«O como cuando Rita Hayworth interpretó en La dama de Shanghái (1947) el vértice amoroso de una relación triangular que casi evidenciaba su propia y asfixiante vida, la de su tormentoso y ya prácticamente finiquitado matrimonio con su segundo marido, Orson Welles. Fue el director, guionista, productor y protagonista del filme, una presencia agobiante y global, tal y como lo era él para Rita en su vida privada.»
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RITA HAYWORTH
(Margarita Carmen Cansino)
17 de octubre de 1918 – 14 de mayo de 1987
Érase una vez un sultán que capturó un león y resolvió guardarlo para su placer. Designó a un funcionario encargado de cuidar del animal, para cuyo sustento se había dispuesto, por orden del emperador, la entrega diaria de seis libras de carne. Inmediatamente el cuidador pensó que no se perjudicaba a nadie, si alimentaba a su mudo protegido con cuatro libras de carne, guardándose las dos restantes. Así lo hizo, hasta que poco a poco disminuyó la tersura y fuerza del león, de tal manera que llamó la atención del sultán: “Aquí ocurre algo extraño”, dijo éste. Y añadió: “Designaré un funcionario superior para tener la seguridad de que el primero cumple fielmente su deber”. Apenas realizado ese propósito, el guardián se dirigió a su superior y prontamente le convenció de que la carne estaría mucho mejor empleada quedándose ellos con el beneficio de dos libras en lugar de alimentar con ellas al león. Convinieron, pues, en guardar el secreto y repartirse la ganancia. Pero la golosina del robo no tardó en estimular el apetito del nuevo funcionario. Aconsejóse con su subordinado y les fue fácil llegar a la conclusión de que se podría reducir perfectamente la ración del león a tres libras diarias. Hambriento y consumido, el pobre animal languideció en su prisión, alarmándose el sultán más que antes. “Designaré a un tercer funcionario”, dijo, “para que vigile a los otros dos”. Y así se hizo. Pero aquellos solo esperaban su primera visita para explicarle la insensatez de malgastar seis libras diarias de carne para alimentar a un león, cuando sin ningún esfuerzo podrían quedarse con tres libras, una por cabeza. Bastaban pocas palabras para abrir su apetito, es más, no quiso reconocer razón alguna por la que no habrían de quitarse cuatro libras de la ración cotidiana de su pobre protegido. Explicó a sus colegas que el animal podía vivir perfectamente con dos libras al día, y caso contrario, no teniendo el don del habla, no podía tampoco quejarse a nadie ¿por qué iban, pues, a renunciar a su ganancia? De esa suerte, el león siguió padeciendo, casi muerto de hambre, despojado y saqueado por los guardianes que habían sido designados para cuidarle, pero que, cuanto mayor era su número, más padecimientos le causaron.
Tradición de los Fellatas (tribu nómada descendientes de africanos, instalados hoy en Sudán). Egipto, siglo XIX.