EL SIGLO QUE NO AMABA A LAS MUJERES

EL SIGLO QUE NO AMABA A LAS MUJERES

Imagen: Alfred Stevens (1870)

Digámoslo desde el principio: el siglo XIX no fue un buen siglo para la mujer.

Afortunadamente, en los últimos decenios ―aproximadamente desde finales de los años setenta y principios de los ochenta― se han multiplicado los trabajos de investigación que tienen en la mujer y en el género su campo de estudio, revirtiendo una cierta tendencia oscurantista de la historiografía tradicional en este sentido. Hoy, existen grandes profesionales y numerosas cátedras de estudios de género o sobre la mujer, y un gran número de publicaciones dedicadas a revisar y actualizar el papel que ha desempeñado la mujer en la historia y el sitio que ha ocupado, y ocupa, en ella.

Los trabajos publicados en lo que se ha llamado la Nueva Historia de la Mujer, han permitido conocer gran parte de toda esta experiencia histórica, así como rescatar relevantes comportamientos, actitudes y valores del colectivo femenino, tanto en los aspectos domésticos ―los tradicionalmente asignados a la mujer―, como en los mundanos. Además, han hecho posible contemplar con otra perspectiva algunos de los cambios sociales que esta historiografía tradicional había subordinado únicamente a la experiencia masculina como protagonista de la esfera pública ―económica, política, cultural y social― y de los que, hasta fechas recientes, habían marginado, obviado y excluido a la mujer, considerando únicamente la excepcionalidad de algunas mujeres notables. Esta invisibilidad, sin embargo, no puede excluirlas de la realidad de su más que evidente presencia visible en el proceso histórico. Algo que ya adelantaba Faustina Sáez de Melgar(1834-1895), cuando afirmaba que es inútil negar «que la mujer tiene una importancia social, mucho mayor de la que se le quiere reconocer, y de gran trascendencia en la vida de la humanidad». Esta amplia panoplia de estudios recientes, por lo tanto, nunca ha de resultarnos suficiente. Si algo nos ha enseñado la historia, que, según la misma autora anterior, «habla con voz más elocuente que cuanto nosotras tratáramos de decir», es que sus aristas y recovecos siempre son susceptibles de ser redescubiertos, analizados y estudiados si se está dispuesto a enfocar la cuestión desde una perspectiva nueva, adecuada a cada caso, y proyectando sobre ella una luz de renovado interés.

Este es, pues, un nuevo trabajo sobre la mujer. Más concretamente, sobre mujeres a las que en el siglo XIX les correspondió interpretar un nuevo papel en la larga historia de la feminidad: su visibilidad pública. Una visibilidad pública individual y colectiva. Visibilidad y activa presencia femenina en el llamado espacio público, tradicional campo masculino de sociabilidad y transformación sociopolítica. Un espacio en el que también las mujeres han actuado decididamente, demostrando con ello, además de una clara iniciativa en los asuntos sociales, una inequívoca contribución femenina al proceso histórico.

Insistamos. El siglo XIX no fue un siglo agradecido para la mujer.

Según Colette Rabaté, el término burguesía no se utiliza en el siglo XIX al menos hasta después del Sexenio Revolucionario. Es más usual el apelativo de clase media, una expresión ya presente en el siglo XVIII donde es utilizada implícitamente de forma excluyente para la mujer, ya que con ella se quería expresar los valores «de la probidad y el trabajo» como «garantía de regeneración de la sociedad». En este trabajo se han utilizado ambos términos, dando preferencia al de burguesía, por entender que expresa mejor la sociedad de la que mayoritariamente se habla en él.

Así, la burguesía decimonónica y el liberalismo político español, dibujaron una nueva sociedad a su medida en la que se quiso encorsetar a las mujeres en un ideal de vida doméstica que, a la vez, también exigía un ideal de clase. Este nuevo papel femenino, no obstante, pudo posibilitar que las mujeres españolas del siglo XIX se adentrasen en espacios en los que poder cimentar sus oportunidades de intervención pública, tanto cultural como social o políticamente.

¿Cómo? Pues asistiendo a una tremenda paradoja.

En el siglo decimonónico, decía, al tiempo que la domesticidad y el espíritu liberal-burgués marcaban claramente la diferencia entre espacio privado y espacio público, se perfilaba el papel de la nueva mujer reservando únicamente la esfera doméstica como su ámbito de actuación. Pero la paradoja a la que se asiste en este siglo es que también se defendían a su alrededor los valores de clase media, confirmándola así, como uno de los pilares fundamentales, e imprescindibles, para el cambio social.

Imagen: Edouard John Mentha ( 1858 – 1915)

A esa mujer del XIX, burguesa ya por mor de pertenecer a la nueva clase hegemónica, ya por vivir bajo su órbita, es a la que «la exigente sociedad la reclama sin cesar, como el teatro a la actriz que ha contratado», utilizando palabras de Gertrudis Gómez de Avellaneda(1814-1873), la única escritora del periodo isabelino que recibiría, en virtud de sus méritos literarios, una corona de laurel de oro.

Es esta paradoja la que va a posibilitar una mínima apertura para la realización femenina. Va a servir a algunas mujeres para que, sorteando obstáculos y aprovechando oportunidades, protagonicen incursiones sociales en ámbitos que parecían reservados exclusivamente a los hombres: educación, prensa, literatura, opinión pública, reuniones sociales… Al tiempo, va a permitirles desempeñar una serie de papeles que podríamos considerar como transgresiones públicas: revoluciones, arengas, protestas, misivas políticas, influencias… Ambas, son acciones que inequívocamente nos muestran ejemplos claros de protagonismo social y visibilidad pública femenina. Y son esos ejemplos los que han servido para intentar esbozar en esta obra, y desde una perspectiva cultural ―sin entrar en consideraciones jurídico-políticas del estatus femenino en el siglo XIX―, una serie de claros antecedentes de acciones públicas femeninas claves para que la mujer española futura pudiese ser capaz de cimentar sus anhelos de emancipación.

Este trabajo se constituye como un recorrido bibliográfico por el siglo XIX, contando con fuentes muy cercanas a las mujeres ―obras literarias, periodísticas y gráficas, aunque también archivísticas―, con las que intentar reconocer esa visibilidad en un mundo en el que, por tradición, se las invisibilizaba.

Mejor dicho. Su presencia era notoria, pero pasaron por desapercibidas. Las mujeres eran visibles, pero fueron veladas en la narración histórica. «Las mujeres en la historia son como una especie de muro de arena: entran y salen al espacio público sin dejar rastro, borradas las huellas» (Celia Amorós, 1994).

Digámoslo claro igualmente desde el principio. Para conocer a estas mujeres existe un tremendo hándicap: la escasez de fuentes exclusivamente femeninas. Lo que se ha conservado y difundido es, ante todo, un corpus educativo-moralista que resulta en cierto modo tendencioso. La mujer ha sido conocida a lo largo de la historia a través de una narración que podríamos llamar del enemigo vencido, aquella en la que solamente sobrevive el relato de los vencedores. El siglo XIX, en lo que a la mujer respecta, sigue siendo un tiempo hambriento de estudios.

Mª del Pilar López Almena

INTRODUCCIÓN de mi libro:
VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX
(Ediciones UVA, 2018)

NUEVA CABECERA PARA HELICÓN

NUEVA CABECERA PARA HELICÓN

Hoy, 25 de julio, y sin ningún motivo festivo que lo justifique, solo porque ya tocaba, HELICÓN cambia de cabecera. Ahora, al abrir el blog, esta imagen será la que veáis en primer lugar. En ella aparecen las portadas de todos mis libros, como en la anterior, pero de una forma más clara y visual. Espero que os guste 🙂

De Toros y Dioses (Editorial Guante Blanco)

Las Actrices Favoritas de mi Padre (Amazón)

La Mentira y los Mentirosos de la Historia (Editorial Guante Blanco)

VISIBLES. Mujeres y Espacio Público Burgués en el siglo XIX (Ediciones UVA)

La Historia desde el HELICON: Los Bovidae (Amazón)

Y, finalmente, LA JOVEN DE LA PERLA, de Johanes Vermeer, mi imagen pública desde que empecé a navegar por este mundo de las redes. Gracias a todos los que se asoman a este pequeño espacio de historia, arte, poesía y emoción que es HELICÓN.

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EUGENIA DE MONTIJO (1826-1920)

EUGENIA DE MONTIJO (1826-1920)

Su nombre completo fue María Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, condesa de Teba, y emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III, falleció un día como hoy, 11 de julio en Madrid, a los 94 años. Su presencia y porte no pasó desapercibida en la Europa decimonónica y llegó a tener una enorme visibilidad dentro y fuera de Francia, y con su sello personal. En VISIBLES… también se habla de ella, claro…
Las imágenes son fotografías de la emperatriz Eugenia, un tanto alejadas de la fastuosidad con la que se la retrató en pinturas, pero que muestran su elegancia natural.
«Asimismo, la forma de vestir de la emperatriz Eugenia de Montijo en los salones de la alta sociedad europea, la convirtieron no solo en la gran difusora de la moda francesa, sino también, y lo que es más importante para el país, en «impulsora de la industria y el comercio textiles nacionales», alcanzando un gran poder de influencia dado el éxito que la moda francesa adquiere en toda Europa en general y en la España alto-burguesa en particular. Las mujeres burguesas imitan a las de la aristocracia, que son quienes en realidad crean la tendencia, [1] mientras que las anteriores se encargan de visibilizarla más públicamente.»
[1] El ascendente de Eugenia de Montijo llegó incluso hasta hacer acrecentar la fama de su pintor de corte, el alemán Franz Xaver Winterhalter (1805-1873), quien pintó varias veces a la emperatriz y a otras cabezas coronadas europeas ―María Cristina de Borbón-dos Sicilias (1841); Isabel II de España, con su hija Isabel (1852); María Aleksandrovna, esposa del zar Alejandro II de Rusia y la emperatriz Isabel de Austria (1864); etc.―, americanas ―la emperatriz Carlota de México (1863)― y también no coronadas, como los retratos que realizó de las ya mencionadas Sofía Troubetzkoy y Adelina Patti en 1863. Eugenia logró publicitar desde un sombrero con su propio nombre, el Eugénie hat, hasta la localidad francesa de Biarritz como destino estival para tomar los recomendados y populares baños de ola, gracias al palacio que allí se hizo construir en 1854.
Mª del Pilar López Almena.

VISIBLES Y NINGUNEADAS

VISIBLES Y NINGUNEADAS

«Otra paradoja que nos muestra el siglo XIX es que fue un siglo muy femenino. Al menos es un siglo en el que lo femenino llega incluso a denominar periodos históricos: la Inglaterra «victoriana», el periodo «isabelino» español… Es un siglo en el que son muchas las mujeres que gobiernan reinos e imperios, que influyen en política, que viajan, que son artistas, literatas, pensadoras, médicos, investigadoras, científicas, inventoras, mecenas, políticas y revolucionarias… Es un siglo en el que las mujeres están muy presentes, visibles, pero de las que solo se habla, solo se hacen evidentes a los ojos de los demás, cuando se las denosta. Ni las reinas ni las consortes de los monarcas pudieron desligarse de su papel femenil de esposa y madre. Así, tanto la reina Victoria de Inglaterra, como la reina Isabel II de España, se cargan de embarazos, abortos e hijos a lo largo de su vida. Ni siquiera las heroínas de la Revolución francesa, o de la Guerra de la Independencia española, o de los Motines del Pan castellanos, o de las protestas callejeras de finales de siglo, pudieron liberarse de la obediencia y sumisión debidas a su esposo. Ni tampoco las mujeres anónimas del pueblo llano pudieron evitar los tópicos y clichés en los que se las encorseta desde las sátiras y los periódicos: la arpía, la coqueta, la mojigata, la literata, la solterona, la marisabidilla, la viuda, la beata… No les sirvió ser notables, no les sirvió ser cultas, no les sirvió ser revolucionarias, no les sirvió ser heroínas, no les sirvió siquiera ser dueñas de los destinos de las naciones del mundo, por supuesto, no les sirvió ni ser anónimas ¿Cuál es el motivo entonces por el que todas estas mujeres no pudieron o no supieron transmitir en tanto tiempo sus aspiraciones, tantas veces y de tantas formas mostradas?»

Mª del Pilar López Almena
VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX 

 

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

En el Día Internacional de la Mujer, hoy 8 de marzo, y en un tiempo como es el año de 2020, aún seguimos preguntándonos lo mismo que en el siglo XIX… ¿Qué motiva que las mujeres sigamos siendo tan VISIBLES, pero tan NINGUNEADAS? El trabajo realizado por todas ellas, por todas las que nos precedieron nunca será suficientemente agradecido. Fue ingente. Pero hoy, ya en el siglo XXI, parece, incluso, que es más difícil hacer entender la necesidad de defender un simple mensaje, que la igualdad femenina, la no discriminación por razón de sexo, la libertad sexual para la las mujeres, la necesidad de erradicar el machismo criminal que mata cada día a mujeres solo por el hecho de serlo… todo eso, debería ser ya cosa del pasado. Ese mensaje no ataca a nadie, y mucho  menos al sexo masculino, sino que evita que nos ataquen a las mujeres, en general, porque si muere una solo por el hecho de ser mujer, morimos todas. Es triste que haya que seguir explicando algo tan simple y que se siga entorpeciendo la lucha femenina desde colectivos que se dedican a afilar tanto la definición de feminismo y buscarle tantos adjetivos, que consigan hasta vaciarlo de contenido. Una civilización y una sociedad democrática y libre no puede permitir, no puede seguir permitiendo, que aún siga siendo más necesario que nunca la lucha femenina en un 8 de Marzo.

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SANTA ÁGUEDA

SANTA ÁGUEDA

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Hoy,  5 de febrero, se celebra en el santoral católico la festividad de Santa Águeda, en honor a Santa Águeda de Catania, cristiana del siglo III que conservó la virginidad pese a ser enviada a un lupanar por venganza del proconcul de Sicilia, quien la pretendía sin hacer caso de la promesa de la muchacha de entregar su virginidad a la Iglesia. Santa Águeda fue martirizada arrancándole los pechos, con los que suele aparecer en iconografías cristianas mostrados sobre una bandeja. No deja de ser curioso que esta santa, tan bárbaramente sentenciada a muerte, sea la patrona de las mujeres y en nombre de quien se celebra una de las escasas festividades católicas en las que las mujeres toman el poder, aunque sea por un día, las Aguedas. También es patrona de toda Sicilia, pues se cuenta que una rogativa a la santa frenó a las puertas de la ciudad la lava que manaba de una terrible erupción del volcán Etna en el año 252 d. C. Lástima que no consiguiera en vida frenar el fuego volcánico de quien la pretendía libidinosamente.

Esta festividad también aparece en mi libro VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX.

«Ortega Zapata recuerda que en el Valladolid de la década de los treinta, las Romerías en advocación de un santo o virgen, celebraciones que aun siendo de carácter religioso, no tienen que ver con la beatería y contenida devoción, eran un acontecimiento muy habitual y esperado por las gentes sencillas. Por ejemplo, es de gran reconocimiento popular un tipo de festividad muy antigua en España que concede a una mujer el bastón de mando del Ayuntamiento por espacio de dos días y que se celebra en honor de la mártir Santa Águeda. Ortega Zapata remata con un chascarrillo su crónica de esta fiesta desde la celebrada en un pueblo vallisoletano, Zaratán, con una puntualización que, hay que recordar, sale de su pluma en 1894 o sea, muy a finales del siglo XIX: «Y véase como, hace sesenta años, estaba resuelto en Zaratán siquiera por 24 horas, el problema que hoy se debate, de si la mujer es apta para ejercer cargos públicos»

Mª del Pilar López Almena.

Visibles. Mujeres y Espacio Público burgués en el siglo XIX

TIEMPO DE BAÑOS

TIEMPO DE BAÑOS

“La playa en Villerville” (1864), Eugene Boudin (1824-1898)

“Las Casas de Baños para las familias pudientes de Valladolid estaban situadas en la Puerta de Tudela ―los llamados Baños de Diana―, mientras que en el barrio de Santa Clara existían otros baños de concurrencia más popular. Abiertos de julio a agosto, ―de Virgen a Virgen, se decía, porque abarcaba desde el día del Carmen, el 16 de julio, hasta el día de la Asunción, el 15 de agosto―, también ofrecían espacios dedicados a la tertulia y el solaz. En Valladolid, las señoras acudían a los baños del Río Pisuerga, que fueron instalados en el año 1832, según Ortega Zapata, por un carpintero apellidado Vaamonde o Bahamonde ―lo que no deja de ser una curiosidad―, quien por lo visto, siendo viudo era asiduo a las tertulias vallisoletanas. En una de estas reuniones explicó un día la razón por la que sus baños del río estaban cubiertos con esteras: «pues, para que todas las mujeres que vayan a ellos, parezcan Magdalenas».”

Solaces de un vallisoletano setentón: el Valladolid de 1830-1847 costumbres y tipos (1895), José Ortega Zapata. 

 

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX, Mª del Pilar López Almena

 

 

 

 

¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!

¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!

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Mª del Pilar López Almena.

 

Hoy, 23 de abril, también se celebra en Castilla y León, el día de mi CCAA, la festividad oficial autonómica que ha oficializado una festividad de mucho arraigo en nuestra tierra, la conmemoración del 23 de abril de  1521, fecha en la que se desarrolla en la localidad vallisoletana de  Villalar una batalla decisiva entre los Comuneros de Castilla y las fuerzas realistas partidarias del rey Carlos I de España, que fueron los vencedores. Tras esta batalla y el ajusticiamiento en el plaza del pueblo de sus cabecillas , Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, el movimiento comunero quedaba prácticamente desmantelado. María Pacheco, esposa de Juan de Padilla lo lideró hasta que todos los soldados de las Cortes y Junta General del Reino (nombre oficial de la llamada Santa Junta) fueron muertos o apresados al año siguiente. En Villalar se ha venido celebrando esta conmemoración como un acto de reivindicación obrera y social y durante la dictadura franquista, como una manifestación por la libertad y la democracia. Hoy es la festividad oficial de la Comunidad Autónoma de Castilla y León. ¡¡Feliz día a todos!!

Imagen: "Ejecución de los comuneros de Castilla" (1860), de Antonio Gisbert, hoy se exhibe en el Congreso​ de los Diputados.

Imagen: «Ejecución de los comuneros de Castilla» (1860), de Antonio Gisbert, hoy expuesto en el Congreso de los Diputados.

CINEFORUM SEGOVIA: SUFFRAGETTES

CINEFORUM SEGOVIA: SUFFRAGETTES

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(Contenido, más o menos íntegro, de mi intervención en el Cineforum que tuvo lugar en el Aula Santa Eulalia de la UVa en Segovia, el 12 de marzo de 2019, gracias a la profesora de la UVA, Eva Navarro)

Tal vez se extrañen de que la autora de un libro sobre la mujer en el siglo XIX esté aquí, en un cineforum cuyo protagonista es el Sufragismo femenino de principios del siglo XX en Inglaterra. Sin embargo, creo que es bastante pertinente si, como digo en mi libro, consideramos el siglo XIX como “el largo siglo XIX”The long nineteenth century… como lo definió el historiador Eric Hobsbawm, un periodo decimonónico que él situó entre 1789, año de la Revolución francesa, y 1914, año del inicio de la Primera Guerra Mundial. La acción de la película transcurre en 1912, y aunque mi libro no llega, ni mucho menos, tan lejos, creo que sí que es pertinente.

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Este largo siglo XIX de 125 años, compendia una serie de transformaciones socio-políticas que Hobsbawm califica como «la mayor transformación en la historia humana desde los remotos tiempos». Transformaciones que igualmente afectaron a la forma de vida de las mujeres y, sobre todo, a la forma en cómo el mundo femenino se va a apreciar, a describir y a reflejar en el relato histórico desde entonces. También es en este momento donde el feminismo del siglo XX y la historiografía tradicional, instalan el inicio de la lucha por la emancipación femenina.

Así que creo que sí que es pertinente traerlo hoy aquí. Además, como decía el escritor y político Severo Catalina (fue ministro en dos ocasiones y diputado en cortes) «Siempre habrá cosas nuevas que decir de las mujeres, mientras quede una en la tierra» (1858).

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX, Es, sí, otro libro sobre la mujer, un libro necesario, pienso, porque es un libro, otro libro, donde se reivindica la necesidad de realizar más estudios y más publicaciones sobre la presencia y VISIBILIDAD femeninas, tanto en el espacio público-político, como en la historia, en los procesos de transformación histórica. Es un libro en el que he querido compendiar un buen número de acciones, presencias, estampas cotidianas (y otras quizá no tanto) con las que evidenciar la visibilidad continuada de las mujeres del siglo XIX en un ámbito tradicionalmente considerado como masculino: el espacio público. Un espacio de donde la sociedad burguesa excluye conscientemente a la mujer, en tanto que se consideraba que su papel en la sociedad se circunscribía únicamente al ámbito privado del hogar. Tanto fue así que, por ejemplo, en la Revolución francesa donde las mujeres tomaron un papel más que protagonista, desde las trincheras hasta en los clubes de mujeres, y con la redacción de los derechos de la mujer y la ciudadana de Olympe de Gouges, por ejemplo, una vez que se calman las aguas se les dice que no pueden participar del nuevo orden político: «No es posible que las mujeres ejerzan los derechos políticos», dijo el masón Jean-Pierre-André Amar (1755-1816), Diputado de la Convención y miembro del Comité de Seguridad Nacional, que fue quien auspició, además, el cierre de los muchos clubes de mujeres que se crearon a la luz de la revolución.

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Otro ejemplo lo vemos en el trabajo femenino fuera del hogar, especialmente el de las fábricas, iniciado tempranamente en la Revolución industrial inglesa y que se extiende a toda Europa y hasta a Norteamérica muy rápidamente. Pues bien, esto no significó, ni mucho menos, una fórmula de emancipación para ellas (como sabemos, eso cambia radicalmente tras la primera guerra mundial y se acentúa durante la segunda). El efecto que a partir de la segunda mitad del siglo XIX va a producir en las esposas (y además en todas ellas, aunque no trabajen fuera de casa) es el de un mayor confinamiento en el hogar, ya que el trabajo femenino fabril evidencia mucho más la separación real entre las esferas pública (el lugar de trabajo) y privada (la casa, el hogar) y, según Mary Nash, el mundo obrero también acepta, y se autoimpone, el discurso de la domesticidad. El obrerismo de 1884 denunciaba el trabajo femenino como una actividad de influencia funesta sobre la moral y la higiene. Y también se consideraba un peligro social el que una mujer fuese económicamente autosuficiente, una «subversión del orden fundamental de la familia y una amenaza al poder jerárquico del marido», según publicaba en octubre de 1884 el periódico La Democracia. En tiempos de precariedad laboral, la discriminación parece ser la más fácil de las soluciones. Entonces eran las mujeres, ahora son los inmigrantes.

Cuando las mujeres protagonistas de esta película llegan a realizar protestas por unas mejores condiciones de trabajo en la fábrica de una forma pública… y, sobre todo, cuando llegan a manifestarse y tomar partido de una forma política (y violenta incluso) por la lucha por el sufragismo femenino, no lo hacen por una especie de “iluminación infusa”, ni empujadas por las arengas de una sola mujer… Fue muy largo el camino de reivindicaciones hasta llegar a este momento y muchas las circunstancias que las llevaron a ello.

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Se suele tomar como punto fundacional del FEMINISMO como movimiento social la declaración de Seneca Falls de 1848 (EEUU), liderada por las abolicionistas y feministas, Elizabeth Cady Stanton (1815-1902) y Lucretia Mott (1793-1880), cuando 68 mujeres y 32 hombres aprueban un manifiesto de 12 puntos (decisiones) en los que, por cierto, el nº 12, el que hablaba del voto femenino contó con una mayoría simple de aprobación frente a la mayoría absoluta con los que contaron el resto de puntos… pues bien, antes de esa declaración, hubo ya, al menos, dos manifiestos femeninos por la igualdad de derechos con respecto al sexo masculino: La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), de la francesa Olympie de Gouges que mencionaba antes, y la Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792) de la inglesa Mary Wollstonecraft… Así que hasta llegar al momento en el que se centra la película, en el año 1912, existía ya una larga historia de lucha femenina… y aquí quiero incluir las manifestaciones norteamericanas desde inicios de siglo, sobre todo las sucedidas  después del 25 de marzo de 1911, que es cuando ocurrió el incendio en la Fábrica de camisas ‘Triangle Waist Co.’ de Nueva York, que se saldó con la muerte de 146 personas, 123 de las cuales eran mujeres, la mayoría muy jóvenes, de entre 14 y 23 años de edad (inmigrantes europeas en gran número) y que dio origen a la celebración del día 8 de marzo como “Día Internacional de la Mujer Trabajadora” (ver mi artículo en HELICON, «Violeta es nombre de mujer»).

Pues bien, se considera también que la culminación de ese camino del feminismo sufragista hay que situarlo en 1948 con la inclusión del voto sin discriminación de sexos como uno de los derechos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dictada en este año. Así que son, al menos desde 1848 con Seneca Falls, cien años de lucha, y digo al menos, porque como sabemos no en todas partes se logró ese derecho femenino al voto en ese año de 1948… y hay todavía  hoy lugares donde las mujeres no pueden votar, entre otras restricciones políticas y sociales de derechos por razón de sexo.

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En realidad el sufragismo siempre ha sido objeto de controversia. Hay que tener en cuenta que en estos momentos la reivindicación del sufragio en prácticamente toda Europa no era una lucha únicamente femenina, ya que en el siglo XIX los derechos políticos estaban reservados solo a una élite participativa, que se consideraba a sí misma como la única con la capacidad social, educativa y económica suficiente como para ejercer tal papel director. Y esa idea estaba tan arraigada en la sociedad, que ni hombres ni mujeres se planteaban un escenario alternativo. O al menos, no la mayoría. El discurso de la domesticidad se centró durante todo el siglo en la insistencia de la incapacidad racional de la mujer para ejercer derechos políticos y ni siquiera la honda conciencia de muchas de ellas de esta nefasta realidad hizo que este estado de cosas cambiase hasta mucho tiempo después.

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Se da la paradoja de que las Constituciones españolas del siglo XIX (la de 1845 y la de 1876), no recogían en sus leyes electorales la expresa prohibición del voto femenino, sino que únicamente se otorgaba el derecho al voto a una cierta categoría de ciudadanos: profesionales y contribuyentes económicos a la sociedad. Sin embargo, ninguna mujer, aun pudiendo haberlo hecho con un carácter censitario, porque algunas mujeres cumplían los requisitos económicos establecidos por la ley, pues ninguna ejerció tal derecho. Únicamente la Constitución de 1890 hace constar expresamente el sufragio masculino al declararlo universal y cuando se establece, pues se origina una nueva paradoja. Como dice Catherine Jagoe, este discurso, esta utilización doméstica de la capacidad política de la mujer, «se convirtió en un arma de doble filo para la propia burguesía, ya que con ella se evitaba que las propias mujeres de la burguesía participaran en un sistema que en cambio admitía a los varones del proletariado».  Una paradoja más de esta sociedad burguesa que, pese a todo, es en la segunda mitad del siglo cuando consigue afianzarse en su hegemonía social.

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De ese tipo de paradojas es de lo que hablo en mi libro sobre la mujer, sobre el espacio público burgués y sobre el siglo XIX. Y una cosa es segura… el siglo XIX no fue un siglo agradecido para la mujer, pero…

La nueva sociedad que despertaba al albur del poder burgués, quiso encorsetar a la mujer en un ideal de vida doméstica que exigía también un ideal de clase, pero al tiempo que esa domesticidad y el ideal burgués marcaban una clara diferencia entre espacio privado y espacio público, reservando para la mujer únicamente un papel dentro de la esfera doméstica, al mismo tiempo, decía, también se la mostraba como un valor público: «la exigente sociedad la reclama sin cesar, como el teatro a la actriz que ha contratado», decía Gertrudis Gómez de Avellaneda, la gran dama de las letras del XIX, en un tiempo en el que se consideraba a la mayoría de las autoras femeninas “escritoras de la domesticidad”.

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La gran paradoja de esta concepción burguesa de la mujer se encuentra en la contraposición decimonónica de espacio público y privado. Cuando hablo de espacio público me refiero al que es definido por Jürgen Habermas como un espacio, físico o imaginario, en el que se desarrolla lo que él llamaba la esfera de lo público y como contraposición al dominio de lo privado, decía él, cuyo acceso es restringido por el propio individuo. «La esfera pública», era definida por Habermas, como ese lugar donde cobran importancia la interacción social y cívica y el debate público-político, elementos todos ellos legitimadores de la vida en comunidad de una sociedad. ¿Qué alcance tenían las mujeres en ese espacio? En realidad, muy poco.

En el caso de las sufragistas que hemos visto en el filme, la calle y la fábrica son los lugares físicos donde expresaron esa opinión público-política, aun accediendo con muchas dificultades a ellos en los inicios del siglo XX, en realidad, los estertores del “largo” siglo XIX. Decía Habermas que «a la luz de lo público todo se manifiesta tal como es, todo se hace a todos visible». ¿Era entonces la mujer visible, si no podía acceder libremente a esos espacios físicos o imaginarios? Pues sí. Lo era. Por eso se la critica, se la trata de ocultar y se la denigra.

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En contraposición, el espacio privado, decía Habermas, es ese espacio, físico o interior, cuyo acceso es restringido por el propio individuo (Incluso el diccionario de la Real Academia define lo privado como aquello que se realiza de manera individual, o sea, de forma particular por parte de cada individuo o, a lo sumo, en presencia de pocos y de confianza, de forma familiar y domésticamente, dice concretamente el diccionario de la RAE)… es un espacio que tiene que ver con la capacidad de control, poder o dominio, que posee un individuo sobre él, adquiriendo así el carácter de privativo, pero ¿de verdad pensamos que el hogar, el ámbito doméstico al que se confina a la mujer, era un espacio “restringido”, “privativo” suyo, un espacio tan femenil donde solo la mujer controlaba su acceso? Pues Tampoco. Incluso calificándola de ángel del hogar, la titularidad de ese hogar no le correspondía, sino que se le concedía al marido.

La sociedad burguesa de este tiempo va a recrear un espacio público acorde con esta nueva sociedad hegemónica en la que prima lo visible, lo evidente, lo público… transforma las ciudades según sus necesidades de sociabilidad, ampliando avenidas, construyendo parques y jardines de esparcimiento, levantando teatros, edificios de la ópera, hipódromos, cafés y terrazas… y también hogares muy diferentes a los que se podían ver en siglos anteriores… Hogares con una alta exposición pública… instituye su propio hogar como elemento esencial de su proyección social pública… La casa familiar se socializa: se recibe en un despacho, hay una sala para atender a las visitas, un salón de festejos y reuniones, un comedor para eventos, una sala de retratos, álbumes de señoritas, con fotos, poesías y dibujos, hay bibliotecas que se exhiben, un cuarto de curiosidades y recuerdos de viajes….

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La sociedad burguesa dota a sus mujeres de una importante presencia visible en los esos nuevos espacios públicos de sociabilidad que mencionaba antes (y donde la moda se va a convertir en un elemento imprescindible para ese modelo social), y aunque proclama que el lugar de la mujer está en el hogar, aunque proclama que ella es el “ángel del hogar”, lo cierto es que ese hogar entra a formar parte del mismo espacio público del que se quiere excluir al sexo femenino. Una nueva paradoja.

Los resquicios que dejan abiertos estas paradojas son las que van a permitir a las mujeres poner todo su empeño en demostrar, con su visibilidad, presencia y hasta protagonismo, que han de ser reconocidas como parte imprescindible de esa nueva sociabilidad burguesa. Recojo en el libro que lo hacen de dos formas: por un lado lo que he llamado “incursiones sociales” realizadas dentro de los escasos márgenes que deja entreabiertos la sociedad burguesa (entrarían en este grupo la educación, la literatura, la participación cultural y social que se ha descrito antes…) y por otro lado lo que he llamado, de acuerdo con Elena Fernández García, una Transgresión Total, transgresiones públicas entre las que podríamos incluir revoluciones, arengas, protestas, misivas políticas, influencias, actuaciones políticas…

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Es en este sentido en el que la segunda mitad del siglo XIX adquiere una importancia capital en el reconocimiento del papel de la mujer en ambas esferas, la privada y la pública. La historiadora Mary Nash reivindica una historia de la mujer «en toda su complejidad», es decir, teniendo en cuenta no solo un rol cerrado circunscrito a la esfera doméstica, sino también, atendiendo a la proyección pública de esa actuación femenina familiar en el contexto económico-social en el que se inserta.

Este libro se inscribe en este tipo de reivindicación, porque poco se ha tenido en cuenta como factor de influencia social y política en la historia, toda la labor femenina en una esfera que, estando localizada en un espacio tan concreto como el hogar, puede llegar a tener una alta proyección pública, bien por la propia actuación de la mujer como protagonista, bien por el ascendente que pudiera ejercer en el varón titular de ese espacio doméstico (que es lo que le reconocía expresamente la propia sociedad burguesa), bien por la propia influencia de la vida doméstica en los procesos sociales burgueses. «La mujer jamás fue totalmente pasiva, ignorante y subordinada», como afirma Mary Beard

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La mujer era VISIBLE en la sociedad, o mejor dicho, no era invisible, sino que se la ha invisibilizado, se la ha obviado, pero nunca ha sido invisible… Hay que reivindicar el hecho de que la mujer, siendo VISIBLE, ha sido premeditada y conscientemente invisibilizada, olvidada, discriminada a conciencia, sabiendo muy bien lo que se hacía… Y hemos de aceptar esa VISIBILIDAD tantas veces condenada por dos razones: primero, para conceder el necesario valor a esas actuaciones femeninas en el espacio público, y segundo,  para dejar claro que la discriminación femenina ha sido consciente. Son las mujeres las que históricamente han evidenciado con su presencia y VISIBILIDAD, lo que un hogar representa. Esta paradoja ha sido nuestro logro y nuestra condenación.

Permitidme acabar con lo que dijo la feminista Charlotte Despard, ya con 87 años en 1928 al aprobarse la equiparación de la edad de voto femenina a la masculina: «Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente».

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* La palabra «Suffragettes« fue empleada durante los inicios del siglo XX como una forma despectiva de titular a las mujeres que pedían el voto femenino de una forma activa, política y hasta violenta. Fue utilizado por primera vez en el periódico «Daily Mail» en 1906, para distinguirlas de las sufragistas más moderadas y como un intento de dividir el movimiento. Aunque el término «Suffragette» no tiene traducción exacta en español, podemos entender la intención si la equiparamos con la dualidad actual entre «feminazis» y «feministas».​

** La película «Suffragettes» está basada en las protestas de las mujeres inglesas en los inicios del siglo XX y sobre todo las acciones realizadas en ese año de 1912. No todas sus protagonistas son reales, aunque si reflejan actitudes de multitud de mujeres anónimas que militaron en el movimiento sufragista. Es el caso de la protagonista, Carey Mulligan, que interpreta a Maud, una mujer trabajadora y oprimida en su propio hogar. También el papel que interpreta Helena Bonham Carter (Edith Ellyn) es ficticio, pero su papel está basado libremente en tres mujeres importantes en estos momentos, Edith Garrud (1872–1971, una de las primeras instructivas profesionales de artes marciales en el mundo occidental), Edith New (1877-1951, una de las primeras sufragistas en usar el vandalismo como táctica) y Mary Leigh (1885–1978, otra activista política y sufragista inglesa pionera en emplear las acciones violentas como protesta). New y Leigh  fueron encarceladas por sus actos pero recibieron pleno apoyo de las demás sufragistas como nueva forma de protesta para hacer escuchadas y ambas salieron como unas heroínas de la cárcel. Personajes reales que aparecen en la película son los papeles interpretados por Meryl Streep como Emmeline Pankhurst (1858-1928) y Natalie Press como Emily Wilding Davison (1872-1913), la mujer que falleció al ser arrollada por el caballo del rey George V en el Derby de 1913.

Mª del Pilar López Almena
Segovia, 12 de marzo de 2019

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