RESTAURACIONES O LA PARADOJA DE TESEO

RESTAURACIONES O LA PARADOJA DE TESEO

Imagen: «El Barco de la Aventura (1927), Paul Klee

Se preguntaba Plutarco con esta leyenda sobre el Barco de Teseo, si seguiría siendo el monumento original una vez “restauradas” sus piezas una a una, o si ya sería otro… Esta es la historia que contaba…

«El barco en el cual volvieron (desde Creta) Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era.»

Sobre esta paradoja se ha escrito mucho y se ha llegado a preguntar, incluso, que si se diera el caso de construir otro barco con las piezas sustituidas del primero, si ese segundo sería más original que el original o si no lo era ninguno… el caso es que esta historia me sirve para introducir un tema sobre el que quería hablar, las restauraciones de monumentos y obras de arte.

Imagen: Base de columna _jónica del Pórtico Norte del Templo del Erechtheion en la Acrópolis de Atenas (Grecia). Walter Hege (1893-1985)

Hay cierta fricción entre quienes son partidarios de restaurar completamente una obra de arte o un monumento y reconstruirlo hasta dejarlo como se concibió en un principio, o no restaurarlo y conservarlo como lo hemos conocido en un tiempo actual. Ejemplos hay muchos, y el que más me viene a la memoria es la restauración de la ciudad de Carcassona (Francia), conjunto arquitectónico medieval restaurado por Eugène Viollet-le-Duc (1814-1879) en el siglo XIX y declarado en 1997 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Francia es uno de los lugares donde más patrimonio nacional se ha restaurado, y no solo por el cliché chauvinista que se les atribuye. Este país dotó de una ley nacional (nº 62-903 de 4 de agosto de 1962, llamada Ley Malraux) a la restauración del patrimonio histórico y estético de Francia con el fin de facilitar su restauración.

Sarlat-la-Caneda. Fotografía propia.

Una de las primeras localidades beneficiadas de esta ley fue Sarlat-La-Canéda, capital del Perigord Noir y uno de los lugares más bonitos de Francia, escenario de varios filmes de temática histórica (también Carcassona lo ha sido), como “Los Duelistas” (1977) de Ridley Scott, “Juana de Arco” (1999) de Luc Besson, “Los Miserables” (1982) de Robert Hossein o “La Hija de D’Artagnan” (1994), de Bertrand Tavernier. Antes de la puesta en marcha de esa ley  también fue restaurada la ciudad intramuros de Saint-Malo en la Bretaña. Este enclave, antigua ciudad galorromana de Aleth, que llegó a ser una República independiente de Francia en 1590 durante cuatro años, terminó por deteriorarse con el tiempo y resultó casi totalmente destruida durante la Segunda Guerra Mundial. Su restauración, “historizada”, pero no “idéntica”, se inicia en 1948 y duró hasta 1953 siempre con polémica por la introducción de modernidades impropias de su espíritu original. Sin embargo hoy está considerada como una restauración ejemplar, como también se consideran los otros dos enclaves señalados.

Resultado de imagen de venus y marte berlusconi
Imagen: El Mundo.

Pero no todos han tenido la misma suerte. Por ejemplo, se sabe que en el año 2010 el afamado Silvio Berlusconi, a la sazón, primer ministro de Italia entonces, se hizo llevar (por graciosa cesión de un museo) a su residencia oficial, el Palacio Chigi, unas estatuas que representaban a Marte y Venus datadas del siglo II. Como estaban algo deterioradas (faltaba una mano de ambos y el pene de Marte) las mandó “restaurar” sin hacer ningún tipo de estudio previo y sin seguir los parámetros debidos en este tipo de recuperaciones. Ni que decir tiene que el resultado fue nefasto aunque se mostrases “completas” y hoy, vuelven a verse tal y como se encontraron originalmente. Otro ejemplo parecidos fue el caso del pegamento Epoxi utilizado sin mesura ninguna en la perilla de la cabeza de Tutankamón, desprendida, precisamente, durante una restauración. Este tipo de “restauraciones” tan peregrinas han sido emprendidas a veces por personas sin preparación ni escrúpulos y que, desde el desafortunado incidente del Ecce Homo de Borja, parecen buscar más una repercusión mediática que una auténtica recuperación del patrimonio. Así, hemos conocido la barbarie perpetrada en Estella (Navarra) en una talla de san Jorge del siglo XVI (en la iglesia de San Miguel) y al que le han “subido los colores” muy ostensiblemente, o la polémica restauración del Castillo de Matrera de Villamartín (Cádiz), que, para más inri, ha sido premiada en dos ocasiones.  En fin, hay muchos más ejemplos de este tipo de “actuaciones” en pro del arte y el patrimonio que más parecen “atentar” contra él, por mucho que tengan un permiso oficial, como ha ocurrido en Valencia cuando la Generalitar ha autorizado un grafiti en el interior de un convento del siglo XIII.  Hoy, hasta un youtuber restaurador (eso sí, un restaurador reconocido) ofrece muestras virtuales de cómo hacerlo (y con gran éxito de público además) lo que ha despertado toda una oleada de críticas y detractores.

Imagen: National Geographic

Aunque no todo va a ser tan negativo, por ejemplo, en la restauración del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, es unánime la impresión de haber realizado un trabajo ejemplar aunque la paradoja de Teseo podría aplicarse tanto para una restauración fallida como para una restauración exitosa. El caso es que se realiza una “intervención” sobre un elemento original y antiguo en el tiempo.

Hace poco tiempo encontré una noticia acerca de la recuperación del color original de las cariátides griegas, que me han llevado a escribir este artículo. El presidente del Museo de la Acrópolis, Dimitrios Pandermalis defendía así el trabajo de restauración:

“Las Cariátides han sufrido incendios, guerras, bombardeos y otros desastres, asegura. En los años 70 fueron llevadas al antiguo Museo de la Acrópolis. Allí fueron instaladas en una sala especial para su conservación. Más tarde fueron trasladadas al nuevo museo. Ahora los visitantes pueden admirar no solo las esculturas sino también la innovadora técnica que utilizamos para limpiarlas y restaurarlas”.

Imagen: Viajeros decimonónicos contemplan las cariátides originales.

Tras la restauración las cariátides de la Acrópolis aparecen blancas, “limpias”, casi no se distinguen las líneas trazadas con el cincel al carecer de sombras que las remarquen.  Me preguntaba entonces si esta intervención sería lo más correcto. Aunque ya sabemos que la antigua estatuaria griega poseía una exuberante gama de colores que se han perdido,  no me imagino un arte tan excelente con unos colores tan simples y unas líneas tan poco definidas. Por eso me pregunto a veces si estas estatuas, que estaban pensadas para ser colocadas en el exterior, no se esculpirían ya con la intención de que la acumulación de polvo por el paso del tiempo creara efectos de luces y sombras que dotaran de mayor viveza y carácter a la obra.

Imagen: Cariátide en proceso de restauración

De acuerdo que hoy en día estatuas y fachadas de edificios se ven amenazados por nuevos parásitos y nuevos componentes de “suciedad” derivados de la combustión de los automóviles, la polución urbana y la contaminación, pero aun así, creo que un “pulido” completo de la pieza, así como un “coloreado” exhaustivo de la misma, no puede responder a la belleza tantas veces representada y tantas veces buscada en el arte griego y, por extensión, también romano y medieval.

Imagen: «El Coliseo»(1746) Giovanni Paolo Panini

Son muchas las voces que claman contra una posible restauración completa de sitios como el Partenón griego o el Coliseo Romano. Son lugares hoy considerados monumentos nacionales y patrimonio de la humanidad de la UNESCO, pero que en su día se construyeron como edificios civiles. No monumentos. El Coliseo, por ejemplo, era el Anfiteatro Flavio y el nombre con el que le conocemos hoy se debe a la ubicación en sus inmediaciones de una estatua, el “Coloso de Nerón” que se ha perdido. El  Coliseo también ha sido recientemente restaurado (con polémica) y luce hoy una nueva cara más “limpia” aunque, insisto, aparece, casi, carente de carácter. El gobierno italiano se está replanteando, incluso, recuperar la “arena” del Coliseo para dedicar el espacio a actividades culturales.

¿Tiene sentido volver a reconstruirlo como estaba en sus inicios? Como en el caso de la paradoja de Teseo, ¿un edificio que ha sido considerado monumento precisamente por ser una ruina que nos ha llegado desde la antigüedad, seguirá siendo monumento si recupera su utilidad primigenia como espacio cultural civil una vez restaurado? ¿Será el mismo o será otra cosa diferente? ¿La utilización comercial de los entornos monumentales restaurados (como lo ha sido Carcassona o Sarlat-la-Canéda, al ser utilizados como escenarios de cine, y enclaves turísticos de primer orden), justifica intervenciones con tan alto coste cultural?

Imagen: Caspar David Friedrich

El sociólogo y crítico de arte John Ruskin (1819-1900), acérrimo detractor de las restauraciones, decía que constituyen “la forma más vil de destrucción acompañada de la falsa descripción del objeto destruido” (“Las siete lámparas de arquitectura”, 1849). Así lo recoge otro de los mayores defensores de la conservación frente a la restauración, el profesor Marco Dezzi Bardeschi. El envejecimiento de los materiales arquitectónicos suponen un valor añadido a los mismos y los colores originales de una obra pictórica son imposibles de recuperar por mucho que se “laven” con modernas técnicas restauradoras que, en realidad, le hacen perder su “pátina” de antigüedad. Ya en su momento, el mismísimo Viollet le Duc era criticado por su afán “recuperador”, frente a un grupo de intelectuales que defendían la “conservación”, como Víctor Hugo o el mencionado John Ruskin.

Toda intervención en una obra artística o arquitectónica,  incluido el paso del tiempo, representa una modificación sustancial a su idea primigenia. Pero al contrario de lo que nosotros pudiéramos adivinar sobre la forma o los colores primigenios de la obra, los artistas de la antigüedad, sí que podían llegan a imaginar cómo sería esa intervención del paso del tiempo en su trabajo e, incluso, incluir el transcurso del tiempo como factor determinante en el resultado atemporal de la obra. Las grandes obras de la antigüedad se realizaban con una intención de perdurabilidad que, a buen seguro, tenían en cuenta las señales del paso del tiempo ¿Acaso no pensaban los constructores de las catedrales góticas que los distintos colores del día y de la noche, las sombras y luces de una tormenta, el efecto difuminador de la lluvia, no influirían en el efecto que su obra causaba en quien la contemplaría a lo largo de los siglos de su previsible existencia? ¿No pensarían lo mismo del ennegrecimiento de pináculos y gárgolas?

Imagen: Gárgola en la Catedral de Bayeux (Francia)

En el mismo sentido que aventura la paradoja de Teseo, se preguntaba Víctor Hugo que “si se suprimiese cualquier parte de esta combinación arquitectónica generada fortuitamente por los siglos, ¿no sería como arrancar una sílaba a una palabra, una cuerda a un clavicémbalo?”. Y si lo hiciéramos, me pregunto yo, ¿cómo estaremos seguros de acertar con la idea primigenia del artista? Resulta imposible no introducir un cierto grado de innovación a la hora de realizar una restauración (un ejemplo extremo de esta afirmación es la pequeña escultura de un astronauta en la restauración de la fachada de la Catedral de Salamanca), siempre se corre el riesgo de dejar constancia, de alguna manera, de la autoría de la misma, ya sea en forma de “firma” (como los constructores de pirámides, que dejaron escritos los nombres de sus cuadrillas de trabajo en los muros interiores de las mismas), o en forma de materiales novedosos o elementos no originales. Y los trabajos originales contaría con el error como un factor a tener en cuenta en su obra, como dice Marco Dezzi Bardeschi, “las desviaciones, las irregularidades, los defectos de simetría son hechos históricos”, son también parte de la obra, como lo es el paso del tiempo. Un hombre envejece con el tiempo, una obra, un monumento, una construcción, un paisaje, incorpora igualmente el paso del tiempo, llegando, incluso, a completar la obra, a dotarla de un sentido distinto en cada época de su perdurabilidad. Conservar ese registro es también una labor necesaria.

AlmaLeonor_LP

 

Consultar para ampliar: «Conservar, no restaurar. Hugo, Ruskin, Boito, Dehio et al. Breve historia y sugerencias para la conservación en este milenio«, de Marco Dezzi Bardeschi

 

POEMA A VÍCTOR HUGO

POEMA A VÍCTOR HUGO

Imagen: «Octopus with the initials V.H.» (1866) Víctor Hugo

 

Con el siglo nació, y el siglo llena;
los genios le arrullaron en su cuna,
y esclava de su voz fue la tribuna,
y sus héroes asombro de la escena.

Cuando su lira con amor resuena,
más dulce que su lira no hay ninguna;
cuando al poder maldice o la fortuna,
cual desbordado mar ruge y atruena.

¡Mártir y salvador, verdugo y reo,
diéronle, para honrar su ejecutoria,
Tasso el laurel, la roca Prometeo:

y del carro triunfal de la victoria
cayó, tocando en tierra como Anteo
para alzarse inmortal… Como su gloria!

Manuel del Palacio, «A Victor Hugo« (1870, aprox.)
Víctor Hugo (1802-1885), nació un día como hoy,
26 de febrero, en Besançon (Francia)

UN HOMBRE Y UNA MUSA

UN HOMBRE Y UNA MUSA

Imagen: Shelby McQuilkin

HOMBRE.- Ya que has acudido a mi llamamiento, ¡oh musa!, escúchame atenta y propicia, y haz que se cumpla mi más ferviente deseo.

MUSA.- (Oculta tras una espesa nube.) Habla, y que tu lenguaje sea el de la sinceridad. Mi vista es de lince.

HOMBRE.- Yo quiero que mi voz se haga oír, en medio de la multitud, como la voz del trueno que sobrepuja con su estampido a todos los tumultos de la tierra; quiero que la fama lleve mi nombre de pueblo en pueblo, de nación en nación y que no cesen de repetirlo las generaciones venideras, en el transcurso de muchos siglos.

MUSA.- ¡Necio afán el de la gloria póstuma, cuyo ligero soplo pasará como si tal cosa sobre el esparcido polvo de tus huesos! Cuídate de lo presente y deja de pensar en lo futuro, que ha de ser para ti como si no existiese.

HOMBRE.- ¿Y eres tú, musa, a quien he invocado lleno de ardiente fe, la que me aconsejas el olvido de lo que es más caro a un alma ambiciosa de gloria? ¿Para qué entonces la inspiración del poeta?

MUSA.- ¡Locas aprensiones!… El bien que se toca es el único bien; lo que después de la muerte pasa en el mundo de los vivos, no es nada para el que ha traspasado el umbral de la eternidad.

HOMBRE.- ¿Qué estoy oyendo? ¿Aquella de quien lo espero todo se atreve a llamar nada al rastro de luz que el genio deja en pos de sí? La gloria póstuma, ¿es asimismo una mentira?

MUSA.- (Mudando de acento.) Tú, mi hijo mimado, a quien destino para lanzar sobre la muchedumbre el grito supremo, óyeme con atención profunda y sumisa. Ya no es Homero, cuyos lejanos acentos van confundiendo su débil murmullo con las azules ondas del mar de la Grecia; ya no es Virgilio, cuyo eco suavísimo, a medida que avanzan los años, se hace más sordo y frío, más lento e ininteligible, como gemido que muere; ya no es Calderón, ni Herrera, ni Garcilaso, cuyas nobles sombras, cuando la clara luna se vela entre nubes blanquecinas y esparce por la tierra una confusa claridad, vagan en torno de las academias y de los teatros modernos, buscando en vano alguna memoria de tus pasados triunfos. Su nombre no resuena en ellos, el rumor de los antiguos aplausos se ha apagado para siempre, y únicamente les es dado ver salir por las estrechas puertas a los nietos de sus nietos que, ensalzando sin conciencia palabras vacías y abortos de raquíticos ingenios, acaban de echar sobre las venerandas tumbas de sus ilustres abuelos una nueva capa de olvido. Avergonzadas entonces, las nobles sombras quieren huir y esconderse en el fondo impenetrable de su eternidad; pero el mundo, encarnizadamente cruel con los caídos, al percibir a través de la noche sus vagos contornos, les grita, -¡Ya fuisteis!, y pasa adelante. He ahí lo que queda de lo pasado.

Rosalía de Castro (24 de febrero de 1837 – 15 de julio de 1885)
«El Caballero de las Botas Azules« (1867). Capítulo I.

EL REY CORNUDO

EL REY CORNUDO

Imagen: Pam Hawkes

Teniendo un rey un cuadro de sala para pintar, y no hallando ningún pintor lo pintase, a causa de que, en no contentarle la pintura, la mandaba deshacer y apalear al pintor, hubo un atrevido chocarrero, que, sin saber pintar, como supiese que el rey era cornudo, se atrevió de decirle que se lo pintaría, pero con un pacto que le diese la llave de la sala, porque nadie entrase a ver su pintura, hasta que la hubiese acabada. Contento el rey, para esto pidióle, para colores y cosas necesarias, cincuenta ducados y ración para su persona. Dados los dineros, el bueno del no pintor tuvo su entretenimiento de seis meses con el rey, diciendole que lo pintaba. Y, a la postre, teniendo pasaje con una nave, dijo al rey:

-Mañana le quiero mostrar mi pintura acabada, pero es bien que su alteza esté avisado de la propiedad de ella, y es que ningún cornudo la puede ver.

El rey, deseoso de saber si lo era, como se sospechaba, escerróse solo con el pintor, y, hablando con él, señalábale con una varilla la pared blanco, que maldita la figura que había, diciéndole:

-Mire vuestra Alteza, en este primer cuadro, cuál está Diana descuidadamente bañándose en esta cristalina fuente con sus ninfas.

El rey, aunque no veía nada, por no descubrir que era cornudo, respondía:

-Si, ya lo veo.

-Y en este otro, ¿no ve vuestra Alteza Acteón cuán embebido se está mirándola, y convirtiéndose en ciervo?

Respondió el rey:

-Si, veo.

-Y, en este otro, ¿cómo se mete, huyendo de sus canes, por este bosque arriba? Y, en este cuarto y postrero, entre está entretejida y aménisima arboleda, ¿cuál le comen y despedazan sus canes?

Y el rey siempre respondiendo que lo veía, saliéronse de la sala y tomó la llave en su poder, y el chocarrero prontamente se embarcó. Y, por probar su pintura, tomó el rey muchos caballeros y, puestos en la sala, manifetábales lo que el pintor le había relatado. Los cuales se sonreían, y otros le juraban que tal no había. Conociendo el rey la burla, y cuán cortesmente le había aquél chocarrero sosacado cincuenta escudos, y cuán delicadamente le dijo que era cornudo, mandóle buscar, para castigarle, y, no pudiendo haberle, mandó cerrar la sala para perpetuamente y poner encima de la puerta estos tres versos, escritos de oro, que decían:

Aunque por aquí salió
mi desengaño y cuidado,
mejor vivía engañado.

Don Juan Manuel,  El Conde Lucanor (XXXII: «De lo que contesció a un rey con los burladores que fizieron el paño»)
En, «El Cuento Español en los Siglos de Oro: Siglo XVI» (2002), de María del Carmen Hernández Valcárcel,  pag.203-4

 

 

 

 

EL MAÑANA EFÍMERO

EL MAÑANA EFÍMERO

Imagen: Rufino Tamayo

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su marmol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
En vano ayer engendrará un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.

Antonio Machado
(26 de julio de 1875-22 de febrero de 1939)

KIM NOVAK (13-02-1933)

KIM NOVAK (13-02-1933)

LAS ACTRICES FAVORITAS DE MI PADRE

Picnic, que vi con mi padre al menos un par de veces cuando ya era adolescente ―después la he visto varias veces más, es una de mis preferidas―, era una película que él ya conocía bien, pero nunca contaba lo que venía después, como sí solían hacer mi abuela o mi madrina con la novela de la radio. No. Mi padre solo hacía algún gesto ―se removía en el sillón, se llevaba la mano a la cabeza atusándose el pelo nerviosamente, cosas así― que evidenciaba que iba a ocurrir algo, quizá grave, quizá erótico o escabroso, o que iba a aparecer un bello plano de una de sus actrices favoritas.

Porque Kim Novak lo era ―aunque fuese rubia la mayor parte de las veces en sus filmes, «un rubio diferente al de otras», decía mi padre― y en esa película rezumaba un erotismo casi impropio de la época en la que fue rodada y sonrojante, como poco, en los años en los que yo la vi con él, a principios de los setenta. Hace mucho de eso, pero se me quedaron grabados en la memoria los momentos en los que mi padre más se removía en su asiento. Por ejemplo, con aquel baile en el que el antihéroe por excelencia, William Holden (William Franklin Beedle Jr) y Kim Novak, vivían una pasión prohibida al son de la música. Holden fue mi prototipo de hombre favorito desde entonces. Lo sigue siendo.

AlmaLeonor_LP

KIM NOVAK
(Marilyn Pauline Novak)

EL MANIFIESTO FUTURISTA

EL MANIFIESTO FUTURISTA

Imagen: «La calle ante la casa» (1911), de Umberto Boccioni.
  1. Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.
  2. El coraje, la audacia y la rebeldía serán elementos esenciales de nuestra poesía.
  3. Nuestra pintura y arte resalta el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.
  4. Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad.
  5. Queremos alabar al hombre que tiene el volante, cuya lanza ideal atraviesa la Tierra, lanzada ella misma por el circuito de su órbita.
  6. Hace falta que el poeta se prodigue con ardor, fausto y esplendor para aumentar el entusiástico fervor de los elementos primordiales.
  7. No hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra. La pintura ha de ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para reducirlas a postrarse delante del hombre.
  8. ¡Estamos sobre el promontorio más elevado de los siglos! ¿Por qué deberíamos protegernos si pretendemos derribar las misteriosas puertas del Imposible? El Tiempo y el Espacio morirán mañana. Vivimos ya en lo absoluto porque ya hemos creado la eterna velocidad omnipresente.
  9. Queremos glorificar la guerra —única higiene del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las ideas por las cuales se muere y el desprecio por la mujer.
  10. Queremos destruir y quemar los museos, las bibliotecas, las academias variadas y combatir el moralismo, el feminismo y todas las demás cobardías oportunistas y utilitarias.
  11. Cantaremos a las grandes multitudes que el trabajo agita, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las mareas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos al febril fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas devoradoras de serpientes que humean, en las fábricas colgadas en las nubes por los hilos de sus humaredas; en los puentes parecidos a gimnastas gigantes que salvan los ríos brillando al sol como cuchillos centelleantes; en los barcos de vapor aventureros que olfatean el horizonte, las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados con tubos, y el vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice ondea al viento como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta.
Imagen: «Ritratto di Marinetti» (1924-25), de Enrico Prampolini

Es desde Italia donde lanzaremos al mundo este manifiesto nuestro de violencia atropelladora e aventureros que huelen el horizonte, en las locomotoras de pecho ancho que pisan los raíles como enormes caballos de acero embridados de tubos y al vuelo resbaladizo de los aviones cuya hélice cruje al viento como una bandera y parece que aplauda como una loca demasiado entusiasta.incendiaria, con el cual fundamos hoy el «futurismo», porque queremos liberar este país de su fétida gangrena de profesores, de arqueólogos, de cicerones y de anticuarios.

Ya durante demasiado tiempo Italia ha sido un mercado de antiguallas. Nosotros queremos liberarla de los innumerables museos que la cubren toda de cementerios innumerables.

Filippo Tommaso Marinetti
Le Figaro, 20 de febrero de 1909
Imagen: «Dinamismo y dispersión. Automóvil en movimiento» (1913-14), de Giacomo Balla.
La publicación de este Manifiesto supuso la inauguración del Futurismo como vanguardia artísticas a principios del siglo XX, y sentaría el más claro precedente para otras, como las reflejadas en el Manifiesto surrealista. Para algunos, el Manifiesto Futurista fue un adelanto de las ideas fascistas que acabarían por asolar Italia, en particular, y Europa, en general, en unos pocos años más, y a las que se sumaría Marinetti. Muchas gracias a Datos a Tutiplen, por recordarme que fue un día como hoy, 20 de febrero, pero de 1909 cuando se publicó en el diario parisino Le Figaro.
AlmaLeonor_LP
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