MILÁN
Imagen: Laura Hol
Milán es una gran ciudad de muchos miles de habitantes ahogada en una pestilencia desoladora. Una ciudad con una humedad que corroe los huesos. Una ciudad con una sed de protagonismo que se respira a todas horas. Una ciudad con el ambiente cargado y asfixiado. Una ciudad construida en medio de una espesa red de canales abiertos para regar la llanura del Po, con una actividad económica importantísima y delineada por una silueta mágica y perturbadora, justo en el contacto de las colinas y las bajas terrazas, punto de convergencia de grandes rutas trasalpinas, la del Simplón, la de San Gotardo, la de Malora, la de Brennero. Eso por no hablar de los colores. Unos colores que se transforman camaleónicamente cuando cambia la mirada, el sentido y la profundidad del corazón. Siempre alumbrada por el reflejo, casi lunar, de la riqueza y magnificencia de la Corte, del recuerdo de los Sforza, de la lluvia negra del oropel, de los ojos marrones de la tierra… Y siempre el agua por todos los rincones de la ciudad. El agua y el color.