OJOS DE GATO

OJOS DE GATO

Imagen: Digital art, by AquaVarin (DeviantArt)

Vio lo más aterrador, lo que yacía más allá de su comprensión, lo desconocido… O quizá no. Siempre pensó que lo que desconocemos, por definición, no nos puede causar temor. Solo tememos aquello que sabemos que puede dañarnos. Lo conocido. Cosa distinta eran las obsesiones y de esas sabía bastante. ¿Qué era aquello entonces? Fuese como fuese su más interiorizada convicción, el caso es que no lo sabía, pero lo temía. Volvió a despertarse asustado, alterado, sudando, con la boca seca, sujetándose el pecho.

Una vez que consiguió serenarse, se incorporó despacio. Colocó primero el pie derecho dentro de la zapatilla derecha, luego el izquierdo en la suya correspondiente. Estaban perfectamente alineadas a los pies de la cama. Se levantó. Entró en el baño. Se lavó las manos una vez, dos veces, tres veces. Se secó con la toalla de mano una vez, dos veces, tres veces. La volvió a colocar perfectamente doblada en tres partes sobre el estante. Solo entonces se miró en el espejo. Escudriñó su cara. A un lado, al otro, bajó la cabeza para observar su frente, la levantó para contemplar barbilla y cuello, a un lado, a otro, arriba, abajo… Vio algún pelo sobresaliendo en esa parte. Sacó la maquinilla de afeitar que guardaba en un cajón. En el derecho. Él era diestro. Repasó esa zona con minuciosidad. Una vez, dos veces, tres veces. Se observó de nuevo. Todo correcto. Extrajo del cajón izquierdo una servilleta de papel que colocó sobre el lavabo y sobre ella limpió la maquinilla. Cogió otra y una tercera con la que envolvió todas. Arrugadas entre las manos, las arrojó a la papelera. Guardó la maquinilla en su sitio. Se lavó la cara con jabón una vez, dos veces, tres veces. Luego, volvió a lavar y secar sus manos con la misma rutina repetitiva: una vez, dos veces, tres veces.

Era una persona con un trastorno compulsivo-depresivo, TOC en lenguaje coloquial médico. Lo había sido toda su vida. Carecía de antecedentes en su familia, por lo que no pudieron achacar su obsesión a una herencia genética. «A veces se produce por una alteración en la química natural de nuestro cerebro, o por cambios inesperados en las funciones cerebrales», le dijo su médico, que era como decir que no sabía por qué le sucedía a él, por qué esa especie de manía numérica que le obligaba a contarlo todo con ese patrón y le atenazaba desde niño. Su madre reía al explicarles a sus amigos que siempre tuvo que darle el pecho tres veces o lloraba desconsolado. Tal vez, de tanto repetirlo ella, y de tanto escucharlo él, se le quedaría grabado el hecho de tener que hacer las cosas así. Tres veces. «También surgen obsesiones y comportamientos compulsivos aprendidos de gente de nuestra familia o allegados que los realiza de esa forma», le dijo una vez, originando en su madre un sentimiento de culpa del que no se desprendió ya jamás. El caso es que a él, seguir esas pautas le producía dolor de cabeza y le hacían perder mucho tiempo cada día, pero tratar de evitarlas le creaba tal estado de excitación y estrés, que hasta convulsionaba. Una vez tuvieron que hospitalizarle y todo.

Pero lo de las pesadillas era nuevo. Comenzaron tan solo hacía un par de meses. Y, como si su maldición compulsiva afectara también a lo más profundo de su subconsciente, cada una de las noches que le asaltaba, le despertaba tres veces. Lo había hablado con su psicólogo, pero en el grado de su trastorno no encontraba razón alguna que le pudiese originar esas pesadillas. Le recetó pastillas para dormir.

Las primeras noches le fueron bien. Pero en una ocasión, después de tomar su dosis, la pesadilla le visitó igualmente. Y no pudo despertarse entre sudores y espasmos. El terror se quedó a su lado toda la noche, atemorizándolo. Se veía a sí mismo golpeando el cristal de una imaginaria caja donde se encontraba encerrado, gritando, con los ojos desorbitados y sintiendo a su espalda el frío contacto de una mirada penetrante, enigmática, misteriosa, destellando en la oscuridad, ocultándose en los vericuetos de su cerebro, sin forma, sin masa, envolvente y profundamente terrorífica. Sentía pavor ante esa sensación, pero no podía desprenderse de la seductora atracción que le producía. Era hipnótica. Como una voz acaramelada y sinuosa. Pero lo que le causaba más miedo es que sufría dentro de ese encierro onírico y mental y no podía despertarse. Al final, consiguió romper el cristal, haciendo saltar minúsculos destellos afilados que salieron disparados detrás de él. Entonces, la presencia infernal emitió un grito desgarrador y desapareció.

Cuando la pastilla dejó de hacer efecto y abrió los ojos, los encontró hinchados y enrojecidos. Había estado llorando durante horas. Y otra cosa. Se orinó encima. Tiró a la basura cama, colchón y sábanas, además de las pastillas. No las volvió a tomar.

Así que las pesadillas habían vuelto a visitarle con su trina presencia. Esa mañana, ya arreglado y dispuesto a salir a la calle, no sin cerciorarse de cerrar la puerta con tres vueltas de llave y que en su maletín llevaba tres calzoncillos y tres pares de calcetines, se dirigió a la editorial. Era uno de los correctores de texto fijos de la plantilla. Hoy debía entregar su último trabajo, lo terminó la tarde anterior. Sacó un pendrive e imprimió tres ejemplares. Solo se dio cuenta cuando los estaba ordenando: «Ojos de gato». Era el título del trabajo y, por alguna extraña razón, al leerlo le asaltó el mismo pavor que le afligían sus pesadillas. Recogió las copias, las encuadernó y se sentó con ellas en el sillón de su despacho.

«En la oscuridad profunda, una mirada felina emerge cautelosamente. Los ojos de un gato negro destellan con un brillo misterioso, reflejando los secretos ocultos de la noche. Su penetrante mirada invita a aventurarse en un mundo desconocido, donde el misterio y la seducción acechan tras cada sombra. Es el enigma de lo desconocido, un misterio cautivador, de seductora atracción…»

No recordaba haber leído eso. ¿En serio lo había corregido él? Buscó las referencias en su ordenador. Empezó a recordar. Fue hace un par de meses, justo cuando comenzaron las pesadillas. La editorial le envió a conocer a una mujer, la autora, y su libro. Era ciega, así que lo dictó de viva voz a un programa informático que se iba encargando de transcribirlo al ordenador. Él había dado forma a aquella ingente cantidad de frases continuas, sin puntuaciones ni separación de párrafos. Pero necesitaba confirmar algunos párrafos.

—Buenas tardes, señora. Me envía la editorial. Es un placer conocerla finalmente en persona.

—Buenas tardes. Agradezco su amabilidad. Tiene usted una voz que me resulta familiar, de una cadencia encantadora. ¿Nos conocemos?

—No lo creo, señora.

Con un porte imponente y elegante, la mujer, de unos sesenta años evocaba la esencia de las icónicas actrices de Hollywood de los años cincuenta. Su cabello peinado con precisión exhibía mechones plateados que destellaban bajo la luz. Sus ojos, profundos y nostálgicos, como ventanas vacías acuosas y tristes, daban paso a unos labios de un rojo intenso que evocaban el glamour de una época perdida. Sus ropas exquisitamente confeccionadas resaltaran su figura esbelta y su gracia atemporal, transportándola a un mundo de elegancia clásica y sofisticación sin igual. Todo en aquella mujer desprendía un aura de misterio y seducción.

Había perdido la vista debido a una rara complicación. Afectada de retinosis pigmentaria, sus células fotorreceptoras fueron progresivamente deteriorándose, hasta que al final, una sensación como de cristales rotos atravesando sus corneas, dejó completamente a oscuras el lienzo visual de su vida. A pesar de la adversidad, ella se aferró a la esperanza, encontró fuerza en su interior y se enfrentó día a día a su cautiverio de oscuridad sin rendirse ante la ausencia esquiva de la luz.

Entablaron muchas conversaciones desde aquella primera presentación.

—¿Ha descubierto usted algo interesante en su mundo sin imágenes?

Lo recordó de repente. Aquella mujer le causó una profunda impresión. Tenía un problema muy parecido al suyo, ambos eran prisioneros de su mal, encerrados en una cadencia de acciones cotidianas obligadas a repetirse, a uno por su obsesión compulsiva, a la otra para acostumbrar el movimiento de su cuerpo a su ceguera.

—En la oscuridad, encuentro la belleza oculta de la música que danza en el aire. Aunque los colores me sean ajenos, los sonidos me susurran sus secretos más profundos. Es un mundo diferente, pero uno que aprendo a apreciar cada día. «Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego», dice un proverbio árabe. ¿Lo conocía?

—No. Pero me maravilla su capacidad de encontrar belleza en cada detalle, incluso en los confines de la oscuridad. Me sentiré muy  honrado de acompañarla en esta travesía. Exploraremos juntos los misterios que nos aguardan. Yo seré sus ojos de gato para usted.

Entonces ella dio media vuelta y desapareció pasillo adelante. Ahora lo recordaba bien. Se preguntó qué es lo que habría dicho para que aquella mujer enigmática de ojos vacuos, de serena y calmada presencia, que pareció hasta ese momento dominar la profundidad de la percepción interna, le dejara solo tan de improviso. Pasaron varios minutos antes de que se diera por vencido y salió de allí sin volver a verla.

Transcribió su borrador durante semanas. Según lo leía escuchaba en un susurro la voz acaramelada y sinuosa de aquella mujer revelándole las historias que ella ansiaba contar en su libro. Pero no recordaba nada de él. Ni una palabra. Ni su título siquiera. ¿Qué estaba pasando?

Decidió esperar unos días más antes de entregarlo. Quería leerlo de nuevo. Ya en su casa, con los tres ejemplares encuadernados perfectamente alineados sobre sus rodillas, continuó leyendo: «El perfume de las flores en pleno esplendor despierta en mí una nostalgia dulce y añorada. También hay un matiz sutil en el aire, una fragancia que me traslada a tiempos pasados y despierta una sensación de serenidad en mi corazón». No era una simple historia. Eran versos que acariciaban el alma. Y que también la sacudían con una fuerza hostil: «Hay algo mágico y profundo que nos rodea en la oscuridad. Algo terrible que nos asalta en sueños, que nos envuelve. Una presencia que siempre nos acompaña y de la que no podemos librarnos. La oscuridad tiene ojos de gato».

Se quedó dormido sobre el sillón sin poder evitarlo.

—Caballero, su compañía es bienvenida en este viaje. Caminemos juntos donde la visión no llega y donde la esencia de la vida se revela en otros matices más tenebrosos. ¡Acompáñeme!

—No puedo, no puedo, no puedo… ¿Qué significa esto?

—¿No lo sabes? ¡Estaba segura de que te conocía! ¡Tú me has causado esto! ¡Fuiste tú!

—¿Qué está diciendo? Yo no la conozco…

De repente, unos cristales rotos saltaron por los aires alcanzándole en el pecho.

—¿Me conoces ahora?

El escritor, con su pluma inquieta y su imaginación vívida, guardaba en lo más profundo de su ser un recuerdo que le aterraba, uno que se resistía a ser revivido. Nublaba su mente, hacía latir su corazón de forma acelerada y sus manos temblaban involuntariamente. Entonces, sintió una presencia enigmática, una mirada penetrante destellando en una oscuridad que surgía, sin poder evitarlo, de los más intrincados vericuetos de su cerebro según se apagaba su vida. Una sensación sin forma, sin masa, envolvente y profundamente misteriosa, portadora de secretos oscuros, un mal siniestro, se hizo visible. Tres pares de ojos de gato rasgados por heridas de cristales se dirigían hacia él inexorables.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE MAYO 2023

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de MAYO 2023 a…

¡¡¡ABRE LOS OJOS!!!

Llegamos a Mayo y, además de la BBC, bodas, bautizos y comuniones, el tiempo se vuelve a mostrar letárgico e invitarnos a una ligera siestesilla saboreando el cálido sol. En la playa, en el campo, en una terracita, en tu balcón. En el colegio, en el trabajo, intentando escribir. El sopor te hace pesados los párpados y hasta escuchas unos susurros que te dicen ¡duérmete!También puede ser que me haya pasao con la cerveza o con el papeo. Esos momentos de somnolencia involuntaria, pueden ser una fuente de dulces sueños o alguna alucinación. Imaginad que… «Tenéis los ojos cerrados. No estáis durmiendo profundamente, solo relajados. Sentís un confortable y placentero momento de paz. Así que, mantenéis la oscuridad en vuestra mente y saboreáis ese instante.
Pero, súbitamente, oís una voz que os susurra…». Y al abrirlos, en medio de la oscuridad, solo veis esto:

Imagen de Jacques GAIMARD en Pixabay

Esta es la propuesta para el VadeReto de este mes: seguid la historia. ¿Terror, fantasía, intriga, romance, seducción…? Vosotros decidís.

Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

«El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada». Gustavo Adolfo Bécquer.

«Pocos son lo que ven con sus propios ojos y sienten con sus propios corazones». Albert Einstein.

«Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego». Proverbio árabe.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

Año 2022: Categoría VadeReto

Enero 2023: EL NAUFRAGIO.

EL NAUFRAGÍO

EL NAUFRAGÍO

Imagen: Ivan Madzharov.

Han pasado casi cuarenta años de aquel fatídico día en el que naufragamos. Hoy he recibido un paquete. Es una caja como aquella que yo envié, sin remite ni destinatario. No sé quien la ha dejado en mi puerta, pero no me atrevo a abrirla. Por alguna extraña razón, sé que encontraré mi propio brazo ahí dentro. Soy Patrick Macnamara y el diablo viene a obligarme a cumplir mi promesa.

—/—

Me embarqué en aquel carguero sin esperanza ninguna, era una oportunidad como cualquier otra de encontrar trabajo, “una ocasión única”, me dijeron. Y lo creí. Yo era un simple carpintero irlandés sin fortuna. Aprendí el oficio al lado de mi padre, en los muelles de Bristol, cuando el trabajo no escaseaba. De repente, todo se fue al garete. Mi padre apareció muerto en una taberna. Nunca supe muy bien lo que ocurrió, pero, me encontré solo y huérfano a mis veinte años. Y sin futuro. Alguien me dijo que me embarcara. Que América era el paraíso. Allí había trabajo y oportunidades para alguien como yo. Era febrero de 1928 y todo bullía en América. Nada quedaba en las viejas islas para mí.

Trabajé a bordo para pagar mi pasaje. Todo iba bien. El cocinero, un cubano mulato más grande que un armario ropero, se apiadó de mí y me pasaba alguna manzana o lo que pudiese de la cocina para que no falleciera de hambre. Otro marinero, inglés, y solo un poco mayor que yo, de nombre Luke Phillips, era mi compañero de litera y de partida. Todas las tardes, antes de retirarnos a dormir, jugábamos a las cartas con otros marineros. Él me había dado algunas lecciones para trampear a los demás y nos sacábamos unos cuartos que luego nos repartíamos. El capitán se enteró un día y nos apaleó con su fusta delante de todos, prohibiéndonos volver a jugar. Las tardes se hicieron, entonces, tediosas.

Hasta que llegó la tormenta.

Nos pilló durmiendo. No tuvimos tiempo para nada. De repente, el cielo y el mar parecieron una sola cosa, un aterrador torbellino de agua, negrura y ruido que nos hubiese arrastrado hasta el fondo con el mismo barco de no ser por Magnus Sorensen, otro marinero, de origen danés y fuerte como un toro, que logró sujetar un bote antes de que desapareciera en la nada, y nos ayudó a subir a bordo. Cuando todo se calmó no vimos ningún superviviente más. El barco había desaparecido. En el exiguo bote, agotados, empapados y muertos de miedo, nos encontrábamos el capitán Archibald Cummings, el cocinero Mauritius, Sorensen, Phillips y yo.

Permanecimos en silencio durante horas, mirándonos furtivamente, castañeteando los dientes, sin atrevernos ni a movernos del sitio. Solo teníamos un exiguo barril de agua que Mauritius consiguió izar. Antes de que volviera a anochecer, abrazado a ese barril, fue él quien habló por primera vez.

—¡Vamos a morir todos!

Pero sobrevivimos. Solo nosotros y el cielo sabe cómo lo hicimos. Habían pasado seis meses cuando nos encontraron a la deriva en aquel exiguo bote que ya empezaba a hacer aguas. Desperté en un hospital días después. Alcé los brazos. Vi mis dos extremidades. Estaba vivo.

Una semana más tarde, todos mis compañeros y yo abandonábamos el centro hospitalario. Entonces, me obligaron a hacer una promesa. Yo debía cumplir el trato que hicimos a bordo al poco del naufragio. Nadie debía saber cómo sobrevivimos y, además, tenía que entregar mi parte, como hicieron los demás. Me dieron un año de plazo. Les juré que lo haría y cada uno nos fuimos por nuestro lado. No nos volvimos a ver.

—/—

Creía que nadie respondería a mi anuncio, pero lo hicieron. Habían pasado ya más de diez meses. Pensé que nunca lo conseguiría, se me acababa el tiempo. Pero recibí una carta. Un hombre, en Nueva Inglaterra, en la ciudad de Boston, se ofrecía a entregarme lo que había pedido. No las tenía todas conmigo. No era un encargo cualquiera y no todo valía. Tenía que ser exacto. Quedamos en vernos y unos días más tarde se presentó en mi casa.

Yo había conseguido un buen empleo como matarife en el mercado de Nueva Jersey. Era joven y aprendí enseguida el oficio. Las cosas no iban muy bien en el país, pero seguía habiendo trabajo allí y yo ganaba un buen sueldo. El hombre que recibí una soleada mañana de finales del invierno de 1929 tenía mi edad, pero estaba famélico. A él no le iban las cosas tan bien como a mí. Cuando le vi, entendí por qué me pidió que le pagara el billete como anticipo a sus honorarios.

—¿Por qué ha accedido usted a mi petición?

—Por hambre…

Él no lo notó, pero su respuesta me dejó clavado en el suelo. Unos terribles recuerdos acudieron a mi mente. El hambre. Nadie sabe lo que es eso hasta que se aferra a su garganta y a su mente hasta obligarte a hacer cosas que nunca harías. Cosas que nunca confesarías. Cosas terribles, maléficas, inhumanas. Yo lo sabía bien. Era la culpa que arrastraba, la deuda que debía saldar.

—¿Cumple usted todos mis requisitos?

—Sí.

—¿Pelirrojo?

—Sí.

—¿Pecas?

—Sí.

—Enséñemelo… El derecho.

Lo hizo. Lo comprobé de nuevo y asentí. Estaba todo correcto. Solo faltaba que me lo entregara. Y tenía que ser rápido. Le enseñé el dinero. Lo tenía preparado desde hacía tiempo. Todo lo que ganaba con mi trabajo y con las trampas en el juego que Phillips me enseñó, lo guardaba para esa ocasión. Tenía ya suficiente para pagar a aquel pobre hombre.

—Y ahora, hágalo…

—Antes… dígame una cosa… ¿Por qué?

—¿De veras quiere saberlo?

—Sí.

Y se lo conté. Ha sido la única persona a quien se lo dije. La única. Pero merecía saberlo. Aquel hombre, no quise saber su nombre, salió de mi vida después de dejar mi encargo en una caja. La cerré adecuadamente y la envié por mensajero a la dirección que mis compañeros de naufragio me indicaron cuando salimos del hospital. Les avisé a todos. Ya estaba hecho.

Ese día, un grupo de personas permanecían sentadas alrededor de una mesa: Archibald Cummings, que ya no era capitán y se arrastraba entre tabernas buscando trabajo; Mauritius, que seguía siendo cocinero, solo Dios sabe cómo; un empequeñecido y enfermo Magnus Sorensen, que no vivió mucho más; y Luke Phillips, flamante y ufano esposo de una rica heredera neoyorkina que, en pocos meses, en octubre, se quedaría sin nada. Solo una razón les mantenía allí reunidos. Esperar la caja que yo habría de llevarles.

Pero yo no fui a ese encuentro. Así que solo puedo imaginar cómo sucedieron los hechos. Llamaron a la puerta y alguien se levantó a abrir, seguramente, Phillips. No vería a nadie al abrir, si es que el  mozo a quien encargué llevar la caja cumplió mis órdenes. Él se la encontraría en el suelo. Todos se extrañarían al no verme aparecer a la cita, pero sabrían que lo había hecho, que había cumplido mi promesa, en cuanto abrieran la caja. No figuraba ningún remitente, ningún destinatario, ningún dato. Solo tenían que abrirla. Imagino que seguiría siendo Phillips quien lo hiciera. Una vez encima de la mesa, todos se la quedarían mirando, tal vez con asombro, tal vez con miedo. Se preguntarían por qué no me presenté, pero se darían por satisfechos en cuanto comprobaran que era un brazo blanco, pelirrojo y con pecas.

«Sólo los niños aceptan las sorpresas por el placer de las sorpresas», escribe un autor del momento, William Faulkner, a quien leo últimamente. Se hubiesen llevado una buena sorpresa de haberme visto a mi llevar la caja. Porque yo, seguía conservando mis dos brazos.

—/—

Durante aquel naufragio sobrevivimos gracias a Phillips. Fue él quien propuso que cada uno nos fuéramos cortando un brazo, el izquierdo, para alimentarnos mientras nos rescataran. Cuando lo hicieron todos lo habían perdido, excepto yo, que era el último por edad. Al salir del hospital me exigieron que cumpliera la promesa que nos hicimos. Debía entregarles mi brazo, como ellos hicieron con el suyo.

Pero no podía. No quería. Hice un pacto con el diablo, pero no podía dejar que me arrastrara toda la vida. El problema es que yo soy zurdo, por eso no contaba con encontrar a alguien que se ofreciera a entregarme su brazo derecho, blanco, pelirrojo y con pecas, para que todos mis compañeros pensaran que era el mío.

Ese mismo día volví a embarcar, esta vez rumbo a Australia. Era libre, pero los remordimientos me ahogaron día a día. Cada vez que miraba mi brazo derecho se me aparecía como un préstamo fantasma, algo que, en realidad, no me pertenecía. Y, finalmente, fue el diablo quien se cobró mi deuda.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE ENERO 2023

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de ENERO 2023 a…

¡¡LA CAJA!!

Nos adentramos en un nuevo año con el corazón en un puño. ¿Se terminará de una vez por todas estas etapas de sorpresas chungas? ¿Qué tocará este año, la invasión alienígena o la plaga zombi? Lo mismo nos invaden zombis del espacio. ¡Toquemos madera! Mejor, abracemos árboles, por si acaso. Lo que está claro es que será un año lleno de sorpresas. Después de unas fiestas, en definitiva, para repartir y abrir regalos, cajas y cajas llenas de sorpresas, de esto trata el VadeReto de este mes.

Imagen de la mesa de George Dolgikh en Pixabay; edición JascNet.

Para la creación de este relato hay no una premisa, sino un supuesto. ¿De qué se trata? Pues leed con atención:

«Un grupo de personas está sentada alrededor de una mesa. Puede que estén comiendo, en una reunión laboral, en algún tipo de experimento sobrenatural, preparando una conspiración… Pueden ser una familia, un grupo de amigos, compañeros de trabajo o gente que no se conocen y por alguna determinada razón están allí reunidos. Vosotros decidís los detalles. De repente, llaman a la puerta. Alguien se levanta a abrir, pero no hay nadie fuera. Sin embargo, al mirar al suelo, puede ver que han dejado una caja. Una caja que no lleva ningún dato. Ni remite, ni dirección de entrega, ni logotipo o marca de ninguna empresa. Una caja totalmente anónima, sin ningún tipo de identificación. La coloca en la mesa y todos, al verla, muestran asombro y miedo. ¿Qué hay dentro? ¿Por qué nadie se atreve a abrirla? ¿De qué tienen miedo?»

Vosotros tenéis que darle forma a la historia y completarla. Crear los personajes que más os gusten, resolver los interrogantes y revelar, o no, el contenido de la caja. ¿Sencillo o difícil? En este reto, más que nunca, tendréis que hacer uso de vuestra imaginación, creatividad e ingenio. Pero de una cosa estoy seguro, tenéis el talento y la habilidad necesarios para deleitarnos con vuestras historias.

Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

«Todo es sorpresa. El mundo destellando siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo, que es ese pecho enfebrecido y ávido que sólo pide el brillo de la luz». Vicente Aleixandre.

«Siempre he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de nada, entendiendo por esto no escandalizarnos frente a las rupturas del orden». Julio Cortázar.

«Sólo los niños aceptan las sorpresas por el placer de las sorpresas». William Faulkner.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

VadeReto de Octubre: Sor Inés Despelle.

VadeReto de Noviembre: El Marcado.

VadeReto de Diciembre: La niña que quería ser reina.

También en: Categoría VadeReto

LA NIÑA QUE QUERÍA SER REINA

LA NIÑA QUE QUERÍA SER REINA

Imagen: Dirk De Keyzer (escultura en bronce)

Érase una vez un reino sin reina, donde las mujeres no realizaban ninguna labor, ni ejercían ningún oficio, ni tampoco practicaban actividad alguna. Todo lo hacían los hombres o los niños. Y eso era así desde que la reina murió. Su marido, el rey, pensaba que fue a causa de sus muchas actividades, incluido el cuidado de su hijita. Así que, después del sepelio de su amada esposa, desterró a la niña y no permitió que las mujeres realizaran labores, tareas, ni trabajos. ¡Nada!

Y así fue transcurriendo el tiempo en el reino sin reina.

Al cabo de doce años, en una granja solitaria situada en los confines del pueblo más lejano, crecía una niña inquieta y curiosa. Siempre estaba preguntando por todas las labores que hacía su padre, el granjero, y también le insistía a su madre para que le respondiera por qué ella no hacía nada en la granja. «Eres muy pequeña para entenderlo», le respondía siempre. Y la niña se tenía que conformar con esa respuesta. Pero, pasadas unas horas, volvía la inquietud a su espíritu y quería saber por qué no podía hacer lo que hacían los demás habitantes de la granja o los niños de su aldea.

—Señor gallo, ¿puedo despertar a la gente?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden despertar a nadie.

—Señor gato, ¿puedo cazar ratones?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden cazar ratones.

—Señor perro, ¿puedo llevar las ovejas al aprisco?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden llevar las ovejas al aprisco.

—Señor caballo, ¿puedo guiar el carro?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden guiar el carro.

Y así fue interrogando uno por uno a todos los animales de la granja, y todos le contestaban lo mismo… «Las niñas no pueden hacerlo». Y cuando se rebelaba y seguía insistiendo para que le dieran una razón convincente, le respondían lo mismo que su madre: «eres muy pequeña para entenderlo».

Un día le preguntó a un niño de la vecindad, hijo de un granjero y que ya ejercía como tal ayudando a su padre en las tareas propias del oficio.

—¿Por qué no puedo ser granjera?

—¡Las niñas no pueden ser granjeras!

—Pero, ¿por qué?

—Ya lo entenderás… Eres muy pequeña aún.

—¡No soy tan pequeña! ¡Y quiero entenderlo ya!

—Las niñas no pueden entender.

—¿Y eso quien lo ha dicho?

—No lo sé… Todo el mundo.

—Pues yo quiero saber quién lo ha dicho.

—Las niñas no pueden saber.

—¡Eso te lo has inventado!

—¡No! ¡Es cierto! Tú eres demasiado…

—…Demasiado pequeña para entenderlo, ya lo sé.

Y se marchó ofuscada, sintiendo que en su interior crecía una furia inusitada. No aceptaba que no pudiera hacer lo que quisiese. Ni siquiera ser granjera. Y eso no era lo que más le gustaría ser. Ella quería ser reina.

—Seré reina y entonces dejaré que todas las niñas hagan lo que quieran hacer. ¡Eso haré!

Siguió caminando y caminando con enfado, de tal forma que hubo un momento en el que no sabía ni donde se encontraba. Miró a su alrededor. Había llegado al pueblo y estaba anocheciendo. Empezó a tener miedo, su granja quedaba muy lejos, no le daría tiempo a volver antes de que cayera la noche y los caminos no eran seguros. Vio una luz al final de la calle y se dirigió hacia allí. Era la biblioteca del lugar. Nunca había estado, pero era el único edificio iluminado de toda la aldea, así que entró.

—¡Buenas noches, bella dama!

—¿Tú quién eres?

—Soy Matusalén, el bibliotecario. ¿Y tú?

—Soy una niña. No me pusieron nombre.

—¿Y a qué debo el honor de su visita, niña, siendo tan tarde?

—Iba caminando y caminando y ahora no puedo volver a mi casa… Vivo en una granja y está muy lejos. ¿Puedo quedarme aquí a pasar la noche?

—Por supuesto, por supuesto ¡Adelante!

La niña entró y cuanto más lo hacía más luces la iluminaban. Eran más potentes que el mismo sol, estaba sobrecogida.

—¿De dónde viene tanta luz? Es el edificio más iluminado del pueblo.

—De los libros… La luz que ilumina el mundo. ¡Ven! Te enseñaré la biblioteca si quieres…

—¿De veras puedo?

—¿Por qué no ibas a poder conocer una biblioteca?

—Todo el mundo dice que las niñas no podemos hacer esto o lo otro…

—¡Qué tontería!

—¡Eso digo yo!

—Todos podemos hacer o ser lo que queramos ser. Mira… Yo puedo ser una Lechuza, la diosa de la sabiduría

Y acto seguido, el viejo bibliotecario se transformó en una lechuza enorme, blanca y preciosa que la miraba con ojos escrutadores. La niña se veía reflejada en ellos y, de repente, la lechuza desapareció para dar paso a una balanza.

—¿Ves? Ahora soy la representación de la justicia.

—¡Qué bueno! ¿Y qué más puedes ser?

—Puedo ser el ser más listo de la tierra, una raposa.

Y se convirtió en una preciosa raposa de color marrón granate que movía su enorme y frondosa cola alrededor de la niña. Ella aplaudía entusiasmada.

—Y ahora seré una manzana, la representación de la duda y la curiosidad, las dos premisas que han hecho avanzar a la humanidad. ¡No se te ocurra comerme!

Y la bella raposa se convirtió en una jugosa y roja manzana que se posó en la mano de la niña. Ella sonreía entusiasmada. Realmente ese bibliotecario podía ser todo lo que quisiera. Matusalén volvió a su estado original.

—¡Ha sido fantástico! ¡Me ha encantado! ¿Cómo puedes hacer todo eso? ¿Podría hacerlo yo también?

—Te contaré mi secreto. Con esto…

Y le entregó un objeto que la niña recogió con sumo cuidado.

—¿Qué es?

—Un libro. Encierra el saber del mundo, los conocimientos de la humanidad. Yo soy muy viejo y me he leído todos los libros de la biblioteca, por eso te puedo asegurar que tú y yo, y cualquiera, puede ser lo que quiera ser.

—¿Incluso las niñas?

—Incluso las niñas. Solo tienen que leer libros.

—Pero yo no sé leer.

—Ábrelo y verás como sí que sabes.

La niña abrió aquel libro y, de repente, sus ojos recorrieron símbolos que entendía. No sabía cómo, pero sabía leer. Y esos símbolos se convirtieron en palabras y las palabras en frases y las frases en párrafos y… antes de que se diera cuenta, ya se lo había leído todo.

—¿Me estás diciendo que si leo más libros podré ser lo que quiera?

—Leyendo libros y con algo más… «Se trabaja con imaginación, intuición y una verdad aparente; cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar». Y también la base de todo lo que una niña quiera ser. ¿Qué quieres ser tú?

—Yo quería ser granjera al principio, pero luego supe que lo que de verdad quería es ser reina.

—Pues si pasas aquí la noche leyendo todos los libros que puedas, conseguirás serlo.

La niña le regaló una enorme sonrisa y se dispuso a recorrer aquella biblioteca buscando libros que leer. Después de uno, vino otro, y luego otro. Su sed de conocimiento era insaciable. No había ningún tema que no le pareciese interesante. A la vez que leía, le contaba a Matusalén lo que había aprendido y este le orientaba hacia qué libro dirigirse después.

Cerca ya del amanecer, la niña seguía sentada en el suelo con un libro en el regazo. Llegó a la última página… «Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado». Se entristeció. Era la primera vez que veía algo así en los libros que leyó esa noche. No quería que se acabara. Entonces se dio cuenta de que ya no había luz en el interior de la biblioteca, que toda entraba del exterior. El sol estaba a punto de salir.

Se levantó y echó a correr hacia su granja. Llegó y despertó a todo el mundo antes que el gallo. Luego, puso trampas para ratones por todo el pajar. En una hora cayeron más de los que el gato cazaba en un día. Corrió hasta donde pastaban las ovejas, las rodeó haciendo gestos con las manos y los brazos, las llamó a silbidos y, en un periquete, todas estaban en el aprisco. Después, se fue hasta la cuadra del caballo, lo enganchó al carro y subiéndose encima llegó hasta la granja de su vecino.

—¿Sabes lo que te digo? ¡Yo podría ser granjera si quisiera! Pero lo que quiero es ser reina.

Y dicho esto, salió veloz en su carro y se dirigió al  Palacio.

Al llegar, todos los lacayos la miraban con curiosidad y se apartaban hacia un lado. Sin obstáculo alguno llegó al salón del trono. Allí estaba el rey. Llevaba años penando por haber desterrado a su hija y había enfermado. Al verla sus ojos se iluminaron.

—¡Hija mía! ¡Has vuelto!

—¿Eres mi padre?

—¡Sí, sí! Yo te desterré a una granja por el dolor de perder a mi esposa, tu madre, pero perderte a ti fue un mal aún mayor. He sufrido mucho. No sabía lo que hacía… ¡Perdóname!

—Entonces… ¿Soy una princesa?

—¡No! Eres una reina. A partir de este momento una niña puede ser reina. Tú eres mi reina.

Y se inclinó hacia ella en señal de reverencia invitando a toda la corte a que hiciera lo mismo.

La niña se convirtió en la Reina Eva, la primera mujer en tener la sabiduría de una lechuza, la justicia de una balanza, la audacia de una raposa y la curiosidad que representa una manzana, la primera en hacer lo que podría hacer un gallo, un gato, un perro, un caballo o un granjero. La primera mujer en despertar al mundo entero. Ella promulgó dos leyes como primer acto de gobierno del reino. La primera, instaba a sus súbditos, sobre todo a las mujeres y a las niñas, a leer libros, todos los libros que pudieran. Y la segunda, daba a conocer a los cuatro vientos que tanto dentro como fuera de sus dominios, las niñas y las mujeres, podían ejercer cualquier oficio y realizar cualquier labor igual que los hombres.

La reina Eva se convirtió en una soberana amada y respetada por su pueblo, pero ella nunca olvidó sus orígenes. Llevó a Palacio a los padres adoptivos que la habían cuidado en una granja y visitaba al viejo Matusalén todos los días para, sentada en el suelo, leer un nuevo libro que posaba en su regazo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE DICIEMBRE

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de DICIEMBRE a ¡¡¡CONTAR UN CUENTO!!! Fuera dramas. Es el momento de sacar toda la dulzura, la poética y el amor que albergue en nuestros corazones y dejar que la imaginación nos lleve de nuevo a la infancia.

Para la creación de este relato hay CUATRO premisas (la primera vez que hay cuatro):

La PRIMERA, tiene que ser un relato apto para menores. Ya sabéis, nada de violencia, sexo, droga o Rock&Roll (es un decir). Aventuras, viajes, historia, intriga… todos los géneros están permitidos, siempre y cuando, puedan ser entendidos, digeridos y disfrutados por nuestros enanos. Que podamos reunirlos junto a la chimenea, los que la tenga, sentados sobre la alfombra, los que la tenga, con el traje de juglar, la larga barba blanca y el sombrero de lana, el que lo tenga. Y el que no tenga nada de esto, pues que se acomode junto a ellos en el sofá y les haga disfrutar de un buen viaje al mundo de la fantasía. ¿El cuento tiene que ser, obligatoriamente, Navideño? Pues no tiene por qué, pero si os apetece, ¡adelante!

La SEGUNDA, que usemos la Fantasía. Imaginad un mundo fantástico, pero alegre y divertido. Un lugar al que os gustaría ir después de cerrar los ojos para dormir. Un universo fabuloso lleno de criaturas imposibles, divertidas aventuras y grandes sonrisas.

La TERCERA, tendrán que aparecer, obligatoriamente, al menos, dos personajes: un Niño o Niña y una criatura fantástica, es decir, un personajillo que no exista en nuestra realidad.

La CUARTA, dejemos la realidad a un lado y démosle a la historia un Final Feliz.

Y luego una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

«Todo cuento es como se lo cuenta, la conciencia de que fondo y forma no son dos cosas es lo que hace al buen narrador oral, que no se diferencia así del buen escritor aunque los prejuicios y los editores estén a favor de este último». Julio Cortázar.

«Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos». Gilbert Keith Chesterton.

«Se trabaja con imaginación, intuición y una verdad aparente; cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar». Juan Rulfo.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

VadeReto de Octubre: Sor Inés Despelle.

VadeReto de Noviembre: El Marcado.

EL MARCADO

EL MARCADO

Imagen: Magdalena Korzeniewska.

Se acercaba la hora del Turno. Todo el pueblo andaba ya sobrecogido, temeroso, absorto en terminar sus labores antes de que llegara. Mi madre me hacía encargos continuamente… «¡Ve a por agua!», «¡No olvides recoger leña!», «¡Guarda la vaca!», «¡Cierra la valla!», «¡Busca al perro!». Mis amigos y yo cumplíamos esas órdenes maternas con celeridad. Por un lado, nuestra mentalidad infantil se regocijaba con cada cometido. Emprendíamos la tarea como si fuésemos capitanes de un ejército dispuestos a cumplir la última misión de la tropa. «¡Adelante mis valientes!», «Cerremos la vaya antes de la hora!», «¡Sí, mi capitán, a sus órdenes!». Reíamos y echábamos a correr de un lado a otro mientras mi madre me miraba con esos ojos tristes y profundos que le colgaban en la cara según se acercaba el día del Turno. Nosotros no éramos conscientes todavía. Tan jóvenes. Como íbamos a sospechar siquiera lo que significaba todo ese temor contenido no solo en nuestras madres, sino en todo el pueblo.

Un hombre se me quedó mirando cuando iba hacia mi casa. Era el más anciano del lugar. De hecho, siempre me extrañó tanto su presencia que una vez se lo pregunté a mi madre… «¿Por qué ese hombre tiene tantas arrugas en la cara?». Me respondió de una manera tan misteriosa que tuve miedo por primera vez… «No te acerques a ese hombre, hijo… Es un marcado… No le mires o te marcará a ti». Yo no sabía qué era eso del «marcado», pero en verdad debía ser algo terrible porque no había nadie más en la aldea con ese aspecto. Ese día, al pasar a su lado me habló.

—¿Tu eres el joven Axel?

—Sí, señor…

—¿Conociste a tu padre?

—No, señor…

—Cuando se… marchó?

—En el último Turno, señor… Cuando yo nací…

—¿Se fue alguien más de tu familia?

—No, señor…

—¿Tienes miedo, joven Axel?

—Sí, señor…

—¿A qué?

—Al Turno, señor… A la muerte…

—«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos».

—No le entiendo, señor…

—No temas a la muerte, solo al Turno. ¿Sabes que podrías librarte de él…?

—Nadie se puede librar, señor.

—¡Yo lo hice… Yo lo hice…!

Y se marchó lloriqueando… Cuando se lo conté a mi madre, me agarró y empezó a escrutarme como si tuviese piojos por todo el cuerpo. «¿Qué te ha hecho, que te ha hecho? ¿Te ha marcado?». Por más que le decía que no me hizo ninguna marca, ella seguía buscando en mi cuerpo. Cuando se cercioró de que no tenía nada, se echó a llorar. La arropé como pude, pero su desconsuelo era enorme.

—Hijo… Nunca, nunca, dejes que un marcado se acerque a ti. Si recibes la marca serás desgraciado para siempre. Como ese hombre…

—¿Quién es, madre?

Y volvió a llorar…

Justo a la medianoche, sonaron las campanas de la iglesia. Todo el mundo en la aldea se encerró en sus casas. Apagaron las hogueras y los candiles. Hicieron callara a los bebes, mataron a los animales que berreaban… El mundo entero quedó en silencio cuando el frío helador de la noche levantó la niebla que traía el Turno. Yo tenía tanta curiosidad que, a escondidas de mi madre, hice un agujero en la pared detrás de mi cama. Mientras ella musitaba sus oraciones yo alcé mi almohada y miré por el agujero. No se veía nada. Todo estaba muy oscuro. De repente, la niebla empezó a moverse, a ras de suelo, como un limo blanquecino que reptara a lo largo de las callejas. Se escuchó un quejido lastimero, lejano, ahogado, turbio… Tenía miedo, pero mi curiosidad infantil pudo más y seguí mirando. Me llegó el olor enseguida. Era nauseabundo, putrefacto, sanguinolento, como de una cerda recién parida… Llegaba el Turno, pero no conseguía ver nada… Hasta que un ojo se paró delante de mi agujero. Di un respingo y grité. Mi madre se acercó a mí y al comprobar lo que estaba haciendo se asustó tanto que se apartó de mí…

—¡Estas marcado, estas marcado…!

En ese momento, se abrió la puerta de la casa y el hombre viejo que había visto antes, entró con un farol en la mano. Mi madre se quedó lívida, pero, inexplicablemente, se acercó a él en silencio, obediente, dócil, en paz… Y le siguió. Cuando  me dispuse a ir tras ellos, el anciano se volvió y me miró con lástima.

—¡Tú no! ¡Estás marcado!

Y desaparecieron de mi vista. Volví a mi cama y mire por el agujero. De todas las casas, lentamente, salían gentes siguiendo al hombre del farol. Algunos eran mis infantiles amigos. Mientras, otros se quedaban dentro sin decir nada, temerosos…

Al cabo de unas horas, la niebla se disipó y la luna hizo su aparición majestuosa, brillante, lumínica. Toda la aldea quedó a la vista con su resplandor. Un grupo de personas se arremolinaban en la plaza. Unos lamentaban amargamente haberse quedado, otros lloraban de felicidad por los que se habían ido. No entendía nada.

Una niña se acercó a mí y se me quedó mirando.

—¿Por qué tienes arrugas en la cara?

No sabía lo que me decía. Pero todo el pueblo levantó la vista y me miró. Salieron huyendo despavoridos. Me acerqué al pozo y, a la luz de la luna vi mi imagen reflejada en él. Era la de un anciano con la cara arrugada.

Eché a correr tanto como pude. Pero mis piernas, esa misma mañana jóvenes y ágiles, se quedaban estancadas en cada paso. No pude ir muy lejos, me senté en el suelo y miré mis manos. Eran iguales a las del anciano que había visto aquella noche.

Me tape la cara y me eché a llorar.

Antes del amanecer, un viento lejano me trajo la voz de un anuncio. El Turno había pasado. Los afortunados fueron llevados en paz por la muerte, los demás, se quedarían ansiosos en sus casas, sufriendo día a día, minuto a minuto, apesadumbrados por no saber en qué momento les llegaría su Turno. Solo una persona de la aldea, el marcado, lo sabía. Solo él podía elegir a los afortunados difuntos cuando llegara el siguiente Turno y solo él señalaría un nuevo marcado. El que debía hacer cargar con la cruz del desasosiego a una buena parte de las gentes de la aldea, las que se quedarían esperando.

Ahora lo era yo, como lo había sido mi padre, el anciano que me saludó el día del Turno.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE NOVIEMBRE

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de NOVIEMBRE ¡¡¡LA MUERTE!!! Se trata de rendir culto a la MUERTE. No de continuar con los cuentos de terror que se iniciaron el mes pasado, aunque se podría hacer. El género literario es libre. Tampoco es necesario usar a la señora de la guadaña como protagonista, pero podría ser la estrella de la fiesta si se quiere. Podría usarse, simplemente, como una figura alegórica, que flote en la atmósfera de la historia; ser el tema del que hablen los personajes; formar parte del propósito, el objetivo o la intriga de la trama; o como una simple excusa para el desarrollo de los personajes. Todo un mundo de posibilidades.

Para la creación de este relato había dos premisas:

La PRIMERA, es que el escenario ha de ser bastante tétrico. No tiene por qué ser un cementerio, pero tampoco un lugar en donde quedar a hacer un pícnic con los colegas. A menos, que sea para contar cuentos de muertes, claro.

La SEGUNDA, dentro de la trama deberá haber algún componente mágico o fantástico. Es decir, una criatura feérica, un acto de magia, algún elemento sobrenatural… Creo que sabéis por dónde voy. Eso sí, tenéis total libertad para crear la historia dentro de ese mundo fantástico o llevar la fantasía a nuestro mundo. Como más os guste.

Y luego una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas:

«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». Antonio Machado (1875-1939) Poeta y prosista español.

«No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda». Woody Allen (1935-) Actor, director y escritor estadounidense.

«La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente». François Mauriac (1905-1970) Escritor francés.

Como de costumbre, la que yo he elegido es la señalada en negrita.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

VadeReto de Octubre: Sor Inés Despelle.

SOR INÉS DESPELLE

SOR INÉS DESPELLE

Imagen: Henri Martin, «The Lovers»

Mi madre siempre me contaba un cuento antes de dormir cuando era niño. Decía que aquellas historias se las susurraba un ángel al oído para que me las contara a mí. Solo recuerdo una noche en la que no me contó un cuento. Fue la noche en la que murió, cuando yo tenía tan solo 10 años. No hubo en mi vida posterior una noche más triste que la de aquel otoño, la del último día de octubre.

Yo nací cerca de Oñate, en “la selva” como lo llamaba mi abuela, un caserío enorme donde habían vivido todas las generaciones de Zumárraga. Mi abuela era viuda y para ella, y para su numerosa familia, no resultaba fácil la vida en un lugar al que muchos inviernos aislaba del resto y donde solo se cocía el pan una vez al mes. Pero los recuerdos de mi infancia son felices. Todas las noches un ángel susurraba cuentos a mi madre para que ella me los contara a mí. Y yo disfrutaba muchísimo con ellos. Entre el amor de mi madre y las historias de ese ángel que velaba por mí, viví días muy felices en aquel caserío. Sin embargo, el más fantástico de todos los cuentos que he escuchado en mi vida fue, precisamente el que llegó a mis oídos la noche de su muerte, la de aquel día de otoño.

En esa fatídica ocasión una mujer entró en mi habitación a medianoche. Al verla, mi conmoción aumentó, pues con aquel hábito blanco, más bien me pareció una virgen. ¿Habré muerto yo también?

La visión me dijo que su nombre era Inés, Sor Inés Despelle, y no era una aparecida, sino una lejana prima de mi madre que había venido al funeral. Ella sabía que mi madre me contaba cuentos todas las noches y se ofreció a hacerlo. Sin embargo, me confesó, no sabía contar cuentos, así que solo me contaría una historia, la suya propia, la del porqué había llegado a convertirse en monja. Y esto es lo que me contó…

Se había criado con mi madre, en el mismo caserío donde nos encontrábamos en ese momento. Era muy extraño, pues ella nunca me había contado que tuviese una prima, y yo era la primera vez que oía el nombre de Sor Inés Despelle.

El primer día de aquel otoño cayó una espesa y extraña niebla que lo envolvió todo. Durante semanas nadie en el caserío se atrevió a moverse por miedo a ser devorado por un lobo o caer por alguno de los precipicios que jalonaban el monte. No se veía más allá de los propios pies.

En el caserío se encontraba también el prometido de Inés, un joven que había ido, precisamente, a pedir su mano a mi abuela. Al echarse la niebla tuvo que quedarse allí también y se decidió que se pospondría la petición hasta que se despejara, pues no sería bueno ni decente que ambos prometidos permanecieran tanto tiempo en la misma casa sin poder salir.

Llevaba, como regalo de pedida, un broche dorado en forma de León que pertenecía a su familia desde tiempos inmemoriales, era el símbolo del blasón familiar y lo tenía en gran estima. Pero el chico no había contado a nadie cual iba a ser su regalo, quería que fuese una sorpresa y lo guardaba celosamente.

Inés era una muchacha muy avispada, risueña y curiosa. Muy curiosa. Y le carcomía no saber que regalo era el que había traído su novio para ella. No podía esperar a que llegara el momento de la celebración de la pedida de mano, pero no se atrevía a entrar en la habitación de su novio a curiosear. Entonces, le pidió a su prima, mi madre, que fuese ella y buscase su regalo. Al principio se negó, pero como a Inés no podía negársele nada, pues así de grande era su encanto, acabó cediendo.

Cada vez que el novio salía de su habitación, mi madre entraba en ella y revolvía todo buscando el regalo. Así lo estuvo haciendo durante varios días, pero nunca dio con él. Cansada de aquello le dijo a Inés que ya no lo buscaría más.

Inés era muy lista. Pensó y pensó y se dio cuenta de que si su prima no lo encontraba en la habitación cuando él no estaba en ella, debía ser porque el regalo lo llevaría consigo, así la única forma de verlo sería, entrar en la habitación cuando él estuviese dentro… durmiendo.

Le contó sus cavilaciones a mi madre, pero ésta se negó en redondo a entrar en la habitación de un hombre mientras él estuviese dentro. Inés cambió de estrategia y le pidió que hablara con él, que le “interrogara”, a ver si conseguía averiguar donde guardaba su regalo. Mi madre accedió de nuevo a sus peticiones.

Mientras los días pasaban, la convivencia en el caserío se hacía cada vez más estrecha. A Inés y a su novio les vigilaban todos, pues no hubiese sido decente que hubiese ocurrido un “desliz” en aquella situación adversa. Pero a mi madre nadie le prestaba mucha atención y durante todos esos días hablaba mucho con el novio de Inés, ante el beneplácito de ella que esperaba que al final, confesara.

Sin embargo, entre los dos jóvenes se fue fraguando una sincera amistad y mi madre acabó confesándole sus intenciones y las de Inés. El muchacho, muy indignado, decidió que escondería el broche en un lugar seguro hasta que llegara el día. A la vez, un sentimiento de animadversión hacia Inés se fue fraguando en su corazón.

La situación en el caserío se hizo difícil cuando empezaron a escasear los alimentos y la niebla persistía. Inés fue una de las que peor lo pasaba, pues además del pecado de la curiosidad, le atacaba el de la gula. Cada noche acudía a la despensa y comía alguna cosa que los demás no fueran a echar mucho de menos. Le gustaba sobre todo la mermelada de fresa que mi abuela preparaba, de gran fama en la comarca. Una noche descubrió en uno de los tarros de mermelada un paquetito que contenía un broche en forma de León dorado. ¡Ese era su regalo! ¡Lo había descubierto! Volvió a guardarlo en su sitio y se dirigió muy contenta a la habitación de su prima para contárselo. Pero no estaba.

La buscó por todas partes muy extrañada de no encontrarla. Hasta que una duda asaltó su corazón y se dirigió a la habitación de su novio. Allí encontró a su prima, mi madre, y a su futuro prometido, desnudos y abrazados, durmiendo plácidamente. Un amago de llanto hizo callar su desbocado corazón y salió de allí con el mismo sigilo con el que había llegado.

Unos días después la niebla se fue despejando, a la vez que el ambiente entre Inés, su novio y mi madre, se hacía cada vez más enrarecido y espeso. Diríase, como afirmaba George Sand, que «el otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno». Nadie sospechaba que la niebla que nos envolvió ese otoño, se iba a quedar ensartada en nuestros corazones, como un persistente invierno.

Los dos amantes se sentían felices por haber descubierto su amor, pero también muy desdichados por el modo en el que había sucedido todo. Decidieron que se lo contarían a la familia y que seguirían adelante con su relación, pero ya basada en la verdad, y que pediría la mano de mi madre en lugar de la de Inés. A mi madre le dolía muchísimo la situación que se había creado con Inés y quería contárselo primero a ella.

Cuando se lo dijo, Inés se enfadó mucho y les amenazó con un anatema… Juró que no podrían casarse nunca. El muchacho le dijo que no tenía nada que hacer, que él había traído un regalo de petición de mano y que sería para mi madre, se había enamorado de ella y, además, Inés había traicionado su confianza por su desmedida curiosidad.

Inés se retiró llorando y trazó un plan. Corrió a la despensa y sacó el paquetito del bote de mermelada de fresa y lo escondió en una botella de Jerez que permanecía olvidada en un rincón de la enorme bodega del caserío. Estaba segura de que allí nadie lo encontraría, el chico no podría pedir la mano de mi madre, y si se les ocurría contar la historia de la curiosidad de Inés, nadie lo creería al no aparecer el broche.

La noche de la petición, también un 30 de octubre del otoño más extraño que se recuerda en la comarca, el muchacho se levantó de la mesa y armándose de todo el valor que pudo reunir, contó a todo el mundo que estaba enamorado de mi madre, pero que no podía casarse con ella. Pidió disculpas a todos y dijo que se marchaba a buscar fortuna. No había podido aportar nada como regalo de pedida. No tenía el broche. Aquella misma noche salió del caserío y nadie nunca más volvió a saber nada de él.

Mi madre se quedó destrozada, tanto como desolada quedó Inés, a quien el remordimiento por su mala acción le llevó a internarse en un convento y convertirse en Sor Inés Despelle. La misma que estaba contando su historia sentada en el borde de mi cama.

Entre llantos me contó que mi madre me tuvo a mí en el Caserío y que yo fui la única alegría que llenó su corazón a lo largo de su vida, pues debido a su condición de madre soltera, mi abuela no la dejaba ir al pueblo para no recibir las burlas de las demás gentes. Y todas las noches me contaba un cuento susurrado por un ángel a su oído para mí.

Cuando acabó de narrarme esta historia me entregó una botella de Jerez en cuyo interior se podía ver un pequeño broche en forma de león dorado. Y me hizo una última confesión, me reveló el secreto mejor guardado en mi familia. El nombre de mi padre era Ángel.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE OCTUBRE

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de OCTUBRE ¡¡¡UN OTOÑO DE MIEDO!!! Para la creación de este relato había dos premisas:

La PRIMERA es sobre el tema: Este es el mes del Terror, porque termina en Jaloguín, aunque algunos dicen que este título le corresponde a noviembre. Para mí, como es el mes en que cumplo años y las velas se caen ya por los bordes del pastel, OCTUBRE es el mes más terrorífico del año. La imaginación toma aquí el timón para llevarnos a vivir increíbles experiencias. Tu mente crea tus propios monstruos y lo que para unos es un payaso que lo hace reír a carcajadas, para otro es el ser más terrorífico que se puede uno encontrar en una esquina, y maldita la gracia que hace. Por eso son interesantes estas historias. Te permite explorar, como escritor, tus propios miedos y, como lector, experimentar el que otros crean. ¿Otoño? ¿Terror? Parece una combinación interesante, ¿no? Pero, ¿Qué tal si le ponemos algunas condiciones? Vamos a intentar alejarnos de las figuras y escenarios clásicos y típicos. El cementerio, los fantasmas, los monstruos hollywoodenses, la oscuridad, la niebla… todos estos son recursos bastante trillados y de fácil inspiración. ¿Os atrevéis a usar escenas cotidianas, personajes corrientes, sucesos nada relevantes… y transformarlos en auténticas historias de terror?
No os olvidéis que debe ocurrir en Otoño.

La SEGUNDA es que incluya una de estas citas. Como de costumbre, la que está en negrita es la que yo he utilizado:

-«A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir». Patrick Modiano.

-«¡Claras tardes del otoño moguereño! Cuando el aire puro de octubre afila los límpidos sonidos, sube del valle un alborozo idílico de balidos, de rebuznos, de risas de niños, de ladridos y de campanillas…». Juan Ramón Jiménez

-«El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno». George Sand (Amantine Aurore Lucile Dupin)

Esta historia es ya antigua. Fue un reto que nos propusimos en un antiguo grupo de lectura y escritura al que pertenecía, el blog de la revista QuéLeer y que tan buenos momentos nos produjo y tan fantásticos recuerdos me trae. Estaba publicada en HELICON tal cual la escribí entonces, pero para esta ocasión la he modificado un poco, solo un poco. No es que sea un relato de terror-terror, pero sí tiene algo de misterio y un ambiente de otoño.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

LA ESTATUA

LA ESTATUA

Imagen: Los Niños del ParaguasParque Genovés, Cádiz

El VadeReto de este mes de AGOSTO no puede ser más interesante (¡que més no lo es!), y es que la propuesta que nos hace JascNet es escribir sobre LA ESTATUA. Para la creación de este relato había dos premisas:

Primera: El VadeReto va sobre LA ESTATUA y la imagen es solo ambientación para la entrada y publicidad de una de las estatuas más emblemáticas de Cádiz. Nos propone utilizar una ESTATUA que nos guste, que sea identificativa de nuestra ciudad o ¡¡inventada!! Y es que las normas de este reto, es que no hay normas. Como sugerencia, nos ofece las siguientes preguntas:
-¿Es la estatua la que os inspira o hace recordar alguna historia, o es ella misma la que os la cuenta?
-¿Habéis traspasado el umbral de la realidad y adentrado en un mundo de fantasía dónde la estatua cobra vida?
-¿Ocurre algo en la plaza que hace protagonista a la estatua?
-¿Qué tiene de diferente esta estatua para evocaros una historia fantástica?

Segunda: También nos propone una serie de frases que podemos utilizar (o no) en nuestro relato:
-«La escultura es el arte de la inteligencia». Pablo Picasso
-«La arquitectura es la ordenación de la luz; la escultura es el juego de la luz». Antoni Gaudí
«Los ojos de las estatuas lloran su inmortalidad». Ramón Gómez De La Serna.

Como siempre, la remarcada en negrita es que la yo he utilizado.

Durante una conversación con JascNet surgieron las GÁRGOLAS como tema del relato, pero buscando la definición de ESTATUA me he encontrado con que ellas, por muy intrigantes, misteriosas, interesantes y literarias que sean, no entran en esta definición:

Una estatua es la obra escultórica elaborada a imitación del natural, ​ que generalmente representa en efigie a una figura humana. En función de su actitud, puede presentar las siguientes denominaciones: propia (en pie), sedente (sentada), yacente (tumbada, generalmente sobre un sarcófago), ecuestre (a caballo), orante (arrodillada), oferente (ofreciendo presentes). Por la zona del cuerpo humano representada, se distingue: busto (solo la cabeza y la parte superior del tórax), herma (un busto que se prolonga por su base en forma de alto pedestal, más estrecho hacia abajo y sin solución de continuidad con la figura), torso o fragmento de escultura sin cabeza, piernas y brazos (típica en escultura romana, añadiéndose el resto del cuerpo en piedra de distinto color y textura). Por su tamaño, se denominan: colosos (las estatuas de gran tamaño que suelen representar a una personalidad destacada), estatuillas (las que tienen pequeño tamaño que suelen utilizarse como elemento ornamental o de culto).

Así que, nada de gárgolas, solo ESTATUAS. Pero en esta ocasión se me ha ocurrido hacer algo completamente distinto a lo hecho hasta ahora, espero no salirme del contexto del reto si en lugar de UN RELATO sobre UNA ESTATUA, ofrezco VARIOS MICRORRELATOS de 150 palabras cada uno, sobre VARIAS ESTATUAS. Y, la verdad, me ha gustado tanto esto de escribir un microrrelato sobre una estatua, que creo que voy a seguir realizando este ejercicio con un montón de ESTATUAS de las que tengo en fotografías propias y, quizá, otras que me gustan mucho y de las que buscaré una imagen en internet (como el David de Miguel Angel, una de mis favoritas, pero que aún no he visto).

Y con el beneplácito que espero obtener a este atrevimiento, aquí están los textos.

ESTATUA HUMANA

Distintas ESTATUAS HUMANAS en: Venecia, Pamplona y Amsterdam. Fotografías propias.

—Y, entonces, tu novio ¿cómo es?

—Pues, a veces muy besucón, otras un animal y en ocasiones gasta unas bromas, que asustan.

—Pues hija, que voluble… No creo que te aburras con alguien así…

—No te creas, es una ESTATUA humana.

—¡No me digas! Con tanto vaivén… ¿Quién lo diría?

—Pues sí, le va bien la profesión…

—Al menos, por la noche, eso de ser un «animal», te hará feliz en la cama…

—Bueno… De día ejerce y de noche… lo practica. Hace meses que no me como un rosco, como oyes…

—Que mal has elegido, hija… De día no le ves y de noche no le sientes…

—Esa es otra… Soy el señuelo. Si no empiezo yo pidiéndole una actuación, la gente no se anima… Se arruinaría… y, mientras tanto, a mí me arruina las noches… Menos mal que tiene humor. Me faltarán noches locas, pero nunca la risa.

LA VICTORIA DE SAMOTRACIA

La Victoria de Samotracia en su ubicación en la Escalera Daru en el Museo del Louvre. Fotografía propia.

Vienes volando, como un ser espectral, batiendo tus alas, liviana… Con tu vestido al viento, transparente, tan femenina… La belleza de tu cuerpo es impresionante… Me llamas…

—Fernando… Fernando… ¡Mírame…!

Te miro y caigo extasiado en tu mirada… ¡Espera, espera…! ¿Qué mirada? ¡Dioses del cielo! ¡Si no tienes cabeza! ¿Cómo puedes llamarme entonces?

—Fernando… Fernando… ¿Estás bien…?

No, no estoy bien, ¡cómo voy a estar bien si vienes a mí levitando, en cueros y sin cabeza…! Y encima conoces mi nombre… ¡Pero eres un bellezón! Me iría contigo al fin del mundo…

—Fernando… Fernando… ¡No te vayas…!

¿No quieres que me vaya contigo? ¿Y por qué me llamas entonces…?

—¡Ya abre los ojos! ¡Ya abre los ojos…! Fernando, ¿me oyes?

—Caballero, se ha caído usted por la escalera Daru… Menos mal que le ha frenado la ESTATUA de la Victoria de Samotracia, si no, rueda usted hasta abajo del todo…

MAIMÓNIDES

Estatua de Maimónides en Córdoba. Fotografía propia (texto ligeramente basaso en una historia real).

—¡Que te digo yo que es por aquí!

—¡No!, por ahí ya hemos pasado… hay que girar a la derecha…

—Así llegamos a la plaza del principio… A ver, déjame el plano…

—¿Y si preguntamos? Acabaremos antes.

—¡Tú siempre tan indeciso!

—¡Y tú tan perdida! ¡No te jode!

—¡Antonio! ¿Vamos a discutir también en vacaciones?

—Maribel, yo no quiero discutir, pero recorrer todos los monumentos de Córdoba me parece excesivo…

—Nos falta la ESTATUA de Maimónides, y hasta que no la encontremos no nos vamos.

—Pues voy a preguntar… ¡Perdone, señorita…! ¿Podría decirme…?

—Yo te digo a ti todo lo que tú quieras, ¡salao…!

—¡Oye, bonita, que es mi marido!

—Pues que te pregunte a ti, desaboría…

—¿Ves lo que has hecho?

—¿Yo? Si tú no fueras ligando con todo coño viviente…

—¡Y tu buscando al Maimónides! que a saber quién era ese…

—¡¡Ahí está!! (los dos a la vez)

EL HERMAFRODITO

El Hermafrodita durmiente , copia romana del siglo II a. C., sobre un colchón esculpido por Bernini en 1620. Museo del Louvre. Fotografías propias.

—Para mí no hay una ESTATUA más hermosa que esta, te lo aseguro. Ya lo verás…

—Estoy deseando verla, Gabriela.

—¡Aquí está! ¿Qué te parece?

—No se… Pensaba que sería otra cosa…

—¿No sabes quién es?

—No… ¿Debería?

—Mírala bien José… ¿es un hombre o una mujer?

—Tiene un buen culo… ¡Es una mujer!

—¿Y si fuese un hombre?

—Pues también tendría buen culo… Ahora que miro su cara… Sí, podría ser un hombre… ¡Y hermoso!

—¿Yo te parezco hermosa?

—La que más, ya lo sabes, Gabriela.

—¿Y si fuese como la de la estatua?

—¿A qué te refieres?

—Mírala por el otro lado…

—¡Me cago en la leche! Es un…, pero también…, una… ¿qué significa esto?

—José, ¿tú me quieres?

—Claro que te quiero, pero porqué me lo preguntas ahora… ¿Qué pasa?

—¿Me querrías si fuese como ella? ¿Si tuviese sus mismos atributos?

—Gabriela… Tú… ¿Gabriel…? ¡No es posible…!

TRES HOMBRES DESNUDOS

Desnudos masculinos en Amsterdam, Valladolid y Corella (Navarra). Fotografías propias.

—El desnudo masculino en las ESTATUAS, es una de las artes más antiguas y difíciles de realizar… Los grandes maestros se esforzaron mucho por mostrar el cuerpo humano en toda su magnificencia, las venas, los músculos, la perfección de las formas…

—Profesor… ¿A qué se refiere con eso de la perfección de las formas?

—La perfecta proporción del cuerpo… Desde la cara, complicada, pero que incluso desdibujada es aplaudida, hasta los glúteos, que deben mostrarse perfectos en su redondez, o los atributos masculinos…, que no pueden ser ni enormes, ni minúsculos, o se perdería su esencia…

—¿Y los ojos, profesor?

—Los ojos se suelen esculpir ciegos, mortecinos, apagados, acuosos, como cansados de lagrimear…

—¿Por qué?

—Como decía Ramón Gómez De La Serna: «Los ojos de las estatuas lloran su inmortalidad».

—Su ejemplo de tres hombres desnudos no tienen ojos, profesor…

—Pero al verlos, somos nosotros los que lloramos nuestra imperfección.

AlmaLeonor_LP

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y algo de Desesperación

SOLEDAD Y ALGO DE DESESPERACIÓN

SOLEDAD Y ALGO DE DESESPERACIÓN

Escultura de Eduardo Cuadrado, de la serie «NAUFRAGIOS» expuestas en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid entre septiembre y noviembre del año 2012. Fotografía propia.

-¡Dios!
-Dime, Noé…
-Estaba pensando… ¿Y si naufrago?

Nunca tanta responsabilidad cayó sobre los hombros de un ser humano. Nada menos que poner a salvo la vida en la tierra, cargando con ella en un Arca que debía resistir los envites de un diluvio trasmutado en castigo divino contra la propia humanidad que ese hombre debía salvar. No solo se trataba de cargar a una pareja de animales de cada especie, también a una pareja de seres humanos. A él, Noé, y a su mujer.

-No puedes naufragar.
-Pero… ¿Y si sucede?

No se lo pensó mucho cuando Dios le hizo el encargo…, los encargos de Dios siempre son un mandato. No podía desobedecer, no debía desobedecer, no quería desobedecer. Él era un devoto creyente cristiano, aunque aún no existía tal especie, pero existiría, Dios se lo había dicho. Y él sería el encargado de que repoblaran la tierra después de que la ira de ese Dios al que obedecía ciegamente, se calmara. No. No lo pensó siquiera. Si le pedía que construyera un Arca, la construiría. Si le pedía que la cargara con una pareja de animales de cada especie, lo haría (nunca la Biblia explicó cómo es que se hizo con animales que no existían en su continente, pero para eso era el elegido de Dios, podría hacerlo). Si Dios le pedía que repoblara el mundo durante la calma tras la tempestad, lo haría.

Es solo que para ese cometido tenía que contar con el consentimiento de su esposa. Y eso era harina de otro costal. Una cosa es obedecer a un omnipotente y poderoso Dios y otra muy distinta, convencer a su mujer de que procrear y salvar la humanidad no eran una excusa para mantener sexo durante días… ¡Que digo días! ¡Décadas! ¡Siglos, incluso! Seguro que ella se lo tomaría como un engaño manifiesto. ¿Qué hombre no haría hasta originar un diluvio universal solo por poseer una mujer? ¡Ah! eso sí que sería la prueba definitiva del poder de un Dios.

-Dios… ¡Tengo miedo!
-No lo tengas y obedece, el tiempo está llegando.
-El mal tiempo, querrás decir.
-Que algo sea bueno o malo es cuestión de perspectiva…
-¿Y tú me dices eso, Dios?

El problema de Noé se iba acrecentando conforme terminaba de construir el Arca. Lejos de animarse con la proximidad de la finalización de la tarea, se preocupaba más aún. ¿Tendría espacio para todos los animales de la tierra? ¿Tendría valor para explicarle a su mujer que debían fornicar incluso durante la tempestad? Y, sobre todo, ¿creería a un Dios que le hablaba de perspectiva en lugar de enseñarle, directamente, el camino del bien? Las dudas de Noé llegarían tarde o temprano a oídos de Dios. No era cuestión de enfadarle y que le encargara el cometido a otro. Incluso el de procrear con su mujer ¡solo faltaba eso! No podía apartarse de la tarea, ¡era su mujer! Bueno, también su Arca, su misión divina. Pero, sobre todo, era su mujer. Tenía que estar seguro de que el camino que emprendía era el correcto, el camino del bien. Esa era la duda que más le atenazaba en esos momentos. Ni siquiera el duro trabajo le apartaba de sus cuitas. Y, claro, Dios se enteró.

-Noé…
-Dime, Dios…
-¿Dudas de mí?
-No, Dios, no dudo… Solo temo…
-¿Qué temes?
-No saber si estoy haciendo lo correcto.
-Me obedeces, eso es lo correcto.
-Es que eso es precisamente lo que temo, Dios, si obedecer es el camino correcto…
-Eso es dudar de mí, Noé…

Pues que así sea, se dijo Noé para sus adentros, sabiendo que Dios le escuchaba también ahí. Sus temores ya no se referían solo a la posibilidad real de convertirse en un solitario naufrago en un mar embravecido por la furia del diluvio que se avecinaba, no… Ahora su peor preocupación era naufragar en su fe. Si no creía en Dios ¿qué le quedaba? ¿Por qué estaba trabajando con tanto ahínco? Se sintió encerrado en una jaula de soledad y algo de desesperación. Dios no le ofrecía respuestas, tenía que encontrarlas por sí mismo. Y le asustaba tal perspectiva ¿eso era lo que significaba ser humano, dudar? Decidió que era más fuerte el miedo que sentía por no estar seguro de su credo que el que podía surgir si al final hasta Dios se equivocaba. Y, además, tal vez el mar fuese más listo que ambos, más que su mujer, que era a quien consideraba más inteligente de todos los que poblaban el Arca, ya lista para la travesía. Tal vez el mar fuese quien, finalmente, resolviera el destino de todos causando un naufragio.

Dios le volvió a escuchar…

-Noé…
-¿Si, Dios?
-No culpes al mar de tu segundo naufragio.

AlmaLeonor_LP

Este relato se incluirá en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de JULIO ¡¡¡EL NÁUFRAGO!!! Para la creación de este relato había dos premisas:

Primera: El reto es sencillo: Eres un Náufrago y tienes que contarnos tu historia. Pero no tiene por qué ser el resultado de un accidente de barco, la pérdida de la brújula, o el escarmiento y destierro por haberte sobrepasado con el carnet de socio civilizado. Puedes ser Náufrago en tu propia ciudad, en tu misma casa, en el trabajo, en el mundo, en el espacio, en la vida. Las condiciones básicas son claras: Soledad y algo de Desesperación. Desde mi punto de vista, el corazón del relato es el sentir emocional o mental del que se encuentra en este estado. Pero ya sabes que puedes pegarle a la idea tantas volteretas como se te ocurran. ¡Viva la imaginación! Puedes escribir la historia desde la primera persona, para hacerlo más íntimo y sensitivo; o usar la tercera si te apetece contarlo de forma más impersonal y externa.

Segunda: Una frase que debe aparecer dentro del relato y que debéis elegir entre las citas siguientes:

-«Estoy absolutamente cautivado por el ambiente de un naufragio. Un buque muerto es el hogar de una gran cantidad de vida: peces y plantas. La mezcla de la vida y la muerte es un misterio, incluso religioso. Existe la misma sensación de paz y el mismo estado de ánimo que el que sentimos al entrar en una catedral». Jacques-Yves Cousteau.

-«La muerte para los jóvenes es naufragio y para los viejos es llegar a puerto». Baltasar Gracián.

-«No culpes al mar de tu segundo naufragio». Publilio Siro.

He decidido utilizar la última frase, la de Publilio Siro, pero, además, la inspiración para el relato ha venido después de leer esta por casualidad: «Si Noé hubiera poseído el don de adivinar el futuro, habría sin duda naufragado». Es de Emil Ciorán, de su obra «Silogismos de la amargura» (1952), y he pensado que tiene mucha razón. ¿Cómo se hubiese escrito la historia de la vida en la tierra si Noé hubiese naufragado en su fe o en el mar?

La imagen forma parte de una serie de fotografías que tomé hace tiempo, en el año 2012 en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid, donde estudiaba Historia entonces, y donde se celebró una exposición del artista Eduardo Cuadrado, bajo el título genérico de NAUFRAGIOS. Pensé en estas fotografías en cuanto leí el título del VadeReto de este mes. Podéis ver más imágenes pinchando aquí o en la imagen inferior.

NAUFRAGIOS, de Eduardo Cuadrado.

AlmaLeonor_LP

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

EL RAMO DE VIOLETAS

EL RAMO DE VIOLETAS

Imagen: Jose Luis Muñoz Luque

Este relato se incluirá en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de junio a ¡¡¡LA CARTA!!! Para la creación de este relato había dos premisas:

Primera: El relato, la historia que contéis, tendrá que ser narrado a través de una carta escrita en primera persona y relatando hechos, aventuras, emociones reales o ilusorias. Puede ir firmada con nombre, apodo o seudónimo, o dejarla anónima. Podéis dirigirla a alguien en particular o lanzarla al viento para que la lean las nubes. Puede ser una carta de amor, de venganza, de súplica, de amenaza, de ayuda… lo que vuestras locas y traviesas musas os inspiren.

Segunda: Una frase que debe aparecer dentro del relato y que debéis elegir entre las citas siguientes:

-«Escribir esta carta es como meter una nota en una botella… Y esperar que llegue a Japón». Alice Munro.

-«Las cartas no son más que un trozo de papel. Aunque se quemen, en el corazón siempre queda lo que tiene que quedar; por más que las guardes, lo que no tiene que quedar desaparece». Haruki Murakami

«Uno de los placeres de leer cartas antiguas está en que no necesitamos contestarlas». Lord Byron.

He escogido la última frase para incluirla en mi relato. Es un texto que tiene un fondo musical que vais a encontrar enseguida, pero que, también podéis escuchar al final del mismo.

EL RAMO DE VIOLETAS

En algún lugar del corazón, a 9 de noviembre de cualquier año.

Querida Almudena…

Te extrañará que te escriba una carta después de tanto tiempo enviándote tan solo unos versos hilados casi sin tino, pero con mucho amor… Bueno, y un ramo de flores, de violetas, cada año. Ya sabes que yo sigo anclado en el pasado y será difícil que pueda cambiar ¡Que irónico que te diga esto! ¡He cambiado tanto! Pero no quiero adelantarme, iré por partes. Mejor empezaré de nuevo.

Querida Almudena…

En realidad, no puedo empezar de nuevo… ¡Ojalá pudiese hacerlo! ¡Ojalá te lo hubiese explicado todo hace tiempo! Pero lo intentaré… Es mi última oportunidad, el próximo año ya no estaré contigo para felicitarte en tu santo y cumpleaños. Ya no podré enviarte ningún verso, ninguna flor por primavera, ningún ramo de violetas el 9 de noviembre…

Esta es la primera carta que te escribo… ¡Y que difícil me está resultando! Resulta tan triste que siendo yo cartero de profesión, nunca te haya enviado una carta. ¡Con las que yo he leído! Una vez encontré en una de ellas una frase que siempre recordé. «Uno de los placeres de leer cartas antiguas está en que no necesitamos contestarlas». Era de alguien llamado Lord Byron, y tenía mucha razón. Esta que te escribo es de hoy, querida Almudena, no antigua, pero tampoco vas a necesitar contestarla.

Pero si no nos escribimos ninguna carta, es porque nunca nos separamos, ni de novios, y no tuvimos necesidad de hacerlo. Aunque, también, porque yo no era, lo que se dice, un tipo romántico, ni creativo. Ya sabes que yo, echado para adelante, si… Pero sensible no. No lo fui jamás. No me dejaron serlo… Esto es lo que quería explicarte, que no te escribí ninguna carta, pero que siempre deseé hacerlo.

No sabía de qué forma expresar mi amor por ti. De verdad que no lo sabía. Solo me enseñaron a trabajar y a ser duro, como correspondía a un varón. Nadie me explicó que un hombre lo es, precisamente, por demostrar el amor que profesa a su esposa, a ti, querida Almudena. Pero es que a mí me obligaron a interiorizar lo contrario, me dijeron que debía ser duro, cruel, intolerante, insensible, austero, parco, reticente al cariño… Me enseñaron a no mostrar nunca mis sentimientos, a no desvelar ni mis miedos ni mis satisfacciones, a no hacerte saber que moría por una mirada tuya, que clamaba al cielo por verte sonreír, que tu voz era mi aliento, que tus manos mi alimento, que anhelé todos los días de mi vida los besos que no nos dimos ¡Cuánto tiempo perdí, mi querida Almudena! ¡Cuánto tiempo!

Sé que te hice daño. Sé que debí pedirte perdón hace mucho tiempo. Pero tampoco aprendí a hacer eso, no sabía cómo solicitar tu indulgencia, tu perdón. Te veía llorar cuando creías que yo no te miraba…, sufría cada vez que bajabas los ojos creyendo que mi semblante mostraba ira…, se me partía el alma cuando te veía feliz en compañía de los demás y tan triste y apesadumbrada conmigo. Solo puedo decir lo mismo que intento querer decirte desde que empecé esta carta, querida Almudena, que no sabía… que no sabía… de verdad que no sabía.

Una vez te vi admirando unas violetas. Las tomaste entre tus delicadas manos y te las llevaste hasta el rostro para aspirar su aroma. ¡No sabes cuánto desee en ese momento ser ese ramo de violetas! Si solo hubiese podido decirte que te amaba hasta lo más profundo de mí ser y que lloraba por no saber hacerte feliz… Me considerabas un demonio, te lo escuché decir más de una vez. Me tenías miedo… Me hubiese gustado saber explicarte que yo también tenía miedo… que sentía pavor cada vez que intentaba decirte que te amaba… ¡Que cobarde! Tenía que habértelo dicho tantas veces… Pero aquellas flores me hicieron pensar que si yo no podía aspirar a la dicha de que tus labios se acercaran a mí como lo habían hecho a ellas, al menos, podrías abrazar unas flores que yo te enviara.

Y así fue como empecé a hacerlo, querida Almudena. Aquel 9 de noviembre, como hoy, te envié un ramo de esas tus flores favoritas, las violetas, nada más que las violetas. Estuve pensando en escribirte también una tarjeta expresando lo que no me atrevía a decirte de frente, mirándote… “¡Felicidades! ¡Te amo!”, quería gritarte con el corazón… Pero tampoco tuve valor. No obstante, ¡qué alivio sentí ese primer día que te envié flores, querida Almudena! ¡Y que nervios al mismo tiempo! Estaba escondido, en la calle, esperando a que el mensajero te las entregara. Te vi abrir la puerta, y recibir el encargo con dudas, con tu inocente ignorancia, pero también con una satisfacción que encendió tu rostro. ¡Qué bella estabas! Guarde para mí ese rubor y también la sonrisa que surgió de tus labios y que iluminó mi vida en ese instante. ¿Y tus ojos? ¡Tus ojos bailaron, querida Almudena! ¡Qué bella estabas! Quiero decírtelo una y otra vez… ¡Que bella estabas! Aunque mi pesar eterno fue no haber tenido el valor de decírtelo antes.

Mi vida en la tierra se terminó ese día, querida Almudena. No sobreviví a la pena de no saber hacerte feliz, de no saber decirte cuanto te amaba. El destino quiso que la muerte me alcanzara justo después de la mayor dicha, de verte sonreír al recibir mi secreto regalo. Pero los dioses son benévolos, mi amadísima Almudena. Me permitieron cumplir el deseo que surgió de mis labios en ese último instante, el momento que certifica que solo la verdad surge en las palabras expresadas, porque ascienden desde el alma. Pedí que me permitieran ofrecerte mi amor cada año de la misma forma. Y me dejaron hacerlo.

Así que, cada nueve de noviembre, durante todo este tiempo, has recibido ese presente de mi amor, querida Almudena, un ramo de violetas. Te era enviado desde el infinito de mi alma, la única cosa buena que guardaba este cruel cuerpo endurecido por una forma de ver las cosas que nunca entendí, pero que siempre obedecí.

Pero ya no podré hacerlo más. Esta es mi primera y mi última carta, mi querida Almudena. Hoy cumples años, pero ya no cumplirás más. Mañana vence tu destino. Y antes de que puedas preguntármelo, te contestaré que no, que no podremos estar juntos. Mi tiempo de benevolencia termina contigo. Yo he de marchar a seguir penando mis crueldades, pero tú eres un alma pura que será recibida en los cielos. No te preocupes demasiado. Están llenos de versos y violetas.

¡Felicidades! ¡Te amo!
Tu esposo.

AlmaLeonor_LP

VadeReto de Abril: Vacío.

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata.

EL TESORO DEL PIRATA

EL TESORO DEL PIRATA

Imagen: John Rowe

Este relato se incluirá en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de mayo a ¡¡¡LEER!!! Para la creación de este relato había dos premisas:

Primera: La siguiente fotografía debe servir como inspiración y de alguna forma verse representada en la historia: Fotografía virada al blanco y negro con tonalidades sepia. En ella se ve, centradas en un primer plano, unas manos, de una persona muy anciana, hojeando un libro. Nada más y nada menos. Composición a partir de la imagen de Alexas_Fotos en Pixabay.

Segunda: Una frase que debe aparecer dentro del relato y que debéis elegir entre las citas siguientes:
-«Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres». Heinrich Heine
-«Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee». Miguel de Unamuno
-«Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma». Cicerón
El tema de este mes es bastante abierto para que haya una mayor diversidad de historias por contar. Eso sí, hablad del hecho en sí de la lectura, no de los libros en general.

En este relato hablo de libros, pero también de lectura y, además, está implícita, sobre todo, porque quien haya leído la obra que lo inspira sabrá de que autor estoy hablando. Espero que no se considere que me aparto mucho del tema y que guste a los lectores del VadeReto. La frase que he escogido es la subrayada en negro, la de Cicerón.

Este texto es la adaptación para este ejercicio de un relatito que escribí hace mucho tiempo y que publiqué en este mismo blog, en HELICÓN. Podéis leerlo aquí, y así entender todo lo que ha cambiado para el VadeReto de Mayo.

EL TESORO DEL PIRATA

Desde su privilegiada posición bajo una palmera en la ribera, en penumbra, fumando su cigarro y con esos azules ojos escrutadores que le habían hecho ganar fama como el mejor pirata de las Antillas, observaba a sus hombres disfrutar de la celebración que empezaron muchas horas atrás. Estaban contentos y, aunque alguno pareciera que no le cabía una gota más en el cuerpo, seguían bebiendo. Les habían hecho llegar varios barriles de cerveza cuando las botellas de ron se terminaron.

            Volvió su cabeza hacia el final de la playa al escuchar un vocerío. Un par de hombres se acercaban con una caja que cargaban entre los dos. El resto les recibieron entre vítores y risas. Traían más ron. Todos tiraron al suelo el caliente brebaje de sus jarras y se apresuraron a abrir las nuevas botellas. Los bailes alrededor de la hoguera y las peleas en torno a un improvisado tablero de dados, cesaron. Ya podían volver a emborracharse como es debido, con ron, como correspondía a los hombres de mar.

            Después de tantas penalidades, el pirata se alegraba de verlos en ese estado de desahogo y satisfacción, más bien, de pura felicidad. Más allá de la playa, su bergantín desafiaba airoso la línea del horizonte, mostrando con los vaivenes de las olas, los casi 100 cañones que enarbolaba. El pirata estaba satisfecho del botín conseguido, tanto como sus hombres, pensó, volviendo a contemplarlos, aunque él no necesitaba beber para demostrarlo. Él solo observaba.

            Desde que Gustav Adolf Van Deer Queerc, había abandonado su Flandes natal al quedarse huérfano, muchas cosas habían pasado. Primero, recaló en Sevilla, en España, la antesala del Nuevo Mundo. Llegó más tarde al caribe oculto en un buque mercante, sin salir de la bodega. El polizón, obtuvo allí todo lo que necesitó para subsistir hasta que le encontraron, justo al desembarcar, cuando descargaban el buque. Entonces, salió corriendo sin que pudieran alcanzarle y, con el apelativo de Bekeer, empezó a ganarse la vida como uno de tantos pilluelos que merodeaban por los muelles, con los recados que le encomendaban los marineros que atracaban en el puerto.

            Fue un hombre alto y fuerte quien, ya desde su nave, había advertido esa fijación del muchacho por examinar todo lo que sucedía a su alrededor. Era uno de los piratas más temidos de todo el golfo, Barbarroja le apodaban, aunque la rala pelambrera que asomaba bajo su imponente mentón fuese más rubia que roja. Siempre que llegaba a puerto le reclamaba… «¡Chico!», le gritaba asomado a la ventana de su alojamiento en la Tortuga. Y él corría hasta situarse a su frente.

            —Si ves llegar a un tipo casi calvo, más bien gordo, que siempre lleva una hoja de laurel en la cabeza y a quien apodan Cicer, me avisas…

            Y, con sus muy arrugadas y callosas manos le lanzaba una moneda de cobre que él atrapaba en el aire.

            —¡Si, señor! —Y salía corriendo.

            Barbarroja estaba convencido de que, si alguien podía encontrar al italiano entre la baraúnda de personajes que se arremolinaban en los tugurios del puerto de la Tortuga, era ese chico de ojos azules que parecían ver más allá del mismo cielo. Y no se equivocaba. Al cabo de unas horas, el muchacho se presentaba de nuevo ante él y dando saltos para llamar su atención, esperaba a que el capitán se asomase.

            —¿Lo has visto?

            —¡Sí, señor!

            Y le lanzaba otra moneda. Sí, Bekeer se había ganado, con creces, la fama de buen escudriñador desde que no levantaba del suelo mucho más que la altura de un barril de ron. Así que, cuando los ingleses tomaron la ciudad y todos los piratas se apresuraron a salir huyendo del abrigo del puerto, Barbarroja le preguntó si quería ser su grumete y él aceptó. Subió a la chalupa que les llevaría hasta su barco. No conocía un barco pirata, y menos uno tan grande. Era un antiguo galeón español que el temido pirata capturó hacía muchos años convirtiéndolo en su insignia. Todo el mundo conocía el Black Falcon y todo el mundo le temía. Menos ese chico. Claro que, al ascender por la escalerilla no cayó al mar de milagro. Barbarroja le agarró por la muñeca y, tirando de él le gritó «¡Arriba, chico!». Bekeer se volvió a fijar en sus manos. Estaban tan arrugadas que no entendía cómo podía tener tacto con ellas, aunque agradeció que demostraran tanto tino.

            Le llevó hasta la puerta de su camarote. Al abrirla, Bekeer se sobresaltó cuando un enorme pájaro verde le salió al encuentro.

            —¡Acostúmbrate a Goliat, chico, manda más que yo aquí! Y también cuida de que nadie entre en mis aposentos…

            Se lo dijo inclinando hacia él su enorme cabezota encrespada, con su pelo y barba pajiza, y mirándolo fijamente, a modo de advertencia. Bekeer asintió sin mucha convicción y salió corriendo. Su curiosidad y las ansias por saber de todo eran más fuertes que él, pensó Barbarroja, sabiendo que volvería. Pero, en ese momento, eran tantas las emociones que el chico sentía en aquel buque, que pasó horas recorriéndolo todo, aprendiéndose cada rincón del acastillaje, del bauprés, de la sentina, de las bodegas…, conociendo a donde daba cada puerta…, donde estaba y como era cada cañón, cada palo, cada cabo, cada trinquete, cada camarote…, lo que medía cada borda en pasos… Se acomodaba un rato junto al timonel y otro subía hasta la cofia junto al vigía, sin ayuda y con la seguridad de un avezado marino. ¡Era tanto lo que podía aprender! Esa primera noche a bordo ni dormir pudo. Al día siguiente, Bekeer conocía el barco casi como la palma de su mano. Solo le faltaba entrar en el camarote del capitán Barbarroja.

            Le vio aparecer en el puente, seguido de Goliat, su guacamayo verde, que no dejaba de gritar las únicas palabras que conocía en inglés… «read book, read book, read book»… Bekeer se escabulló entre los afanosos marineros que no hacían más que encomendarle tareas, y llegó a hurtadillas hasta el cuarto del capitán. Abrió la puerta que Barbarroja nunca cerraba con llave, porque sabía que nadie se atrevería a traspasarla, y empezó a indagar por todos los rincones con sus ojos azules. Al llegar a una alacena se sorprendió de no encontrarla llena de joyas… Allí le descubrió Barbarroja al entrar de súbito, con uno de sus más preciados tesoros en la mano… El pirata se lo quitó sin brusquedad con sus ajados dedos y lo acarició con mimo. Luego, se lo devolvió.

            —Puedes quedártelo. Llegará a ser tu tesoro como ha sido el mío.

            Y le revolvió el pelo con su rugosa mano despeinándolo ya para el resto del día.

            A bordo de aquel galeón, siempre bajo los cuidados y casi paternales atenciones del más temido pirata conocido en ese siglo, Bekeer se hizo un hombre y aprendió a apreciar los tesoros de los que le hablaba. Con el tiempo, se enroló en otros buques piratas, luchando contra portugueses, ingleses y españoles, hasta que consiguió el suyo propio, un precioso bergantín al que llamó El Temido. Él ya no era un simple grumete, sino el pirata Bekeer el Negro, conocido en los siete mares.

            Los recuerdos se le marcharon de la cabeza cuando se dio cuenta de que su apurado cigarro le quemaba los dedos. Lo arrojó al suelo. Además, en poco tiempo el sol se ocultaría del todo y no podría distinguir ya ni la silueta de los cofres que tenía delante, el Tesoro de Barbarroja. Por fin lo había encontrado. Esa era la causa de la escandalosa celebración de sus hombres en la playa.

            Volvió a inclinarse sobre los baúles. La búsqueda de aquel botín, revelado por el pirata que le enseño el oficio en su lecho de muerte, fue lo que le impulsó a forjarse su fama sanguinaria y convertirse en prófugo, en perseguido por las justicias de todas las naciones del mundo, incluido el turco, de la lejana Estambul. Pero él sabía que merecía la pena. Era el único tesoro que desde que conoció a Barbarroja deseó poseer. Lo difícil sería hacérselo entender a sus hombres.

            Por eso pensó que dejarles celebrarlo primero se lo haría más fácil.

            —«Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma»…

      Pero su voz sonaba cansina, mientras abría el primero de los cofres. Tenía que explicarles que su tesoro eran los libros que Barbarroja le enseño a leer y amar hacía ya mucho tiempo, cuando hurtó uno de ellos de la alacena de su camarote. Esa frase que pronunciaba con mayor frecuencia a medida que pasaban los años, era la misma que le repetía Barbarroja cada vez que le enseñaba un nuevo libro, cada vez que lo leían juntos, sujeto entre las arrugadas manos del temible pirata, pasando sus largos y esqueléticos dedos por las páginas, sobre cada línea escrita, con el mismo amoroso cuidado con el que acariciaba un muslo de mujer. La había aprendido del italiano, aquel Cicer que buscó para él en el muelle, el día que se conocieron.

No sabía cómo se iban a tomar aquellos hombres, temibles marinos de las Antillas, que su airoso bergantín, El Temido, armado con cien cañones por banda, había recorrido medio mundo siguiendo las pistas de un viejo mapa y que ellos lucharon con bravura contra soldados y piratas, para conseguir…  

            —¡Libros! Auténticas joyas para leer, como decía Goliat… Read Book, Read Book… Tendrán que entenderlo… ¡Lo harán! Toda mi patria…, mi libertad…, mi bandera… Todo lo sacrifiqué por el más maravilloso tesoro que un hombre pueda desear conseguir… ¡Libros y Lectura! La historia venidera no recordará a Gustav Adolf Van Deer Queerc, ni a un grumete avezado, ni al capitán Bekeer el Negro, ni a mi velero El Temido…, pero conocerá y leerá los libros que he encontrado, conocerá mi tesoro.

AlmaLeonor_LP

VadeReto de Abril: Vacío.

¡VACÍO!

¡VACÍO!

Imagen: Espacio exterior.

Este relato se incluirá en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de abril a la ciencia-ficción. Empezamos con la siguiente premisa… Imagina que:

«Acabas de despertar, te notas desorientado y no recuerdas dónde estás, ni cómo has llegado allí. Te sientes ligero, como si flotaras dentro de un lago o una piscina. Te incorporas y te das cuenta de que has estado durmiendo dentro de una especie de caja o contenedor transparente. Miras a tu alrededor y compruebas que estás en un lugar cerrado, porque no puedes ver el cielo, pero es grande, muy grande, demasiado grande para ser tu casa. Deambulas durante un rato por pasillos vacíos, asépticos y silenciosos. Atraviesas salas y ves habitáculos con las mismas características. Por fin, encuentras lo que parece una ventana y te asomas. ¡No puedes creer lo que ven tus ojos!»

A partir de esa introducción, he creado este relato que, además, quiero compartir hoy, DÍA DE LA TIERRA, con la esperanza de que lleguemos algún día a comprender la suerte que tenemos de que nos acoja como especie y empecemos a cuidarla de veras. Vamos con el texto:

¡VACÍO!

Al abrir los ojos lo poco que entendí es que teníamos gravedad. Ni siquiera sabía por qué pensaba eso. Es lo único que vino a mi mente, lo demás era vacío… No recordaba nada. Ni donde estaba, ni qué hacía allí, mucho menos qué día era o quien era yo. Estaba en un lugar cerrado, acuoso, pero por alguna razón que solo la razón comprende, sabía cómo abrirlo. Salí y me puse de pie. Ese esfuerzo fue mayor que el de abrir los ojos. Caí al suelo. Entonces vi que estaba rodeada de cubículos iguales a aquel de donde había salido yo.

Vale, no estoy sola

Miré en los más cercanos y no había nadie dentro… Solo una especie de mancha descolorida. Cuando pude caminar comprobé que los demás cubículos, al menos los que alcancé a ver en un corto recorrido —allí había miles—, estaban igualmente vacíos.

¡Nadie!

¿Nunca hubo nadie o es que se habían desvanecido? Me mareé y vomité sin que nada saliese de mi boca. Una corriente de aire frío recorrió mi espalda y un sentimiento de absoluto vacío se apoderó de mi ser. Vacío en mi cabeza, vacío en mi estómago, vacío hasta en mis entrañas… Al alzar los ojos vi una puerta. Me dirigí hacia ella. También sabía cómo abrirla, el código que debía introducir. El resto de mi mente era un agujero negro absoluto, insondable. Miré hacia atrás. ¿Debía mirar en todos los demás cubículos? Tal vez si encontraba a alguien vivo sabría decirme dónde estabamos y qué hacíamos aquí. Intenté dar la vuelta, pero justo en ese momento la puerta se abrió completamente y algo en mi interior me obligó a seguir por el largo pasillo que se mostraba ante mis ojos. Después de ese llegó otro, y otro más, más puertas, más pasillos… Me desorienté completamente. Por un momento sentí verdadero pánico.

¿Cómo voy a volver?

Pero acto seguido un resorte de mi mente, el único que al parecer me había escuchado, me dijo: «¿Volver a dónde?». No sabía dónde estaba, ni ahora ni antes, así que mi mejor opción era seguir caminando. Cada vez estaba más desorientada y asustada. Hubo un momento que hasta me descubrí corriendo. Había pasillos que ya creía haber recorrido sin tener una certeza absoluta, pero es que ¡eran todos idénticos! Me estaba mareando de nuevo y me obligué a sosegarme un poco. Tenía que calmarme. Me apoyé en una de las límpidas paredes.

¡Piensa, …!

¡Mi nombre! ¡Ni siquiera recordaba mi nombre! Como iba a infundirme ánimo si no sabía a quién dirigirlo. ¿Y mi aspecto? ¿Cómo sería mi aspecto? Sentía que era una mujer, pero no tenía ni idea de si era alta o baja, delgada o gorda, rubia o morena, joven o vieja… Palpé mi cuerpo y mi rostro para tratar de identificarme. De algún modo que desconocía sabía que a mí nunca me importó mi aspecto, pero eso no me decía cómo era. Encontré una superficie bruñida. Me miré con precaución, no sabía lo que iba a encontrar allí, a quién vería. Cerré los ojos un momento. No podría describir lo que bullía en mi cabeza, además del miedo. Era uns sensación como la de caer a un pozo sin fondo en el que no se veían las paredes, ni el principio, mi el fin… ¡Me iba a asomar a mi propia existencia! Era tan intenso como nacer… Me sujeté como pude y abrí los ojos. Allí estaba yo… Era una mujer a la que no conocía, sin nombre, aparentemente delgada, morena, con el pelo muy corto y arrugas en la cara…

¿Cuántos años tendré?

Entonces, una especie de sacudida casi me hace caer. Me asusté. Algo había hecho estremecer ese lugar, como un terremoto que no surgía de las profundidades, sino de todas partes. Traté de sujetarme a las paredes lisas… Volvió a moverse todo de nuevo, con más fuerza y, de repente, noté un frenazo brusco.

¡Una nave! ¡Estoy en una nave!

Empezaba a recordar. Ahora sabía dónde tenía que ir. De alguna manera que aún desconocía, los pasillos antes idénticos, se hicieron identificables. Enseguida llegué al óvulo, el centro de la nave, el lugar desde donde se podían abrir las compuertas exteriores y… «Ver…, ¿qué?». Mi mente no podía recordarlo todavía, pero cuando esas pesadas láminas de acero se abrieron por completo mi cabeza hizo lo mismo. De un instante a otro lo recordé todo, absolutamente todo, hasta mi nombre: «Mirena».

Yo soy Mirena…, soy Mirena…, soy Mirena

Pero, así como mi ser aceptó lo que las puertas del recuerdo me mostraron con intensidad, mis ojos negaban lo que estaban contemplando en esos momentos.

¡Vacío!

Me senté en el suelo, desconcertada, derrotada… «¡Vacío! ¡Solo vacío!» Después de todo lo que habíamos pasado, después de lo que habíamos sufrido, lo que habíamos trabajado, todos nuestros esfuerzos solo nos llevaron al vacío. Una nave vacía en un espacio vacío, oscuro, silencioso, infinito… No había nada, ni nebulosas, ni estrellas, ni cometas, ni agujeros negros siquiera… Mucho menos un planeta habitable. Nuestros cálculos no eran exactos, no sabíamos muy bien donde estaba, pero nos aseguraron que al final del viaje habría una nueva Tierra. Y no había nada. ¡Nada! La ventana del óvulo me decía que estaba en ese mismo pozo sin fondo donde me había visto hacía un momento… Nos habían engañado.

¡Estúpida! ¡Eres una crédula estúpida!

Siempre había sido demasiado confiada. Siempre acepté que la gente aún era capaz de respetar sus promesas. Pese a todo, lo creía. Firmemente. Aunque, a decir verdad, tendría que haber renegado de las palabras de los hombres y mujeres que se hacen llamar humanos hacía mucho tiempo. ¡Me fallaron tantas veces! Promesas de amor incumplidas, felicidad inalcanzada, esperanzas derrotadas. Ni un solo día de mi vida había visto cumplir una promesa. ¿Por qué creería que embarcarse hacia un destino incierto era la única forma de salvar a la humanidad de ese planeta condenado a la autodestrucción? 

Todos los habitantes de la Tierra llevában siglos intentando que eso no sucediese. Sin éxito. No consiguieron nunca ponerse de acuerdo. Uno de los últimos avisos de los científicos de entonces decía que al planeta solo le quedaban trescientos años. Después colapsaría. No habían pasado ni cien cuando descubrieron que nos dirigíamos hacia la inevitable destrucción de la Tierra en cuestión de unos pocos años. Entonces, cobardemente, todas las naciones del mundo se prepararon para abandonarla a su suerte. Hacía más de dos décadas que nosotros también estábamos trabajando en ello.

Cuando me incorporé al proyecto, a mis veintisiete años y con mi carrera de química inorgánica recién terminada, me recibió el hombre más entusiasta que había conocido nunca en este mundo tan autodestructivo. Nos enamoramos y nos amamos en medio del caos y la devastación, mientras todo lo que se había venido vaticinando sucedía irremisiblemente a nuestro alrededor y más rápido de lo que nadie había calculado. Hasta que él también me engañó y se enamoró de otra, y luego de otra. Promesas incumplidas, felicidad escamoteada…

Y llegó el día cero. Nos reunieron a todos en el lugar donde nos esperaba la nave. Yo la contemplaba por primera vez. Mi trabajo estaba en el laboratorio, no en infraestructuras. Allí estaba él, como capitán del proyecto. Su voz potente y entusiasta llegó a embargar de nuevo mi corazón y mi cabeza. ¿Le seguía amando? Yo también rompí mi promesa de no volver a hacerlo. Mientras mi cabeza racional debatía con mi corazón enamorado, él seguía con su arenga, asegurando, en un último y vano intento por descargar de culpa a los seres humanos, que la Tierra no se destruiría porque la llevaríamos con nosotros. Yo pensé que ojalá no fuese así. Si llevar algo con nosotros suponía trasladar la semilla de la destrucción a otro lugar, mejor que no partiésemos nunca.

Además ¡éramos tan pocos! No sabíamos de nadie que hubiese alcanzado el final de la construcción de una nave como lo habíamos logrado nosotros. Y ya no quedaba tiempo para hacerlo. En ese momento, esperando mi turno para subir a ella, no hacía más que rogar para que algunas de esas naves clandestinas que también se habían estado construyendo al margen de los gobiernos, estuviesen tan listas como la nuestra. No teníamos una certeza absoluta de la ruta que debíamos seguir, solo disponíamos de vagos cálculos acerca del destino. Nos faltó tiempo para cerciorarnos. Las últimas mediciones sobre ese último mal que llevaba decenios afectando al planeta sin remisión, nos avisaron de que nada de lo que hiciéramos ya evitaría el colapso. La Tierra se extinguía, enmudecía, palidecía, se angostaba… Estaba muerta. Debíamos salir inmediatamente o pereceríamos con ella.

Una vez dentro, y justo antes de despegar, nos volvió a reunir para infundirnos los últimos soplos de ánimo antes de hibernar. Ya no volveríamos a vernos en mucho tiempo. Si todo salía bien, en varios centenares de años. Estábamos muy asustados. Su voz volvió a estremecer todo mi cuerpo. Me había engañado y seguía creyendo en él. Me sentía estúpida, pero también sirvió para escuchar una alerta en mi cabeza ¿mentiría también en su confianza en el éxito del viaje? Las opciones no eran más que dos: morir en la tierra o hibernar casi perennemente viajando hasta el infinito. Yo no estaba lista para ninguna de las dos cosas. Ahora me daba cuenta de que creí en ese proyecto porque creía en él. Y él me había engañado.

Debí haberlo imaginado… Tendría que haberlo pensado y alertar a los demás.

Pero aquel día estábamos agotados, física y mentalmente. Sentir que éramos un minúsculo puñado de supervivientes nos fatigaba de una forma que no habíamos experimentado nunca. Como si nos asolara la misma presión, el mismo desfallecimiento, que debieron experimentar los primeros humanos sobre la Tierra tratando de entender que hacían allí. Además, nosotros cargábamos con una culpa por la que ellos no penaron, la de haber destruido nuestra propia existencia en el planeta. Por eso necesitábamos promesas, las promesas de futuro que esa nave nos proporcionaba. La habíamos llamado FUTURE.

Despegamos. Estábamos todos —o la mayoría, nunca llegué a saber cuántas personas embarcamos—, en el óvulo, con las compuertas abiertas, contemplando el espacio como yo lo estaba haciendo ahora, mientras la nave se alejaba de la Tierra. Y entonces la vimos desaparecer… Nunca olvidaré esa sensación de vacío que ocupó todo mi ser hasta derrotarme mientras dejamos de verla de repente… Un vacío infinito, una ausencia abismal, un agujero negro que nacía en mi interior y se extendía poco a poco a todo mi ser, haciéndome cada vez más pequeña, más insignificante, menos necesaria. El fin ante mis ojos. No sé si los demás lo sintieron así, no hablamos de ello, nos enmudeció a todos. Esa noche, mientras nos acomodábamos en nuestros cubículos de viaje, en silencio, había más lágrimas en los rostros de mis compañeros que expresiones de esperanza. No podíamos mirar a nadie, como si temiéramos que al encontrarnos con otros ojos nos revelásemos como los culpables que éramos por lo que habíamos hecho. Como si la Tierra se hubiese llevado con ella nuestras almas, lo único humano capaz del perdon. Nunca comprendí lo que era la soledad como lo hice en ese instante.

Una vez que nuestras acciones hicieron desaparecer la Tierra, ¿acaso teníamos derecho a un lugar en el universo? Habíamos sido tan parte de ella como los ríos, los árboles, las montañas, los bosques… y una vez que nada de todo eso quedaba ya, extinguido por nuestra culpa, ¿por qué nosotros íbamos a tener el privilegio de sobrevivir?

Me eché a llorar. Después de un tiempo indefinido que nunca lograré llegar a saber cuánto fue en cálculos terrestres, soy la única que salgo con vida de esos cubículos. Ha sido la última promesa incumplida de mi vida. Cuando todos estaban destinados a morir, la propia muerte me engaña y me mantiene con vida. Vacía de vida.

¿Acaso existo? ¿Acaso no hemos sido siempre vacío…?

AlmaLeonor_LP

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