SUANCES Y SAN VICENTE DE LA BARQUERA

DÍAS DE PLAYA EN CANTABRÍA: SUANCES Y SAN VICENTE DE LA BARQUERA (AGOSTO Y SEPTIEMBRE 2017)

Tal vez no sea casualidad que las dos localidades costeras cántabras empiecen por la misma consonante, pero el caso es que ambas son las protagonistas de nuestras últimas excursiones y ambas nos han encantado hasta el punto de contar, las dos, con una promesa de retorno.

SUANCES

SUANCES (CANTABRIA) AGOSTO 2017

Fuimos en Agosto. Lo digo porque es algo inusual en nosotros, que no solemos movernos en ese populoso, caluroso y agotador mes, pero teníamos un bonito día para hacer una excursión y nos decidimos por Suances.

Habíamos leído que tenía una playa para perritos, y esto nos apetecía, pues ya no hacemos un viaje sin Miki. Como el día se presentaba fresquito (salimos con unos 10º de Valladolid) pensamos que no sufriríamos los rigores del verano y nos arriesgábamos a una jornada lluviosa, pero nos fuimos.

No es difícil llegar. Desde Valladolid tomamos la E-80/A-67 dirección Santander sin problemas. Dejamos atrás Fromista, Mave (siempre que pasamos por aquí nos decimos que queremos volver, comimos de maravilla hace algún tiempo), Aguilar de Campoo, Reinosa… pero en Torrelavega debimos tomar una salida que no era, o la tomamos demasiado pronto, porque el caso es que atravesamos toda la fábrica que ocupa buena parte del cinturón industrial de esta ciudad.

Nos presentamos enseguida en Suances, el Portus Blendium romano. Nada más aparcar, en el puerto, parecía que la lluvia nos iba a visitar. Pero fue una falsa alarma… Eso sí, mientras nosotros disfrutábamos del día en camiseta, había quien se había tomado en serio la previsión de lluvia y se abrigó a conciencia.

La marea estaba baja en la Playa de la Ribera, que fue la primera que visitamos. Como digo, hacía buenísimo, pero no tanto como para que la playa estuviese ocupada por bañistas. No había nadie absolutamente. La marea estaba baja y nos permitió pasear, incluso con Miki, hasta el final de la misma, donde esperaba ya el mar.

Comimos, y muy estupendamente por cierto, en el Restaurante La Dársena, en la misma playa y, más tarde, nos fuimos a pasear por el puerto (la marea ya estaba alta y no se veía el lugar por donde habíamos paseado en la mañana) con intención de llegar hasta la playa canina. Pero no llegamos tampoco. Nos quedamos en la pequeña playa de la Riberuca, donde no había casi nadie (para no mentir, había otras personas con perro y un señor tomando el sol) y pudimos disfrutar de una jornada deliciosa jugando con Miki en la arena y en la orilla. La playa canina está un trecho más allá, pero nos contaron que es muy sucia y que con la marea alta casi no queda playa.

Finalizamos el día con un paseo por la enorme Playa de la Concha, donde ahora sí que había más bañistas disfrutando del día. Nos hicimos fotos en la zona dunar, donde hay un monolito que recuerda a Miguel Delibes y sus palabras sobre Suances, y terminamos el día con un café en una preciosa cafetería cinéfila donde Miki volvió a ser la estrella.

Cuando nos marchábamos vimos la zona más alta de Suances, con los muchos apartamentos y hoteles y la famosa Estatua de los Vientos, maravillosamente acompañada por un precioso atardecer. Pero ya no paramos. Fue aquí donde hicimos nuestra promesa de volver a Suances (es que nos quedó mucho por ver, además), pero ahora tocaba marcharse.

SAN VICENTE DE LA BARQUERA

SAN VICENTE DE LA BARQUERA (CANTABRIA) SEPTIEMBRE 2017

Esta vez era septiembre. El día 11, para ser exactos. Nos habíamos planteado dormir una o dos noches en algún lugar de la costa y nos decidimos por San Vicente de la Barquera que, aunque conocíamos de hace mucho tiempo, queríamos volver a visitar y conocer de paso la playa canina de la que nos habían hablado varios amigos.

El camino de ida era el mismo que para ir a Suances, pero esta vez antes de llegar a Torrelavega vimos una indicación hacia Santillana del Mar y San Vicente de la Barquera que también permite ir a Suances y evitar la vuelta “fabril” que habíamos tenido que dar el mes anterior. La próxima vez haríamos lo mismo.

Igualmente nos presentamos enseguida en San Vicente de la Barquera, y más rápidamente aún en el Camping El Rosal, todo un descubrimiento que nos hará volver a esta preciosa localidad mucho más frecuentemente de lo que nos imaginábamos. Tiene una ubicación envidiable, nos atendieron muy amablemente y las parcelas son fantásticas. Todo un descubrimiento, ya digo.

Con la alegría de estar tan bien situados en San Vicente de la Barquera, salimos a dar nuestro primer paseo por los alrededores del camping. Tiene de todo alrededor. Un pinar precioso, un sistema dunar muy cuidado, una zona de viviendas con varios restaurantes y tiendas y, sobre todo, una playa magnífica y larguísima, que aunque no estaba permitido utilizar con perro (a partir del 30 de septiembre si, lo que nos alegró enormemente), si que pudimos pasear con Miki por los alrededores (como hacían otras personas) disfrutando de un día maravilloso, caluroso, pero cubierto y ventoso.

Tengo que decir que salimos de Valladolid con una previsión de lluvia copiosa para los dos días, y con unas temperaturas bajas, sobre todo por la noche. Pero decidimos ir de todas formas. En el camino ya vimos que las previsiones se rebajaron y la lluvia ya no amenazaba con ser copiosa sino ocasional. Y, finalmente, solo llovió durante unas horas por la noche sin que al día siguiente se arrugase el día. Muy al contrario, amaneció con un esplendoroso azul en el cielo, unas pequeñas nubes que embellecían aún más, si cabe, el paisaje y un día agradable para pasear y disfrutar de la orilla del mar. ¡Una maravilla!

Hicimos el recorrido por el pueblo acompañados por este preciosísimo día y con una temperatura más que agradable. Así que la visita fue completa. Visitamos la zona monumental con el castillo y la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, con su Albergue para Peregrinos y su primitivo Hospital de la Concepción. Todo el entorno es una preciosidad con unas vistas estupendas a las que la cámara no dejaba de enfocar. No había rincón que no mereciese una fotografía. Por eso, y por lo angosto de esta parte alta, me resulta extraño que aquí se ubiquen desde los Juzgados municipales (con un edifico nuevo que no hace ningún favor al entorno) hasta el Ayuntamiento, pasando por un colegio privado y viviendas a las que hay que acceder por la empinada calle empedrada tras retirar un bolardo… me pareció extraño, la verdad, extraño e innecesario. Pero supongo que sus razones tendrán. Al otro lado del puente sobre la ría también hay cosas que ver, aunque aquí la cámara se dirige, casi inevitablemente, hacia el mar, como el Miki, que nos dio algún susto. Si miramos hacia la calle del otro lado, corremos el riesgo de ser «asaltados» por quienes quieren recomendarte su restaurante…

 

Si he de poner alguna pega a este viaje es que no encontramos un buen sitio para comer. Tampoco buscamos mucho, porque además nosotros llevábamos nuestras cosas, pero como tuvimos tan buena sensación en Suances, quisimos repetir y no nos salió bien la jugada. En el camping no comimos bien, todo hay que decirlo. Y al día siguiente pedimos una pizza en un sitio cualquiera que, aunque estaba bien hecha y sabrosa, no era para tirar cohetes. En otra ocasión, o elegimos mejor, o nos quedamos en la furgo directamente. Por cierto, que teníamos muchas ganas de dormir en la furgo ¡hacía muchísimo que no lo hacíamos!

Tanto tiempo hacía que hasta nos olvidamos muchas cosas. No tuvimos la precaución de preparar el Potty y nos fuimos sin él. Tampoco revisamos el gas (la bombona esta ya en las últimas y como hacía tanto tiempo que no la usábamos casi no podemos calentar ni el café) ni el agua (nos fuimos sin llenar el depósito) y, por olvidar, hasta nos olvidamos del cargador de la cámara del marido, así que casi todas las fotos son mías. Pero, como estaríamos en un camping y solo por un par de noches (nos hubiésemos quedado solo una si hubiese aparecido la lluvia copiosa de la predicción), pues no nos preocupamos demasiado. Ni siquiera llevábamos comida para los tres días, pero si para salir del paso con alguna visita a una pizzería.

San Vicente de la Barquera es una maravilla paisajística. Desde antes de llegar ya se aprecia la belleza de un enclave que pugna por ser bonito mires hacia donde mires: a un lado el mar, al otro las montañas; en la entrada, una ría con uno de los puentes más bonitos del norte; en lo alto, un castillo y una iglesia que coronan el paisaje como una guinda corona un pastel. Todo  es precioso.

Pero sin duda lo que nos encandiló fue el camping y su entorno. Es un lugar muy frecuentado por surfistas que llenaban el camping (muchos se alojaban en los bungalows, preciosos) y el aparcamiento de la playa con sus furgonetas y autocaravanas. Y verlos trasegar por todas partes con sus tablas a cuestas (y sus hijos y sus perros, ellos y ellas, con niños de todas las edades) era fantástico. Claro que observarlos sobre el mar, con las oportunidades que les brindaron las olas los dos días que estuvimos, fue ya algo sublime. Nos contaron que el primer día las olas no eran de las buenas, las que a ellos les gustan, porque eran olas “de aire”, decían. El segundo día ya se vio que eran más de su gusto, porque una inmensidad de surfistas abordaron el mar durante todo el día (y una montonera de pescadores en el malecón y unos cuantos fotógrafos con sus trípodes capturándolo todo… era «el» día). De verdad que estuvimos encantados.

La playa canina está cerca de la carretera, en la rotonda donde hay que tomar el desvío hacia el camping. No está demasiado lejos de este, pero no está al lado tampoco. Hay que bajar unas escaleras, pero luego el espacio es precioso y la arena muy buena. Había varias personas disfrutando con sus perros tanto en la arena como en el mar, y nosotros pasamos una tarde magnífica allí con el Miki. Por cierto, conocimos a dos bulldogs inglés, preciosos, que llevaban una simpatiquísima pareja de Extremadura que estaban disfrutando de unos días en Cantabria. Ojala volvamos a coincidir.

El miércoles nos levantamos con ánimo de recoger enseguida y pasar un rato más en la playa antes de marcharnos, pero hacía un día tan bueno, tan magnífico, que no pudimos por menos que remolonear todo lo que nos permitieron en el camping antes de salir.

Luego, el camino de vuelta se nos hizo tan rápido como cuando volvimos de Suances, pero no porque tuviésemos ganas de irnos, sino porque lo hacíamos con la misma promesa. La de volver en cuanto podamos.

AlmaLeonor.

 

Como siempre, las fotos del viaje pinchando en las imágenes de cabecera (SUANCES y SAN VICENTE DE LA BARQUERA) y en ALMA VIAJERA.

 

 

 

A %d blogueros les gusta esto: