LOS SIETE NIÑOS DE ÉCIJA

Vamos a recordar hoy la última parte del artículo “De siete en siete. Más números en la historia” publicado en Anatomía de la Historia el 10 de Julio de 2013, del que ya se publicó aquí en HELICON el dedicado a “Las siete hijas de Eva” y el de “Los Siete Príncipes Electores”. Como ya se mencionó en todos ellos, el siete es uno de los números con gran representación tanto en la mitología como en la historia, pero también con una importante presencia en los cuentos infantiles: Blancanieves y los siete enanitos, Los siete cabritillos y el lobo; El Matasiete (ya sea sastre, zapatero o muchacho); o Un padre y siete hijas, con siete sacos…, que es una progresión geométrica en razón de 7 muy conocida por el Liber Abaci (1202), pero que ya estaba presente en el papiro egipcio de Ahmes del siglo XVI a.C.
Conocemos también títulos cinematográficos, como la gran película de Akira Kurosawa “Los Siete Samurais” (1954), que fue versionada exitosamente en el western de Hollywood “Los siete magníficos” (1960). Hoy vamos a recordar a otros siete, LOS SIETE NIÑOS DE ÉCIJA, de los que, por cierto, existe también una película de 1947, dirigida por Miguel Morayta.
Después de hablar de siete Evas y de siete príncipes, ahora toca el turno de siete niños. Pero no de unos niños cualquiera, sino de los bandidos más famosos de la España decimonónica, los Siete Niños de Écija: “Si no se conociera por multitud de pruebas la existencia real de aquellos célebres bandidos, se les creería personajes inventados de una leyenda popular” (Manuel Fernández y González, 1863).
Al parecer sus andanzas se conocen desde 1812 (llamados entonces “los ladrones ecijanos”) aunque el folklore popular les asocia a 1808, el mismísimo primer año de la “francesada”, sin duda para imbuirles de la connotación de “héroes” contra el invasor.
Pero tras la marcha del ejército francés, los bandoleros siguieron bajando de la sierra para asaltar carruajes, robar en los cortijos y cometer todo tipo de fechorías por los caminos y las villas de Écija, Osuna, Carmona, Fuentes de Andalucía, Lora, Marchena, Córdoba, Sevilla… sin que las fuerzas de la justicia, “que no bajaban de mil y quinientos hombres entre infantería y caballería” (Garay y Conde, 1851) pudieran darles caza, pues se refugiaban en las montañas de Sierra Morena, donde se conocían todos los pasos y escondites.
“[…] Y estos siete hombres recorrían aquellos campos con la mayor tranquilidad, nunca se ocultaban, desaparecían hoy de un sitio para mostrarse a la mañana siguiente en otro muy distante de donde estuvieron el día anterior, y para ellos no había migueletes ni soldados de línea, ni escuadrones de caballería…”
Los Siete Niños de Écija,
Manuel Fernández y González (1863)

Aún en 1825 se creaban “escuadras de campo” para luchar contra el bandolerismo serrano, “partidas de facinerosos, oprobio de la civilización” (Ramón Freire, 2004), que seguían existiendo en la zona.
Los Siete Niños de Écija en realidad siempre fueron varios y casi nunca los mismos. Había, eso sí, un número muy cercano a siete en las partidas de asaltantes, pero posiblemente superaran (o no alcanzaran) ese número en ocasiones.
Se conocen en estos primeros años los nombres de la cuadrilla de Padilla: Antonio Padilla (su primer jefe, muerto a principios de 1815, posiblemente el conocido como Juan Palomo), Antonio Carillena, Rafael Malecho, Juan Romero Peña, Francisco Muños, Felipe Romero Molero, José Piña, Juan Alaya, Diego García Martín (El Hornerillo), y los conocidos como El Mesa, El Pintado y Carmona (o Carmonilla). Casi todos ellos de Écija o de los alrededores, fueron apresados (algunos enviados a penales de África) o muertos antes de 1816.


No obstante, las crónicas mencionan a siete míticos bandoleros al menos desde 1815 (según un documento procesal del Archivo Municipal de Osuna): Pablo Aroca Ojitos, sustituto de Padilla, “atractivo, sibilino, indómito y temerario”; Juan Antonio Gutiérrez, El Cojo; Diego Meléndez; Francisco Narejo, El Becerra; José Martínez, El Portugués; Antonio de Cegama (o de la Grama), El Fraile; y Salvador de la Fuente, Minos. También se tienen noticias de que José Ulloa, Tragabuches, cantaor, torero y contrabandista, perteneció a la banda en algún momento. Todos ellos “bravos por naturaleza, feroces por educación y desalmados por instinto” (Ramón Freire).
Finalmente, fueron apresados gracias a las recompensas que ofrecía la autoridad (hasta 11.000 reales de vellón se pagaron), y así tras ser condenados por “salteadores de caminos, incendiarios, asesinos, forzadores de vírgenes y mujeres honradas y otros delitos”, fueron ahorcados (o sufrieron garrote) entre 1817 y 1818; y “sus restos fueron descuartizados y repartidos por caminos, para que sirvieran como ejemplo” (Rafael Cerrato). Del único del que no se supo fue del Tragabuches, quien al parecer pudo huir, probablemente por su harto conocida ruta del contrabando de Gibraltar.
Hasta aquí la crónica de la España negra, de afrancesados y señoritos de cortijo, de mozos galanes y gitanas de tronío, que escribieron algunas de las páginas más folkloristas de nuestra historia. Hasta Prosper Mérimée (el escritor e historiador francés famoso en la segunda mitad del XIX) encontró en esta España el argumento perfecto para su Carmen.

Pero ¿fue solo folclore? El historiador Eric Hobsbawm vio en el bandolerismo mucho más que eso. Para él era una forma de respuesta social particular, de resistencia grupal de una determinada clase frente a un sistema (en este caso tanto al foráneo francés como al caciquil propio) que ni se preocupaba por ellos ni les representaba.
Pero no se trata de una respuesta revolucionaria, dice Hobsbawm, sino de una forma rápida y efectiva de mantener un orden considerado tradicional que protege al bandolero en una suerte de retroalimentación con el pueblo que le teme y le ensalza al mismo tiempo: “Los niños de Écija eran admirados, adorados por todos los habitantes de la tierra baja… su sangre era de la patria, y regaban continuamente el suelo con sangre enemiga… Necesario es confesar que estos buenos mozos se permitían excesos de todo género… Siete hombres solos tenían aterrada la baja Andalucía” (Manuel Fernández y González).
AlmaLeonor_LP