EVOLUCIÓN: SIN RESPUESTA DE DIOS (ORIGINAL)
Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo». (Génesis I: 26)
El hombre, en su orgullo, creó a Dios a su imagen y semejanza. (Friedrich Nietzsche 294)
Sabemos que el hombre se ha interesado desde siempre por conocer el origen de su propia existencia, por saber de dónde procedía y, por ende, determinar si tenía un destino marcado, por conocer el papel que le correspondía en la inmensidad de la naturaleza en la que, nada más tomar conciencia de sí mismo, se vio inserto. Y sabemos también, por los escritos que han podido llegar hasta nosotros, que la mayor parte de las culturas buscaron las respuestas en la divinidad, manteniendo como certeza la humana creencia en la existencia de un Dios omnipotente que, desde la nada y ejerciendo su voluntad, creó al hombre en la Tierra y le hizo señor de todo lo que en ella se hallaba. Pero que la pregunta primigenia no encontró respuesta favorable en la existencia de Dios, de los dioses, lo demuestran hechos tales como la multiplicidad de los mismos, las diversas explicaciones filosóficas de la Historia, y la incesante búsqueda de la verdad científica acerca de nuestro origen y existencia.
Hoy en día, o en un futuro muy próximo, es probable que estemos muy cerca de obtener esa respuesta gracias a los logros de investigaciones como la desarrollada sobre el bosón de Higgs, la partícula elemental e inestable, descubierta por el reciente Premio Nobel Peter Higgs (llamada la partícula de Dios), y considerada como el elemento fundamental para el entendimiento de la creación de la materia, y por lo tanto, de la vida a partir de la nada.
Lo que sí sabemos ahora mismo, gracias a la Física, es que la nada, la materia oscura del universo, sí que contiene algo. Según el físico teórico Lawrence Krauss (2009), es una “infusión burbujeante” en la que miles de partículas virtuales entran y salen tan rápidamente que no pueden verse. Pero están ahí, en el mismo espacio en el que una estrella al explotar, desprendió dióxido de carbono, metano, amoniaco y otros elementos susceptibles de transformarse en aminoácidos, indispensables para la vida. Y por ese sacrificio es por el que fue posible el inicio de la vida en la tierra. “Somos polvo de estrellas”, concluyó poéticamente Carl Sagan (212). Entre ellas y nosotros, como seres racionales que hoy podemos preguntarnos por nuestro origen, media una larga historia de evolución. Una historia que no fue unívoca ni dirigida, pero que concluyó con nuestra especificidad única como especie. Una historia evolutiva sin respuesta de Dios.
AlmaLeonor.
Este es el principio de un artículo que escribí para la revista Hispanic Journal de la Universidad de Pennsylvania en el año 2014. Ya existe una entrada en HELICON con este título EVOLUCIÓN: SIN RESPUESTA DE DIOS, donde contaba como había sucedido toda la historia de la publicación. Como ha pasado ya mucho tiempo y en la página web de la revista no se ofrece el texto completo del artículo, he pensado que podía ir publicando aquí algunas partes del mismo. Esto de hoy es el inicio del mismo.