Imagen: «Avenue of the Allies» (1918). Childe Hassam (1859-1935).
No se debe rendir tributo especial al simple nombre de la ciudad. Como toda metrópoli, estaba sometida a riesgos y contingencias, a progresos, avances y retrocesos, a inmensos letargos, a colisión de cosas y asuntos, a grandes movimientos rítmicos y al eterno desequilibrio y dislocación de todo ritmo, y semejaba una burbuja que bulle en un recipiente con edificios, leyes, decretos y tradiciones históricas.
La substancia de toda pena tiene veinte sombras que aparentan ser la misma pena, pero que no lo son. Los ojos apesadumbrados, vidriosos por las cegadoras lágrimas, dividen una cosa única en muchos fragmentos, igual que esas perspectivas que, miradas de frente, no muestran más que confusión, pero vistas desde un lado, permiten distinguir la forma. Así, Vuestra dulce Majestad, contemplando equivocadamente la partida de vuestro señor, ven en ella otros motivos de pesar que llorar por la partida en sí; pero, vistos correctamente, no son más que sombras de lo que no existe. De manera que, tres veces graciosa Reina, no lloréis más que por la partida de vuestro señor, porque otro motivo no se ve, o si se ve, es con el ojo lagrimoso de una pena engañosa, que llora por cosas imaginarias como lo haría por cosas reales.
Ricardo II (1595), William Shakespeare (versos citados por Baltrusaitis)
Ese mínimo algo que consigue, en un momento, cambiarlo todo. No porque acontezca algo grandioso o fuera de lo común. No. Sólo que, de pronto, te embarga una sensación de eternidad. Y todo lo que es viejo se convierte en inédito. Las ideas son importantes. Los sentimientos aún más. Las huellas que deja una vida vivida se eternizan. ¡Glorioso el presente, que no tiene que rendir cuentas!
No sé en realidad en qué consiste la maldad radical, pero me parece que en cierta forma tiene algo que ver con el siguiente fenómeno: convertir a los seres humanos en seres humanos superfluos […] Esto sucede en cuanto todo lo impredecible se elimina, lo cual en los seres humanos equivale a la espontaneidad.
“En Lisboa he visto a las palomas meterse a cafés a picotear las migajas. Se pasean sin rubor entre las piernas de los clientes. La explicación de esta osadía es que no hay perros que las molesten y las obliguen a huir; así también los animales que debían reinar en este mundo se han ido y los humanos se pasean sin pudor desmigajando al planeta.”
Unas líneas más atrás he dicho que nada he inventado; quiero ahora rectificar mi aserto. Me he tomado la libertad, común a todos los historiadores desde los tiempos de Heródoto, de poner en labios de los personajes de mi narración discursos que jamás les oí ni podría haber escuchado. He hecho esto por idénticos motivos que movieron a los historiadores a hacerlo: para dar vida y verosimilitud a las escenas que resultarían poco convincentes si me limitase a narrarlas.
«Estamos sepultados por el peso de la información, lo cual significa estar confundidos a pesar de tener conocimiento; creemos que la cantidad es abundancia y la riqueza felicidad».