Defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos…
Defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar…
…y también de la alegría. Mario Benedetti.
¡Por un año en el que solo nos tengamos que preocupar de una cosa… de defender la alegría! AlmaLeonor_LP
¿Cómo llegamos aquí?
Estamos desechados en una orilla solitaria.
Puedo ver en tus ojos, querida
Es difícil tomar un momento más
Tenemos que
Quema los barcos, corta los lazos.
Envía un destello a la noche
Di una oración, cambia la marea
Seca tus lágrimas y despídete
Entra en un nuevo día
Podemos levantarnos del polvo y alejarnos.
Podemos bailar sobre nuestra angustia, sí
Así que enciende un fósforo, deja el pasado, quema los barcos.
Y no mires atrás
No dejes que te detenga
Este miedo, este miedo a caer de nuevo.
Y si necesitas un refugio.
Estaré aquí hasta el final.
Oh, es hora de
Quema los barcos, corta los lazos.
Envía un destello a la noche
Di una oración, cambia la marea
Seca tus lágrimas y despídete
Entra en un nuevo día
Podemos levantarnos del polvo y alejarnos.
Podemos…
Tanto tiempo para avergonzar, caminar a través del dolor
Fuera del fuego hacia mañana
Así que tirar las pastillas, enfrentar el miedo
Siente el peso desaparecer
Venimos limpios, nacemos de nuevo
Nuestros esperanzados pulmones pueden volver a respirar
Oh! Podemos respirar de nuevo
Entra en un nuevo día
Podemos levantarnos del polvo y alejarnos
Podemos bailar sobre nuestra angustia, sí
Enciende un fósforo, deja el pasado, quema los barcos
Y no mires atrás.
PARA ESTE NUEVO AÑO 2019 LES DESEO TODA LA FELICIDAD DEL MUNDO…
…PERO ENTREN EN EL NUEVO AÑO SIN COMPLEJOS, SIN ATADURAS, SIN DOLOR, SIN REMORDIMIENTOS, SIN AÑORANZAS, SIN VUELTA ATRÁS… HAY QUE QUEMAR LAS NAVES, EMPEZAR DE NUEVO… TODOS. PODEMOS HACERLO Y ATISBAR LA FELICIDAD.
Imagen: Georgia O’Keeffe, «Nudes», serie VIII (1917).
Es de vidrio la mujer;
Pero no se ha de probar
Si se puede o no quebrar,
Porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse,
Y no es cordura ponerse
A peligro de romperse
Lo que no puede soldarse.
Y en esta opinión estén
Todos, y en razón la fundo;
que si hay Dánaes* en el mundo,
Hay pluvias de oro también.
Miguel de Cervantes
«El Quijote«, 2ª parte, Capitulo XXXIII Cervantes Virtual.
El día Azul
(30 de diciembre de 2018)
*Dánae era, en la mitología griega, la madre de Perseo, hijo de Zeus. Ella era hija de Acrisio, rey de Argos, quien desesperado por no tener hijos varones consultó a un oráculo quien le dijo que sería asesinado por el hijo de su hija Danae. Para que esta no concibiera la encerró en una celda de bronce. Pero el libidinoso Zeus, enamorado de la joven, se introdujo en la celda en forma de una lluvia dorada y la dejó embarazada naciendo Perseo, quien, años más tarde, acabaría con la vida de su abuelo Acrisio.
Quince años después de establecida la paz en Versalles, Uruguay entró en posesión de un fino secreto militar. Era un invento tan simple en sus efectos, tan barato en su construcción, que no cabía la menor duda que permitiría a Uruguay sojuzgar a todas las demás naciones de la Tierra. Naturalmente los dos o tres hombres de estado que sabían de él tuvieron visiones de grandeza; y aunque no había nada en la historia que indicara que un país grande fuera algo más feliz que uno pequeño, estaban muy ansiosos por llevarlo a cabo.
El inventor del dispositivo era un recepcionista de un hotel de Montevideo llamado Martín Casablanca. Había tenido la idea en cuestión durante la campaña de mayorazgo de 1933 en la ciudad de Nueva York, donde se encontraba atendiendo una convención realizada en un hotel.
Un atardecer de noviembre, poco antes de la elección, vagando por el distrito de Broadway llegó a toparse con un evento público. Una plataforma había sido erigida en la marquesina de uno de los teatros, y en un intervalo entre discursos un joven frío, envuelto en un abrigo, cantaba frente a un micrófono. «Gracias», cantaba sentimentalmente, «por todas las bellas delicias que he encontrado en tu abrazo…» La inflexión de las palabras de amor era la de una voz que murmura, pero el volumen del sonido amplificado era enorme; se transmitía por cuadras, en lo profundo de las filas del electorado.
El uruguayo hizo una pausa. No le eran desconocidas las delicias de un abrazo amoroso, pero en su experiencia habían sido de una intensidad menor, más íntima, concentrada. Este sonido relajado, público, tuvo un curioso efecto en él. «Y gracias por las inolvidables noches que nunca podré reemplazar…» El público se balanceaba junto a él.
En el resplandeciente rincón de la apiñada prensa de cuerpos, el retumbar dominante del cantante melódico lo chocó repentinamente y se tornó por unos segundos, como luego se diera cuenta, en un hombre loco. Las caras, las máscaras, el aire frío, las luces de los anuncios publicitarios, el ascendente vapor de la colosal taza de café A & P sobre la Calle 47, todo se agregaba a su encantamiento y su desequilibrio.
De todos modos, al partir y alejarse de Times Square y de los viscosos sonidos de ese gran abrazo de amor, éste era el pensamiento que habitaba su cabeza: »Si me sacó de mis cabales oír un canturreo suave apenas amplificado, ¿qué no me podría hacer, escuchar un sonido mucho más alto y amplificado?»
El Sr. Casablanca se detuvo. «¡Buen Cristo!», se susurró a sí mismo; y su propio susurro lo aterrorizó, como si también hubiera sido amplificado.
Abandonando su convención, partió hacia Uruguay a la tarde siguiente. Diez meses después había perfeccionado y entregado a su gobierno una máquina de guerra única en la historia: un avión radio-controlado llevando un fonógrafo eléctrico con una bocina aerodinámica retractable.
Casablanca había encontrado al tenor más potente de Uruguay y grabado la estrofa que había oído en Times Square. «Gracias», gritaba el tenor, «por inolvidables noches que nunca podré reemplazar…». Casablanca se encargó de aumentarlo ciento cincuenta veces y manipuló la grabación de tal manera que repitiera la frase eternamente. Su teoría era que un escuadrón de aviones sin pilotar, esparciendo estos sonidos interminables sobre territorios extranjeros reduciría inmediatamente a la población a la locura. Luego Uruguay, sin prisa, podía enviar su armada, dominar a los idiotizados y anexionar las tierras. Era una perspectiva más que atractiva.
El mundo estaba siendo arrastrado en esos momentos a una fase nacionalista. Los increíbles cánceres de la Guerra Mundial habían sido olvidados, los armamentos eran reconstruídos, el odio y el miedo se asentaban en cada ciudadela. La Convención de Ginebra había sido prolongada, pero sólo a fuerza de mudar el centro del desarme a una ciudad amurallada en una isla neutral y separar a los delegados en los destructores preparados de sus respectivos países. El Congreso de los Estados Unidos se había apropiado otro ciento de millones de dólares para su programa naval; Alemania había expulsado a los judíos y remoldeado el acero de sus cascos en forma más firme; el mundo volvía a vivir el prólogo de 1914.
Uruguay aguardó hasta que creyó que el momento era justo, luego atacó. Sobre los plácidos hemisferios, a la noche, se apresuraron veloces y fulgurantes aeroplanos, y así cayó sobre todo el planeta, excepto Uruguay, un sonido cuyo igual no había sido oído jamás en tierra o mar.
El efecto fue tal cual había sido predicho por Casablanca. En cuarenta y ocho horas los pueblos estaban perdidamente locos, destrozados por un ruido inerradicable, oídos deshechos, mentes errantes. Ninguna defensa había sido posible, ya que al minuto en que alguien se ponía al alcance del sonido, perdía su cordura y, al estar ido, demostraba ser inútil militarmente.
Luego de haber pasado los aviones, la vida continuó en gran parte como antes, excepto por el hecho de que era más segura al haber desaparecido la cordura. Nadie podía oír nada, salvo el ruido en su propia cabeza.
En el momento preciso en que la población había sido alcanzada por el ruido, se habían sucedido algunos incidentes bastante divertidos. Una señora de West Philadelphia resultó estar hablando con su carnicero por teléfono. «Gracias», acababa de decir, «por aceptar la devolución de ese filete en mal estado ayer. Y gracias», agregó mientras el avión sobrevolaba, «por inolvidables noches que nunca podré reemplazar». Operadores de linotipo en sus talleres cortaron en medio de las oraciones, como el que se hallaba armando una historia sobre un almirante en San Pedro:
«Estoy tremendamente agradecido a todas las damas de San Pedro por la maravillosa hospitalidad que demostraron con los hombres de la flota durante nuestras recientes maniobras, y gracias por inolvidables noches que nunca podré reemplazar y gracias por inolvidables noches que nun…»
A toda apariencia la conquista de la Tierra por Uruguay era completa. Aún restaba, por supuesto, la ocupación formal por sus fuerzas armadas. Que sus tropas, en completa posesión de sus facultades, podían establecer su supremacía entre idiotas no se dudó ni un instante. Presumían que al no haber nada sino locura por combatir, la ocupación sería confortablemente estimulante y disfrutable. Suponían que sus locos enemigos harían algunas cosas bastante divertidas y pintorescas con sus acorazados y tanques, y luego se rendirían. Lo que fallaron en anticipar fue que sus enemigos, estando idos, no tenían intención de hacer la guerra en absoluto.
La ocupación resultó ser singularmente incruenta y poco vistosa. Por ejemplo, un destacamento de sus tropas aterrizó en Nueva York y se estableció en el edificio RKO, que se hallaba bastante vacío entonces, y no fueron más notorios en el pueblo que los Caballeros de Pythias (Orden fundada en 1864 para promover la amistad y la benevolencia entre los hombres). Uno de sus acorazados avanzó hacia Inglaterra y el oficial a cargo se enfureció tanto cuando ningún barco hostil salió a enfrentarlo que envió un radio-mensaje (que por supuesto nadie en Inglaterra escuchó): «¡Salgan, ratas cobardes!»
Fue la misma historia en todos lados. La supremacía de Uruguay nunca fue desafiada por sus tontos súbditos, y no fue casi advertida. Territorialmente su conquista fue magnífica; políticamente fue un fiasco. Los pueblos del mundo prestaron muy poca atención a los uruguayos y los uruguayos, por su parte, se hastiaron con muchos de sus dominados, en especial con los lituanos, a quienes no podían soportar. En todos lados seres locos vivían felizmente como niños, en sus cabezas el viejo refrán: «Y gracias por inolvidables noches…». Billones vivían satisfechos en un paraíso de tontos. La Tierra era generosa y había paz y plenitud. Uruguay contemplaba sus vastos dominios y veía como el suceso entero perdía autenticidad.
No fue hasta años después, cuando los descendientes de algunos de los primeros americanos idiotizados crecieron y recuperaron sus sentidos, que hubo un retorno generalizado de la cordura en el mundo; las fuerzas aéreas y terrestres restablecieron su poderío bélico, y se dio inicio a la vengativa lucha que con el tiempo involucró a todas las razas de la Tierra, arrasó Uruguay y destruyó la humanidad sin dejar rastros.
De vez en cuando la vida
nos besa en la boca
y a colores se despliega
como un atlas,
nos pasea por las calles
en volandas,
y nos sentimos en buenas manos;
se hace de nuestra medida,
toma nuestro paso
y saca un conejo de la vieja chistera
y uno es feliz como un niño
cuando sale de la escuela.
De vez en cuando la vida
toma conmigo café
y está tan bonita que
da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita
a salir con ella a escena.
De vez en cuando la vida
se nos brinda en cueros
y nos regala un sueño
tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas
por no romper el hechizo.
De vez en cuando la vida
afina con el pincel:
se nos eriza la piel
y faltan palabras
para nombrar lo que ofrece
a los que saben usarla.
De vez en cuando la vida
nos gasta una broma
y nos despertamos
sin saber qué pasa,
chupando un palo sentados
sobre una calabaza.
«Por último, no han de ser tolerados en modo alguno aquellos que nieguen la existencia de Dios. Las promesas, los pactos y juramentos, que son los lazos que unen a la sociedad, no significan nada para el ateo. Al apartarse de Dios, aun en su espíritu, se disgrega todo. Asimismo, aquellos que no creen en nada, al socavar y destruir toda religión, no pueden tener pretexto religioso alguno para pretender e! privilegio de la tolerancia».
Es posible que resulte hasta irreverente hablar de El Juicio Final en el día en el que se conmemora el supuesto nacimiento de Cristo, el 25 de diciembre, pero es que tiene mucho que ver, créanme.
En el ábside de la Capilla Sixitina de la ciudad de El Vaticano se encuentra una de las obras más polémicas de Miguel Angel (Michelangelo Buonarroti, 1475-1564), el fresco de El Juicio Final, también llamado El Juicio Universal, que empezó a pintar 25 años después de acabar los frescos de la bóveda de la capilla y que fue abierto al público un día como hoy, 25 de diciembre de 1541, el día de Navidad.
Si frente al Juicio Universal quedamos deslumbrados ante el esplendor y susto, admirando por una parte los cuerpos glorificados y, por la otra, aquellos sometidos a la condena eterna, comprendemos también que toda la visión está profundamente impregnada de una sola luz y de una sola lógica artística: la luz y la lógica de la fe que la Iglesia proclama al confesar: Creo en un solo Dios… creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles (Homilía pronunciada por Juan Pablo II el 8 de abril de 1994).
Pese a estas palabras conciliadoras del papa Juan Pablo II, el Juicio Final estuvo envuelto en la polémica desde los inicios, pues se le encarga a Miguel Ángel que pintara sobre unos frescos ya existentes en el altar, obra de Perugino (Pietro di Cristoforo Vanucci, 1448-1523), que quedaron ocultos. Además, inicialmente, el papa Clemente VII le pidió que pintara «La caída de los ángeles rebeldes«, pero, tras su muerte, su sucesor Paulo III, fue quien le encarga la definitiva escena del Juicio Final.
Detalle de Jesucristo como figura central, con su madre María a su lado.
Miguel Ángel, artista muy metódico y personalista, empezó a elaborar el Juicio Final en 1536 y no lo termina hasta 1541. Basándose en el Apocalipsis de San Juan, el centro de la composición está ocupado por Cristo, pero un Cristo con gesto enérgico y hasta hostil, evidenciado aún más por la actitud sumisa y timorata de su madre, María, situada a su lado. Cristo está separando los justos de los pecadores, según aparecen sus nombres en los libros de la vida y la muerte, portados por los ángeles con sus trompetas, tal y como se relata en el Apocalipsis de San Juan.
El juicio ante el gran trono blanco. Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego (20:11-15).
«Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas»(8:2)
Pero su composición no gustó mucho a sus santidades por la proliferación exhibicionista, a su juicio, de desnudos. Eran cuerpos rotundos, exultantes, dotados de la característica terribilitá o fuerza sobrehumana de Miguel Ángel, que incluso llegó a retratarse en la figura de San Bartolomé, quien porta su propia piel en la mano, símbolo de su martirio (desollado).
Otros santos son reconocibles alrededor de la figura central, pues Miguel Ángel colocó en sus manos algún símbolo que los identifica, habitualmente relacionado con su martirio. Así, San Pedroporta las llaves del Reino, San Andrés sostiene una cruz en forma de «X», San Sebastián agarra con fuerza las flechas de su martirio, San Lorenzo sostiene la parrilla, San Blas lleva en su mano los dos rastrillos de carda de su martirio y hasta Santa Catalina, usa la rueda de púas de su martirio para evitar el paso a los pecadores que intentan llegar al Cielo. Finalmente, San Pablo, al lado de Pedro, es reconocido por su barba gris y su aspecto ceñudo.
Todas las escenas están rodeadas por una multitud de personajes, todos ellos desnudos o semi-desnudos (e incluso en escenas casi comprometedoras) unos al lado derecho de Cristo, los que ascienden al cielo, y a la izquierda los condenados que bajan a las tinieblas, algunos de los cuales se encuentran encima de la barca de Caronte.
Entre los que descenderán a los infiernos, en la parte inferior derecha de la escena, se encuentra una figura demoníaca, Minos, el rey del Infierno, también desnudo, con orejas de burro y una serpiente enroscada a su cuerpo. Miguel Ángel le dibuja con los rasgos faciales de Biaggio de Cesana, maestro de ceremonias, quien había mandado cubrir las «verguenzas» de las santas figuras con hojas de parra y paños de pureza. El trabajo fue realizado por Daniele da Volterra (1509-1566), un discípulo de Miguel Ángel, a quien se le terminaría por apodar el «Braghettone» (Pintacalzones), y murió sin acabar el encargo.
El enfado del artista fue monumental pues los pintaron al oleo y no se podían borrar sin estropear su propia obra. Dicen que el de Cesana se dirigió al mismísimo papa Paulo III para que este ordenara a Miguel Ángel retirarle del mural, pero el papa, seguramente complacido con la representación del prelado, le respondió muy a la manera papal…
«Querido hijo mío, si el pintor te hubiese puesto en el purgatorio, podría sacarte, pues hasta allí llega mi poder; pero estás en el infierno y me es imposible. Nulla est redemptio.»
Una última jugada de Miguel Ángel es que el Juicio Final está sobre el altar de la capilla y es inevitable que durante la celebración de la liturgia, el sacerdote, al dirigir su mirada hacia el crucifijo del altar, tiene que mirar, inevitablemente, hacia la puerta que da acceso al Infierno…
Todas las artes, todas las indagaciones metódicas del espíritu, lo mismo que todos nuestros actos y todas nuestras determinaciones morales, tienen al parecer siempre por mira algún bien que deseamos conseguir; y por esta razón ha sido exactamente definido el bien, cuando se ha dicho, que es el objeto de todas nuestras aspiraciones… El bien es el fin de todas las acciones del hombre.
Imagen: «Invierno» (1573), de Giuseppe Arcimboldo (1527-1593)
Hubo un gran desfile, como un cortejo de lo suprahumano. Las Estaciones y los Elementos eran los principales protagonistas de aquel (borroso); y, junto a ellos, los más altos personajes de la corte y de la Casa Imperial vestidos con modelos diseñados expresamente para aquella fiesta y que remitían constantemente a mis pinturas. Allí estaban Maximiliano, sus hijas, sus hijos Ernesto y Rodolfo, los archiduques Matías, Fernando y Carlos… A cada personaje le correspondía un sitio en el desfile alegórico y todos se ponían bajo la tutela de Maximiliano II, representado con los rasgos del INVIERNO, la estación reina por excelencia, caput anni de los antiguos, el verdadero eje del Tiempo, es decir del Imperio, del Universo…