EL SIGLO QUE NO AMABA A LAS MUJERES
Digámoslo desde el principio: el siglo XIX no fue un buen siglo para la mujer.
Afortunadamente, en los últimos decenios ―aproximadamente desde finales de los años setenta y principios de los ochenta― se han multiplicado los trabajos de investigación que tienen en la mujer y en el género su campo de estudio, revirtiendo una cierta tendencia oscurantista de la historiografía tradicional en este sentido. Hoy, existen grandes profesionales y numerosas cátedras de estudios de género o sobre la mujer, y un gran número de publicaciones dedicadas a revisar y actualizar el papel que ha desempeñado la mujer en la historia y el sitio que ha ocupado, y ocupa, en ella.
Los trabajos publicados en lo que se ha llamado la Nueva Historia de la Mujer, han permitido conocer gran parte de toda esta experiencia histórica, así como rescatar relevantes comportamientos, actitudes y valores del colectivo femenino, tanto en los aspectos domésticos ―los tradicionalmente asignados a la mujer―, como en los mundanos. Además, han hecho posible contemplar con otra perspectiva algunos de los cambios sociales que esta historiografía tradicional había subordinado únicamente a la experiencia masculina como protagonista de la esfera pública ―económica, política, cultural y social― y de los que, hasta fechas recientes, habían marginado, obviado y excluido a la mujer, considerando únicamente la excepcionalidad de algunas mujeres notables. Esta invisibilidad, sin embargo, no puede excluirlas de la realidad de su más que evidente presencia visible en el proceso histórico. Algo que ya adelantaba Faustina Sáez de Melgar(1834-1895), cuando afirmaba que es inútil negar «que la mujer tiene una importancia social, mucho mayor de la que se le quiere reconocer, y de gran trascendencia en la vida de la humanidad». Esta amplia panoplia de estudios recientes, por lo tanto, nunca ha de resultarnos suficiente. Si algo nos ha enseñado la historia, que, según la misma autora anterior, «habla con voz más elocuente que cuanto nosotras tratáramos de decir», es que sus aristas y recovecos siempre son susceptibles de ser redescubiertos, analizados y estudiados si se está dispuesto a enfocar la cuestión desde una perspectiva nueva, adecuada a cada caso, y proyectando sobre ella una luz de renovado interés.
Este es, pues, un nuevo trabajo sobre la mujer. Más concretamente, sobre mujeres a las que en el siglo XIX les correspondió interpretar un nuevo papel en la larga historia de la feminidad: su visibilidad pública. Una visibilidad pública individual y colectiva. Visibilidad y activa presencia femenina en el llamado espacio público, tradicional campo masculino de sociabilidad y transformación sociopolítica. Un espacio en el que también las mujeres han actuado decididamente, demostrando con ello, además de una clara iniciativa en los asuntos sociales, una inequívoca contribución femenina al proceso histórico.
Insistamos. El siglo XIX no fue un siglo agradecido para la mujer.
Según Colette Rabaté, el término burguesía no se utiliza en el siglo XIX al menos hasta después del Sexenio Revolucionario. Es más usual el apelativo de clase media, una expresión ya presente en el siglo XVIII donde es utilizada implícitamente de forma excluyente para la mujer, ya que con ella se quería expresar los valores «de la probidad y el trabajo» como «garantía de regeneración de la sociedad». En este trabajo se han utilizado ambos términos, dando preferencia al de burguesía, por entender que expresa mejor la sociedad de la que mayoritariamente se habla en él.
Así, la burguesía decimonónica y el liberalismo político español, dibujaron una nueva sociedad a su medida en la que se quiso encorsetar a las mujeres en un ideal de vida doméstica que, a la vez, también exigía un ideal de clase. Este nuevo papel femenino, no obstante, pudo posibilitar que las mujeres españolas del siglo XIX se adentrasen en espacios en los que poder cimentar sus oportunidades de intervención pública, tanto cultural como social o políticamente.
¿Cómo? Pues asistiendo a una tremenda paradoja.
En el siglo decimonónico, decía, al tiempo que la domesticidad y el espíritu liberal-burgués marcaban claramente la diferencia entre espacio privado y espacio público, se perfilaba el papel de la nueva mujer reservando únicamente la esfera doméstica como su ámbito de actuación. Pero la paradoja a la que se asiste en este siglo es que también se defendían a su alrededor los valores de clase media, confirmándola así, como uno de los pilares fundamentales, e imprescindibles, para el cambio social.
A esa mujer del XIX, burguesa ya por mor de pertenecer a la nueva clase hegemónica, ya por vivir bajo su órbita, es a la que «la exigente sociedad la reclama sin cesar, como el teatro a la actriz que ha contratado», utilizando palabras de Gertrudis Gómez de Avellaneda(1814-1873), la única escritora del periodo isabelino que recibiría, en virtud de sus méritos literarios, una corona de laurel de oro.
Es esta paradoja la que va a posibilitar una mínima apertura para la realización femenina. Va a servir a algunas mujeres para que, sorteando obstáculos y aprovechando oportunidades, protagonicen incursiones sociales en ámbitos que parecían reservados exclusivamente a los hombres: educación, prensa, literatura, opinión pública, reuniones sociales… Al tiempo, va a permitirles desempeñar una serie de papeles que podríamos considerar como transgresiones públicas: revoluciones, arengas, protestas, misivas políticas, influencias… Ambas, son acciones que inequívocamente nos muestran ejemplos claros de protagonismo social y visibilidad pública femenina. Y son esos ejemplos los que han servido para intentar esbozar en esta obra, y desde una perspectiva cultural ―sin entrar en consideraciones jurídico-políticas del estatus femenino en el siglo XIX―, una serie de claros antecedentes de acciones públicas femeninas claves para que la mujer española futura pudiese ser capaz de cimentar sus anhelos de emancipación.
Este trabajo se constituye como un recorrido bibliográfico por el siglo XIX, contando con fuentes muy cercanas a las mujeres ―obras literarias, periodísticas y gráficas, aunque también archivísticas―, con las que intentar reconocer esa visibilidad en un mundo en el que, por tradición, se las invisibilizaba.
Mejor dicho. Su presencia era notoria, pero pasaron por desapercibidas. Las mujeres eran visibles, pero fueron veladas en la narración histórica. «Las mujeres en la historia son como una especie de muro de arena: entran y salen al espacio público sin dejar rastro, borradas las huellas» (Celia Amorós, 1994).
Digámoslo claro igualmente desde el principio. Para conocer a estas mujeres existe un tremendo hándicap: la escasez de fuentes exclusivamente femeninas. Lo que se ha conservado y difundido es, ante todo, un corpus educativo-moralista que resulta en cierto modo tendencioso. La mujer ha sido conocida a lo largo de la historia a través de una narración que podríamos llamar del enemigo vencido, aquella en la que solamente sobrevive el relato de los vencedores. El siglo XIX, en lo que a la mujer respecta, sigue siendo un tiempo hambriento de estudios.
Mª del Pilar López Almena
INTRODUCCIÓN de mi libro:
VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX
(Ediciones UVA, 2018)