OJOS DE GATO

Vio lo más aterrador, lo que yacía más allá de su comprensión, lo desconocido… O quizá no. Siempre pensó que lo que desconocemos, por definición, no nos puede causar temor. Solo tememos aquello que sabemos que puede dañarnos. Lo conocido. Cosa distinta eran las obsesiones y de esas sabía bastante. ¿Qué era aquello entonces? Fuese como fuese su más interiorizada convicción, el caso es que no lo sabía, pero lo temía. Volvió a despertarse asustado, alterado, sudando, con la boca seca, sujetándose el pecho.
Una vez que consiguió serenarse, se incorporó despacio. Colocó primero el pie derecho dentro de la zapatilla derecha, luego el izquierdo en la suya correspondiente. Estaban perfectamente alineadas a los pies de la cama. Se levantó. Entró en el baño. Se lavó las manos una vez, dos veces, tres veces. Se secó con la toalla de mano una vez, dos veces, tres veces. La volvió a colocar perfectamente doblada en tres partes sobre el estante. Solo entonces se miró en el espejo. Escudriñó su cara. A un lado, al otro, bajó la cabeza para observar su frente, la levantó para contemplar barbilla y cuello, a un lado, a otro, arriba, abajo… Vio algún pelo sobresaliendo en esa parte. Sacó la maquinilla de afeitar que guardaba en un cajón. En el derecho. Él era diestro. Repasó esa zona con minuciosidad. Una vez, dos veces, tres veces. Se observó de nuevo. Todo correcto. Extrajo del cajón izquierdo una servilleta de papel que colocó sobre el lavabo y sobre ella limpió la maquinilla. Cogió otra y una tercera con la que envolvió todas. Arrugadas entre las manos, las arrojó a la papelera. Guardó la maquinilla en su sitio. Se lavó la cara con jabón una vez, dos veces, tres veces. Luego, volvió a lavar y secar sus manos con la misma rutina repetitiva: una vez, dos veces, tres veces.
Era una persona con un trastorno compulsivo-depresivo, TOC en lenguaje coloquial médico. Lo había sido toda su vida. Carecía de antecedentes en su familia, por lo que no pudieron achacar su obsesión a una herencia genética. «A veces se produce por una alteración en la química natural de nuestro cerebro, o por cambios inesperados en las funciones cerebrales», le dijo su médico, que era como decir que no sabía por qué le sucedía a él, por qué esa especie de manía numérica que le obligaba a contarlo todo con ese patrón y le atenazaba desde niño. Su madre reía al explicarles a sus amigos que siempre tuvo que darle el pecho tres veces o lloraba desconsolado. Tal vez, de tanto repetirlo ella, y de tanto escucharlo él, se le quedaría grabado el hecho de tener que hacer las cosas así. Tres veces. «También surgen obsesiones y comportamientos compulsivos aprendidos de gente de nuestra familia o allegados que los realiza de esa forma», le dijo una vez, originando en su madre un sentimiento de culpa del que no se desprendió ya jamás. El caso es que a él, seguir esas pautas le producía dolor de cabeza y le hacían perder mucho tiempo cada día, pero tratar de evitarlas le creaba tal estado de excitación y estrés, que hasta convulsionaba. Una vez tuvieron que hospitalizarle y todo.
Pero lo de las pesadillas era nuevo. Comenzaron tan solo hacía un par de meses. Y, como si su maldición compulsiva afectara también a lo más profundo de su subconsciente, cada una de las noches que le asaltaba, le despertaba tres veces. Lo había hablado con su psicólogo, pero en el grado de su trastorno no encontraba razón alguna que le pudiese originar esas pesadillas. Le recetó pastillas para dormir.
Las primeras noches le fueron bien. Pero en una ocasión, después de tomar su dosis, la pesadilla le visitó igualmente. Y no pudo despertarse entre sudores y espasmos. El terror se quedó a su lado toda la noche, atemorizándolo. Se veía a sí mismo golpeando el cristal de una imaginaria caja donde se encontraba encerrado, gritando, con los ojos desorbitados y sintiendo a su espalda el frío contacto de una mirada penetrante, enigmática, misteriosa, destellando en la oscuridad, ocultándose en los vericuetos de su cerebro, sin forma, sin masa, envolvente y profundamente terrorífica. Sentía pavor ante esa sensación, pero no podía desprenderse de la seductora atracción que le producía. Era hipnótica. Como una voz acaramelada y sinuosa. Pero lo que le causaba más miedo es que sufría dentro de ese encierro onírico y mental y no podía despertarse. Al final, consiguió romper el cristal, haciendo saltar minúsculos destellos afilados que salieron disparados detrás de él. Entonces, la presencia infernal emitió un grito desgarrador y desapareció.
Cuando la pastilla dejó de hacer efecto y abrió los ojos, los encontró hinchados y enrojecidos. Había estado llorando durante horas. Y otra cosa. Se orinó encima. Tiró a la basura cama, colchón y sábanas, además de las pastillas. No las volvió a tomar.
Así que las pesadillas habían vuelto a visitarle con su trina presencia. Esa mañana, ya arreglado y dispuesto a salir a la calle, no sin cerciorarse de cerrar la puerta con tres vueltas de llave y que en su maletín llevaba tres calzoncillos y tres pares de calcetines, se dirigió a la editorial. Era uno de los correctores de texto fijos de la plantilla. Hoy debía entregar su último trabajo, lo terminó la tarde anterior. Sacó un pendrive e imprimió tres ejemplares. Solo se dio cuenta cuando los estaba ordenando: «Ojos de gato». Era el título del trabajo y, por alguna extraña razón, al leerlo le asaltó el mismo pavor que le afligían sus pesadillas. Recogió las copias, las encuadernó y se sentó con ellas en el sillón de su despacho.
«En la oscuridad profunda, una mirada felina emerge cautelosamente. Los ojos de un gato negro destellan con un brillo misterioso, reflejando los secretos ocultos de la noche. Su penetrante mirada invita a aventurarse en un mundo desconocido, donde el misterio y la seducción acechan tras cada sombra. Es el enigma de lo desconocido, un misterio cautivador, de seductora atracción…»
No recordaba haber leído eso. ¿En serio lo había corregido él? Buscó las referencias en su ordenador. Empezó a recordar. Fue hace un par de meses, justo cuando comenzaron las pesadillas. La editorial le envió a conocer a una mujer, la autora, y su libro. Era ciega, así que lo dictó de viva voz a un programa informático que se iba encargando de transcribirlo al ordenador. Él había dado forma a aquella ingente cantidad de frases continuas, sin puntuaciones ni separación de párrafos. Pero necesitaba confirmar algunos párrafos.
—Buenas tardes, señora. Me envía la editorial. Es un placer conocerla finalmente en persona.
—Buenas tardes. Agradezco su amabilidad. Tiene usted una voz que me resulta familiar, de una cadencia encantadora. ¿Nos conocemos?
—No lo creo, señora.
Con un porte imponente y elegante, la mujer, de unos sesenta años evocaba la esencia de las icónicas actrices de Hollywood de los años cincuenta. Su cabello peinado con precisión exhibía mechones plateados que destellaban bajo la luz. Sus ojos, profundos y nostálgicos, como ventanas vacías acuosas y tristes, daban paso a unos labios de un rojo intenso que evocaban el glamour de una época perdida. Sus ropas exquisitamente confeccionadas resaltaran su figura esbelta y su gracia atemporal, transportándola a un mundo de elegancia clásica y sofisticación sin igual. Todo en aquella mujer desprendía un aura de misterio y seducción.
Había perdido la vista debido a una rara complicación. Afectada de retinosis pigmentaria, sus células fotorreceptoras fueron progresivamente deteriorándose, hasta que al final, una sensación como de cristales rotos atravesando sus corneas, dejó completamente a oscuras el lienzo visual de su vida. A pesar de la adversidad, ella se aferró a la esperanza, encontró fuerza en su interior y se enfrentó día a día a su cautiverio de oscuridad sin rendirse ante la ausencia esquiva de la luz.
Entablaron muchas conversaciones desde aquella primera presentación.
—¿Ha descubierto usted algo interesante en su mundo sin imágenes?
Lo recordó de repente. Aquella mujer le causó una profunda impresión. Tenía un problema muy parecido al suyo, ambos eran prisioneros de su mal, encerrados en una cadencia de acciones cotidianas obligadas a repetirse, a uno por su obsesión compulsiva, a la otra para acostumbrar el movimiento de su cuerpo a su ceguera.
—En la oscuridad, encuentro la belleza oculta de la música que danza en el aire. Aunque los colores me sean ajenos, los sonidos me susurran sus secretos más profundos. Es un mundo diferente, pero uno que aprendo a apreciar cada día. «Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego», dice un proverbio árabe. ¿Lo conocía?
—No. Pero me maravilla su capacidad de encontrar belleza en cada detalle, incluso en los confines de la oscuridad. Me sentiré muy honrado de acompañarla en esta travesía. Exploraremos juntos los misterios que nos aguardan. Yo seré sus ojos de gato para usted.
Entonces ella dio media vuelta y desapareció pasillo adelante. Ahora lo recordaba bien. Se preguntó qué es lo que habría dicho para que aquella mujer enigmática de ojos vacuos, de serena y calmada presencia, que pareció hasta ese momento dominar la profundidad de la percepción interna, le dejara solo tan de improviso. Pasaron varios minutos antes de que se diera por vencido y salió de allí sin volver a verla.
Transcribió su borrador durante semanas. Según lo leía escuchaba en un susurro la voz acaramelada y sinuosa de aquella mujer revelándole las historias que ella ansiaba contar en su libro. Pero no recordaba nada de él. Ni una palabra. Ni su título siquiera. ¿Qué estaba pasando?
Decidió esperar unos días más antes de entregarlo. Quería leerlo de nuevo. Ya en su casa, con los tres ejemplares encuadernados perfectamente alineados sobre sus rodillas, continuó leyendo: «El perfume de las flores en pleno esplendor despierta en mí una nostalgia dulce y añorada. También hay un matiz sutil en el aire, una fragancia que me traslada a tiempos pasados y despierta una sensación de serenidad en mi corazón». No era una simple historia. Eran versos que acariciaban el alma. Y que también la sacudían con una fuerza hostil: «Hay algo mágico y profundo que nos rodea en la oscuridad. Algo terrible que nos asalta en sueños, que nos envuelve. Una presencia que siempre nos acompaña y de la que no podemos librarnos. La oscuridad tiene ojos de gato».
Se quedó dormido sobre el sillón sin poder evitarlo.
—Caballero, su compañía es bienvenida en este viaje. Caminemos juntos donde la visión no llega y donde la esencia de la vida se revela en otros matices más tenebrosos. ¡Acompáñeme!
—No puedo, no puedo, no puedo… ¿Qué significa esto?
—¿No lo sabes? ¡Estaba segura de que te conocía! ¡Tú me has causado esto! ¡Fuiste tú!
—¿Qué está diciendo? Yo no la conozco…
De repente, unos cristales rotos saltaron por los aires alcanzándole en el pecho.
—¿Me conoces ahora?
El escritor, con su pluma inquieta y su imaginación vívida, guardaba en lo más profundo de su ser un recuerdo que le aterraba, uno que se resistía a ser revivido. Nublaba su mente, hacía latir su corazón de forma acelerada y sus manos temblaban involuntariamente. Entonces, sintió una presencia enigmática, una mirada penetrante destellando en una oscuridad que surgía, sin poder evitarlo, de los más intrincados vericuetos de su cerebro según se apagaba su vida. Una sensación sin forma, sin masa, envolvente y profundamente misteriosa, portadora de secretos oscuros, un mal siniestro, se hizo visible. Tres pares de ojos de gato rasgados por heridas de cristales se dirigían hacia él inexorables.
AlmaLeonor_LP

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de MAYO 2023 a…
¡¡¡ABRE LOS OJOS!!!
Llegamos a Mayo y, además de la BBC, bodas, bautizos y comuniones, el tiempo se vuelve a mostrar letárgico e invitarnos a una ligera siestesilla saboreando el cálido sol. En la playa, en el campo, en una terracita, en tu balcón. En el colegio, en el trabajo, intentando escribir. El sopor te hace pesados los párpados y hasta escuchas unos susurros que te dicen ¡duérmete!También puede ser que me haya pasao con la cerveza o con el papeo. Esos momentos de somnolencia involuntaria, pueden ser una fuente de dulces sueños o alguna alucinación. Imaginad que… «Tenéis los ojos cerrados. No estáis durmiendo profundamente, solo relajados. Sentís un confortable y placentero momento de paz. Así que, mantenéis la oscuridad en vuestra mente y saboreáis ese instante.
Pero, súbitamente, oís una voz que os susurra…». Y al abrirlos, en medio de la oscuridad, solo veis esto:

Esta es la propuesta para el VadeReto de este mes: seguid la historia. ¿Terror, fantasía, intriga, romance, seducción…? Vosotros decidís.
Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:
«El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada». Gustavo Adolfo Bécquer.
«Pocos son lo que ven con sus propios ojos y sienten con sus propios corazones». Albert Einstein.
«Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego». Proverbio árabe.
AlmaLeonor_LP
PARTICIPACIONES ANTERIORES:
Año 2022: Categoría VadeReto
Enero 2023: EL NAUFRAGIO.