CINEFORUM SEGOVIA: SUFFRAGETTES

CINEFORUM SEGOVIA: SUFFRAGETTES

Resultado de imagen de suffragette, PELICULA

(Contenido, más o menos íntegro, de mi intervención en el Cineforum que tuvo lugar en el Aula Santa Eulalia de la UVa en Segovia, el 12 de marzo de 2019, gracias a la profesora de la UVA, Eva Navarro)

Tal vez se extrañen de que la autora de un libro sobre la mujer en el siglo XIX esté aquí, en un cineforum cuyo protagonista es el Sufragismo femenino de principios del siglo XX en Inglaterra. Sin embargo, creo que es bastante pertinente si, como digo en mi libro, consideramos el siglo XIX como “el largo siglo XIX”The long nineteenth century… como lo definió el historiador Eric Hobsbawm, un periodo decimonónico que él situó entre 1789, año de la Revolución francesa, y 1914, año del inicio de la Primera Guerra Mundial. La acción de la película transcurre en 1912, y aunque mi libro no llega, ni mucho menos, tan lejos, creo que sí que es pertinente.

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Este largo siglo XIX de 125 años, compendia una serie de transformaciones socio-políticas que Hobsbawm califica como «la mayor transformación en la historia humana desde los remotos tiempos». Transformaciones que igualmente afectaron a la forma de vida de las mujeres y, sobre todo, a la forma en cómo el mundo femenino se va a apreciar, a describir y a reflejar en el relato histórico desde entonces. También es en este momento donde el feminismo del siglo XX y la historiografía tradicional, instalan el inicio de la lucha por la emancipación femenina.

Así que creo que sí que es pertinente traerlo hoy aquí. Además, como decía el escritor y político Severo Catalina (fue ministro en dos ocasiones y diputado en cortes) «Siempre habrá cosas nuevas que decir de las mujeres, mientras quede una en la tierra» (1858).

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX, Es, sí, otro libro sobre la mujer, un libro necesario, pienso, porque es un libro, otro libro, donde se reivindica la necesidad de realizar más estudios y más publicaciones sobre la presencia y VISIBILIDAD femeninas, tanto en el espacio público-político, como en la historia, en los procesos de transformación histórica. Es un libro en el que he querido compendiar un buen número de acciones, presencias, estampas cotidianas (y otras quizá no tanto) con las que evidenciar la visibilidad continuada de las mujeres del siglo XIX en un ámbito tradicionalmente considerado como masculino: el espacio público. Un espacio de donde la sociedad burguesa excluye conscientemente a la mujer, en tanto que se consideraba que su papel en la sociedad se circunscribía únicamente al ámbito privado del hogar. Tanto fue así que, por ejemplo, en la Revolución francesa donde las mujeres tomaron un papel más que protagonista, desde las trincheras hasta en los clubes de mujeres, y con la redacción de los derechos de la mujer y la ciudadana de Olympe de Gouges, por ejemplo, una vez que se calman las aguas se les dice que no pueden participar del nuevo orden político: «No es posible que las mujeres ejerzan los derechos políticos», dijo el masón Jean-Pierre-André Amar (1755-1816), Diputado de la Convención y miembro del Comité de Seguridad Nacional, que fue quien auspició, además, el cierre de los muchos clubes de mujeres que se crearon a la luz de la revolución.

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Otro ejemplo lo vemos en el trabajo femenino fuera del hogar, especialmente el de las fábricas, iniciado tempranamente en la Revolución industrial inglesa y que se extiende a toda Europa y hasta a Norteamérica muy rápidamente. Pues bien, esto no significó, ni mucho menos, una fórmula de emancipación para ellas (como sabemos, eso cambia radicalmente tras la primera guerra mundial y se acentúa durante la segunda). El efecto que a partir de la segunda mitad del siglo XIX va a producir en las esposas (y además en todas ellas, aunque no trabajen fuera de casa) es el de un mayor confinamiento en el hogar, ya que el trabajo femenino fabril evidencia mucho más la separación real entre las esferas pública (el lugar de trabajo) y privada (la casa, el hogar) y, según Mary Nash, el mundo obrero también acepta, y se autoimpone, el discurso de la domesticidad. El obrerismo de 1884 denunciaba el trabajo femenino como una actividad de influencia funesta sobre la moral y la higiene. Y también se consideraba un peligro social el que una mujer fuese económicamente autosuficiente, una «subversión del orden fundamental de la familia y una amenaza al poder jerárquico del marido», según publicaba en octubre de 1884 el periódico La Democracia. En tiempos de precariedad laboral, la discriminación parece ser la más fácil de las soluciones. Entonces eran las mujeres, ahora son los inmigrantes.

Cuando las mujeres protagonistas de esta película llegan a realizar protestas por unas mejores condiciones de trabajo en la fábrica de una forma pública… y, sobre todo, cuando llegan a manifestarse y tomar partido de una forma política (y violenta incluso) por la lucha por el sufragismo femenino, no lo hacen por una especie de “iluminación infusa”, ni empujadas por las arengas de una sola mujer… Fue muy largo el camino de reivindicaciones hasta llegar a este momento y muchas las circunstancias que las llevaron a ello.

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Se suele tomar como punto fundacional del FEMINISMO como movimiento social la declaración de Seneca Falls de 1848 (EEUU), liderada por las abolicionistas y feministas, Elizabeth Cady Stanton (1815-1902) y Lucretia Mott (1793-1880), cuando 68 mujeres y 32 hombres aprueban un manifiesto de 12 puntos (decisiones) en los que, por cierto, el nº 12, el que hablaba del voto femenino contó con una mayoría simple de aprobación frente a la mayoría absoluta con los que contaron el resto de puntos… pues bien, antes de esa declaración, hubo ya, al menos, dos manifiestos femeninos por la igualdad de derechos con respecto al sexo masculino: La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), de la francesa Olympie de Gouges que mencionaba antes, y la Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792) de la inglesa Mary Wollstonecraft… Así que hasta llegar al momento en el que se centra la película, en el año 1912, existía ya una larga historia de lucha femenina… y aquí quiero incluir las manifestaciones norteamericanas desde inicios de siglo, sobre todo las sucedidas  después del 25 de marzo de 1911, que es cuando ocurrió el incendio en la Fábrica de camisas ‘Triangle Waist Co.’ de Nueva York, que se saldó con la muerte de 146 personas, 123 de las cuales eran mujeres, la mayoría muy jóvenes, de entre 14 y 23 años de edad (inmigrantes europeas en gran número) y que dio origen a la celebración del día 8 de marzo como “Día Internacional de la Mujer Trabajadora” (ver mi artículo en HELICON, «Violeta es nombre de mujer»).

Pues bien, se considera también que la culminación de ese camino del feminismo sufragista hay que situarlo en 1948 con la inclusión del voto sin discriminación de sexos como uno de los derechos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dictada en este año. Así que son, al menos desde 1848 con Seneca Falls, cien años de lucha, y digo al menos, porque como sabemos no en todas partes se logró ese derecho femenino al voto en ese año de 1948… y hay todavía  hoy lugares donde las mujeres no pueden votar, entre otras restricciones políticas y sociales de derechos por razón de sexo.

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En realidad el sufragismo siempre ha sido objeto de controversia. Hay que tener en cuenta que en estos momentos la reivindicación del sufragio en prácticamente toda Europa no era una lucha únicamente femenina, ya que en el siglo XIX los derechos políticos estaban reservados solo a una élite participativa, que se consideraba a sí misma como la única con la capacidad social, educativa y económica suficiente como para ejercer tal papel director. Y esa idea estaba tan arraigada en la sociedad, que ni hombres ni mujeres se planteaban un escenario alternativo. O al menos, no la mayoría. El discurso de la domesticidad se centró durante todo el siglo en la insistencia de la incapacidad racional de la mujer para ejercer derechos políticos y ni siquiera la honda conciencia de muchas de ellas de esta nefasta realidad hizo que este estado de cosas cambiase hasta mucho tiempo después.

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Se da la paradoja de que las Constituciones españolas del siglo XIX (la de 1845 y la de 1876), no recogían en sus leyes electorales la expresa prohibición del voto femenino, sino que únicamente se otorgaba el derecho al voto a una cierta categoría de ciudadanos: profesionales y contribuyentes económicos a la sociedad. Sin embargo, ninguna mujer, aun pudiendo haberlo hecho con un carácter censitario, porque algunas mujeres cumplían los requisitos económicos establecidos por la ley, pues ninguna ejerció tal derecho. Únicamente la Constitución de 1890 hace constar expresamente el sufragio masculino al declararlo universal y cuando se establece, pues se origina una nueva paradoja. Como dice Catherine Jagoe, este discurso, esta utilización doméstica de la capacidad política de la mujer, «se convirtió en un arma de doble filo para la propia burguesía, ya que con ella se evitaba que las propias mujeres de la burguesía participaran en un sistema que en cambio admitía a los varones del proletariado».  Una paradoja más de esta sociedad burguesa que, pese a todo, es en la segunda mitad del siglo cuando consigue afianzarse en su hegemonía social.

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De ese tipo de paradojas es de lo que hablo en mi libro sobre la mujer, sobre el espacio público burgués y sobre el siglo XIX. Y una cosa es segura… el siglo XIX no fue un siglo agradecido para la mujer, pero…

La nueva sociedad que despertaba al albur del poder burgués, quiso encorsetar a la mujer en un ideal de vida doméstica que exigía también un ideal de clase, pero al tiempo que esa domesticidad y el ideal burgués marcaban una clara diferencia entre espacio privado y espacio público, reservando para la mujer únicamente un papel dentro de la esfera doméstica, al mismo tiempo, decía, también se la mostraba como un valor público: «la exigente sociedad la reclama sin cesar, como el teatro a la actriz que ha contratado», decía Gertrudis Gómez de Avellaneda, la gran dama de las letras del XIX, en un tiempo en el que se consideraba a la mayoría de las autoras femeninas “escritoras de la domesticidad”.

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La gran paradoja de esta concepción burguesa de la mujer se encuentra en la contraposición decimonónica de espacio público y privado. Cuando hablo de espacio público me refiero al que es definido por Jürgen Habermas como un espacio, físico o imaginario, en el que se desarrolla lo que él llamaba la esfera de lo público y como contraposición al dominio de lo privado, decía él, cuyo acceso es restringido por el propio individuo. «La esfera pública», era definida por Habermas, como ese lugar donde cobran importancia la interacción social y cívica y el debate público-político, elementos todos ellos legitimadores de la vida en comunidad de una sociedad. ¿Qué alcance tenían las mujeres en ese espacio? En realidad, muy poco.

En el caso de las sufragistas que hemos visto en el filme, la calle y la fábrica son los lugares físicos donde expresaron esa opinión público-política, aun accediendo con muchas dificultades a ellos en los inicios del siglo XX, en realidad, los estertores del “largo” siglo XIX. Decía Habermas que «a la luz de lo público todo se manifiesta tal como es, todo se hace a todos visible». ¿Era entonces la mujer visible, si no podía acceder libremente a esos espacios físicos o imaginarios? Pues sí. Lo era. Por eso se la critica, se la trata de ocultar y se la denigra.

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En contraposición, el espacio privado, decía Habermas, es ese espacio, físico o interior, cuyo acceso es restringido por el propio individuo (Incluso el diccionario de la Real Academia define lo privado como aquello que se realiza de manera individual, o sea, de forma particular por parte de cada individuo o, a lo sumo, en presencia de pocos y de confianza, de forma familiar y domésticamente, dice concretamente el diccionario de la RAE)… es un espacio que tiene que ver con la capacidad de control, poder o dominio, que posee un individuo sobre él, adquiriendo así el carácter de privativo, pero ¿de verdad pensamos que el hogar, el ámbito doméstico al que se confina a la mujer, era un espacio “restringido”, “privativo” suyo, un espacio tan femenil donde solo la mujer controlaba su acceso? Pues Tampoco. Incluso calificándola de ángel del hogar, la titularidad de ese hogar no le correspondía, sino que se le concedía al marido.

La sociedad burguesa de este tiempo va a recrear un espacio público acorde con esta nueva sociedad hegemónica en la que prima lo visible, lo evidente, lo público… transforma las ciudades según sus necesidades de sociabilidad, ampliando avenidas, construyendo parques y jardines de esparcimiento, levantando teatros, edificios de la ópera, hipódromos, cafés y terrazas… y también hogares muy diferentes a los que se podían ver en siglos anteriores… Hogares con una alta exposición pública… instituye su propio hogar como elemento esencial de su proyección social pública… La casa familiar se socializa: se recibe en un despacho, hay una sala para atender a las visitas, un salón de festejos y reuniones, un comedor para eventos, una sala de retratos, álbumes de señoritas, con fotos, poesías y dibujos, hay bibliotecas que se exhiben, un cuarto de curiosidades y recuerdos de viajes….

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La sociedad burguesa dota a sus mujeres de una importante presencia visible en los esos nuevos espacios públicos de sociabilidad que mencionaba antes (y donde la moda se va a convertir en un elemento imprescindible para ese modelo social), y aunque proclama que el lugar de la mujer está en el hogar, aunque proclama que ella es el “ángel del hogar”, lo cierto es que ese hogar entra a formar parte del mismo espacio público del que se quiere excluir al sexo femenino. Una nueva paradoja.

Los resquicios que dejan abiertos estas paradojas son las que van a permitir a las mujeres poner todo su empeño en demostrar, con su visibilidad, presencia y hasta protagonismo, que han de ser reconocidas como parte imprescindible de esa nueva sociabilidad burguesa. Recojo en el libro que lo hacen de dos formas: por un lado lo que he llamado “incursiones sociales” realizadas dentro de los escasos márgenes que deja entreabiertos la sociedad burguesa (entrarían en este grupo la educación, la literatura, la participación cultural y social que se ha descrito antes…) y por otro lado lo que he llamado, de acuerdo con Elena Fernández García, una Transgresión Total, transgresiones públicas entre las que podríamos incluir revoluciones, arengas, protestas, misivas políticas, influencias, actuaciones políticas…

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Es en este sentido en el que la segunda mitad del siglo XIX adquiere una importancia capital en el reconocimiento del papel de la mujer en ambas esferas, la privada y la pública. La historiadora Mary Nash reivindica una historia de la mujer «en toda su complejidad», es decir, teniendo en cuenta no solo un rol cerrado circunscrito a la esfera doméstica, sino también, atendiendo a la proyección pública de esa actuación femenina familiar en el contexto económico-social en el que se inserta.

Este libro se inscribe en este tipo de reivindicación, porque poco se ha tenido en cuenta como factor de influencia social y política en la historia, toda la labor femenina en una esfera que, estando localizada en un espacio tan concreto como el hogar, puede llegar a tener una alta proyección pública, bien por la propia actuación de la mujer como protagonista, bien por el ascendente que pudiera ejercer en el varón titular de ese espacio doméstico (que es lo que le reconocía expresamente la propia sociedad burguesa), bien por la propia influencia de la vida doméstica en los procesos sociales burgueses. «La mujer jamás fue totalmente pasiva, ignorante y subordinada», como afirma Mary Beard

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La mujer era VISIBLE en la sociedad, o mejor dicho, no era invisible, sino que se la ha invisibilizado, se la ha obviado, pero nunca ha sido invisible… Hay que reivindicar el hecho de que la mujer, siendo VISIBLE, ha sido premeditada y conscientemente invisibilizada, olvidada, discriminada a conciencia, sabiendo muy bien lo que se hacía… Y hemos de aceptar esa VISIBILIDAD tantas veces condenada por dos razones: primero, para conceder el necesario valor a esas actuaciones femeninas en el espacio público, y segundo,  para dejar claro que la discriminación femenina ha sido consciente. Son las mujeres las que históricamente han evidenciado con su presencia y VISIBILIDAD, lo que un hogar representa. Esta paradoja ha sido nuestro logro y nuestra condenación.

Permitidme acabar con lo que dijo la feminista Charlotte Despard, ya con 87 años en 1928 al aprobarse la equiparación de la edad de voto femenina a la masculina: «Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente».

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* La palabra «Suffragettes« fue empleada durante los inicios del siglo XX como una forma despectiva de titular a las mujeres que pedían el voto femenino de una forma activa, política y hasta violenta. Fue utilizado por primera vez en el periódico «Daily Mail» en 1906, para distinguirlas de las sufragistas más moderadas y como un intento de dividir el movimiento. Aunque el término «Suffragette» no tiene traducción exacta en español, podemos entender la intención si la equiparamos con la dualidad actual entre «feminazis» y «feministas».​

** La película «Suffragettes» está basada en las protestas de las mujeres inglesas en los inicios del siglo XX y sobre todo las acciones realizadas en ese año de 1912. No todas sus protagonistas son reales, aunque si reflejan actitudes de multitud de mujeres anónimas que militaron en el movimiento sufragista. Es el caso de la protagonista, Carey Mulligan, que interpreta a Maud, una mujer trabajadora y oprimida en su propio hogar. También el papel que interpreta Helena Bonham Carter (Edith Ellyn) es ficticio, pero su papel está basado libremente en tres mujeres importantes en estos momentos, Edith Garrud (1872–1971, una de las primeras instructivas profesionales de artes marciales en el mundo occidental), Edith New (1877-1951, una de las primeras sufragistas en usar el vandalismo como táctica) y Mary Leigh (1885–1978, otra activista política y sufragista inglesa pionera en emplear las acciones violentas como protesta). New y Leigh  fueron encarceladas por sus actos pero recibieron pleno apoyo de las demás sufragistas como nueva forma de protesta para hacer escuchadas y ambas salieron como unas heroínas de la cárcel. Personajes reales que aparecen en la película son los papeles interpretados por Meryl Streep como Emmeline Pankhurst (1858-1928) y Natalie Press como Emily Wilding Davison (1872-1913), la mujer que falleció al ser arrollada por el caballo del rey George V en el Derby de 1913.

Mª del Pilar López Almena
Segovia, 12 de marzo de 2019

SUFFRAGETTES

SUFFRAGETTES

Como he venido contando por las redes sociales (Facebook, Instagram y Linkedin), mañana martes participaré en un cineforum sobre la mujer con la película «Sufragistas» (2015,  Sarah Gavron), que se llevará a cabo en el Campus de Segovia de la Universidad de Valladolid (UVA). Tendrá lugar a las 10:45 de la mañana (en el cartel inicial la hora era errónea).

Me hace mucha ilusión participar en este evento porque será la primera vez que hable de mi libro VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX, y espero que resulte interesante.

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DOS AÑOS DE LOS PUSSYHATS

DOS AÑOS DE LOS PUSSYHATS

El 21 de enero del año 2017 se llevó a cabo en Washington (y en otras ciudades estadounidenses y del mundo) una manifestación de mujeres contra Donal Trump caracterizada por la utilización masiva de una prenda, un gorrito de lana con orejas de gato, que se popularizó con el nombre de PUSSYHATS. Unos días más tarde, la revista digital Anatomía de la Historia publicaba mi artículo LOS PUSSYHATS: UN MUNDO DE MUJERES VISIBLES, que hacía referencia a este acontecimiento y a alguna otra cosa más… Hoy, pasados dos años de aquello, el blog del Brithis Museum recoge un artículo sobre el gorrito («Cuando un sombrero no es solo un sombrero«) y he pensado que es un buen momento para recordar en HELICON aquel artículo. Lo único que ha cambiado desde entonces es que cuando publiqué este artículo (en enero de 2017) mi libro VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX aún no se había publicado, saldría un año después, en febrero de 2018, y ahora ya puede encontrarse en librerías y a través de la web de Ediciones UVA.

LOS PUSSYHATS: UN MUNDO DE MUJERES VISIBLES

Por Alma Leonor López . 25 enero, 2017 en Discusión histórica , Mundo actual.

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Antes de la independencia norteamericana, un llamamiento patriótico en 1765 instaba a las mujeres de los colonos a hilar sus propias ropas en casa para no tener que importar tejidos de la metrópoli inglesa y contribuir así a la causa. De esta forma, a la simple ama de casa, le fue atribuida la condición de “hija de la libertad”, emulando la masculina proclama de la organización patriótica (Sons of Liberty, organización en un principio fiel al rey de Inglaterra, con la que estuvieron relacionados Paul Revere o Samuel y John Adams) creada para reivindicar y proteger los derechos de los colonos.

«Boicot a las mercancías importadas de Inglaterra, fabriquemos y compremos americano»

Eso es lo que se decía en un llamamiento cívico que se dirige a ellas, a las mujeres, y solo a ellas. Porque coser, hilar, tejer… eran labores femeniles. Como cuando hubo que coser una nueva bandera nacional con 13 bandas blancas y rojas y 13 estrellas y el mito se atribuyó a una mujer, Betsy Ross (1752-1836), hija de un pastor cuáquero de Pensilvania, repudiada por éste al casarse con un episcopaliano tapicero de profesión. A Betsy la habían enseñado a coser desde la escuela de su iglesia, como se enseñaba a coser a las niñas pobres españolas que entraban en alguna de las escuelas de hilados fundadas por las Sociedades Patrióticas del siglo XVIII o más tarde en las promovidas por las Juntas de Damas del siglo XIX. Coser, hilar, tejer… para el bien de la patria, son formulas con las que se traslada a la mujer, desde un cercado espacio femenino dentro del hogar, al espacio público y visible de la actuación sociopolítica.

Tejer

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Hoy vemos en los Estados Unidos recién despertados en la era Trump, cómo las mujeres han encontrado en el acto de tejer una labor altamente patriótica. El Pussyhat Project, puesto en marcha el día de Acción de Gracias por Krista Suh y Jayna Zweiman, dos mujeres de Los Ángeles que nada tienen que ver con la política (la primera es guionista y la segunda arquitecta), junto con la artista Aurora Lady, nació con la intención de «crear un océano de color rosa para la manifestación, ofrecer un mensaje visual que distinguiese a esta protesta» (Noelia Ramírez, El País). Se referían a la manifestación de mujeres contra Donal Trump celebrada en Washington (y en otras ciudades estadounidenses y del mundo) este pasado día 21 de enero de 2017.

El nombre, pussyhat, surge de un juego de palabras: pussy es la versión coloquial de ‘vagina’ y la forma de orejitas de gato en el gorro (hat, un diseño de Kat Coyle) hacen referencia a la palabra pussycat, todo ello como respuesta gráfica al «grab the from the pussy» (traducido libremente como ‘agarrarlas por el coño’) que dicen que dijo Trump según unas comprometidas grabaciones difundidas durante la campaña electoral.

El mensaje es claro: somos mujeres, estamos aquí, hemos tejido nuestro propio elemento distintivo. Pero incluso van más allá. La idea se lanzó con un gran carácter inclusivo para visibilizar a través de ellos la adhesión a la protesta de aquellas mujeres que no pudieran estar presentes en Washington. Unas mujeres los lucen, otras los tejen para ser visibles a través de ellos. Las redes sociales ayudaron a que los pussyhats traspasasen las fronteras estadounidenses y llegasen a Canadá o Reino Unido o a lugares tan lejanos como Noruega, lugares desde donde muchas mujeres se sintieron representadas en la manifestación de Washington al ver sus gorros rosas en las cabezas de las que si estaban allí.

Visibilidad

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Hubo un tiempo en España en el que las mujeres también realizaron protestas con un claro cariz político y patriótico visibilizado a través de un objeto o un color que lucían en sus cuerpos. Por ejemplo, cuando en 1833, ya fallecido Fernando VII, Isabel II es proclamada reina y «las señoras empezaron a usar, en sus vestidos y adornos, el color azul cristina», contaba José Ortega Zapata en su crónica del Valladolid del XIX, en señal de reconocimiento cristino, es decir, de apoyo a la reina madre, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, preceptora y regente de la reina niña entre 1833 y 1840, y contra las aspiraciones de los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del rey finado.

De igual modo, durante el reinado de Amadeo de Saboya (como Amadeo I, entre 1871 y 1873), una protesta aristocrática, impulsada por Sofía Troubetzkoy (duquesa de Sesto), conminó a las mujeres madrileñas a lucir la españolísima mantilla española en lugar de los sombreros parisinos tan de moda en esos años, para mostrar su adhesión a la restauración borbónica y el rechazo a la nueva casa reinante. Para ello, la duquesa de Sesto diseñó un alfiler en forma de flor de lis (emblema de los Borbones) que las damas debían lucir visibles sobre la mantilla en los paseos solariegos por el madrileño Paseo del Prado.

Llamada la Rebelión de las Mantillas, fue orquestada y llevada a cabo por mujeres, una presencia femenina con un protagonismo propio y una visibilidad con sentido político. O al menos, reivindicativo de una corriente político-social contraria al nuevo orden institucional, como sucede con las actuales mujeres de Washington opuestas al nuevo presidente. Sí. Ninguna de esas formas de protesta pueden ser tomadas como una mera manifestación femenil.

Las mujeres de Estados Unidos y de buena parte del mundo, han querido mostrar en Washington este pasado día 21 una clara (y visibilizada en rosa) oposición a su recién proclamado presidente, a sus modos chulescos y su postura fatua, a sus desplantes mediáticos, a su falta de educación, a su xenofobia manifiesta contra inmigrantes y extranjeros, a su más que evidente machismo, misoginia y agresividad verbal hacia el sexo femenino. La protesta de las mujeres de Washington no solo es feminista, es parte de una protesta cívica y política que algunos medios ya han llegado a calificar de auténtica «resistencia civil».

Claro que, me dirán, que Washington no es precisamente una ciudad proclive a Donald Trump, donde solo un 4% de los votantes le apoyaron (lo que también explicaría las “calvas” en la multitud concentrada frente al Capitolio, en el National Mall, el día de la proclamación presidencial) y que al fin y al cabo, las mujeres, un 53% de las mujeres (blancas, el voto afroamericano conjunto fue del 8%), votaron a favor del nuevo presidente. Son cifras para la reflexión, sobre todo, cuando su oponente demócrata era una mujer, Hillary Clinton.

Pero son cifras que directamente nos dicen que las mujeres tienen su propia opinión política. No votan por corporativismo femenino. Y por lo tanto, la oposición que se realiza ahora frente al nuevo presidente no es feminista ni corporativista, ni debe tenerse únicamente por femenil. Es una reivindicación política que se visibiliza en rosa, sí, con los pussyhats, sí, pero también a través de un claro empuje cívico-político femenino.

La historia nos ha enseñado que tal empuje no debe ser desdeñado. Si podemos considerarlo histórico, Eva realizó la primer acción de protesta femenina (y solo femenina) contra el poder establecido, reivindicando el derecho a la sabiduría para ella y para toda la humanidad. Fue un gran logro, pero a cambio, supuso un alto costo para nosotras: la carga perpetua de un pecado en forma de subordinación femenina al sexo opuesto. No nos conformamos nunca con ese destino.

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Fueron muchas las ocasiones en las que a lo largo de la historia las mujeres mostraron ese empuje, coraje y voluntad de cambiar el destino de todas. Fueron las mujeres las que en la Revolución Francesa alentaron a los hombres para salir a las barricadas portando ellas armas y antorchas en todas las revueltas. Fueron las mujeres del mercado de París las que el 5 de octubre de 1789 protagonizaron la marcha a Versalles protestando por la carestía y alto precio del pan, marcha que pronto se tornó en política cuando se unieron a los ciudadanos (hombres y mujeres) que sitiaron el Palacio de Versalles obligando al rey, y a los miembros de los Estados Generales allí reunidos, a volver a París. Para algunos estudios feministas, estos actos son considerados “fundacionales” de la lucha por la emancipación femenina. Pero es que no fueron los únicos.

En la previa Revolución Norteamericana (1775-1783), hubo mujeres que empuñaron armas y cañones (Margaret Corbin, por ejemplo, la primera mujer en la historia de Estados Unidos que recibió una pensión del Congreso por los servicios militares prestados y la única enterrada en West Point, pero también la mítica Molly Pitcher, por cierto, ambas vinculadas a Pensilvania, como Betsy Ross)

Y en la posterior Guerra de la Independencia española iniciada en 1808, las mujeres se rebelaron contra los invasores franceses, llegando a ser artilleras (Agustina de Aragón) o jefas de Somatén (Susana Claretona, Margarita Tona, María Esclopé…), por poner solo un par de ejemplos.

Fueron decididas mujeres norteamericanas (muchas inmigrantes de origen europeo, además) las que protagonizaron las huelgas del sector textil de 1908 (en Chicago) y 1909 (como la famosa “huelga de las camiseras” o el “levantamiento de las 20.000”, organizado por los sindicatos de mujeres de Nueva York) o las que sucedieron en 1911 después del terrible incendio de la Fábrica de camisas Triangle Waist Co. de Nueva York, que se saldó con la muerte de 146 personas, 123 de las cuales eran mujeres, muchas de ellas muy jóvenes y de nuevo, inmigrantes europeas en gran número (incendió que desde entonces se recuerda con el Día Internacional de la Mujer Trabajadora del 8 de marzo).

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Las condiciones de trabajo de todas estas mujeres eran terribles y la respuesta que las autoridades dieron a esas manifestaciones multitudinarias no estuvieron ausentes de detenciones, despidos, multas y más violencia (la sindicalista Clara Lemlich, por ejemplo, con varias costillas rotas en la manifestación de 1909 en Nueva York), pero estas protestas alentaron el movimiento sufragista femenino que ya había nacido en el siglo anterior y que tendría en estos primeros años del siglo XX su momento de apogeo.

Y también fueron mujeres con empuje las milicianas republicanas españolas del 36 que defendieron la legalidad constitucional frente a un bárbaro golpe de Estado, dejando visibilizada su condición femenina y su decidida voluntad de participación revolucionaria y política como ciudadanas.

Hoy, muchas mujeres en todo el mundo están mostrando su empuje, su voluntad de seguir siendo escuchadas, su decidida negativa a ser tratadas como ciudadanas de segunda y seres humanos de tercera. Y una de esas reivindicaciones ha llegado al corazón de la gran metrópoli occidental, Washington, visibilizándose con un gorro de lana de color rosa y orejas de gato. La manifestación de mujeres en Washington, y en otras muchas ciudades, portando sus pussyhats o fabricándolos para otras mujeres, han mostrado dos cosas al mundo: una, que en Estados Unidos han empezado a conocer un tipo de protesta civil a la que no estaban acostumbrados, una protesta espontánea y multitudinaria hacia una institución tan venerada en ese país como es la Presidencia de la República; y dos, la han conocido a través de las mujeres… definitivamente estamos en una nueva era… la era de las mujeres.

(Datos del TFM de la autora, “La visibilidad de las mujeres en el espacio público burgués del siglo XIX”, aún sin publicar).

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A lo largo de la historia son muchas las ocasiones en las que las mujeres se han visto envueltas en protestas y tumultos relacionados con la escasez de alimentos para su familia, por lo que habitualmente se han denominado “motines del pan”. Teófanes Egido, por ejemplo, cuenta un episodio del siglo XVII, conocido como Motín de los Gatos, en el que las mujeres están presentes en la protesta:

Pues entre las seis o las siete / de la mañana, se andaban / con dimes y con diretes / los pobretes tras el pan, / y con ellos las mujeres, / azuzando, porque el hambre / es la que los enfurece. TeófanesEgido López (1980), «El motín madrileño de 1699».

Aunque pueden encontrarse motines de este tipo desde la Edad Media, es a partir del siglo XVIII cuando se producen los más significativos. Y en todos ellos, las mujeres aparecen en un lugar preeminente. La propia Revolución francesa se suele encuadrar, por sus inicios, en este tipo de motines, pero ya se conocían antes en Francia (Guerra de las Harinas, 1775), en España (Rebomboris del pa, Barcelona, 1789), y hasta en las colonias norteamericanas (Boston, 1700-1713). En todos ellos la solución pasaba por una dura represión en primer término y, solo después de la destitución de algún cargo importante, el abastecimiento gratuito de pan. Pero, lejos de frenarse, aumentaron con el nuevo siglo. Por ejemplo, en la Inglaterra de la década de 1840, donde las revueltas por la presión fiscal y la escasez de pan, que recibieron el nombre genérico de  Rebeca riots, convirtieron a los menesterosos revolucionarios en los llamados hijos de Rebeca, la matriarca bíblica, la bella esposa de Isaac y madre de los gemelos Esaú y Jacob, erigida por el Génesis (24:60), en madre de millares de millares.

«Oh, hermana nuestra,
¡que seas madre de muchos millones!
¡Que tus descendientes
conquisten las ciudades de sus enemigos!»
                                                      Génesis (24:59-61).

Los disturbios tuvieron lugar entre 1839 y 1843 en el sur y centro de Gales, cuando agricultores y trabajadores del campo de la zona, protestaron por una subida de impuestos y, sobre todo, de los peajes de puertas que eran cobrados por fideicomisarios que operaban por encargo del gobierno, y que se suponía debían emplear lo cobrado en mejorar la red de carreteras que controlaban. Sin embargo, las subidas indiscriminadas de las tasas de peaje y el desvío de fondos a los propios bolsillos, colmaron la paciencia del campesinado largos años empobrecido. El precio del ganado y del trigo cayeron desorbitadamente y el de la mantequilla y el pan, subieron desproporcionadamente. A las protestas femeninas se sumaron algunos hombres disfrazados de mujeres, lo que provocó mayores alborotos entre los manifestantes e, incluso, un aumento de la delincuencia local.

La primera aparición de las Rebeccas se puede retrotraer a 1839, cuando se reconocen dos ataques en Carmarthenshire. Fueron dirigidos por Thomas Rees (1806-1876), conocido como Twm Carnabwth, quien arremetió el 13 de mayo de 1839 contra una nueva barrera de peaje en Efail-wen seguido por sus acólitos vestidos de mujer.

Esta costumbre parece que se origina en una peculiar y popular forma de castigo galesa que se aplicaba a gentes que cometían una fechoría pero era difícil llevarlo ante la justicia, por ejemplo, los adúlteros y padres de niños bastardos (una disposición en la “Ley de Pobres” vigente permitía que éstos se libraran de sus responsabilidades para con los niños, dejando a la madre desatendida). Era la llamada “Ceffyl Pren”, literalmente, “caballo de madera”, y consistía en una forma de humillación pública en la que se hacía desfilar al castigado por las calles atado a una especie de marco de madera, con la cara ennegrecida y vestido de mujer. También se aplicaba a aquellos terratenientes ricos que se aprovechaban de sus trabajadores y de su posición, y durante los disturbios de Gales muchos de los propietarios de puertas de peaje y los magistrados locales que los apoyaban, fueron objetivos de las Rebeccas.

El aumento de la conflictividad llegó hacia 1842, lo que acabó por conformar un cierto espíritu de lucha de los manifestantes, que ahora también adoptaron la costumbre de ir disfrazados con ropas de mujer, acompañados en muchas ocasiones por sus propias esposas. Su principal objetivo fueron las barreras de peaje:

Rebecca: «¿Qué es esto, mis hijos? Hay algo en mi camino. No puedo seguir…»
Alborotadores: «¿Qué pasa, madre Rebecca? Nada debe interponerse en tu camino.»
Rebecca: «No conozco a mis hijos. Soy vieja y no puedo ver bien.»
Alborotadores: «¿Vamos a venir y moverlo fuera de tu camino madre Rebecca?»
Rebecca: «¡Espera! Se siente como una gran puerta al otro lado de la calle para detener a tu madre,»
Alborotadores: «Lo romperemos, madre. Nada se interpone en tu camino.»
Rebecca: «Quizás se abra… Oh, mis queridos hijos, está cerrado y atornillado. ¿Qué se puede hacer?»
Alborotadores: «Debe ser derribado, madre. Usted y sus hijos deben poder pasar.»
Rebecca: «¡Fuera con eso, hijos míos!».

El 6 de julio de 1843, un grupo de unos 200 hombres y mujeres atacaron el peaje de Bolgoed en las cercanías de Pontarddulais, así como algunas iglesias anglicanas que tenían concedida la función e cobrar diezmos. Fueron los disturbios más duros y trágico. Incluso, las Rebeccas fueron más allá enviando cartas amenazantes a propietarios de granjas para que redujeran sus alquileres a los campesinos arrendatarios, pero estos hicieron poco caso. Entonces, en septiembre de ese año, sucede una desgracia y una joven guardiana de la puerta del pueblo de Hendy, llamada Sarah Williams, resulta muerta durante los ataques.

Ante el cariz que estaba tomando el asunto el gobierno decide enviar al ejército, concretamente los destacamentos del 75º y el 76º Regimiento de a pie, apoyados por un Escuadrón de caballería, la 4ª Dragoon Guards, alojados precariamente en la ciudad de Llanelli. Desde este lugar se llevaron a cabo redadas, asaltos y detenciones de los alborotadores y sus mujeres, pero, sobre todo, se procuró detener a un grupo de hombres disfrazados que, aprovechando los disturbios se habían dedicado al asalto y pillaje en los alrededores. Estaban dirigidos por un delincuente conocido, John Jones (que se hacía llamar Shoni Sguborfawr) y su compañero David Davies (Dai’r Cantwr). El ejército logró detenerlos y fueron deportados a Australia. Los campesinos, entonces, tomaron la vía de la negociación.

Tras los Rebecca riots, a finales de 1943, los campesinos lograron mínimas, pero importantes mejoras, sobre todo impulsaron la realización de reformas legales. La Wales Act de 1844, aunque consolido la fórmula del fideicomiso, redujo a la mitad el importe de los peajes. La movilización social galesa no se olvidó nunca de las Rebeccas y en varios conflictos posteriores, incluso ya entrado el siglo XX, se reivindicó de nuevo el espíritu de la madre de millares de millares.

Existe hasta una película sobre las Rebeccas, “Rebecca’s Daughters” (1992), dirigida por Karl Francis, con  Peter O’Toole, Paul Rhys y Joely Richardson en los papeles principales. Se da la circunstancia de que el guion había sido escrito en 1948 por Dylan Thomas y publicado como una novela en 1965, pero el filme no se hizo realidad hasta 44 años después, lo que supone el lapsus de tiempo entre guión y película más largo de la historia del cine.

AlmaLeonor_LP

Fuentes: Wikipedia; Llanelli Community Heritage; Visibles. Mujeres y espacio público burgués en el siglo XIX (2018) Mª del Pilar López Almena.

«VISIBLES…» EN ANATOMÍA DE LA HISTORIA

«VISIBLES…» EN ANATOMÍA DE LA HISTORIA

La Revista Digital Anatomía de la Historia siempre será mi revista de referencia. Con el seudónimo de Alma Leonor López, fue la primera publicación digital que acogió uno de mis artículos de historia, gracias a la invitación de su director, Jose Luis Ibáñez Salas, quien siempre confió en mi como escritora y con quien siempre mantendré una deuda de gratitud. Pese a que ya no se actualiza, la Revista ha aceptado la reseña que escribí sobre mi libro «VISIBLES. Mujeres y espacio público burgués en el siglo XIX».

 

MÁS VISIBILIDAD, POR FAVOR

Por Alma Leonor López . 28 febrero, 2018 en Reseñas , Siglos XIX y XX

Visibles. Mujeres y espacio público burgués en el siglo XIX. Sí. Este es otro libro sobre la mujer. También necesario, pues es otro libro donde se reivindican más estudios y más publicaciones sobre la presencia y visibilidad femeninas, tanto en el espacio público, como en la historia, en los procesos de transformación histórica.

Estamos ante un compendio (nunca suficiente, nunca completo) de acciones, presencias, estampas cotidianas, y no tanto, con las que se ha querido evidenciar la visibilidad continuada de las mujeres del siglo XIX en un ámbito tradicionalmente considerado como masculino: el espacio público, entendido como “lugar donde cobran importancia aspectos como la interacción social y cívica –la opinión pública, que diría Habermas–, y el debate público-político –la Institución pública sigue diciendo–, elementos legitimadores de la vida en comunidad.” Un espacio de donde se excluye a la mujer, en tanto que su participación en la vida social decimonónica se circunscribía únicamente al ámbito privado del hogar.

“Digámoslo desde el principio: el siglo XIX no fue un buen siglo para la mujer”.

El artículo continúa aquí.

María del Pilar López Almena: Visibles. Mujeres y espacio público burgués en el siglo XIX. Ediciones Universidad de Valladolid. Valladolid, 2018.

 

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX

VISIBLES. MUJERES Y ESPACIO PÚBLICO BURGUÉS EN EL SIGLO XIX

Cartel de Ediciones Universidad de Valladolid con la publicidad de mi libro. 

 

Entrada del libro en la página web de Ediciones UVA. Se accede también pinchando en la imagen.

 

Captura de pantalla del Twitter de Ediciones UVA. 

 

 

VISIBLES… PRIMER AGRADECIMIENTO

VISIBLES… PRIMER AGRADECIMIENTO

Este es el inicio de los AGRADECIMIENTOS de mi libro:

 

«Mi más sincero agradecimiento a todas las mujeres de la historia. Ellas han hecho posible que hoy disfrutemos de más oportunidades y derechos de los que ninguna gozó en todos los tiempos. Nuestra deuda con ellas es impagable.»

Mª del Pilar López Almena

 

La imagen es un detalle de la obra
«Los Paraguas» (1883), de Pierre-Auguste Renoir (1841-1919),
a partir de la cual realicé la digitalización de la portada.

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