CINEFORUM SEGOVIA: SUFFRAGETTES

(Contenido, más o menos íntegro, de mi intervención en el Cineforum que tuvo lugar en el Aula Santa Eulalia de la UVa en Segovia, el 12 de marzo de 2019, gracias a la profesora de la UVA, Eva Navarro)
Tal vez se extrañen de que la autora de un libro sobre la mujer en el siglo XIX esté aquí, en un cineforum cuyo protagonista es el Sufragismo femenino de principios del siglo XX en Inglaterra. Sin embargo, creo que es bastante pertinente si, como digo en mi libro, consideramos el siglo XIX como “el largo siglo XIX”… The long nineteenth century… como lo definió el historiador Eric Hobsbawm, un periodo decimonónico que él situó entre 1789, año de la Revolución francesa, y 1914, año del inicio de la Primera Guerra Mundial. La acción de la película transcurre en 1912, y aunque mi libro no llega, ni mucho menos, tan lejos, creo que sí que es pertinente.

Este largo siglo XIX de 125 años, compendia una serie de transformaciones socio-políticas que Hobsbawm califica como «la mayor transformación en la historia humana desde los remotos tiempos». Transformaciones que igualmente afectaron a la forma de vida de las mujeres y, sobre todo, a la forma en cómo el mundo femenino se va a apreciar, a describir y a reflejar en el relato histórico desde entonces. También es en este momento donde el feminismo del siglo XX y la historiografía tradicional, instalan el inicio de la lucha por la emancipación femenina.
Así que creo que sí que es pertinente traerlo hoy aquí. Además, como decía el escritor y político Severo Catalina (fue ministro en dos ocasiones y diputado en cortes) «Siempre habrá cosas nuevas que decir de las mujeres, mientras quede una en la tierra» (1858).

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX, Es, sí, otro libro sobre la mujer, un libro necesario, pienso, porque es un libro, otro libro, donde se reivindica la necesidad de realizar más estudios y más publicaciones sobre la presencia y VISIBILIDAD femeninas, tanto en el espacio público-político, como en la historia, en los procesos de transformación histórica. Es un libro en el que he querido compendiar un buen número de acciones, presencias, estampas cotidianas (y otras quizá no tanto) con las que evidenciar la visibilidad continuada de las mujeres del siglo XIX en un ámbito tradicionalmente considerado como masculino: el espacio público. Un espacio de donde la sociedad burguesa excluye conscientemente a la mujer, en tanto que se consideraba que su papel en la sociedad se circunscribía únicamente al ámbito privado del hogar. Tanto fue así que, por ejemplo, en la Revolución francesa donde las mujeres tomaron un papel más que protagonista, desde las trincheras hasta en los clubes de mujeres, y con la redacción de los derechos de la mujer y la ciudadana de Olympe de Gouges, por ejemplo, una vez que se calman las aguas se les dice que no pueden participar del nuevo orden político: «No es posible que las mujeres ejerzan los derechos políticos», dijo el masón Jean-Pierre-André Amar (1755-1816), Diputado de la Convención y miembro del Comité de Seguridad Nacional, que fue quien auspició, además, el cierre de los muchos clubes de mujeres que se crearon a la luz de la revolución.

Otro ejemplo lo vemos en el trabajo femenino fuera del hogar, especialmente el de las fábricas, iniciado tempranamente en la Revolución industrial inglesa y que se extiende a toda Europa y hasta a Norteamérica muy rápidamente. Pues bien, esto no significó, ni mucho menos, una fórmula de emancipación para ellas (como sabemos, eso cambia radicalmente tras la primera guerra mundial y se acentúa durante la segunda). El efecto que a partir de la segunda mitad del siglo XIX va a producir en las esposas (y además en todas ellas, aunque no trabajen fuera de casa) es el de un mayor confinamiento en el hogar, ya que el trabajo femenino fabril evidencia mucho más la separación real entre las esferas pública (el lugar de trabajo) y privada (la casa, el hogar) y, según Mary Nash, el mundo obrero también acepta, y se autoimpone, el discurso de la domesticidad. El obrerismo de 1884 denunciaba el trabajo femenino como una actividad de influencia funesta sobre la moral y la higiene. Y también se consideraba un peligro social el que una mujer fuese económicamente autosuficiente, una «subversión del orden fundamental de la familia y una amenaza al poder jerárquico del marido», según publicaba en octubre de 1884 el periódico La Democracia. En tiempos de precariedad laboral, la discriminación parece ser la más fácil de las soluciones. Entonces eran las mujeres, ahora son los inmigrantes.
Cuando las mujeres protagonistas de esta película llegan a realizar protestas por unas mejores condiciones de trabajo en la fábrica de una forma pública… y, sobre todo, cuando llegan a manifestarse y tomar partido de una forma política (y violenta incluso) por la lucha por el sufragismo femenino, no lo hacen por una especie de “iluminación infusa”, ni empujadas por las arengas de una sola mujer… Fue muy largo el camino de reivindicaciones hasta llegar a este momento y muchas las circunstancias que las llevaron a ello.

Se suele tomar como punto fundacional del FEMINISMO como movimiento social la declaración de Seneca Falls de 1848 (EEUU), liderada por las abolicionistas y feministas, Elizabeth Cady Stanton (1815-1902) y Lucretia Mott (1793-1880), cuando 68 mujeres y 32 hombres aprueban un manifiesto de 12 puntos (decisiones) en los que, por cierto, el nº 12, el que hablaba del voto femenino contó con una mayoría simple de aprobación frente a la mayoría absoluta con los que contaron el resto de puntos… pues bien, antes de esa declaración, hubo ya, al menos, dos manifiestos femeninos por la igualdad de derechos con respecto al sexo masculino: La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), de la francesa Olympie de Gouges que mencionaba antes, y la Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792) de la inglesa Mary Wollstonecraft… Así que hasta llegar al momento en el que se centra la película, en el año 1912, existía ya una larga historia de lucha femenina… y aquí quiero incluir las manifestaciones norteamericanas desde inicios de siglo, sobre todo las sucedidas después del 25 de marzo de 1911, que es cuando ocurrió el incendio en la Fábrica de camisas ‘Triangle Waist Co.’ de Nueva York, que se saldó con la muerte de 146 personas, 123 de las cuales eran mujeres, la mayoría muy jóvenes, de entre 14 y 23 años de edad (inmigrantes europeas en gran número) y que dio origen a la celebración del día 8 de marzo como “Día Internacional de la Mujer Trabajadora” (ver mi artículo en HELICON, «Violeta es nombre de mujer»).
Pues bien, se considera también que la culminación de ese camino del feminismo sufragista hay que situarlo en 1948 con la inclusión del voto sin discriminación de sexos como uno de los derechos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dictada en este año. Así que son, al menos desde 1848 con Seneca Falls, cien años de lucha, y digo al menos, porque como sabemos no en todas partes se logró ese derecho femenino al voto en ese año de 1948… y hay todavía hoy lugares donde las mujeres no pueden votar, entre otras restricciones políticas y sociales de derechos por razón de sexo.

En realidad el sufragismo siempre ha sido objeto de controversia. Hay que tener en cuenta que en estos momentos la reivindicación del sufragio en prácticamente toda Europa no era una lucha únicamente femenina, ya que en el siglo XIX los derechos políticos estaban reservados solo a una élite participativa, que se consideraba a sí misma como la única con la capacidad social, educativa y económica suficiente como para ejercer tal papel director. Y esa idea estaba tan arraigada en la sociedad, que ni hombres ni mujeres se planteaban un escenario alternativo. O al menos, no la mayoría. El discurso de la domesticidad se centró durante todo el siglo en la insistencia de la incapacidad racional de la mujer para ejercer derechos políticos y ni siquiera la honda conciencia de muchas de ellas de esta nefasta realidad hizo que este estado de cosas cambiase hasta mucho tiempo después.

Se da la paradoja de que las Constituciones españolas del siglo XIX (la de 1845 y la de 1876), no recogían en sus leyes electorales la expresa prohibición del voto femenino, sino que únicamente se otorgaba el derecho al voto a una cierta categoría de ciudadanos: profesionales y contribuyentes económicos a la sociedad. Sin embargo, ninguna mujer, aun pudiendo haberlo hecho con un carácter censitario, porque algunas mujeres cumplían los requisitos económicos establecidos por la ley, pues ninguna ejerció tal derecho. Únicamente la Constitución de 1890 hace constar expresamente el sufragio masculino al declararlo universal y cuando se establece, pues se origina una nueva paradoja. Como dice Catherine Jagoe, este discurso, esta utilización doméstica de la capacidad política de la mujer, «se convirtió en un arma de doble filo para la propia burguesía, ya que con ella se evitaba que las propias mujeres de la burguesía participaran en un sistema que en cambio admitía a los varones del proletariado». Una paradoja más de esta sociedad burguesa que, pese a todo, es en la segunda mitad del siglo cuando consigue afianzarse en su hegemonía social.

De ese tipo de paradojas es de lo que hablo en mi libro sobre la mujer, sobre el espacio público burgués y sobre el siglo XIX. Y una cosa es segura… el siglo XIX no fue un siglo agradecido para la mujer, pero…
La nueva sociedad que despertaba al albur del poder burgués, quiso encorsetar a la mujer en un ideal de vida doméstica que exigía también un ideal de clase, pero al tiempo que esa domesticidad y el ideal burgués marcaban una clara diferencia entre espacio privado y espacio público, reservando para la mujer únicamente un papel dentro de la esfera doméstica, al mismo tiempo, decía, también se la mostraba como un valor público: «la exigente sociedad la reclama sin cesar, como el teatro a la actriz que ha contratado», decía Gertrudis Gómez de Avellaneda, la gran dama de las letras del XIX, en un tiempo en el que se consideraba a la mayoría de las autoras femeninas “escritoras de la domesticidad”.

La gran paradoja de esta concepción burguesa de la mujer se encuentra en la contraposición decimonónica de espacio público y privado. Cuando hablo de espacio público me refiero al que es definido por Jürgen Habermas como un espacio, físico o imaginario, en el que se desarrolla lo que él llamaba la esfera de lo público y como contraposición al dominio de lo privado, decía él, cuyo acceso es restringido por el propio individuo. «La esfera pública», era definida por Habermas, como ese lugar donde cobran importancia la interacción social y cívica y el debate público-político, elementos todos ellos legitimadores de la vida en comunidad de una sociedad. ¿Qué alcance tenían las mujeres en ese espacio? En realidad, muy poco.
En el caso de las sufragistas que hemos visto en el filme, la calle y la fábrica son los lugares físicos donde expresaron esa opinión público-política, aun accediendo con muchas dificultades a ellos en los inicios del siglo XX, en realidad, los estertores del “largo” siglo XIX. Decía Habermas que «a la luz de lo público todo se manifiesta tal como es, todo se hace a todos visible». ¿Era entonces la mujer visible, si no podía acceder libremente a esos espacios físicos o imaginarios? Pues sí. Lo era. Por eso se la critica, se la trata de ocultar y se la denigra.

En contraposición, el espacio privado, decía Habermas, es ese espacio, físico o interior, cuyo acceso es restringido por el propio individuo (Incluso el diccionario de la Real Academia define lo privado como aquello que se realiza de manera individual, o sea, de forma particular por parte de cada individuo o, a lo sumo, en presencia de pocos y de confianza, de forma familiar y domésticamente, dice concretamente el diccionario de la RAE)… es un espacio que tiene que ver con la capacidad de control, poder o dominio, que posee un individuo sobre él, adquiriendo así el carácter de privativo, pero ¿de verdad pensamos que el hogar, el ámbito doméstico al que se confina a la mujer, era un espacio “restringido”, “privativo” suyo, un espacio tan femenil donde solo la mujer controlaba su acceso? Pues Tampoco. Incluso calificándola de ángel del hogar, la titularidad de ese hogar no le correspondía, sino que se le concedía al marido.
La sociedad burguesa de este tiempo va a recrear un espacio público acorde con esta nueva sociedad hegemónica en la que prima lo visible, lo evidente, lo público… transforma las ciudades según sus necesidades de sociabilidad, ampliando avenidas, construyendo parques y jardines de esparcimiento, levantando teatros, edificios de la ópera, hipódromos, cafés y terrazas… y también hogares muy diferentes a los que se podían ver en siglos anteriores… Hogares con una alta exposición pública… instituye su propio hogar como elemento esencial de su proyección social pública… La casa familiar se socializa: se recibe en un despacho, hay una sala para atender a las visitas, un salón de festejos y reuniones, un comedor para eventos, una sala de retratos, álbumes de señoritas, con fotos, poesías y dibujos, hay bibliotecas que se exhiben, un cuarto de curiosidades y recuerdos de viajes….

La sociedad burguesa dota a sus mujeres de una importante presencia visible en los esos nuevos espacios públicos de sociabilidad que mencionaba antes (y donde la moda se va a convertir en un elemento imprescindible para ese modelo social), y aunque proclama que el lugar de la mujer está en el hogar, aunque proclama que ella es el “ángel del hogar”, lo cierto es que ese hogar entra a formar parte del mismo espacio público del que se quiere excluir al sexo femenino. Una nueva paradoja.
Los resquicios que dejan abiertos estas paradojas son las que van a permitir a las mujeres poner todo su empeño en demostrar, con su visibilidad, presencia y hasta protagonismo, que han de ser reconocidas como parte imprescindible de esa nueva sociabilidad burguesa. Recojo en el libro que lo hacen de dos formas: por un lado lo que he llamado “incursiones sociales” realizadas dentro de los escasos márgenes que deja entreabiertos la sociedad burguesa (entrarían en este grupo la educación, la literatura, la participación cultural y social que se ha descrito antes…) y por otro lado lo que he llamado, de acuerdo con Elena Fernández García, una Transgresión Total, transgresiones públicas entre las que podríamos incluir revoluciones, arengas, protestas, misivas políticas, influencias, actuaciones políticas…

Es en este sentido en el que la segunda mitad del siglo XIX adquiere una importancia capital en el reconocimiento del papel de la mujer en ambas esferas, la privada y la pública. La historiadora Mary Nash reivindica una historia de la mujer «en toda su complejidad», es decir, teniendo en cuenta no solo un rol cerrado circunscrito a la esfera doméstica, sino también, atendiendo a la proyección pública de esa actuación femenina familiar en el contexto económico-social en el que se inserta.
Este libro se inscribe en este tipo de reivindicación, porque poco se ha tenido en cuenta como factor de influencia social y política en la historia, toda la labor femenina en una esfera que, estando localizada en un espacio tan concreto como el hogar, puede llegar a tener una alta proyección pública, bien por la propia actuación de la mujer como protagonista, bien por el ascendente que pudiera ejercer en el varón titular de ese espacio doméstico (que es lo que le reconocía expresamente la propia sociedad burguesa), bien por la propia influencia de la vida doméstica en los procesos sociales burgueses. «La mujer jamás fue totalmente pasiva, ignorante y subordinada», como afirma Mary Beard

La mujer era VISIBLE en la sociedad, o mejor dicho, no era invisible, sino que se la ha invisibilizado, se la ha obviado, pero nunca ha sido invisible… Hay que reivindicar el hecho de que la mujer, siendo VISIBLE, ha sido premeditada y conscientemente invisibilizada, olvidada, discriminada a conciencia, sabiendo muy bien lo que se hacía… Y hemos de aceptar esa VISIBILIDAD tantas veces condenada por dos razones: primero, para conceder el necesario valor a esas actuaciones femeninas en el espacio público, y segundo, para dejar claro que la discriminación femenina ha sido consciente. Son las mujeres las que históricamente han evidenciado con su presencia y VISIBILIDAD, lo que un hogar representa. Esta paradoja ha sido nuestro logro y nuestra condenación.
Permitidme acabar con lo que dijo la feminista Charlotte Despard, ya con 87 años en 1928 al aprobarse la equiparación de la edad de voto femenina a la masculina: «Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente».

* La palabra «Suffragettes« fue empleada durante los inicios del siglo XX como una forma despectiva de titular a las mujeres que pedían el voto femenino de una forma activa, política y hasta violenta. Fue utilizado por primera vez en el periódico «Daily Mail» en 1906, para distinguirlas de las sufragistas más moderadas y como un intento de dividir el movimiento. Aunque el término «Suffragette» no tiene traducción exacta en español, podemos entender la intención si la equiparamos con la dualidad actual entre «feminazis» y «feministas».
** La película «Suffragettes» está basada en las protestas de las mujeres inglesas en los inicios del siglo XX y sobre todo las acciones realizadas en ese año de 1912. No todas sus protagonistas son reales, aunque si reflejan actitudes de multitud de mujeres anónimas que militaron en el movimiento sufragista. Es el caso de la protagonista, Carey Mulligan, que interpreta a Maud, una mujer trabajadora y oprimida en su propio hogar. También el papel que interpreta Helena Bonham Carter (Edith Ellyn) es ficticio, pero su papel está basado libremente en tres mujeres importantes en estos momentos, Edith Garrud (1872–1971, una de las primeras instructivas profesionales de artes marciales en el mundo occidental), Edith New (1877-1951, una de las primeras sufragistas en usar el vandalismo como táctica) y Mary Leigh (1885–1978, otra activista política y sufragista inglesa pionera en emplear las acciones violentas como protesta). New y Leigh fueron encarceladas por sus actos pero recibieron pleno apoyo de las demás sufragistas como nueva forma de protesta para hacer escuchadas y ambas salieron como unas heroínas de la cárcel. Personajes reales que aparecen en la película son los papeles interpretados por Meryl Streep como Emmeline Pankhurst (1858-1928) y Natalie Press como Emily Wilding Davison (1872-1913), la mujer que falleció al ser arrollada por el caballo del rey George V en el Derby de 1913.
Mª del Pilar López Almena
Segovia, 12 de marzo de 2019
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