VISIBLES… EL SIGLO XIX

The long nineteenth century es el nombre con el que el historiador Eric Hobsbawm se refiere al periodo comprendido entre 1789, año de la Revolución francesa, y 1914, año del inicio de la Primera Guerra Mundial. Este largo siglo XIX de 125 años, compendia una serie de transformaciones socio-políticas que terminaron por reescribir toda la historia europea y mundial. Es en este Siglo de las Revoluciones, como también se le ha llamado, donde se define y acaba por triunfar, el nuevo modelo social burgués: políticamente liberal, económicamente industrial-capitalista, y culturalmente conservador y moralizante. Las revoluciones que suceden en la primera parte del periodo ―entre 1789 y 1848―, intentan abrir la puerta a una mayor intervención popular en la vida pública y dan lugar a lo que Hobsbawm califica como «la mayor transformación en la historia humana desde los remotos tiempos». Y, finalmente, es en este momento donde el feminismo del siglo XX y la historiografía tradicional, instalan el inicio de la lucha por la emancipación femenina.
La tipología social es, además, completamente diferente a la del Antiguo Régimen. Con este panorama, la situación de la mujer no puede ser tampoco ni muy clara ni medianamente uniforme. Mientras en Inglaterra la temprana industrialización convierte a las mujeres en actores de las reivindicaciones laborales; en Francia se frenan los avances legislativos acerca del matrimonio, divorcio, concubinato y derecho de los hijos naturales, con el Código Napoleónico de principios de siglo, «una monstruosidad, una herramienta que somete, que envilece a la mujer», en palabras de George Sand. Mientras en Alemania, Suiza y Holanda se generaliza el protestantismo ―y lo extiende por el mundo a través de sus respectivas colonias― que revalorizaba el recogimiento familiar y moral; en los países del orbe católico se inicia una cruzada anti-laicista contra el positivismo racional dieciochesco que culmina con la firma de Concordatos con la Santa Sede.
En el marco de estos acuerdos estado-iglesia, se recupera la rancia moralidad que confina de nuevo a la mujer en el reduccionista ámbito del hogar. En medio, la razón ilustrada dejó abiertas puertas de realización y liberalización femenina que la nueva clase burguesa va a tratar de neutralizar y utilizar al mismo tiempo: por un lado, privilegia la moralidad como principal preocupación social, revalorizando la familia ―por encima del individuo― y exigiendo a la mujer su «silencio, sumisión y conformismo»; pero por otro, al convertir a las mujeres en «el eje de la familia y del hogar», implícitamente aumenta el valor, protagonismo y visibilidad de la casada: «Digámoslo de una vez: el matrimonio es el estado natural de una mujer y el primer precepto que dio el Señor a los hombres» (Periódico de las Damas (1822), Nº I, Madrid, pp.8-9).
Mª del Pilar López Almena.