de arte para saldar deudas. Incluso tuvieron que demoler el gigantesco invernadero de la finca, considerado en su momento el más grande del mundo y que albergaba hasta una selva tropical, porque no podían mantenerlo. No obstante, aún conserva una majestuosa colección de arte y es uno de los lugares más visitados del Reino Unido, con más de 300.000 visitas anuales, además de recibir eventos, ferias, festivales, actuaciones musicales y teatrales (a menudo escenario de películas, como se ha visto), y de poderse alquilar para actos privados.
Pero lo importante es que, finalmente, el retrato del sombrero de su Gracia, la duquesa de Devonshire, Georgiana Cavendish, por fin, descansa en casa.
No soy seguidora del Festival de Eurovisión, al menos no desde hace muchos años… (el último Festival de Eurovisión que vi enterito fue el de la edición de 2006 retransmitido desde Atenas, Grecia, y fue por puro cariño por partida doble, aunque no viene al caso) pero creo que se puede afirmar que antes toda España era seguidora del Festival (y del Festival de la OTI y del de Viña del Mar, y del de Benidorm…). Pero aunque una no quiera seguirlo, todos los años se producen anécdotas que acabamos conociendo todos y que pasan a engrosar la historia (friki) del Festival más longevo de la música. Si, empezó a retransmitirse en 1956 (España participa desde 1961, estrenándose con una canción interpretada por Conchita Bautista) y así quedo reconocido en el Libro Guinness del año 2015. En esta edición, por cierto, se invitó a Australia a participar del evento musical, siendo así el primer país en concursar que no es miembro activo en la Unión Europea de Radiodifusión, la organizadora del Festival.
Como decía, todos los años se producen anécdotas. No es mi intención reseñarlas aquí, pero si diré, en relación con la participación Española en el mismo, que el año 2002 en el que cantó Rosa López, la flamante ganadora de Operación Triunfo (y con coros realizados por varios de los demás participantes), desde Tallín (Estonia), alcanzó los mayores índices de audiencia en España, mientras Rosa quedaba en séptimo lugar. Y, quizá, la edición más comentada fue la de 2008, cuando nos representó, por elección popular, Rodolfo Chikilicuatre (alter ego del actor David Fernández), que además de enseñarnos a bailar el Chiki-Chiki, y gastarnos una broma monumental, quedó en decimosexto lugar y terminó por desaparecer del mundo mediático. Fue la edición de Eurovisión más vista en España después de la del 2002 (el momento de su actuación alcanzó un 78,1% de cuota de audiencia, eclipsando hasta el fútbol, algo nunca imaginable en España).
España ha ganado dos veces el Festival: Con Massiel, en 1968 en Londres y con Salomé, en España en 1969 (el Festival se celebra cada año en el país del ganador del año anterior). Han sido 28 las ocasiones en las que España ha quedado situada entre los 10 primeros puestos; cuatro las ocasiones en las que ha quedado en segunda posición (años 1971, 1973, 1979 y 1995); y una vez en tercera, en 1984. De todas estas, a mí, particularmente, solo me gusta «Eres tu» de Mocedades, que quedó en segundo lugar en 1973 en Luxemburgo.
También hemos quedado en última posición varias veces: en 1962 (Víctor Balaguer) y en 1965 (Conchita Bautista), con cero puntos empatando con otros; en 1983 con aquella nefasta «Ay, quien maneja mi barca» de Remedios Amaya, con cero puntos y en último lugar por méritos propios; en 1999 con un solo punto (Lydia Rodríguez); y en esta edición de 2017, con los cinco puntos obtenidos por Manel Navarro.
Manel Navarro, el compositor e intérprete del «Do it for your lover«, la canción elegida tras ganar la final nacional española en Objetivo Eurovisión 2017, el 11 de febrero de 2017, no tuvo una gran actuación en el escenario. Muchas son las críticas que se han vertido sobre la ambientación y efectos, pero sobre todo, su actuación va a ser recordada en los anales del Festival, por el estruendoso «gallo» que le salió en uno de los momentos finales. No debió suceder… no debió suceder, pero sucedió. Mala suerte o no, es algo que le acompañará toda la vida. Si es listo, sabrá sacar provecho de ello, si le ha afectado demasiado, tal vez no volvamos a saber de él. El tiempo lo dirá. De momento tuvo una actuación muy simpática en el programa Late motiv, de Andreu Buenafuente el «mentor» de Chikilicuatre, cuando éste le regaló a Manel un gallo… vivo.
(pinchar en la imagen para ver el vídeo)
El caso es que hay unos momentos en vídeo con una versión preciosa en la que Manel Navarro canta a dúo con el que a la postre fue el ganador del Festival de Eurovisión 2017, Salvador Sobral (el primer y último clasificado del Festival…), que merece la pena que este muchacho recobre, porque realmente la canción y la melodía son muy pegadizas.
Salvador Sobralganó esta edición del Festival de Eurovisión 2017 interpretando una balada con aires de fado que nadie pensaba que estaba hecha para un Festival de Eurovisión. Además, rompió otros muchos tópicos (era un desconocido, no le gusta el Festival, Portugal no había ganado nunca, no tenía efectos de luz y sonido, el diseño de vestuario era de su madre, no recurrió a la «canción-mensaje»…) y batió un récord al ganar por 758 puntos. «Amar pelos dois», compuesta por su hermana (todo queda en casa) e interpretada de una forma particularísima, conmovió a jurado y público y se llevó el premio. Ahora toca descansar, porque Salvador padece una dolencia cardíaca de la que requerirá una operación de trasplante.
Pero en realidad, lo que yo venía a decir aquí es que….
¡¡EN TODA EUROPA SE VIO UNA PRECIOSA FURGO VOLKSWAGEN CALIFORNIA!!
Por cierto, la representante francesa se llamaba Alma.
AlmaLeonor.
«No puedo evitar temer que los hombres llegue a un punto en el que cada teoría les parezca un peligro, cada innovación un laborioso problema, cada avance social un primer paso hacia una revolución, y que se nieguen completamente a moverse.»
“Yo, Vigo, el Azote de los Cárpatos, la tristeza de Moldavia, te lo mando… En una montaña de calaveras, en el castillo del dolor, yo me sentaba en un trono de sangre, ¡Cuál fue volverá a ser! ¡Lo que es, dejará de ser!… Ahora empieza la era de la maldad.”
Vigo Von Homburg Deutschendorf(1505-1610)
Flagelo y señor de Carpatia, conquistador y dolor de Moldavia. Vigo el cruel, Vigo el Torturador, Vigo de los despreciados, Vigo el profano (Vigo el mariconazo, según Peter Venkman). Vivió 105 años hasta que sus súbditos se rebelaron y le envenenaron, le apuñalado, fue colgado y descuartizado («Ay!.»). Su cabeza decapitada emitió una profecía final antes de expirar… “La muerte no es más que una puerta, el tiempo no es sino una ventana… ¡volveré!”. Ghostbusters II(1989) Ivan Reitman Wilhelm von Homburg (actor) y Max Von Sydow (voz)
Para muchos aficionados a las series televisivas este cuadro no le será extraño. Es el que preside el salón de la casa de la detective Kate Beckett de la serie Castle. Cada vez que un encuadre en una escena mostraba este cuadro me llamaba muchísimo la atención, así que acabé por buscar datos sobre él. No es difícil. En Internet se puede saber todo lo que quieras sobre los personajes de la serie, Kate Beckett (Stana Katic) y Richard Castle (Nathan Fillion), incluso puedes encontrar planos exactos de sus respectivas viviendas (el enorme loft de Castle también posee impresionantes obras de arte, sobre todo el fantástico Staircase, las escaleras infinitas de William Curtis Rolf,pero esa sería otra historia). También descubrimos frases del escritor protagonista:
«Todo el mundo tiene la historia perfecta por escrito dentro de las paredes de su corazón. Sólo tienes que abrir tu mente para encontrar las palabras para compartir.»
La serie es una de las que más me gustan… me gustaban, porque al parecer por desavenencias entre ambos protagonistas, se ha tenido que clausurar. Tal vez sea mejor así y que no termine por hastío de la audiencia, pero en todo caso, nos ha dejado pinceladas curiosas, como este cuadro.
La obra es del pintor neoyorkino Alex Gross (n.1968) que trabaja habitualmente en Los Ángeles (Califonria), dueño de un estilo muy particular, al oleo, que combina la crítica social con un tipo de imagen surrealista muy visual y colorista. Su temas favoritos son «la globalización, el comercio, la gran belleza, el caos oscuro, y el paso inexorable del tiempo«, según dicen de él críticos como Bruce Sterling, autor de un libro sobre su trabajo. Desde el año 2000, en el que viajó durante dos meses por Japón, este país y su cultura es una de sus fuentes de inspiración. Por ejemplo, con este cuadro que se titula «Matasaburo», el espíritu del viento.
Está basado en la película animada japonesa de 1940 «Kaze no Matasaburo», dirigida por Koji Shima (1901-1986), que a su vez, está basada en una obrita corta de 1934 y del mismo título, escrita por Kenji Miyazawa (1896-1933), poeta y autor de cuentos infantiles japonés, que además de vegetariano y budista (de la escuela Nichiren), fue uno de los defensores y traductores del esperanto y un importante activista social de su tiempo. Como sucede muchas veces, Kenji no fue reconocido en vida (murió de neumonía agravada por su veganismo), y su fama se produjo casi en los años noventa, con motivo de una exposición sobre su centenario.
En la historia de Kenji, un niño de pelo rojizo y con un traje que le queda grande, llamado Saburou Takada, se traslada a una escuela muy pequeña en una aldea remota donde su padre, trabajador de una compañía minera, ha sido destinado. Saburou es un niño de ciudad y su comportamiento y maneras chocan con los más rústicos de los demás niños (de todas las edades) de la pequeña escuela, que le consideran extranjero. Justo cuando un niño dice eso: «una fuerte ráfaga de viento sopla de repente, sacudiendo todas las puertas de cristal, la montaña, la hierba y los castaños detrás de la escuela se vuelven extrañamente pálidos y se estremecen«. Entonces Kasuke, un niño de cuarto grado, exclama: «¡Oh, lo tengo, es Matasaburú del viento!«
Toda la historia se basa en esa especial relación que se fragua entre el «extraño» niño y el resto de estudiantes de la escuela de campo, hasta que un día, tal y como llegó, y acompañado de la misma ráfaga de viento, Saburou se marchó de la escuela y de la aldea.
El cuadro de Gross muestra a un niño pequeño, un bebé en realidad, de cabellera rojiza y a un personaje femenino, de grandes proporciones, que representa el viento cruzando un puente en medio de una escena de desolación y oscuridad (solo rota por la potente luz de un faro que ilumina hacia donde debería lucir el sol). A Stana Katic le encantaba ese cuadro, y veía en él una adecuada alegoría de la situación anímica de su personaje en la temporada 3:
“Me encanta ese cuadro, creo que describe a Beckett, especialmente esta temporada. Hay un eclipse en el fondo y todo se está derrumbando a su alrededor”.
Lo que no sabíamos entonces es que unas temporadas más tarde, en la octava, la serie finalizaría por las desavenencias de sus protagonistas. Sabiendo esto, el cuadro se nos antoja una especie de premonición de la debacle que se estaba produciendo entre bambalinas, mientras en la pantalla los espectadores solo veíamos una pareja enamorada.
El último episodio de la octava temporada, que hacía el número 173 del total de la serie, se emitió un día como hoy, 16 de mayo, del año pasado, en el 2016. Para entonces ya sabíamos que no volverían a emitirse más episodios, pues la cadena ABC había anunciado unos días antes, el 12 de mayo, que la serie se cancelaba. Muchos de nosotros ya eramos admiradores de Stana Katic y Nathan Fillion, ambos actores canadienses, sobre todo de Fillion, el capitán Malcolm Reynolds de la serie Firefly, pero personalmente me gustaba muchísimo el papel de Martha Rodgers, interpretado por la bella actriz Susan Sullivan, habitual de las series de televisión, y muy conocida por su papel en la mítica Falcon Crest.
Al final, Matasaburo, fue la ráfaga repentina que arrasó con una de las series más premiadas y queridas por el público. Por cierto, casi de una manera que podríamos haber adivinado con otro cuadro del apartamento de Beckett (situado encima de su frigorífico), «Silent as Ether«, de la también pintora surrealista Lezley Saar.
Otros vientos, otros «etéreos silencios», nos traerán otras series, pero ya no será lo mismo.