NOCHE DE REYES

Empezaré de nuevo.
Mi vida guardaba un misterio. Un misterio que durante mucho tiempo quise desentrañar, pero con el que acabé por convivir como quien convive con una marca distintiva de su cuerpo. Y yo, además, tenía una: un antojo, que decía mi madrina. Así que convivía con ambas cosas, con un antojo en forma de manzana en mi muslo derecho y con la impalpable realidad del misterio que rodeaba la ausencia de mi madre. No la conocí nunca.
Mi padre apenas hablaba de ella y en mi casa no había nada que la recordase. Bueno, en realidad, había un retrato suyo en la pared del salón, rodeado por otros muchos retratos familiares, pero no se le veía la cara, oculta tras una pamela negra. Mi madrina me dijo una vez que apenas cumplidos yo los tres meses de edad, justo un año después de su boda, en el día de Reyes, mi madre se marchó para no volver jamás. Mi padre destruyó todo lo que de ella había en la casa: su ropa, sus zapatos, sus fotografías… Incluso el lecho nupcial de la habitación que habían compartido fue aporreado por mi padre en el patio común del edificio de vecinos hasta rebajarlo a leña para la lumbre. Fue su único momento de ira. Luego ya solo tuvo momentos de infinita tristeza. Sobre todo en ese día de Reyes.
Sin embargo, para mí, el día de Reyes siempre fue uno de mis días favoritos. Egoístamente. Ese día, o mejor dicho, en la víspera y como parte de los preparativos para el día de Reyes, todos los miembros de mi familia se afanaban en limpiar sus propios zapatos, aquellos que colocarían en el alféizar de la ventana esperando la dadivosidad mágica de unos imaginados reyes que, llegados de un oriente lejano, agasajaban a los niños en las casas. Y a todos, niños y adultos, en la mía. Aunque fuese con un simple bollo de azúcar y canela preparado por mi madrina, o una bolsita de blancas peladillas compradas por mi padre en la plaza del mercado.
El resto del año, junto a mi primo Ángel, era yo quien hacía de limpiabotas cada sábado por la mañana, regalando mi trabajo a los adultos de la casa. Una vez se lo dije a mi madrina y ésta recriminó mi sentida y escondida queja, advirtiéndome que no lo dijese más o los Reyes Magos lo sabrían y no premiarían mis buenas acciones del año con un regalo de Epifanía. Desde entonces, siempre he creído escuchar una voz admonitoria cada vez que, de nuevo egoístamente, rechazaba, aunque solo fuese en mi fuero interno, una tarea que me encomendaban a mí cuando yo sentía que debía hacerla otro. O al revés.
Sí. También al revés. Cuando una suerte de preciado encargo recaía en mí en lugar de hacerlo en otros compañeros, me sentía felizmente recompensada, aunque procuraba no alegrarme demasiado, no fuese a caer sobre mi egoísta alegría la furibunda ira de los magos de oriente, a modo de la más enconada hibris griega.
Pero cuando el siete de enero, un día después del festivo de Reyes de este año, me encomendaron escribir un artículo sobre las actrices del Hollywood dorado de los años cuarenta y cincuenta, me alegré como si el Rey Gaspar ―mi favorito de los tres magos, siempre― hubiese dejado en mis relucientes zapatos el mejor de los regalos.
AlmaLeonor_LP
LAS ACTRICES FAVORITAS DE MI PADRE
RECUERDEN… LA DADIVOSIDAD Y LA ALEGRÍA DE REGALAR Y COMPARTIR NACE DENTRO DE CADA UNO. NO LA ESPERES NUNCA DE UN PERSONAJE (O TRES) IMAGINARIO… SOMOS NOSOTROS…
¡¡FELIZ NOCHE DE REYES PARA TODOS!!