SONIA PARDO-2500

SONIA PARDO-2500

Hoy he formalizado en AMAZON la publicación de mi último libro, una novela corta, policíaca y con una características que le hace muy especial. Es el primer libro de la VERDE CRIMINAL y cuenta con un formato excepcional: Son diez capítulos de 2.500 palabras cada uno (de ahí el título). En total 25.000 palabras, ni una más ni una menos, las mismas que contarán el resto de novelas de la serie (aunque con capítulos de distinta duración) y que iré publicando sucesivamente.

La SERIE VERDE CRIMINAL es una apuesta por las novelas sencillas de policías y criminales (génerlo policíaco, por lo tanto, que no novela negra) y con final feliz. Sus protagonistas son personajes sencillos, habituales, gentes normales, con sus propias manías e historias particulares, pero reconocibles, sin poderes extraordinarios. Espero que les entretengan.

En esta primera novela conoceremos a SONIA PARDO, una policía poco convencional, pero resolutiva. Su forma de ser y de actuar le crea conflictos constantes. Y ella ya arrastra los suyos propios, heredados de su pasado. La historia de su vida le pasa factura. Es una mujer sexy y desinhibida que disfruta del sexo y de su trabajo. No es fácil de tratar y no se deja querer. Sonia Pardo es mucha Sonia Pardo.

En las siguientes iremos viendo actuar a otros hombres y mujeres policías, detectives privados, abogados… y hasta personas sin ninguna conexión con el mundo policial, pero que se ven empujados a investigar y resolver un crimen.

En unos días, con la primavera, estará disponible en Amazon, en formato libro de tapa blanda y después en eBook. Si os apetece conocer a SONIA PARDO, ya sabeis donde encontrarla. ¡Muchas Gracias!

AlmaLeonor_LP

Ya disponible en AMAZON:

GLORIA FUERTES

GLORIA FUERTES

Imagen: Gloria Fuertes.

Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
A los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta,
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.

Gloria Fuertes
(28 de julio de 1917 – 27 de noviembre de 1998)

BESOS

BESOS

Imagen: René Magritte (1928)

Madrid es la capital mundial del beso; en ciudades provinciales la gente no se besuquea tanto. En París, Roma, Berlín o Nueva York se besa cuando hay confianza, y éste no es un fenómeno nuevo. Desde hace años, los amigos y las amigas se vienen besando unos con otras, pero sólo después de haber pasado por un periodo en que se limitaban a estrecharse la mano. La geografía del beso de sociedad -no estoy hablando de los besos de amor- tiene tres zonas diferenciadas. En la América de habla española se dan un beso en una mejilla; en España, en las dos -«a ustedes hay que besarles dos veces», dicen los del otro lado del charco-; en Francia y otros países de Europa se dan tres besos, de manera que a una de las mejillas le tocan dos. Pero en América, en Francia, en Suiza o en Alemania no se dan besos con la pasmosa facilidad con que se dan y se reciben aquí. Tiene uno que haber tratado mucho tiempo a un matrimonio para permitirse besar a la señora, pongamos por ejemplo. A un jefe no se le ocurrirá besar a sus secretarias. Ni a una ministra besuquear a un jefe de negociado. En Madrid, todas esas cosas son posibles: es el reino del beso. Hay reuniones, fiestas, cócteles, recepciones donde lo único que la gente hace es besarse. Hablar no se puede. Lo impiden la música, el ruido o las apreturas. Apenas uno o una entra en esos recintos, se le arrojan al cuello personas decididas a darle «un par de besos» a las que no conoce de nada. «A ti no te he besado todavía», dice una que no da abasto a besar a la gente. Por lo general, las amigas solían besarse cuando se encontraban, pero no las desconocidas entre sí o las simplemente conocidas. Los hombres no se besaban nunca. Ahora no necesitan ser partícipes del orgullo gay para darse de besos. Y luego está el beso telefónico que ha sustituido a cualquier otra despedida. Y el beso postal, «¡un beso muy fuerte!». Por no mencionar ya el beso radiofónico o televisivo que los responsables de los programas envían por las ondas a sus ya bastante besados oyentes o espectadores.

LUIS CARANDELL
(Artículo en El País del 04 de Julio de 1999)

Hoy, 13 de abril, se celebra el Día Internacional del Beso, una fecha que surgió gracias al beso más largo de la historia, que duró 58 horas y que fue protagonizado por una pareja tailandesa durante un certamen, rompiendo incluso su propio récord de 46 horas consecutivas, logrado el 13 de abril del año anterior.​

Este año, segundo pandémico, los besos son poco menos que un lujo inalcanzable, o un ósculo velado, oculto por las mascarillas o los velos, como en la obra de Magritte. Por cierto que fue la protagonista de un relato que escribí con motivo de un recopilatorio sobre la pandemia y con el beso como protagonista. Luego lo comparto.

AlmaLeonor_LP

FESTIVIDAD DE SAN ISIDRO 

FESTIVIDAD DE SAN ISIDRO

The Pilgrimage to San Isidro' (detail) by Francisco Goya, 1820-23 ...
Imagen: «La romería de San Isidro» (detalle), de Francisco de Goya (entre 1819 y 1823)

San Isidro Labrador (1082-1172) nacido en Madrid (Mayrit en estos momentos, pues formaba parte de la taifa de Toledo), fue un labrador mozárabe que estuvo al servicio de familias terratenientes. Su trabajo como jornalero se realizó en el área de Madrid y alrededores. Se conocen algunos detalles de su vida por las alabanzas que indica un códice encontrado en la Iglesia de San Andrés en 1504 (denominado como Códice de San Isidro y escrito a finales del siglo XII) y donde se denomina Ysidorus Agricola. En este documento se menciona que está casado, con un hijo y proporciona referencia de cinco milagros (más tarde se añadirían más por varios hagiógrafos). El más conocido es el Milagro de los Bueyes según el cual los bueyes que conducía araban solos mientras Isidro reza, y cuando es acusado ante su amo de dejar su trabajo sin hacer, este le espía siendo testigo del milagro. Es con bueyes como más se le suele representar (San Isidro y sus bueyes aparecerán en mi próximo libro).

San Isidro Labrador (México)

Los madrileños le rendían culto desde el siglo XII, un culto que fue incrementándose rápidamente en siglos posteriores, sobre todo desde el siglo XIII, cuando se empiezan a realizar rogativas a Isidro como mediador para obtener lluvias en primavera. Por ello, las autoridades eclesiásticas, municipales, la aristocracia madrileña y la corona real española lideraron su proceso de canonización iniciado en el siglo XVI. Se dice que fue Felipe II en persona quien reclamó la canonización en nombre de la Villa madrileña. Fue beatificado por el papa Paulo V el 14 de junio de 1619, y el 12 de marzo de 1622 canonizado por Gregorio XV (junto a san Felipe Neri, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier), aunque la bula de canonización no fue publicada hasta 1724 por Benedicto XIII reinando ya en España Felipe V. La canonización hizo que se celebraran grandes fiestas en Madrid y se determinó además que su festividad se celebraría el 15 de mayo y se aprobó su Patronazgo sobre la Villa y Corte de Madrid.

chocolates con churros archivos - Chocolatería San Ginés
Imagen de la Chocolatería San Ginés.

Desde entonces el día 15 de mayo es fiesta grande en Madrid (y se le venera en varios sitios más, como en México), donde la tradición manda, además de misa y romería, que se consuman churros, porras y chocolate. Pese a que este año 2020 no se puede celebrar ninguna fiesta multitudinaria, siempre habrá una forma de rememorarla, aunque sea de una forma «oscura» como hiciera Goya… ¡¡FELICES FIESTAS DE SAN ISIDRO!!

AQUEL SANTO DÍA EN MADRID

AQUEL SANTO DÍA EN MADRID

Imagen: David Diehl

Cuando supe que mi astronave bordearía el planeta Tierra en su viaje de retorno al nuestro, le sugerí al jefe de la expedición la conveniencia de aprovechar la oportunidad para que yo pusiese al día nuestros conocimientos acerca del sentimiento religioso en las zonas terrícolas más adelantadas. La última investigación disponible databa de años atrás, a raíz del concilio ecuménico que se esforzó por modernizar la Iglesia católica y, a la vista de posteriores noticias, la situación había variado bastante por ciertas reformas vaticanas susceptibles de afectar a nuestras intenciones expansivas en la Tierra. Tratándose de catolicismo, y dada la excesiva densidad de la contaminada atmósfera terrestre, que nos impide permanecer en ella más de un día sin equipo adecuado, lo más razonable para mi proyecto era detener la nave en la frontera gravitatoria sobre la vertical de España. Elegir este país resultaba obvio por dos motivos. Primero, porque es bien conocido como máxima encarnación nacional del catolicismo más acendrado y ortodoxo; hasta el punto de que cuando el mencionado concilio recomendaba acabar con intolerancias seculares, el Gobierno español de entonces seguía prohibiendo la libertad religiosa alegando que todos los españoles son católicos de nacimiento y no necesitan otra fe. Segundo, porque posteriormente se ha iniciado en el país una transición política cuyas repercusiones sobre la religiosidad importa conocer como dato para nuestra estrategia futura, pues, no es lo mismo presentarse en la Tierra como colaboradores científicos que montar una aparición mesiánica capaz de asegurar el control ideológico sobre mentes propicias.

Lo que convenció a mi jefe fue que para mis observaciones bastarían pocas horas, pues nuestro acercamiento al planeta coincidía con el día santo de la semana, allí llamado domingo, y el mero comportamiento de las masas populares acudiendo la los templos y practicando el culto permitiría por sí solo actualizar el índice de religiosidad. Así es como aquel domingo terrestre emprendí mi regreso a la Tierra, esquivando los toscos satélites artificiales que los atrasados terrícolas desparraman por su espacio como las latas y botellas vacías de sus playas. ¡Bien ajeno estaba yo en aquellos momentos a la sorpresa del cambio cuyas primicias informativas tengo el honor de someter a nuestras autoridades mediante la presente Memoria?

La verdad es que mi primera impresión, sobrevolando ya la capital, fue más bien confirmar lo que sabíamos, es decir, la intensa religiosidad colectiva, pues mis sensores psicosociales captaban fuertes ondas convergentes orientadas hacia un punto concreto de la ciudad. Hacia esa orientación atendían las mentes ciudadanas en su mayoría, bien meditando sobre el culto, bien preparándose con la lectura de Prensa especializada o cambiando impresiones sobre los actos del santo día. Ya veía yo a los más impacientes empezando a provocar embotellamientos en las calles conducentes al foco de convergencia, sin duda el templo principal. Desde los barrios más lejanos acudían arroyuelos humanos a sumarse en las bocas del metro o llenando autobuses y coches particulares. La creciente ionización psicológica del ambiente daba a entender que se acercaba la hora y para mí no podía existir duda de que aquellas masas, olvidando toda otra preocupación en su día sagrado, no podían concentrarse más que para una sola cosa: la celebración del culto nacional.

Mezclado con la multitud llegué al templo y me quedé estupefacto ante una arquitectura muy diferente de la conocida. Pero aún fue mayor la sorpresa en el interior, donde nada recordaba la liturgia de siempre: ni naves, ni retablos ni altares, sino un inmenso graderío al aire libre, rodeando un gran espacio rectangular cubierto de césped. En suma, algo más parecido a un circo romano que a una iglesia tradicional.

En vano procuré distinguir los consabidos símbolos del cristianismo, pues, aparte una abundante publicidad comercial (tan incompatible con la evangélica expulsión de los mercaderes del templo), los únicos objetos al parecer rituales eran tres maderos ensamblados entre sí y situados en cada uno de los lados menores del rectángulo. Dos postes verticales, algo más altos que un hombre, y un travesaño más largo colocado horizontalmente sobre ellos. Curiosamente, una red sujeta a los maderos parecía cerrar por detrás aquella especie de puertas.

Yo no sabía qué pensar. Por una parte, no podía dudar de que me encontraba ante una ceremonia religiosa, pues no podía tener otro objeto semejante reunión del pueblo en el día santo de una ciudad tan fervorosamente católica. Pero, por otra, ¿era posible tan radical transformación del culto en los pocos años de la transición … ? En esas dudas estaba cuando el clamor de los fieles que abarrotaban el graderío atrajeron mi atención hacia el comienzo del culto.

Unos personajes, sin duda los sacerdotes, emergieron del seno de la tierra por una salida en rampa y avanzaron, en hilera, a grandes saltos elásticos, hasta el centro del campo. Me sorprendió ante todo su juventud, pues yo esperaba, lógicamente, fa aparición de alguna venerable barba. En cuanto a sus ropajes ceremoniales, no eran menos insólitos que lo demás: vestían todos pantalón corto y calzaban fuertes botas. Las túnicas o camisetas diferían en el color: conté hasta 11 oficiantes cubiertos de blanco -símbolo seguramente de pureza, o al menos así era antes en la Tierra-, mientras otros 11 la llevaban de rojo oscuro, sin duda con un significado maligno, a juzgar por los gritos hostiles de la mayoría de los fieles, muy en contraste con la aclamación tributada al aparecer los 11 blancos. Tras esos 22 celebrantes emergieron otros tres, vestidos con chaquetas negras y provistos, dos de ellos, de sendas banderolas. El tercero portaba reverentemente lo que después se me reveló como el objeto fundamental del culto; a saber, una esfera al parecer de cuero y de algo más de un palmo de diámetro.

Los altavoces emitieron sonidos musicales, seguramente himnos religiosos. Se hicieron fotografías de los grupos formados por los 11 sacerdotes de cada color, que al punto se dispersaron por el campo, y se cruzaron secretas palabras litúrgicas entre un celebrante de cada bando, en presencia del portador de la esfera. Este último la depositó cuidadosamente en el suelo, ocupando el centro matemático del espacio sagrado, y extrajo de su bolsillo un argénteo silbato cuya aguda nota, rompiendo el religioso silencio de la muchedumbre, dio la señal para el comienzo del rito.

No voy a describirlo en sus detalles porque es mucho más importante el significado, que no me fue difícil interpretar, a pesar de no comprender algunos gritos de los fieles ni ciertas fases de la ceremonia, prolongada durante dos lapsos de tres cuartos de hora terrestre cada uno, con un intervalo, sin duda prescrito para la meditación, pero que más bien aprovechó la gente para relajarse bulliciosamente. En todo caso, lo esencial de la ceremonia es la constante pugna entre los dos bandos sacerdotales -los puros y los oscuros- para llevar la esfera -de cuero hacia el pórtico del bando opuesto, y lo curioso es que ese objetivo ha de lograrse únicamente mediante hábiles golpes de los pies. En todo ello participan desde el graderío los fieles tremolando banderas con los dos colores enfrentados, gritando jubilosamente el nombre de la capital española, profiriendo imprecaciones imposibles de hallar en los diccionarios e incluso -llevados de su ciego arrebato- lanzando imprudentes ofrendas de latas o botellas y otros objetos arrojadizos. Ciertamente, los españoles podrán haber cambiado de religión, pero no del apasionamiento con que la profesan.

La significación del rito descrito es transparente para cualquiera que haya estudiado algo las distintas religiones terrestres. Obviamente, la esfera sagrada encama la bola del mundo, y el esfuerzo de los oficiantes, impulsándola en opuestas direcciones dentro del rectángulo cósmico, escenifica simbólicamente la lucha entre la fuerza del Bien y del Mal, correspondientes a los dos colores de las vestiduras. La reiterada invocación a Madrid por los espectadores, animando a los sacerdotes blancos, puede ser supervivencia de un antiguo culto local, así como las redes que retienen la esfera cuando falla el guardián de la puerta son quizá reminiscencia del oficio del pescador ejercido por el apóstol Pedro en el relato evangélico. Pero esos restos del pasado no deben inducirnos a error. La religión hispánica actual supone una revolucionaria transformación del catolicismo hasta casi hacerlo irreconocible, pues adopta una orientación geocéntrica, más interesada en glorificar las secretas fuerzas de la naturaleza que en cultivar la vida del espíritu o las virtudes ascéticas: nada más lejos del espíritu y la ascesis que la jaranera catarsis de los fieles durante la ceremonia.

Ese culto telúrico explica muchos aspectos del rito. Por eso los sacerdotes emergen desde una cavidad subterránea; por eso ofician con el pie, que es la parte del cuerpo en contacto permanente con la tierra. En cambio tocar la esfera con la mano constituye un pecado castigado en el acto, previo un toque del silbato ritual; instrumento, por cierto, con muchos precedentes míticos, desde la siringa del dios Pan y el ney de los derviches danzantes hasta el flautista de Hammelin.

Ese fuerte componente naturalista de la nueva religión no ha de desdeñarse como un atrasado primitivismo, sino que, por el contrario, revela una aguda comprensión del alma humana, basada seguramente en los progresos terrestres del psicoanálisis. Así se explica el rasgo más desconcertante del culto, pues a primera vista parecería aberrante el empeño de los sacerdotes del Bien en llevar la esfera simbólica hacia las redes del Mal. Ciertamente, una religión más antigua e ingenua prescribiría llevar el mundo hacia la propia puerta del Bien, pero tras 2.000 años de experiencia los hombres saben que -salvo casos aislados de santidad- esa buena intención directa no conduce a los deseados fines de amar a los enemigos o desdeñar las riquezas temporales. En cambio, los psicólogos modernos conocen bien la mayor eficacia de las vías indirectas y se aproximan al taoísmo, que, para lograr un fin dado, recomienda perseguir el opuesto. Resultado avalado por la experiencia, como en el caso de los jóvenes rebeldes que acaban integrándose mayoritariamente en su odiada sociedad como ciudadanos bienpensantes, o en el de quienes empiezan siendo revolucionarios para mejor conseguir una cartera ministerial. Así ocurre en la nueva religión hispánica, cuyo camino hacia el Bien pasa por la puerta del Mal, ateniéndose sin duda a la famosa creencia de sus economistas, que esperan alcanzar el bienestar colectivo si cada individuo se comporta con el más agresivo egoísmo. Por eso, los sacerdotes blancos impulsan el mundo hacia la puerta oscura, sabiendo de sobra que, apenas caiga en aquella red, el maestro de ceremonias hará sonar su silbato sagrado y la esfera volverá a su centro, donde se sitúa el perfecto equilibrio humano, entre la luz y la tiniebla.

Queda por explicar el importante problema de cómo ha sido posible tan extremado cambio de la fe religiosa durante una transición de solamente pocos años. La cuestión exige estudios cuidadosos, por la luz que puede arrojar sobre los procesos evolutivos de la sociedad, pero entre tanto el hecho queda en pie, aunque subsistan manifestaciones residuales del pasado en forma de alguna asistencia minoritaria -sobre todo de ancianos- a los antiguos templos, como yo mismo pude observar, y aunque en el país se siga reiterando oficialmente la vigencia del culto tradicional: como es sabido, siempre existe un desfase entre la verdad oficial de cualquier parte y la realidad del momento.

En definitiva, el culto hispánico anterior ha cedido el paso a esta nueva fe naturalista, en la que verdaderamente se vuelca el actual sentimiento religioso de los españoles, hasta el extremo de que, según conversaciones captadas a mi alrededor en el campo, no sólo el domingo es sagrado a la ceremonia, sino que entre semana muchos fieles se dedican piadosamente a llenar de cruces unos impresos especiales, ignoro si como nueva forma de oración o como público examen de conciencia y confesión de pecados cometidos.

En conclusión, y para el caso de decidirse a actuar en la Tierra, mi descubrimiento permite afirmar que el enfoque mesiánicos sería ineficaz, al no despertar apenas interés en un pueblo evidentemente desentendido de la vida del espíritu. Sólo cabría intentarlo -y aun así desconfío de los resultados- renunciando a individualizar el enfoque y ofreciendo en cambio un mesías colegiado, es decir, un equipo de 11 especialistas del puntapié, capaces de asegurar el triunfo en los cultos internacionales.

La táctica acertada sólo puede ser la de presentar nuestro futuro control en forma de una colaboración científica, encaminada a potenciar al máximo los recursos naturales y las fuerzas del planeta. Llevado hábilmente, ese fecundo, planteamiento podría incluso resultar aceptable para la iglesia tradicional, dado que en sus más recientes deliberaciones parece primar también el interés de sus jerarquías por problemas materiales -biológicos, económicos y sociales-, considerados antaño menos importantes que las cuestiones dogmáticas.

Pero cualquier decisión excede del propósito de esta Memoria, limitada a informar verazmente acerca de las actuales creencias en uno de los países terrícolas adelantados, y con ese descubrimiento queda de sobra justificado mi breve descenso de aquel santo día en Madrid.

Jose Luis Sampedro
Artículo de El País del 17 de abril de 1987

FRASES CON IMÁGENES (XCI)

FRASES CON IMÁGENES (XCI)

Imagen: Viggo Mortensen en la película «Alatriste» (2006), de Agustín Díaz Yanes

«Quiero y mando que toda la gente civil… y sus domésticos y criados que no traigan librea de las que se usan, usen precisamente de capa corta (que a lo menos les falta una cuarta para llegar al suelo) o de redingot o capingot y de peluquín o de pelo propio y sombrero de tres picos, de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por lo que toca a los menestrales y todos los demás del pueblo (que no puedan vestirse de militar), aunque usen de la capa, sea precisamente con sombrero de tres picos o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y más pobre y mendigo, bajo de la pena por la primera vez de seis ducados o doce días de cárcel, por la segunda doce ducados o veinticuatro días de cárcel… aplicadas las penas pecuniarias por mitad a los pobres de la cárcel y ministros que hicieren la aprehensión.»

Bando de 10 de marzo de 1766
Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache 
(1699-1785).La película de la imagen está ambientada un siglo antes del bando de Esquilache, pero en ella Viggo Mortensen porta

capa larga para embozar y chambergo de ala ancha, precisamente la indumentaria prohibida por Esquilache y en el momento en el que se hace popular.

 

LA MUJER Y LA ÓPERA EN EL SIGLO XIX

LA MUJER Y LA ÓPERA EN EL SIGLO XIX

Imagen: «Mujer de negro en la Opera» (1878), de Mary Cassatt

Imagen: «En la primera fila de la ópera» (1880), de William Holyoake.

Imagen: «En la Ópera», de Jean Béraud

Imagen: «En el Palco» (1879), de Mary Cassatt

Imagen: Mary Cassatt

Uno de los eventos públicos más aceptados por la sociedad decimonónica elegante fue la Opera. Muchos teatros y palacios de la opera se construyen en la primera mitad del siglo XIX y otros, más populares, subsisten con éxito entre el público menos pudiente. En mi obra VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX, se hace un pequeño repaso a este tipo de espectáculos como vehículo importante de visibilidad femenina.

Imagen: «En las escaleras de la Opera» (1877), de Louis Beroud.

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX

En el siglo XIX los espectáculos son un lugar para el lucimiento y no solo del autor del libreto, de los músicos, o de los actores y cantantes sobre el escenario, también aparecer en los palcos era un objetivo clave de sociabilidad en estos lugares. «Sólo tres carreras pueden seguir las que visten faldas: o casarse, que carrera es, o el teatro…vamos, ser cómica que es un buen modo de vivir, o…no quiero nombrar lo otro. Figúreselo».[1]

Imagen: Maria Malibran (1808-1836), retrato de artista desconocido

Han cambiado mucho las cosas para las cómicas, las representaciones y la forma en la que se asiste al Teatro. Ahora es más culto y elitista en comparación con el público más popular que llenaba los Corrales de comedias del siglo XVII. No obstante, el recuerdo de aquellos establecimientos aún está presente en ciudades como en Valladolid, donde según Narciso Alonso Cortés (1875-1972), en 1807 nunca faltaba una compañía para ellos. En ese año, precisamente, llegó a actuar en Valladolid el tenor Manuel García, padre de la afamada María Felicia García, más conocida como la Malibrán, quien nacería en 1808 en París, hecho del que se lamenta el poeta: «¡lástima que no fuera un año antes, para llamarla vallisoletana!».[2]

Imagen: «Damas en el Palco», de Francisco Pradilla y Ortiz (1848-1921).

Por esos años, aún contaba el desaparecido Teatro de la Comedia de Valladolid con «la famosa “cazuela”… localidades en las cuales estaba prohibida la promiscuidad de sexos».[3] Carlos Cambronero hace mención también de la cazuela y de su especial división interna, como ya dijimos, un espacio restringido trastocado en eficiente atalaya:

La cazuela presenta en su vanguardia, en la que llaman delantera, una fila de mujeres, que son las que arrastran, por decirlo así, las miradas del público; de aquí viene que se ha puesto en uso que solo ocupen la delantera personas que no tiene por qué temer al público, mujeres que pueden ir por todas partes con su cara descubierta, señoras que no deben nada a nadie, y que son tan buenas como la más pintada […] las de atrás llaman a las de delante usías y señoronas; las delanteras llaman a las de atrás groseras y canallas; aquellas se quejan de que éstas apestan a almizcle; éstas se lamentan de que aquellas apesten a vino. Carlos Cambronero (1896).[4]

Imagen: «El palco», de Pierre Auguste Renoir.

Imagen: «Un palco en el teatro de los italianos» (1874), de Eva Gonzalès

El caso es que esta diferenciación por sexos tenía sus días contados, pues en 1837 se suprime la cazuela de las señoras.[5] En 1843, ya sin la norma de separación por sexos, en los palcos de las salas madrileñas[6] se podían ver señoras elegantemente vestidas acompañando a sus esposos. O lo que es lo mismo en estos momentos, a señores elegantemente vestidos, luciendo la compañía de sus esposas.

Mª del Pilar López Almena

[1] Pérez Galdós, Benito (1892), Tristana, Madrid, Imprenta de la Guirnalda, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, p.36. Réplica de la criada a la señorita Tristana cuando ésta le contaba que quería ser libre de contraer matrimonio.[2] Almuiña, Celso (1985), Valladolid en el siglo XIX, Valladolid, Ateneo de Valladolid, p.618.
[3] Rubio González, Lorenzo (1984), Solaces de un vallisoletano setentón: el Valladolid de 1830-1847 costumbres y tipos, de José Ortega Zapata (1895), Valladolid, Universidad de Valladolid, p.115.
[4] Cambronero, Carlos (1896), Crónicas del Tiempo de Isabel II, Madrid, La España Moderna, p.17.
[5] Zamora Vicente, Alonso (1999), «Las Mujeres en la Academia», en Alonso Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, pp. 484-499., p.486.
[6] Rabaté, Colette (2007), ¿Eva o María?: Ser mujer en Época isabelina (1833-1868), Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, p.186.

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX

 

ESOS MUNDOS

ESOS MUNDOS

Imagen: Michael Morgenstern.

Cabezas de turco,
venganzas catalanas,
lenguas de gato,
ensaladillas rusas
y rusos blancos
y filetes rusos
o fríos siberianos,
despedidas a la francesa,
franceses (y griegos)
y tortillas francesas
o españoles afrancesados,
un mundo a medida
apocalíptico
y sin eucaliptus,
mentalizado,
de malos augurios,
argentífero, bolivariano,
de odios africanos,
de gripes españolas,
santos franciscos y sebastianes
y petersburgos
y santanderes,
de americanas abotonadas,
coreanas con capucha
y saharianas muy blancas,
con sus países bálticos
y sus países bajos
y vascos (y vascas, que diría aquel),
con sus austriacas
siempre verdes
y sus alemanes de Alemania,
también alemanes
de los cojones,
con sus nesias bien micros
o bien polis,
con sus números romanos
y sus números árabes,
casquetes polares
y disciplina prusiana,
un mundo de letras
en barrios latinos,
un mundo mundano,
mundanal y lirondo,
un mundo de indios
hasta en la India,
de gatos siameses
y hermanos legos,
de castillas
y de castillos,
un mundo de paisanos,
avecindado y demográfico,
de holandesas y folios,
de croissants y suizos
y napolitanas
y vienesas y pistolas,
de hamburguesas
y hamburgueses,
de llaves inglesas
y alicates alicantinos,
de palentinos
y pañuelos palestinos,
de jugar a los chinos
y de tierras del fuego,
un mundo alucinante
capaz de alunizar
desde cabo Cañaveral
o hasta de cabo Kennedy,
que es lo mismo,
un mundo ensimismado
de lujos asiáticos
con sus meridianos
paralelos
y sus paralelos
más paralelos aún,
la clase de mundo
lunático y elástico,
mundial o atávico,
el mundo do moro,
con sus moros
y sus negros
y sus blancos,
con sus mujeres
y sus hombres,
y todo lo demás,
con sus apellidos
y sus nombres
como dijo Serrat
y su falta de identidad,
que digo yo,
ese mundo raro
de gomas arábigas
y arzobispos constantinopolitanos
que se quieren
desarzobispoconstantinopolizar,
de huelgas a la japonesa
y momias siempre egipcias,
de nuevas zelandas
y nuevas yorks,
con tanta agua
en sus océanos y en sus ríos
y en sus lagos,
el de la Casa de Campo
y los otros
[ya salió Madriz
tan mundial ella
tan multirracial
y heroica],
el mundo que gira
el mundo gira
mientras yo me entretengo
con sus memeces
y las mías.

Jose Luis Ibáñez Salas (JLIS)

ANÉCDOTA – 43: MADRID… NO ES PARA MÍ

ANÉCDOTA-43: MADRID… NO ES PARA MÍ

don paco2

Si, si, ya sé que como a todas las grandes capitales, o se la ama o se la odia, pero, de verdad, yo soy el Paco Martínez Soria del siglo XXI cuando tengo que ir a Madrid… o pasar por Madrid… hasta mala físicamente me pongo solo de pensarlo.

Ya le ocurría a mi padre. Él solía decir lo mismo y no era broma. Mi padre era natural de San Lorenzo de El Escorial, pero Madrid no lo conoció hasta que no fue mi padre. Estuvimos en Madrid siendo yo una niña visitando a unos familiares de un pueblo ferroviario de los alrededores. A Madrid capital solo íbamos de visita en el día, pero es la única vez de la que tengo un grato recuerdo y creo que solo es porque era una niña: Tengo en mente el Rastro y el Parque Zoológico; la Puerta del Sol y una cafetería donde tomamos chocolate con churros; recuerdo el estanque de El Retiro y un enorme recinto con varias piscinas y hamacas para sentarse, con duchas y chorros de agua desde el suelo donde nos divertíamos los niños. Pero en aquella ocasión fuimos en tren. También lo recuerdo.

Luego, con los años, ir a Madrid por alguna razón suponía un suplicio para mi padre. Siempre le oía decir que una vez alcanzado el Puerto de los Leones era fácil coger la M-30 y rodear Madrid… o algo por el estilo. Pero nunca lo conseguíamos. Nos perdíamos irremisiblemente. Sobre todo al volver a Valladolid, no sé muy bien porqué, era más complicada la vuelta que la ida. En una ocasión acabamos visitando Segovia y en otra La Granja de San Ildefonso. Más que nada para descansar y tranquilizarnos un poco. Cinco personas (dos adultos y tres niños-adolescentes) en un Renault-6 cabreados por la confusión y el tráfico, pues no presagian nada bueno.

La única vez que atravesamos Madrid de forma correcta fue porque mi padre siguió a un camión con matrícula de La Coruña: Para ir a la Coruña tiene que coger dirección Valladolid”… en realidad era al revés, pero acabamos saliendo del lío de autopistas e intersecciones que rodean Madrid y pudimos llegar a casa sin contratiempos. Si aquel camión hubiese tomado otra dirección, a lo mejor habríamos conocido Ciudad Real, por poner un ejemplo.

Me ha seguido pasando. Viajando con mi marido una vez nos confundimos de carril y acabamos rodeando la Cibeles y sin saber cómo salir de aquel lío de tráfico. En otra ocasión nos metimos en El Retiro, de noche, y sin gasolina, terminando por repostar en una gasolinera completamente atrincherada tras verjas metálicas y vigilada por la policía… Otra vez, volviendo del aeropuerto, y sin saber cómo, casi terminamos en Burgos… Cuando nos ha salido bien, era tal el estrés que llevábamos encima, al menos yo, que casi que no merecía la pena haber encontrado la salida… Y las últimas visitas que tuvimos que realizar fueron forzadas por un problema veterinario y no íbamos con buen ánimo precisamente.

21

En los últimos tiempos han sido dos veces las que he visitado Madrid yo sola. En la primera ocasión hice el recorrido en autobús, y aunque la experiencia fue fantástica por la gente con la que compartí jornada de presentación de libro, acabé agotada de tanto subir y bajar escaleras de metro sin saber en qué dirección me llevaba mi buen amigo Fernando, pero confiada en su criterio y experiencia. Al final, la salida de metro por la que pretendíamos acceder a nuestro destino estaba a varias calles caminando… Aquel día subí y bajé más escaleras que casi en toda mi vida. Las había por todas partes. Incluso para ir al servicio del lugar donde terminamos comiendo, y en muy grata compañía por cierto.

Pero lo peor no fue eso. Lo peor fueron los tiempos. En Madrid no hay tiempos. Hay escaleras, pero no hay tiempos. Si usted quiere llegar a tiempo a algún sitio en Madrid, calcule siempre cuarenta y cinco minutos más de los que pensara utilizar. Tal vez se anticipe a la cita, pero aun así, puede acabar llegando tarde. Como yo… Aquel día no llegué a tiempo a la estación de autobuses y tuve que quedarme a dormir en Madrid, arropada cariñosamente por Fernando y Marisa. No es que me despistara yo, que tomé un taxi porque sabía que en metro no llegaba. Es que llovía y acababa de terminar un partido de futbol. Al parecer una combinación letal en Madrid. Al día siguiente hice en taxi un recorrido de más kilómetros en menos de la mitad de tiempo.

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La última vez que visité Madrid fue durante la Feria del Libro-2015. Llegué en ALVIA a la Estación de Chamartin, donde un ángel de la guarda, llamado Paloma, me recogió en coche para llevarme al recinto de la feria. Por un momento pensé que estábamos circulando en una especie de universo Matrix conociendo varias ciudades paralelas… un recorrido enorme que no creo que yo fuese capaz de memorizar ni en mil años que viviera en Madrid.

La jornada fue igualmente fantástica, pero ni siquiera llegar a tiempo a la estación para coger el tren de vuelta me reconfortó. Me confundí de vía de metro, y pese a las explicaciones de mi amigo Álvaro que me acompañó hasta allí, tuve que preguntar en información y estos responderme como si fuese un dummie, lo que me resulto bastante odioso, precisamente por no ser culpa suya.

No. Madrid no es para mí. Definitivamente.

AlmaLeonor

 

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