WINTER IS HERE
Con el inicio del invierno se producía la llegada de los deshollinadores a Valladolid. El deshollinamiento era labor de niños piamonteses, el mayor, de diez años.
Acompañados de sus padres, se presentaban en las casas por la mañana temprano, y cuando todavía no se había encendido lumbre; uno de aquellos pequeños subía gateando, cañón arriba de las chimeneas, para reconocer si el hollín era de mucho espesor; hecho el reconocimiento, descendía, y se ajustaba el precio de la faena, en dos o tres reales.
Terminado este preliminar, se descalzaba el deshollinador niño; se ponía un mandil de cuero negro, deque iba provisto y que rodeaba todo su cuerpo; cogía en cada mano un rascador de hierro para arrancar el hollín, y ¡ala! —o ¡hala!— se encaramaba, apoyándose en la espalda y en los pies, contra las paredes de la chimenea, hasta llegar a lo más alto del cañón.
Desde allí, daba comienzo a la rasqueta y a arrojar al fogón las placas de hollín; a medida que iba deshollinando, se deslizaba hacia abajo, hasta que la chimenea quedaba sin las adherencias producidas por el humo. Había chimeneas, en que la capa de hollín estaba tan endurecida, que resistía a la acción del rascador; para ablandarla, volvía a trepar il bambino savoiano spazzamino, con un cubo lleno de agua, y a fuerza de rociaduras, dejaba limpia de hollín la chimenea, pero ennegrecida.
Vuelta a bajar, y entonces preguntaba a la dueña de la casa:
—Signora, ¿volete imbiancare?
Si era contestado afirmativamente, hacía una lechada de yeso o de cal, que llevaba a prevención, y arriba otra vez, hasta dejar la chimenea… Bianca al par di nevé alpina, Como dice una frase del primo alto de Gli Ugonotli, la inspiradísima ópera de Meyerbeer. II imbiancamento, costaba una peseta o seis reales, y la chimenea, con tales operaciones, había quedado asegurada de incendios, hasta otro invierno, en que volvía la tropa piamontesa, con sus chiquillos, sus osos, sus monos, para hacerlos bailar, chiquillos, inclusive, en el corralón descrito en otro artículo, y en las calles y plazas de Valladolid, al son de la cornamusa.
Olvidaba decir, que los pequeños deshollinadores —Spazzamini— cuando descendían de las chimeneas, parecían negritos de Angola, y si habían blanqueado —imbiancato— resultando figuritas, de mucho clarooscuro, o como dijo el festivo Villergas, en su Sarmenticidio: «eran de gusto gris, mulato puro, es decir, medio blancos, medio negros».
De los deshollinadores, que prestaban un servicio invernal en las casas de Valladolid, por los años 1830 a 34, paso a los criados de servir, cuyas funciones eran permanentes. Estos «enemigos pagados», según la frase de las señoras de aquellos tiempos, eran, generalmente, el criado, la criada «para todo», la cocinera, la doncella y la rolla, donde había niños (pag. 129 y ss.)
Badajoz-Julio de 1894.
José Ortega Zapata
«Solaces de un vallisoletano setentón. El Valladolid de 1830 a 1835»
(Publicado en El Norte de Castilla el 21 de septiembre de 1894)
Hoy, 21 de Diciembre de 2018, justo cuando se publica este post, a las 23h 23m, hora oficial peninsular, THE WINTER IS HERE.