El orgullo de la gran ciudad se había cumplido por fin. Ya tenía diez millones de automóviles.
Casi nadie pasaba por las calles y las aceras se habían suprimido. A lo más en algunas vías de la ciudad habían dejado una especie de alero para peatones desgraciados.
Pero aquella tarde de un domingo estival, caracterizado por una atmósfera pesada, los gases de los diez millones de automóviles intoxicaron toda la ciudad y los turistas que llegaron en la madrugada se encontraron con el triste espectáculo de todos los habitantes raseros de las calzadas, caídos en los sofás de sus coches, catalepsiados para siempre por la asfixia.
El acto de escribir requiere mucha soledad, mucho ensimismamiento, es un poco como un sacerdocio. […] Me imagino que cuando escribimos queremos que siempre haya al otro lado alguien que nos lea. Cuando lanzas una botella al mar, siempre quieres que haya alguien que la recoja y lea el mensaje que hay dentro de ella.
«Incierto es, en verdad, lo porvenir. ¿Quién sabe lo que va a pasar? Pero incierto es también lo pretérito, ¿quién sabe lo que ha pasado?». Antonio Machado.
Lo sublime desaparece cuando la humanidad, precipitada en la parte baja de la rueda de la Fortuna, toca fondo. El hombre se empobrece cada vez más mientras cree enriquecerse: La avaricia es, ciertamente, un mal que envilece.
Nuccio Ordine y Abraham Flexner La utilidad de lo inútil: Manifiesto.
Imagen propia. Visto en una calle de Torrelavega (Cantabria)
Nunca olvidaré mi primer encuentro con los gorilas. El ruido precedió a la visión y el olor antecedió al ruido en forma de una abrumadora mezcla de olor humano y tufo almizclado. A continuación, el silencio quedó rasgado de pronto por una serie de ruidosos gritos seguidos de un rítmico rondó de golpes secos en el pecho, ejecutado por un macho de dorso plateado oculto tras lo que parecía un muro de vegetación impenetrable […] Nos quedamos como estatuas hasta que se desvaneció el eco de los gritos y los golpes en el pecho. Sólo entonces empezamos a arrastrarnos bajo la densa cubierta arbustiva hasta que pudimos distinguir a unos quince metros un grupo de primates negros, de semblante lampiño y cabeza peluda, que nos observaba con tanta atención como nosotros a ellos. Bajo la robusta frente, sus ojos vivaces nos observaban nerviosamente, como si intentaran adivinar nuestras intenciones. Me impresionó de inmediato la magnificencia física de sus enormes cuerpos, color negro azabache, que contrastaban con el verde del espeso follaje forestal.
…Estando en casa de un hombre rico, San Ambrosio de Milán preguntó al dueño que como le iba en la vida. El hombre rico respondió que siempre había gozado de salud, riqueza, fortuna, y que al igual que sus hijos, no conocía la adversidad. Lo que fue interpretado por San Ambrosio como una mala señal y pidió de inmediato a sus compañeros abandonar el lugar. De pronto, se hundió la casa con todos sus propietarios dentro. La interpretación que se hace de esta historia tan ceniza es que Dios hace que la gente sufra para saber si se es buen cristiano o no lo es: «San Ambrosio les dijo ¿acaso no os había dicho yo que en esa casa no estaba Dios? Nuestro corazón se alegrará cuando estemos heridos, porque será un buen signo».
…Critias (de Platón) no creia en los dioses y pensaba que la religión era una invención de los legisladores para gobernar a los hombres. Así se lo cuenta a Timeo: «Cuando se habla de los dioses a los hombres, mi querido Timeo, es infinitamente más fácil satisfacerlos, que cuando se les habla de los mortales, es decir, de ellos mismos. La inexperiencia, o más bien, la completa ignorancia de los oyentes, deja el campo libre al que quiere hablarles de cosas que ellos no conocen. Y tratándose de dioses, ya sabemos a qué atenernos».
…Un samurai del siglo XVI, Yamamoto Kansuke, escribió un manual sobre técnicas de lucha que se ha traducido como El Rollo de la Espada. En él pueden leerse cosas como esta: «Cuando luches en una noche oscura mantén bajo tu cuerpo, concéntrate en la posición adoptada por el enemigo e intenta escudriñar qué tipo de armamento lleva». Aunque también termina con una de las más sabias lecciones: «Es mejor errar por precaución y no entrar en un sendero infestado de bandoleros», es decir… Mejor no empieces una batalla.
Imagen: “Alhambra y Albayzin” (1833) por John F. Lewis. Biblioteca Nacional de España.
…El nombre de CARMEN tiene un significado completamente distinto al de un nombre propio. Carmen es también un tipo de construcción, una vivienda con patio, cercada con tapias blanqueadas, típica de la provincia andaluza de Granada, concretamente de la colina del Albaicín y del barrio del Realejo, que se pudieron originar tras la expulsión de los morisco en el año 1580 y el abandono de la zona. Adquieren toda su entidad en el siglo XVII. La palabra Carmen deriva al parecer del árabe Karm, que significaría jardín o viñedo, ya que la vivienda, condicionada por su situación en ladera, contaba por lo general con pequeños huertos y espacios ajardinados en terrazas, donde las parras servían como elemento ornamental y para dar sombra. No era un espacio lujoso, sino una casa sencilla, de gentes campesinas que supieron iluminar este espacio riguroso con los colores y los aromas de las flores (azucenas, rosas, jazmines, claveles, nardos, alhelíes, madreselva…), la vistosidad de los árboles frutales (granados, ciruelos, higueras, melocotonares, parras…), y la providencia de las verduras y hortalizas. Surcado por arroyuelos y pequeñas cascadas prodigadas por el terreno, el agua y las aves cantoras (ruiseñores, sobre todo), aportaban la musicalidad que evoca su origen árabe. «¿Qué son los cármenes de Granada? Lo más sencillo sería decir que son jardines, huertos y cercados de recreo; pero esta definición, sobre ser cómoda, sería incompleta… Los cármenes de Granada no son románticos, ni primitivos, ni modernos. Tienen su carácter heredado de los árabes, su tradición propia y su propio estilo.» Santiago Rusiñol (Centro virtual Cervantes).
En los actos culturales debería estar prohibida la entrada a la familia del artista. También la de los amigos de la infancia. Por resumir, de todo aquel que conozca cierto anecdotario vergonzoso de la niñez y adolescencia y esté dispuesto a soltarlo a cualquiera que se le acerque en el cóctel. La familia es dinamita pura. El artista la utiliza como material creativo, moldea los recuerdos como le viene en gana, y la familia, sin entender que la literatura consiste, en gran parte, en una traición a los hechos reales, se cabrea, se queja o se envanece, según. El otro día hicieron un homenaje a Philip Roth en la Universidad de Columbia, y una de las cosas más divertidas que contó, en el repaso a su trayectoria literaria, fue que días antes de que apareciera el libro que le hizo popular, El lamento de Portnoy, invitó a sus padres a cenar con la intención de avisarles de que la novela que iba a publicar era bastante escandalosa y que tenían que estar preparados para las reacciones que pudieran leer. Roth supo por su padre que, de camino a casa, la madre dijo: «Este chico tiene aires de grandeza». Ay, las madres, cómo conocen a los hijos aunque los hijos sean ilustres. De cualquier forma, el muchacho no se equivocaba: aquel libro se convirtió en el colofón cachondo e irreverente con el que la literatura rubricó los años de revolución sexual de los sesenta. Las escenas caseras, con ese padre que padece un estreñimiento contumaz del que toda la familia está al tanto, y ese hijo que pilla un hígado de la cocina, en el desesperado intento de encontrar algo que se parezca a una vagina, y corre al cuarto de baño para hacerse pajas, levantaron reacciones de ira, sobre todo en la comunidad judía. Pajas reales, de jadeo silencioso interrumpido por la madre que llama a la puerta alarmada por si el hijo ha heredado el proverbial estreñimiento paterno; pajas mentales, las del chaval que brega con el deseo y la culpa. La familia tuvo que soportar las reacciones felices o airadas como si el libro fuera autobiográfico, y el autor, como es costumbre, se defendió diciendo: a mí que me registren, esto es solo ficción. La familia, ay. Debería haber un detector de familiares a la entrada de los eventos para dejarlos fuera. Eso debió de pensar el otro día Erica Jong, también experta en novelar todo aquello que toca, dicho esto en el sentido más literal de la expresión. Se trataba de otro homenaje universitario, en este caso a Miedo a volar, esa novela que en 1973 la dio a conocer en todo el mundo. Su protagonista, más que ser una heroína de la combustión interna, como el héroe de Roth, es una mujer de acción que cuenta sin reparos sus intercambios de fluidos. Todo parecía marchar de maravilla en el homenaje a este emblemático libro, hablaban las filólogas feministas, cantaban las excelencias de ese paso adelante que fue Miedo a volar en el relato de la sexualidad femenina, cuando llegó el turno de preguntas y se levantó una señora que parecía la doble de Erica Jong. Sus razones tenía, era la hermana. Soy la hermana de la autora, dijo, y después pasó a encadenar una serie de reproches a los que el público reaccionaba con ese gesto de asombro contenido tan propio de los americanos. A Erica le habrá ido muy bien con ese libro, dijo la hermana de la artista, muy bien, enhorabuena, pero a mí me hundió la vida, y quiero decir que por mucho que Erica se justifique diciendo que esto no es más que ficción, está claro que uno de los hombres que aparecen en la novela es mi marido, y me gustaría aclarar de una vez por todas que es completamente incierto que mi marido se metiera en la cama de Erica y le pidiera que le practicara una felación; esto fue una pesadilla para mi marido y para mí, así que sepan ustedes que si a ella el libro la hizo famosa, a nosotros sus mentiras nos han jodido la vida. Ufff. Dicho esto, el acto se dio por concluido. La hermana-bomba desapareció, y cuentan las crónicas que, en el cóctel, la autora se limitó a comentar, fríamente, que en su familia había gente más inteligente que la muestra que acababan de presenciar. ¡Ficción, ficción, esto es ficción!, dicen los autores desde que la literatura existe. Pero los padres o se tragan ese cuento. Fue sonado cómo el papá del autor teatral Sam Shepard (marido de Jessica Lange) se presentó, bastante borracho, por cierto, en el estreno de su última obra y en mitad de la representación comenzó a explicarle al público, que al principio no entendía si aquello era parte del espectáculo, que todo lo que se estaba contando en el escenario era una mentira podrida. Mientras se lo llevaban a rastras, el hombre iba balbuceando cómo pasaron verdaderamente las cosas. Ya les gustaría a los de La Fura dels Baus, que con gran aparataje de gritos y metralletas andan simulando, en su último montaje, el secuestro de un teatro a la manera chechena, conseguir que el público viviera un momento tan perturbador como ese de presenciar a un familiar borracho irrumpiendo en la sala para cantarle las cuarenta al autor. A ese autor que si escribe como se tiene que escribir, como si la familia no existiera, sentirá alguna vez en su vida el peso del viejo reproche bíblico: «Hijo mío, ¿por qué me has avergonzado?».
Elvira Lindo DON DE GENTES, Alfaguara (Penguin Random House España), Madrid, 2011
Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.
Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os contestarán: «¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.»
«Si me hubiera parado a pensarlo, hubiera comprendido que mi devoción por Clara no era más que una fuente de sufrimiento. Quizás por eso la adoraba más, por esa estupidez eterna de perseguir a los que nos hacen daño»
El tacto es ciego, el olfato es galopante. La boca es frenética. El oído es torpe. Sólo el ojo alcanza la totalidad. Reconstruir una mujer a partir de su voz, de su contacto, de su sabor, de su olor. Eso es la imaginación. La imaginación es el vuelo de un sentido a través de todos los otros. La imaginación es la sinestesia, el olfato que quiere ser tacto, el tacto que quiere ser mirada. La imaginación nace de una limitación. La mirada, quizás, es menos imaginativa porque posee más. Pero la mirada necesitaba imaginar lo que ve, redondear y colorear el cuerpo de la mujer, acercar lo que está lejos, alejar lo que está cerca. No basta con mirar. Hay que sobremirar, sobrever. Hay que interiorizar lo que está afuera y verlo hacia adentro.
Todo lo que nos perdemos por no ser perros. Hay que dar los olores en lo que se escribe. Antes, cuando era un escritor joven y responsable, quería describir minuciosamente las situaciones, los lugares. Luego comprende uno que basta con dar un olor o un color. Al lector le sirve esto mucho más. Dice Baroja de una calle que era larga y olía a pan. Ya está. Un largo olor a pan. Para qué más.
El olor de una mujer, cada una con su olor. Los seres tienen aura, que es el olor. Por el olor somos mágicos. El olor es lo único que no puede poseerse, es la fragancia de una personalidad, y por eso desasosiega y trastorna.