Cuando llegue el momento de perderme en las sombras
sentiré la nostalgia de los tiempos vividos,
llevaré algún brebaje para ingratos olvidos
y una firme promesa: volveré si me nombras.
Yo sé que ante el fantasma del silencio te asombras
y te angustia la idea de los viajes eternos.
No me iré para siempre, no arderé en los infiernos;
tú por eso no temas, volveré si me nombras.
Ya de noche, si el frío se te instala en los huesos,
agarrado a las crines de embrujadas alfombras
entraré sigiloso por la estrecha ventana.
Cuando en sueños evoques el calor de mis besos
y dormida no sepas si es ayer o es mañana,
soñarás que te digo: volveré si me nombras.
TE DESEO TIEMPO
No te deseo un regalo cualquiera,
te deseo aquello que la mayoría no tiene,
te deseo tiempo,
para reír y divertirte,
si lo usas adecuadamente podrás obtener de él lo que quieras.
Te deseo tiempo para tu quehacer y tu pensar ,
no sólo para ti mismo sino también para dedicárselo a los demás.
Te deseo tiempo no para apurarte y andar con prisas sino para que siempre estés contento.
Vendrá de noche cuando todo duerma,
vendrá de noche cuando el alma enferma
se emboce en vida,
vendrá de noche con su paso quedo,
vendrá de noche y posará su dedo
sobre la herida.
Vendrá de noche y su fugaz vislumbre
volverá lumbre la fatal quejumbre;
vendrá de noche
con su rosario, soltará las perlas
negro sol que da ceguera verlas,
¡todo un derroche!
Vendrá de noche, noche nuestra madre,
cuando a lo lejos el recuerdo ladre
perdido agujero;
vendrá de noche; apagará su paso
mortal ladrido y dejará al ocaso
largo agujero…
Vendrá de noche, en una noche clara,
noche de luna que al dolor ampara,
noche desnuda,
vendrá… venir es porvenir… pasado
que pasa y queda y que se queda al lado
y nunca muda….
Vendrá de noche, cuando el tiempo aguarda,
cuando la tarde en las tinieblas tarda
y espera al día,
vendrá de noche, en una noche pura,
cuando del sol la sangre se depura,
del mediodía.
Vendrá de noche, sí, vendrá de noche,
su negro sello servirá de broche
que cierra el alma;
vendrá de noche sin hacer ruido,
se apagará a lo lejos el ladrido,
vendrá la calma…
vendrá la noche….
¿No podríamos empezar por estar de acuerdo acerca del amor que se les debe a los animales? […] Y eso simplemente en nombre del sufrimiento, para matar al sufrimiento. El abominable sufrimiento que vive la naturaleza y que la humanidad debería esforzarse en reducir todo lo posible, mediante una lucha continua, la única lucha a la que sería sabio lanzarse.»
El monacato, tal y como existía en España y existe en el Tíbet, es para la civilización una especie de tisis. Detiene en seco la vida. Simplemente, despuebla. Enclaustramiento, castración. Ha sido un azote para Europa. Añádase a esto la violencia que tan frecuentemente se ha hecho a las conciencias, las vocaciones forzadas, el feudalismo apoyándose en el claustro, el mayorazgo metiendo en el monasterio el exceso de familia; las salvajadas de las que acabamos de hablar, los in pace, las bocas cerradas, los cerebros tapiados, tantas inteligencias desdichadas puestas en el calabozo de los votos eternos, la toma de los hábitos, entierro de almas completamente vivas. Añádanse los suplicios propios de las degradaciones nacionales y cualquiera se sentirá estremecer ante el hábito y el velo, esos dos sudarios de la invención humana.
Sin embargo, en algunos puntos y en algunos lugares, a pesar del pensamiento moderno, a pesar del progreso, el espíritu claustral persiste en pleno siglo XIX, y una curiosa recrudescencia ascética asombra en este momento al mundo civilizado. El empecinamiento de las viejas instituciones por perpetuarse se parece a la obstinación del perfume rancio reclamando vuestra cabellera, a la pretensión del pescado atrasado que querría ser comido, a los vestidos de niño persiguiendo al hombre para vestirlo y a la ternura de los cadáveres que querrían volver para abrazar a los vivos.
“¡Ingrato! – dicen los vestidos-, te he protegido del mal tiempo ¿Por qué no quieres saber nada de mi?”; “Vengo de alta mar”, dice el pescado; “He sido una rosa”, dice el perfume; “Te he amado”, dice el cadáver; “Os he civilizado”, dice el convento.
A todo esto una respuesta: “en otros tiempos”.
Pensar en la prolongación indefinida de las cosas difuntas y en el embalsamamiento de quienes nos han gobernado para que sigan haciéndolo, restaurar los dogmas en mal estado, redorar los relicarios, enlucir de nuevo los claustros, volver a bendecir las reliquias, volver a amueblar las supersticiones, volver a alimentar los fanatismos, recuperar el mango de los hisopos y de los sables, reconstruir el monaquismo y el militarismo, creer en la salud de la sociedad por la multiplicación de los parásitos, imponer el pasado al presente: todo eso parece extraño.
Hay, sin embargo, teóricos para estas teorías. Estos pensadores, gente de juicio, por otra parte, utilizan un procedimiento bien sencillo: aplican sobre el pasado un enfoscado que llaman orden social, derecho divino, moralidad, familia, respeto a los mayores, autoridad como antaño, la santa tradición, legitimación; y os gritan: “¡Mirad!, tomad esto, honrados ciudadanos”. Esta lógica era conocida por los antiguos. Los arúspices la practicaban. Frotaban con greda blanca una becerra negra, y decían: “es blanca”. Bos cretatus.
“¿Por qué te empeñas en despertar su inteligencia? Cuanto más sabe un pobre, peor, cariño, más sufre, porque se da cuenta de lo que nunca podrá alcanzar. En el caso de los pobres, el desconocimiento es la felicidad.”
Nadie te dijo que iba a ser tan difícil.
Algo se ha estado construyendo detrás de tus ojos.
Perdiste a lo que te aferras.
Estás perdiendo el control.
No hay palabras en este mundo que vayan a curar este dolor.
A veces va a caer sobre tus hombros
Pero vas a soportar todo.
Aquí viene el río que
viene fuerte
y no puedes mantener la cabeza por encima de estas aguas turbulentas.
Aquí viene el río.
Sobre las llamas.
A veces tienes que quemar para mantener la tormenta alejada.
A veces
tienes que…
Una vez mi marido y yo grabamos nuestros nombres en uno de los olmos del camino de San Saturio, en Soria… solo que hay tantísimos grabados en todos los árboles que nos costó encontrar un hueco. Ahora lo que no encontraré nunca serán nuestros nombres… ¿Será eso la eternidad?