UNIVERSO AZUL

UNIVERSO AZUL

Fotografía de la Tierra desde el Apollo 8, en la órbita lunar, titulada “Earthrise” (Amanecer terrestre), tomada la víspera de Navidad de 1968

En febrero de 1990, una fotografía de la tierra tomada por la sonda espacial Voyager 1 desde Plutón (a unos 6.050 millones de km de distancia), fue titulada por Carl Sagan como “Un punto azul pálido”, haciendo referencia al color azul con el que nuestro planeta se distinguía, solitario, en la negrura inmensa del espacio. Tal vez por haber sido tomada la imagen un 14 de febrero, el epíteto adolece de un cierto romanticismo, pero lo cierto es que el color azul también es poéticamente visible desde la superficie terrestre, por ejemplo, cuando miramos hacia la profundidad de un lago o cuando alzamos la vista al cielo.

Ese efecto celeste está causado por lo que se ha dado en llamar “dispersión de Rayleigh”,  la difracción de la luz solar sobre la capa de aire concentrado sobre nuestras cabezas, que llega a alcanzar más de 10 km. de grosor, y que ofrece ese tono al ser oprimido por la fuerza de la gravedad. Es decir, que la forma en la que la luz del sol esparce las moléculas en la atmósfera, hace que esta se vea de color azul. La Tierra, bautizada como el planeta azul, tanto por este efecto solar como por la gran cantidad de superficie hidrológica del planeta, contrasta así con los “colores” con los que identificamos otros astros, como por ejemplo, el rojo de Marte o el amarillo del Sol. Todo ello evidencia que el ser humano es un animal icónico por naturaleza. Desde lo más remoto de los tiempos, siempre ha necesitado y utilizado los colores para identificar desde cosas como el agua o el cielo, a estados de ánimo. El color azul concretamente, es uno de los tonos primarios que se asocia a los “colores fríos” y aunque transmite serenidad y confianza, conforme va aumentando de intensidad y exposición, se considera que puede causar desde tristeza y fatiga, hasta soledad y depresión. No en vano, el Blues, el género musical de orígenes africanos nacido en los campos de algodón entre las comunidades esclavas afroamericanas del sur de los Estados Unidos a principios del siglo XX, equivale a melancolía o tristeza. Y ya lo repetía Roberto Carlos… El gato que está triste y azul….

Este es un artículo sobre el color Azul, el “rizo del rey”, según el sánscrito, idioma del que parece que proviene la palabra azul, que es con la que hoy designamos una de las gamas de color más utilizadas y significativas de la historia.

Seguramente quien lea este artículo está utilizando un medio que se identifica con el color azul, como Facebook, ya que es un color muy utilizado por las empresas en general como marca corporativa. Por ejemplo, también lo utiliza Twitter y azul es también el color con el que se conocen los logos de Instituciones multinacionales como las Naciones Unidas (las fuerzas de intervención de paz de la ONU se denominan “cascos azules” y utilizan este color) o la Unión Europea (también Europa está representada por el anillo azul en la Bandera Olímpica). Y no solo es una cuestión de gustos. Está perfectamente estudiado que el azul, además de ser uno de los colores que más elegancia transmite a través de una fotografía o una pantalla de televisión, denota confianza y transparencia. Tal vez por la necesidad perentoria de aparentar contar con esos valores, es un color que tradicionalmente ha sido adoptado también por los partidos políticos del espectro neoliberal o de derechas (en contraposición al rojo de los partidos de izquierda).

Windows utiliza este color en sus “ventanas”, aunque para ser totalmente sinceros, la pantalla azul (BSoD) de Windows es conocida como “pantalla azul de la muerte” porque si aparece en un ordenador significa que ha ocurrido un grave problema en su sistema interno o una significativa y problemática infección por un virus informático letal. Otras fórmulas que se relacionan trágicamente con el color azul son, por ejemplo, la expresión inglesa “deep blue sea”, o profundo mar azul, un concepto tenebroso que utilizan en la frase “it is caught between the devil and the deep blue sea”, que puede traducirse por nuestro “estar entre la espada y la pared” (también es el título de dos películas de cine y de, al menos, un álbum musical). La expresión “blue devils”, diablos azules, es un epíteto utilizado ya desde el siglo XVI para referirse a la tristeza y el abatimiento, pero se ha venido popularizando en ciertos países sudamericanos (como Perú) en un estado de alcoholismo tal que puede producir desde alucinaciones hasta agresividad consigo mismo y con otras personas. Los Diablos Azules, también es el nombre de un cómic belga sobre la Primera Guerra Mundial, que originalmente se editó en blanco y negro en la revista Spirou en los años 80 (se ha reeditado recientemente) y hoy el nombre de una revista sobre libros del diario InfoLibre. Y hablando de guerra, la División Azul fue una división de infantería española de voluntarios que lucharon junto a las tropas nazis de Hitler en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Por último, un macabro giro del tono azul está circulando últimamente por la red en forma de “ballena azul” incitando a los jóvenes que se unen en la red a la realización de peligrosas pruebas que suelen terminar en suicidio (un posible reciente caso en Barcelona ha puesto en alerta todas las alarmas en España).

El azul es un color que reconocemos bien en la actualidad: algunos veranearán este año en la Costa Azul; hemos leído el cuento de Perrault sobre el temible Barbazul; seguramente bailamos el Blue Velvet popularizado por Bobby Vinton en 1963 o nos deleitamos con la película del mismo título de David Lynch del 86; algunos han crecido viendo la serie de televisión de los azules Pitufos; o utilizamos Bluetooth en nuestro móvil (cómo saben, el nombre procede del rey noruego Harald Gormsson, del siglo X, apodado Blåtand o “diente azul”, que hacía referencia, en realidad, a sus dientes negros por la caries). Pero según cuenta Michel Pastoureau en su libro “Azul. Historia de un color”, éste no aparece en la antigüedad, sino que hay que esperar hasta la Edad Media para que sea significativo. Ni siquiera está claro que los antiguos supiesen como denominarlo ya que, dice el autor, no aparece ni en el griego ni en el latín clásico, y ni siquiera es un color presente en el arte rupestre. No existía ¿Es esto posible?

Pintura en la cueva francesa de Lascaux

Juan Luis Arsuaga defiende en sus libros que los primeros habitantes humanos de nuestro planeta se identificaban plenamente con el mundo que les rodeaba. Por eso sus herramientas estaban elaboradas a partir de los elementos que encontraban allí donde se encontraban y su incipiente lenguaje debió ser igualmente un reflejo, quizá monosílabo, de aquello que les era más familiar y próximo. En las pinturas rupestres no se ha encontrado ningún pigmento azul, eso es cierto. O para ser más exactos, no nos ha llegado ningún ejemplo de su posible uso, pero no sería extraño que no lo conociesen. Los pigmentos más utilizados en las pinturas de las cuevas europeas derivan de elementos muy presentes en la naturaleza, como la hematita, la arcilla, el óxido de manganeso, o el carbón vegetal, que mezclados con un aglutinante (normalmente grasa), servirían para crear tonalidades amarillas, ocres, rojas o negras. Eso es prácticamente todo lo que conocemos de aquellas maravillosas pinturas que iluminaron las cuevas prehistóricas, pero lo que usaron y como lo hicieron, no nos informa de cómo denominaban (o si lo hacían) aquellos primeros hombres ni estos colores, ni aquellos que no eran capaces de reproducir en un pigmento. No nombrarlos no significa que podamos afirmar taxativamente que no los conocieran.

Piedra de Lapislázuli

La palabra que utilizamos hoy para referirnos al color azul tiene un origen persa o sánscrito desde donde derivaría una versión árabe hispana, lazawárd, que es la que finalmente terminamos por transformar en “azul”. Pero aunque no exista un equivalente en griego o latín para ese color, sí que se conocen palabras con las que los antiguos le identificaban. Curiosamente, fórmulas mucho más amplias que un simple “azul”, ya que se sabe que utilizaban denominaciones diferentes para variaciones de ese color. Por ejemplo, el lexema cian o ciano, del griego kýanos (que a su vez puede identificarse en la raíz hitita kuwan, “azurita”), equivale al azul oscuro, y el término griego glaukos designaba al azul claro (cierto es que también podían referirse a todos los colores oscuros o claros respectivamente). El latín (romano y medieval) contaba con numerosas formas de adjetivar el color azul, y todas ellas tenían su propio significado, aunque no siempre unívoco: aerius, caeruleus, caesius, cyaneus, ferreus, glaucus, lividus, venetus… Ya en el italiano moderno, el color celeste se denomina azzurro, y es considerado un color diferente al azul (también sucede en el portugués y en el ruso). En Rusia y en otros países, el azul (celeste, en realidad) es uno de los colores denominados “paneslavos” (junto al blanco y el rojo) y está presente en muchas banderas de provincias, regiones y estados eslavos, como un símbolo de pertenencia a una misma identidad cultural (koiné). Esta identidad fue creada hacia la mitad del siglo XIX, inspirada por los colores de la Revolución francesa (la estructura tricolor fue uno de los iconos revolucionarios en toda Europa). La excepción es Bulgaria que sustituye el azul por el verde, lo que resulta curioso porque no es el único país que lo hace. Los japoneses también identifican el verde (midori) como un tono del azul (ao), lo que no es extraño si nos fijamos en que el agua unas veces se ve azul y otras verdosa (sobre todo la del mar), y Japón es un conjunto de islas. Curiosamente de nuevo, también Irlanda utiliza el color azul (en heráldica, azur) para iluminar el fondo de su escudo, referido a su santo patrón, San Patricio, que hoy es ampliamente identificado con el color verde.

¿Significa todo esto que en la antigüedad no se conocía el color azul, o que lo conocían mucho mejor que nosotros y se negaban a agrupar todos los tonos existentes en una sola denominación?

Templo de Dendera

En el antiguo Egipto, el color azul (con dos denominaciones: irtyw y ḫsbḏ) identificaba, como es lógico, el cielo y el agua, pero se entendía también como una extensión a los dioses (en tanto que moradores del cielo) y a la creación (en tanto que “inundación” primigenia, recodemos que Egipto se vinculaba mucho con las crecidas del Nilo). Por lo tanto, el azul era para ellos un importante símbolo de vida y renacimiento y fue el color utilizado para iluminar el rostro de  Amón-Ra. Para elaborarlo contaban con la malaquita y la azurita de las minas del Sinaí, el problema era que la azurita es muy poco consistente y tiende a desaparecer y/o convertirse en verde. Los egipcios terminaron por desarrollar lo que es considerado el primer pigmento artificial de la historia, el Azul Egipcio, resultado de sintetizar los minerales de azurita con el natrón. El antecedente más antiguo de su utilización data de hace 5000 años, aunque es más probable su generalización unos 500 años más tarde, hacia la Dinastía IV. Los talleres de Tell el-Amarna producían el Azul Egipcio que decoraba sarcófagos, cerámicas y estatuas de caliza, como el famoso busto de la reina Nefertiti (Dinastía XVIII), mientras que el lapislázuli (que no utilizaban como pigmento) tenía que ser caramente importado (por ejemplo, desde Afganistan). Se han encontrado ejemplos de la utilización del Azul Egipcio en objetos griegos y romanos, aunque con el fin del Imperio terminó por decaer.

El colo azul del Lapislázuli era conocido también en Babilonia, donde su famosa Puerta de Ishtar, una de las ocho puertas monumentales de la muralla interior que daba acceso al Templo de Marduk, estaba elaborada con teselas de cerámica vidriada, la mayoría de color azul de ese material. Fue construida en el año 575 a.C. por Nabucodonosor II, y descubiertos sus restos en las campañas arqueológicas llevadas a cabo por alemanes entre 1902 y 1914. Hoy pueden verse partes en el Museo de Pérgamo de Berlín, en el Museo Arqueológico de Estambul o en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, por poner algunos ejemplos, pero también existe una replica construida en Irak sobre el antiguo emplazamiento de la original (lamentablemente con la conflictividad de la zona, hoy esta dentro de las instalaciones permanentes del ejercito estadounidense en Irak).

Se sabe que en el Imperio romano, las carreras de carros y caballos, que gozaban de gran entusiasmo entre el público y los emperadores, se patrocinaban con facciones que eran identificadas con colores. Su auge fue durante el imperio de Nerón, pero se utilizaban ya desde antes, según los estudios. Estas facciones se identificaban con los colores blanco, rojo, verde y azul, si bien parece que originariamente solamente se contaba con dos facciones, los Blancos, consagrados al invierno y los Rojos, consagrados al verano. Con el tiempo fueron aumentando y en el siglo III los Rojos se consagran a Marte (como decía antes, hoy se sigue identificando como “el planeta rojo”), los Verdes a la tierra y a la primavera, y los Azules, al cielo, al mar y al otoño (esta última identificación es un tanto extraña, pero supongo que sería por completar las estaciones del año). Según Tertuliano (De spectaculis 9.5),  para ese siglo III tan solo los Azules y los Verdes (los favoritos de Nerón, Calígula y Cómodo) eran facciones de importancia.

La Mezquita Azul de Estambul

La maravillosa Mezquita Azul de Estambul o mezquita del Sultán Ahmed I, fue construida entre los años 1609-1617, por el arquitecto Sedefkar Mehmet Ağa (1540 – 1617), discípulo del famoso Mimar Sinan. La serena belleza de su exterior contrasta con la suntuosidad y magnificencia de su interior, donde destaca la profusión de mosaicos de Iznik (la antigua Nicea), famosos por su coloración azul. Cada pilar del interior está revestido con más de 20.000 azulejos de cerámica hechos a mano.

Así que, es fácil considerar que el color azul existía efectivamente en la antigüedad, era conocido en amplio espectro, y además, gozaba de gran consideración. Otra cosa es la apreciación subjetiva que de ese color disfrutaban en cada momento histórico, o la que seamos capaces de reconocer en el presente.

Circulo Cromático de Goethe

El poeta, dramaturgo y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) ya estudió en su momento la forma subjetiva del color, es decir, la forma en la que apreciamos los colores y como nos sentimos al hacerlo. Llegó a la conclusión de que el color es una sensación más que una certeza derivada de la intensidad lumínica física. Así, dependiendo de donde nos situemos en el mundo o en la historia, podemos entender el negro como un tono agorero y el blanco como un color de virginidad, o al revés, el blanco como un color de muerte (en algunas culturas es el color de la mortaja y del luto) y el negro como un color divino (es el color del manto sagrado que cubre la Kaaba, negra a su vez, de la Meca, y uno de los colores principales del panarabismo). Los diferentes usos que le hemos otorgado a los colores a lo largo de la historia, son lo que han hecho de esos colores lo que hoy entendemos por ellos. Para los musulmanes, el color más importante es el verde, que era el color del manto (o turbante) de Mahoma. Para los cristianos, el color más importante puede ser el blanco, relacionado con la pureza, santidad y luz de justicia (según GEN 30:35), pero el azul está habitualmente vinculado al Espíritu Santo y a la revelación divina y así, se utiliza un manto azul para cubrir desde el Pantocrátor a la Virgen María. Hay quien dice que en la Biblia no se hace referencia al color azul, pero si que se pueden encontrar algunas descripciones de ese tono, por ejemplo, en los capítulos 28 y 39 del libro bíblico del Éxodo donde se detallan las prendas de vestir del sumo sacerdote de Israel: “una vestidura azul sin mangas”. El tinte azul es mencionado también en Números (15:38-40) cuando dice que para recordar a los israelitas su especial relación con Dios, debían “poner una cuerdecita azul más arriba de la orilla con flecos” de sus vestiduras. La palabra hebrea para el color azul (una variedad concreta de azul) es tekjéleth.

La Inmaculada Concepción de los Venerables (1678), detalle, de Bartolomé Esteban Murillo

Aunque en la Edad Media los sacerdotes utilizaban ropajes azulados (se elaboraba el tinte mezclandolo con alcohol y orina ), desde el siglo XVI se exige una indumentaria acorde con los preceptos del Código Canónico (actualmente rige el actualizado por Juan Pablo II en 1983), y el color azul claro no está permitido. Solamente puede utilizarse para ciertos ropajes el color azul muy oscuro, casi negro, y únicamente se autoriza, por privilegio especial, un color azul claro en ciertos elementos ceremoniales en España por la festividad de la Inmaculada Concepción.

Antiguamente, los chinos identificaban los puntos cardinales con los colores, siendo el azul identificado con el este (donde estaba el océano), el sur el rojo, el oeste el blanco y el norte el negro. Platón entendía que para apreciar un color intervenían tres elementos que tenían que ver con la luz: la que emanaba del objeto, la que emanaba de nuestros ojos y la que incidía sobre ambos. Aristóteles consideraba que todos los colores partían de la transparencia de los objetos (entre la máxima o blanco y la mínima o negro) y como ésta se relacionaba con cuatro ideas primarias de color: tierra, fuego, agua y cielo. Según estos preceptos, Leonardo da Vinci establece en el siglo XV que el color blanco es el color primigenio a través del cual se pueden apreciar los demás: el amarillo de la tierra, el verde del agua, el azul del cielo, el rojo del fuego y el negro de la oscuridad o total ausencia de color y luz.

Desde el siglo XII encontramos que el color azul “del cielo”, según Da Vinci, se torna emblema de la realeza (junto al dorado), no solo por la popularidad de la expresión “sangre azul” (derivada de la palidez de la piel de la gente aristocrática y noble que no trabajaba el campo, y donde se transparentaba el color azul de sus venas), sino porque es en este siglo cuando los reyes franceses capetos empezaron a emplear el color azul para el fondo de campo de sus escudos heráldicos. Luis XIV de Francia lo adopta en sus emblemas reales junto a la flor de Lys (en oro) que también aparecía en el escudo francés, hasta que finalmente, en 1791 se incorpora a la bandera de la República francesa (el azul y el rojo eran los colores emblema de París). El que terminó por ser conocido como el Azul Francia (bleu de France), en varias y diferentes tonalidades, se asocia desde entonces a los reyes Borbones franceses por excelencia (a Francia por extensión), y también a la rama borbónica española (recuérdese lo que contaba sobre el color “Azul Cristina” en el artículo sobre LOS PUSSYHATS en Anatomía de la Historia).

Hoy, los colores han trascendido sus significados primigenios, aunque en algunos casos sigan manteniendo cierta comunión con sus orígenes. Por ejemplo, diferenciamos entre pescado azul y pescado blanco, sin que exista una relación de causalidad entre sus propiedades y el color, pero el Azul Francia sigue siendo el color que identifica el país galo en muchas imágenes icónicas que ya no tienen nada que ver con la realeza, por ejemplo, en las carrocerías de los coches de carreras. Mientras, el azzurro italiano (recordemos, un azul celeste) se ha sustituido por el Rosso Corsa que Italia luce en sus competiciones (automovilísticas y otras, como el ciclismo, donde la maglia rosa, es el maillot del campeón), y el verde (recordemos, un diferente tono de azul para algunas culturas, y una curiosa equivalencia con el color del San Patricio irlandés), llamado British Racing Green, es el color del Reino Unido en las competiciones automovilísticas. Y así podríamos seguir encontrando relaciones en la largar lista de colores, equipos y países en varios deportes. Por finalizar el tema: en Francia el ciclismo se identifica con el maillot amarillo; en Alemania los coches de carreras son Silberpfeile (flechas plateadas, una curiosidad debida al piloto Manfred von Brauchitsch, quien levantó toda la pintura blanca de su bólido en 1934 para lograr el peso permitido); los Diablos Azules (que mencionábamos antes con otra acepción) son los equipos deportivos de la Universidad Duke en Durham (Carolina del Norte) en los EEUU; en España, todos sabemos identificar al equipo Blaugrana; y Argentina  luce el Albiceleste en su equipación nacional.

El azul sigue produciendo nuevas e interesantes versiones, por ejemplo, en medicina, como el Azul de Metileno, el de Isosulfan o el de Toluidina, colorante con utilizaciones médicas variadas. Pero desde aproximadamente el 2000 a.C. en la India y desde el 1580 a.C. en Egipto, se conoce un tipo de tinte azul proveniente de plantas del género Indigofera: el añil, que proviene de la Indigofera suffruticosa; y el índigo, que se extrae a partir de la Indigofera tinctoria. En ambientes más fríos se desarrolló otro tipo de planta con la que también se elaboraba tinte y pigmento azul, el glasto, provenientes de la planta Isatis tinctoria. Con estos tintes se cubría, en Génova (Italia) primero y en Nimes (Francia) después, un tipo de tela muy resistente con la que se elaboraban pantalones especiales para el trabajo duro. Estos pantalones acabarán siendo denominados Blue Jeans cuando en 1873 son patentados en los EEUU por Jacob Davis y Levi Strauss. Todos sabemos la gran fama y popularidad que este tipo de pantalones, que nosotros llamamos “pantalones vaqueros” (fueron los vaqueros del oeste americano quienes los utilizaron masivamente), llegaron a adquirir en la historia y de la que siguen gozando en nuestros días.

Cianotipo. Algas, por Anna Atkins. 1843.

La producción tintórea artificial mejoró muchísimo en el siglo XIX con químicos como Adolf von Baeyer (1835-1917) quien obtuvo la primera síntesis de índigo artificial en 1880, trabajo que le valió el Premio Nobel de química en 1905. Este tipo de investigaciones perfeccionaron los pigmentantes sintéticos que ya se habían desarrollado anteriormente, como el que accidentalmente había descubierto casi un siglo antes, en 1704 en Berlín, el químico alemán Heinrich Diesbach, el Berliner Blau. Este colorante fue popularizado con el nombre de Azul Prusia, porque  se usó en un principio para tintar los uniformes militares prusianos. Más tarde, fue un tipo de azul frecuentemente utilizado para copiar planos y que en España adoptó el nombre de cianotipo.

Vincent van Gogh (1853-1890) utilizó el Azul Prusia para su pintura “La noche estrellada”, y “La gran ola de Kanagawa”, de Katsushika Hokusai (1760-1849), también cuenta profusamente con este color. En azul pintaron algunas de sus mejores obras artistas como Pablo Picasso (1881-1973), dando nombre hasta un periodo de la obra del genial pintor malagueño, el periodo azul, que desarrolló entre 1901 y 1904. Curiosamente, este periodo picassiano surge en el artista de la tristeza y el sufrimiento en el que se suma tras el suicidio de su amigo, el pintor y poeta Carles Casagemas (1880-1901). Otro movimiento pictórico que utilizó este nombre y color fue el Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) el movimiento expresionista que fundaron artistas de la talla de Vasili Kandinski y Franz Marc en Múnich entre 1911 y 1913. El neodadaista, Yves Klein (1928-1962), hizo del color azul su tono fetiche para la creación de sus obras y performances (le gustaba lo monocromático y experimento primero con el pan de oro), entendiendo el azul como símbolo más que como sustancia primordial del arte. A él se debe el tono conocido como Azul Klein, desarrollado a partir del cielo azul de su ciudad natal, Niza (Francia), e inspirado por los frescos azules de Giotto en Asís (Italia). Y en un espectro totalmente diferente, un perro azul fue la obra que lanzó a la fama al pintor estadounidense de Louisiana (EEUU), George Rodrigue (1944-2013). El perro azul es la actualización del Loup-Garou, un ser mitológico relacionado con el perro-lobo Cajún de la tradición sureña. Rodrigue transformó su obra en un icono de pop internacional.

Finalmente, no cabe duda de que es la moda la que más ha contribuido a elevar a la enésima potencia la variedad de colores de la tabla cromática. En lo que respecta al color azul, Carmen de Burgos (1867-1932), llamada Colombine, ya explicaba esta paradoja:

“La Moda es también una pintora excesivamente colorista. Así define ese azul que no se parece a ningún otro azul ‘color azul viejo’, y ese otro azul distinto ‘azul rey’, y ese otro azul ‘azul pastel’, y ese azul hijo de la actualidad ‘azul Joffre’, a un azul profundo y luminoso ‘azul horizonte’ y a un azul elegante y evocador ‘azul Nattier’”.

Retrato de Mlle. Henault, comtesse d’Aubeterre (1727), de Jean-Marc Nattier
Lady in Blue (1865), de Alfred Stevens
La Parisienne (1874), de Pierre-Auguste Renoir

Jean-Marc Nattier (1685-1766), fue un pintor francés, hijo de pintores (tanto su madre como su padre lo eran) que popularizó un particular color azul en sus cuadros, que fue utilizado profusamente en el arte del siglo XIX, influyendo en la moda y viceversa. El color azul pasó poco a poco de ser una exclusividad de la realeza a ser un tono de corriente uso burgués. La transformación de la anilina como potente colorante contribuyó poderosamente a ello. La anilina fue aislada por primera vez en 1826 por Otto Unverdorben por destilación destructiva del índigo, y la llamó crystallin. En 1834, Friedlieb Runge aisló una sustancia que se volvió de color azul y la nombró cyanol. En 1840, Carl Julius Fritzsche trató el índigo con potasa cáustica y obtuvo un aceite que llamó aniline, a partir de la misma planta de la que se extrae el índigo y que ya mencionamos antes. En 1842, Nikolay Nikolaevich Zinin obtuvo una base que llamó benzidam, y finalmente, en 1843, August Wilhelm von Hofmann  (1818-1892) sintetizó estas sustancias (que consideraba la misma en todos los casos) creando la que desde entonces se conoce como anilina. El mundo de la moda ya no volvió a ser el mismo.

Hoy, el color azul, es posiblemente el color favorito del mundo y el que protagoniza HELICON, todos los 30 de cada mes.

AlmaLeonor