SERENDIPIA

La palabra SERENDIPIA, que hemos importado del inglés serendipity, hace alusión a un «descubrimiento o un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental, casual o por destino, o cuando se está buscando una cosa distinta«. Es decir, una casualidad bienvenida.
Esta palabra, serendipity, fue acuñada en el siglo XVIII por el inglés Horace Walpole (1717-1797), un escritor e intelectual inglés (suya es la obra de terror gótico «El Castillo de Otranto», de 1764), primo de Horatio Nelson, que además fue político en su tiempo y un conocido e innovador arquitecto. Entre sus escritos se encuentran una serie de cartas en las que fue desgranando buena parte de la forma de vida e intelectualidad de la aristocracia británica del XVIII, algunos de ellos personajes de importancia mundial. Pues bien, en una de esas cartas, del 28 de enero de 1754, Walpole menciona la palabra serendipity, que dijo haber leído en una fábula siria titulada Los Tres Príncipes de Serendip (The Three Princes of Serendip). Este relato fue conocido en Inglaterra gracias al libro «Peregrinaggio di tre giovani figluoli del re di Serendippo», publicado en Venecia en 1557 por Michele Tramezzino y traducido por Christoforo Armeno. A su vez, en ese libro italiano se recogía el cuento de los príncipes de Serendip según aparecía en la obra en verso de 1302 «Hasht Bihist» (Ocho paraísos) del poeta y músico sufí, Jursan Amir (1253–1325), también conocido como Amīr Khusrow.
En Francia, y de paso en toda Europa continental, el cuento se va a conocer de la mano de Voltaire, quien lo incluyó en su novela filosófico-detectivesca «Zadig» (1747), , aunque esta vez sustituye el camello del cuento original por un camello, un caballo y un perro. Cuenta la historia del joven Zadig, un filósofo de la antigua Babilonia, que se ve envuelto en una serie de avatares negativos con los que va poner a prueba toda su habilidad intuitiva y acaba encontrando sabiduría, pero que concluye con que la vida está predestinada. Por cierto, que muchas de las desgracias del guapo Zadig tienen que ver con las mujeres… viniendo de Voltaire no es de extrañar. En todo caso el libro está lleno de alusiones a los problemas sociales y políticos de la época siempre tratados bajo la óptica de su autor, claro. El célebre científico Thomas Henry Huxley (1825-1895), defensor a ultranza de Darwin y su teoría de la evolución (era conocido como el «bulldog» de Darwin), y abuelo del no menos célebre Aldous Huxley, fue el primero que se fijó en esta novela de Voltaire y bautizó como «método Zadig» en ciencia, el hecho de obtener conocimientos a partir de «serendipias» y casualidades, porque todo hecho, o a eso se refiere todo esto, no se da porque sí, sino porque siempre hay una causa o causas que lo producen. Encontrarlas, a veces, es fruto de una coincidencia, pero siempre existen.
Volviendo al cuento, Serendip era el antiguo nombre persa de la actual isla de SriLanka (llamada antes Ceilan), y en ella, los tres príncipes del título acaban dando una solución sorprendentemente creativa a un problema con el que se encuentran en su camino a causa de un camello, gracias a una sucesión de casualidades. Hay muchas versiones del relato, pero una podría ser la siguiente (obtenida de Yorokobu, por Eduardo Sáez de Cabezón)…
Hace mucho tiempo, vivió en Serendip, en el Lejano Oriente, un poderoso rey llamado Giaffar. Tenía tres hijos a los que amaba profundamente. El rey les dio la más delicada educación para que acompañaran a su poder todas las virtudes que son necesarias a un príncipe. Fueron adornados con la sabiduría y la maestría en las artes y alcanzaron el dominio de todas las ciencias. Aun así, su padre pensó que la sabiduría de los príncipes no estaría completa hasta que no caminaran por el mundo y conocieran a sus gentes, así que les hizo emprender un viaje.

En su camino se toparon con las huellas de un camello, a la vista de las cuales supieron deducir que el animal estaba cojo, ciego de un ojo, le faltaba un diente, llevaba a cuestas una mujer embarazada y, además, acarreaba miel en un lado y mantequilla en el otro. Poco después, un mercader que había perdido el camello, les preguntó por él, y ante la respuesta tan meticulosa de los tres príncipes, los acusó de habérselo robado.
Los príncipes fueron llevados a presencia del emperador Beramo. Este les preguntó cómo pudieron saber con exactitud tantas cosas sobre el camello sin haberlo visto nunca y ellos le refirieron sus deducciones: El camello había comido hierba del lado del camino en que esta era menos verde, así que debía haber sido ciego de un ojo. Había a lo largo del recorrido montoncitos de hierba masticada, del tamaño del diente de un camello, que debieron caer por el hueco del diente que le faltaba a éste.
Las huellas mostraban que arrastraba una pata, así que debía de ser cojo. Había hormigas en un lado del camino, atraídas por la mantequilla derretida, y moscas en el otro, comiendo la miel derramada. Junto a las huellas del lugar en que el camello se había arrodillado, estaban las de unos pies y, junto a ellos, orina de una mujer. Había también huellas de manos, por lo que supusieron que la mujer estaba embarazada y tuvo que apoyarse en sus manos al orinar. El juicio se vio interrumpido por el anuncio de que el camello había sido encontrado. El emperador Beramo, encantado por la sabiduría de los tres hermanos, los despidió colmándolos de regalos y ellos siguieron sus aventuras.
Al lado de los príncipes de Serendip y del propio Zadig, creo que Sherlock Holmes quedaría empequeñecido…
AlmaLeonor_LP