LA MAGDALENA, VERDADES Y MENTIRAS
La colección EL CÍRCULO DEL MISTERIO, dirigida por Óscar Fábrega y editada por Alberto Cerezuela (Circulo Rojo) a través de la editorial GUANTE BLANCO, presenta hoy día 29 de abril, el último de sus volúmenes publicados, LA MAGDALENA, VERDADES Y MENTIRAS, escrito por el mismo Óscar Fábrega, quien tuvo la amabilidad de pedirme que escribiese el PRÓLOGO.
La colección es una preciosidad de libros tipo bolsillo, con una edición exquisita y una imagen muy cuidada. Merece la pena acercarse a ella a través de la web de la editorial GUANTE BLANCO.
La presentación tendrá lugar hoy, día 29 de abril, a la misma hora de la publicación de esta entrada en HELICON, a las 18:30h. en la Feria del Libro de Almería. Todo el que pueda acercarse pasará un rato muy entretenido con la presentación de su autor. Y de paso, podrá comprar el libro… Aquí les presento el PRÓLOGO en absoluta primicia.
Difícil es no darse cuenta de la presencia de María Magdalena en el relato bíblico. Ella es una de las poquísimas mujeres, si no la única, que no se la menciona directamente vinculada a un varón, ya sea por mor de hija, madre o esposa de personaje (notable o no), sino libre de tutela masculina alguna. Una mujer visible que se une a la comitiva jesuítica (los doce apóstoles y todos los acompañantes recurrentes u ocasionales a lo largo de la vida de Jesús) por su propia voluntad, haciendo valer ante todos su presencia, aplomo, decisión, voluntad propia, testimonio e, incluso, su palabra, la de una «apóstol de apóstoles», como corresponde a la protagonista de uno de los evangelios apócrifos más misteriosos, el Evangelio de María.
Pero, por si a alguien se le hubiese pasado por alto, la historia de esta mujer venerada como santa en muchas localidades de Europa y una de las más representadas en la pintura e iconografía religiosa (y profana) desde la antigüedad hasta nuestros días, Óscar Fábrega se ha propuesto que no permanezcamos mucho más tiempo en esa ingrata oscuridad de verdades y mentiras. La obra que tienen en sus manos es, pues, la historia desvelada de María Magdalena, la apóstol, la mujer, la amante, la esposa, la santa, la diosa…
María Magdalena, o de Magdala, que este extremo también es analizado por Óscar Fábrega en el libro (convirtiéndola, de paso, en la primera viajera bíblica femenina), es una mujer que, en los Evangelios canónicos, prácticamente solo aparece mencionada en los episodios de la Pasión y Resurrección de Cristo, es decir, en los episodios capitales de la religión cristiana, los que justifican su exclusividad y sobre los que se funda toda la Iglesia católica desde el siglo I: la muerte y resurrección del hijo de Dios. Y ahí, en ese importante escenario, está María Magdalena. Uno de los testigos claves de ese crucial acontecimiento, si no el que más, pues el resto de los miróforos son su madre, las hermanas de Lázaro (que se supone ya habían presenciado una resurrección) y otras mujeres que en general son descritas como que «sostenían con sus bienes a Jesús», además de algún hombre. Pero ella, la Magdalena, recibe incluso unas palabras del Señor: Noli me tangere, no me toques, no me retengas, cree en mí y déjame ir.
La Iglesia católica de los Concilios y las exégesis bíblicas no se conformó con atribuir todos los males de la humanidad a una sola mujer, a la Eva pecadora panhumana, sino que trató también de que hubiese una relapsa, redimida finalmente por Jesús mismo, para reafirmar la consideración pecaminosa del sexo femenino. María Magdalena, acusada de prostitución y, por lo tanto, de adulterio, podía haber acabado apedreada por la muchedumbre según una ley cruel que se practicaba en su tiempo y que, en una vertiente mediática a través de las redes, parece que se siga practicando a día de hoy. Pero no le ocurrió tal cosa gracias, dice el libro sagrado, a que el mismísimo Jesús intercedió por ella. Ya saben, aquello de «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Mucho debió de amedrentar en aquel tiempo una sentencia semejante para producir ese efecto, pero, actualmente, dudo que lo hiciera tanto. El problema es que hoy nadie parece asumir que tenga un pecado que redimir y, por lo tanto, nadie se abstiene de arrojar esa primera piedra. Al menos, como digo, en el mundo virtual y mediático de las redes sociales. O tal vez también en el mundo real, si es sobre una mujer de lo que se trata lo juzgado.
A lo largo de la historia podemos constatar diferenciaciones sociales y de clase en prácticamente todas las culturas de las que se tiene noticia, pero en el caso femenino, a esa diferenciación habría que sumar una generalizada exclusión de género. Sin embargo, considerarlas hoy, por mor de esa consciente invisibilización de sus actos, como ajenas a los procesos de cambio social en la historia (también en la religión, con el claro ejemplo de una María Magdalena casi ninguneada en los escritos bíblicos), puede conducir a erróneas atribuciones. Las mujeres no son culpables de que su comportamiento fuese considerado transgresor e inmoral, como parece que se juzgaba entre sus compañeros de evangelización (sus enfrentamientos con Pedro son épicos) la actitud libre y decidida de la Magdalena. Eso supondría, en primer lugar, negar la externalización de las causas de esa discriminación femenina y, en segundo lugar, aceptar que el castigo, el de la lapidación, por ejemplo, estaría sobradamente justificado por sus propios actos como mujer.
Ni María Magdalena merecía una crueldad semejante por su vida anterior al encuentro con Jesús, si hemos de hacer caso a lo que se ha contado sobre ella, ni las conductas ilícitas y amorales de los que se atribuyen el derecho de arrojar la primera piedra después de un perdón divino deberían quedar sin castigo. Ella no era pecadora por ser mujer ni por amar. Otros sí que lo son por prostituir lo que llaman amor cuando quieren decir sumisión, sometimiento, abuso y silencio.
¡Muchas gracias a Oscar Fábrega por permitirme prologar esta estupenda obra! ¡Y mucha suerte, que sé que tendrás, en esa presentación!
AlmaLeonor_LP