LA PRUEBA DEL HOMBRE LOBO.

LA PRUEBA DEL HOMBRE LOBO.

Imagen: Peakpx Art Painting.

—¿Es la hora?

—Sí, ¿estás listo?

—Supongo que sí. No puedo negar que estoy nervioso, pero he aprendido  mucho de mis mayores, de todo el grupo. Y te estoy especialmente agradecido a ti. Eres el mejor jefe que podíamos tener.

—No me adules aún. Tienes que pasar la prueba antes de ser digno de recibir el don. Sabes que ante eso no vale tu estirpe, ni tu linaje, ni tus adulaciones. Ni siquiera te servirá que yo sea tu padre. Solo la prueba determinará tu destino.

—No te estaba adulando. Estoy preparado. Y a ella no la temo.

—Deberías. Ella es implacable.

Se alejó de su padre con la cabeza inclinada y hacia atrás, sin dejar de sostenerle la mirada. Era la señal de reconocimiento, de respeto. Él lo había aprendido desde pequeño. Todos los demás pensaban que por ser el hijo del jefe todo en su vida sería más fácil. Nada más lejos de la realidad. Su padre nunca le concedió ni un solo privilegio. Tuvo que ganárselo todo con su propio esfuerzo, como los demás miembros del grupo, los que, como él, habían alcanzado la edad de presentarse a la prueba. Nadie era consciente de lo que le había costado. Ser hijo del jefe no supone ninguna ventaja, al contrario. Es el más observado, es a quien menos se le tolera un error, es el criticado hasta por los actos más nimios, el más vigilado en la intimidad, al que nunca se le permite descansar del control de sus mayores.

No, no le había resultado fácil llegar hasta allí. Tuvo que doblar sus esfuerzos, ser el más hábil, el más rápido, el más listo, el más preparado. La presión era enorme sobre sus jóvenes hombros. Ser el hijo del jefe suponía una responsabilidad añadida. Si fracasaba en la prueba, también su padre fracasaba, no solo como tal, sino como jefe de todo el grupo. No podía permitir que eso sucediera. Su padre nunca se lo habría reprochado, de eso estaba seguro, pero él sabía que no podía fallar. Y tampoco quería decepcionarle. Debía demostrar su valía en la prueba.

Se preparó para ello desde niño. Observaba a los demás jóvenes cuando volvían al claro después de pasar la prueba. Todos los demás les esperaban expectantes y asustados. Volver con un fracaso podía significar el destierro o la muerte. Y una victoria les dejaba tan agotados que algunos no sobrevivían una noche tras su vuelta. Pero él se estuvo preparando desde que sintió el primer latido. Se escondía entre las matas observando a los guerreros y cazadores, aprendía de ellos, practicaba en las noches tranquilas, mientras sus padres dormían. Bueno, su madre no. Su madre no dormía. Ella sabía de la preocupación de su hijo y le vigilaba expectante. Debía cuidar de él, o el peso de la responsabilidad sería demasiado grande para alguien tan joven, y no llegaría a la prueba con las fuerzas suficientes.

Nadie lo sabía, pero su madre lo tenía todo previsto antes incluso de que él naciera. Era una hembra mayor, demasiado mayor para tener descendencia, eso dijeron. Pero el jefe se apiadó de ella y le dio una oportunidad, una sola. Si lograba concebir con él tras la primera noche, se quedaría en el grupo, si no, debía abandonarlo y vagar sola por el bosque hasta que encontrara otro grupo que la adoptara o la muerte. Entonces hizo un pacto.

Salió una noche en busca de ella, de la Luna. La encontró exultante, bella, plena, desnuda. Se estaba bañando a la orilla del río mientras las estrellas iluminaban su pelo y su tez blanquecina. No la escuchó llegar, pero la Luna era demasiado lista, tenía apostados vigilantes y dos luceros la retuvieron antes de llegar siquiera a acercarse.

—¿Cómo osas molestarme en mi baño?

—¡Oh, gran Luna, perdona mi osadía! No merezco tu compasión, pero aun así,  te la suplico de todo corazón, apiádate de esta alma que no ansía más que servirte.

—¿Qué quieres? ¿Quién eres  tú?

—Soy una hembra solitaria y vieja que nadie quiere. Pero yo aún puedo ser madre, lo sé, lo siento, siento que puedo ofrecerte un líder capaz para ganar la próxima prueba. Por favor, dame una oportunidad, concédeme el don de concebir y haré lo que quieras.

La Luna se volvió hacia su interlocutora, ordenando a los luceros que se alejaran y las dejaran solas. Se levantó en toda su majestuosidad, desprendiendo aún gotas del baño recibido que brillaban pálidamente mientras permanecían en su piel. Haciendo ondear sus grises cabellos al aire, se acercó a la anciana inclinándose para que sus ojos negros se posaran sobre los de ella.

—¿Y qué estas dispuesta a ofrecerme tú?

—Todo lo que quieras, lo que me pidas, te lo daré, lo que sea. Pero permite que conciba y el grupo me acepte. Soy vieja ya. Pronto no podré vivir sola sin la ayuda de los demás. Moriré si me echan de su lado. Por favor. Ayúdame, gran Luna.

—De acuerdo. Te ayudaré. Esta noche quedarás encinta. Y cuando alumbres el fruto de tu concepción le prepararás para la prueba. Debe ser el mejor, el más arrojado, el más valiente, el más fuerte y rápido. Si no lo logra, tanto él como tú y todo tu grupo pereceréis. Si lo logra… Ya te diré cuál es mi precio.

La anciana aceptó y volvió a su hogar. Esa noche concibió a su hijo y hoy se presentaba a la gran prueba.

—Hijo…

—¡Madre! ¿Has venido a desearme suerte?

—Hijo, ten mucho cuidado.

—Lo tendré madre, me he preparado bien. Seré el mejor.

—Eso no lo dudo. Pero hay algo que debes hacer por mí. Tengo miedo de la Luna. Ella es ambiciosa y pedirá algo a cambio de tu victoria. Cuando llegue el momento de ofrecérsela, entrégale esta flor.

—¿Qué es? No la había visto nunca.

—Ella tampoco. Tú ofrécesela y cuando la huela, pídele lo que quieras.

—Madre, si gano la prueba tendré todo lo que quiero.

—No. No te fíes. Ella nunca dejará que ganes la prueba. Debes creerme. Haz lo que te digo.

La anciana sabía de lo que hablaba, lo había visto hacía mucho tiempo. La luna buscaba jóvenes de los que apropiarse. Les convertía en luceros, o en algo peor, a su servicio. En su antiguo grupo varios guerreros desaparecieron tras la prueba. Ella sabía cómo hacer que eso no ocurriera. No con su hijo.

Esa noche el joven valiente recorrió el bosque y las llanuras, subió montes y bajó hasta los valles, bebió en los ríos y se alimentó de lo que la naturaleza le ofrecía. Poco antes del alba, solo él había alcanzado el punto más alto de su territorio. Sólo él pudo presentarse ante la Luna para ofrecerle su victoria.

—¡He ganado! ¿Me oyes? ¡He ganado la prueba! ¡Quiero mi premio! ¡Entrégame el don!

La Luna se asomó entre las nubes en una noche especialmente oscura. Su faz redonda y amplia se mostraba brillante y pálida, los ojos negros absorbían toda la poca luz a su alrededor creando un halo de misterio y belleza que dejó al joven subyugado.

—Eres el ser más hermoso que he visto nunca…

—¿Te ha enseñado tu padre a ser un adulador? ¿O ha sido tu madre?

Se extrañó de la pregunta, pero no sentía temor.

—¿Qué sabes tú de mi madre?

—Tu madre, joven guerrero, hizo un pacto conmigo. Te permití vivir y ahora eres mío. Nunca volverás con los tuyos. Serás un lucero a mi lado, el más brillante en el firmamento. Y, tal vez, algo más. Te escogí a ti antes de tu nacimiento.

—¡De acuerdo! Acepto tu exigencia. Pero antes… —Sacó la flor que le había entregado su madre y se la ofreció—. Esto es para ti. Un regalo por mi victoria.

La Luna, sumamente halagada, recogió el ofrecimiento con su mano fría y azulada. Un estremecimiento recorrió el cuerpo del joven cuando sintió el roce de su piel en la suya. Nunca podría quedarse al lado de ese ser. Era hermosa y atrayente, pero él amaba los campos de mil colores en verano, los ocres del bosque que ilumina el sol de otoño, la pálida luz de las luminosas mañanas del invierno. Le gustaba olisquear los prados recién mojados por la lluvia y aspirar el aroma de las flores, le gustaba ver libar a las abejas y revolotear a los pájaros. Adoraba el baile de las llamas crepitando en el fuego del hogar, amaba el calor del sol, necesitaba el roce de una piel cálida y el aliento amoroso de los suyos en la boca. No, no se quedaría junto a la Luna. Era el ser más poderoso de su mundo, hasta el sol la veneraba y le ofreció la mitad del día para enseñorear sobre las criaturas y la naturaleza, pero él no podría servirla. Él solo necesitaba el don para que su raza siguiera existiendo sobre la tierra. Sin él, perecerían. Solo la Luna podía hacer que los lobos aullaran para seguir siendo lobos.

—¿Es para mí? Es una belleza… Y huele muy bien…

—Sí… es toda tuya… huélela… Tú eres más hermosa que ella… Y a mí me entregarás el don…

—Sí… te entregaré el don… Quiero entregarte el don… Pero si lo hago… No podré convertirte en hombre… No podrás amarme… Volveré a estar sola…

—Pero me entregarás el don… porque yo lo merezco…

—Sí, tú lo mereces… Aullarás y seguirás siendo un lobo… Tu manada seguirá viviendo una Luna más…

—No. Mi manada, los míos, y todos los lobos, seguiremos existiendo durante todas las Lunas venideras. Por siempre.

—Sí… Tú y los tuyos y todos los lobos seguiréis existiendo… durante todas las lunas… Por siempre.

—Y ya no habrá más pruebas.

—Y ya no habrá… más… pruebas.

El joven lobo volvió a su manada y abrazó a su  madre. Ella entendió lo que había ocurrido y que su hijo les había salvado a todos. Los lobos podrían seguir aullando cuando ella se asomase en el horizonte, pero sin tener que pasar una prueba que los diezmaba.

Mucho, mucho tiempo después, los lobos más ancianos, y los jefes de las manadas, así como las abuelas a cargo de los cachorros de sus hijos, contaban la historia del lobo más valiente de todos, el que había logrado vencer a la Luna para arrebatarle el poder que sobre ellos ejercía.

—¿Y qué pasó con ella? —preguntó un día un lobezno.

—«Hay noches en que los lobos están en silencio y aúlla la Luna» —le contestó el jefe de la manada—. Ella sigue recordando lo que ocurrió con aquel joven lobo al que quiso convertir en hombre para que la amara por siempre. Pero no debemos fiarnos. Ella seguirá buscando la forma de hacer que un hombre aúlle y un lobo se convierta en hombre por una noche de Luna llena. O al revés.

AlmaLeonor_LP

VADE RETO AGOSTO 2023

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de AGOSTO 2023 a…

CONFIDENCIAS CON LA LUNA

Imagen de Mollyroselee en Pixabay.

En la historia que tenéis que escribir, vuestro personaje tendrá que buscar un lugar idóneo para contemplar a la LUNA y allí contarle sus secretos, sus problemas, sus emociones, sus deseos…

Como siempre, hay libertad de transformar la idea:

  • Emplear más de un personaje hablando con ella.
  • Usar la prosopopeya para darle vida al satélite y que él os responda.
  • Mudaros a su superficie y hablarle en primera persona.
  • Trasladaros a un planeta lejano y cambiar de luna.
  • En lugar de hablarle, recitarle o cantarle (están admitidos los poetas y juglares ).

En definitiva, lo importante es escribir y disfrutar con ello. Pero la LUNA ha de ser un personaje importante de vuestro relato.


Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

«Cuando sale la luna se pierden las campanas y aparecen las sendas impenetrables. Cuando sale la luna, el mar cubre la tierra y el corazón se siente isla en el infinito» Federico García Lorca.

«Hay noches en que los lobos están en silencio y aúlla la luna» George Carlin.

«Todos somos como la Luna brillante, todavía tenemos nuestro lado oscuro» Kahlil Gibran.

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

Año 2022: Categoría VadeReto

Enero 2023: EL NAUFRAGIO.

Febrero 2023: OJOS DE GATO.

Junio 2023: ABRIR LA VENTANA.

Julio 2023: UNALOME.

UNALOME

UNALOME

Imagen Pinterests.

Llevaba horas en las dependencias del hospital y ningún médico se había acercado a ella para contarle lo que le había sucedido. Seguía aturdida, confundida, preocupada y dolorida. Al menos no la habían violado, eso sí que se lo aseguraron ante su angustia nada más llegar. Pero perder veinticuatro horas de su vida sin saber qué había ocurrido ni porqué notaba ese escozor en la espalda, no era ninguna broma. Algo pasó. Necesitaba saber qué.

Unos minutos después de la última visita de la enfermera para tomarla la temperatura por enésima vez, dos policías, un hombre y una mujer, descorrieron la cortina que la separaban del resto de ocupantes de la sala de urgencias. Les miró desconfiada. Su expresión denotaba que no les hacía ninguna gracia haber acudido a las seis de la mañana a un hospital para hablar con alguien que ni sabía lo que le había ocurrido. Después de las primeras preguntas estaba claro que no la creerían.

—Volvamos otra vez al principio…

—Ya les he contado el principio. Estoy muy cansada de contarlo todo desde el principio. Se lo he contado a todos los médicos que me han visitado, a las enfermeras y hasta a una muchacha de la empresa de limpieza. Y a ustedes ya en dos ocasiones. ¿Por qué no me creen?

—Señorita… —intervino la mujer policía por primera vez—, solo queremos solucionar esto de la mejor forma posible, ¿de acuerdo? Díganoslo otra vez, ¿salió del local sin haber bebido nada? ¿Llevaba alcohol en su coche?

—Ya les he dicho que no. No bebí alcohol, nunca bebo. No llevaba nada en mi coche, ni llegué a subir a mi coche. Dejé a mis amigos dentro del bar para ir a mi casa y cuando iba a abrir la puerta de mi coche me cegó una luz, unos faros, un foco… no lo sé. Y ya no recuerdo nada más.

—Pero el nivel de alcohol en su sangre era altísimo, de hecho los médicos no se explican cómo pudo llegar a tener esos niveles sin… —calló ante un codazo de su compañero.

—¿Sin… qué? ¿Qué pasa?

—Creo que eso es todo. Tomaremos en cuenta su declaración y ya la avisaremos.

—No, no… No pueden dejarme así. ¿Qué me han hecho? ¿Qué pasa con el dolor de mi espalda? Nadie me dice nada.

—Mire… —volvió a hablar su compañero masculino—. Para serle sincero esto nos parece una pérdida de tiempo, ¿vale? Usted se emborrachó, se marchó con alguien y se hizo un tatuaje en la espalda del que ahora reniega. Eso es lo que pasó. Y nada de lo que diga hará cambiar esa realidad. Estamos hartos de ver estas cosas. Dice usted que tiene novio ¿sabe él que estuvo de farra la otra noche? Si pretende buscar una excusa, desde luego se la ha montado bien. ¡Buenos días!

Y se marcharon dejándola más estupefacta de lo que estaba antes de su llegada. ¿Un tatuaje? Nadie le había dicho nada de un tatuaje. Solo sabía que le escocía la espalda, a la altura de la cintura, justo en medio. Trató de llevar la mano hacia ese punto, pero únicamente encontró un vendaje. En esos momentos entró su novio en la sala. Fue la primera persona a quien llamó cuando recobró la consciencia al lado de su coche en el mismo parking donde la había perdido, y quien la llevó al hospital.

—¿Qué tal estás?

—¡Tomás! Dime que tú me crees, por favor.

—Noelia, todo esto es… No sé qué te pasó… Desapareciste todo un día… Fuese lo que fuese lo que hicieras ¿no crees que deberías contármelo?

—Ya te lo he contado. No recuerdo nada, solo un fogonazo y despertarme con un escozor en la espalda… ¡Es la verdad!

—El médico ha dicho que puedes volver a casa. Tus padres están fuera, será mejor que pienses qué decirles a ellos antes de que te vean. Te espero en la puerta.

No la creía. Su novio desde el instituto no la creía. No sabía que pudiera sentir tanta desconfianza hacia ella. ¿Cómo habían llegado a ese punto? Llevaban más de diez años juntos y no la creía ¡A ella! Se volvió a tumbar en la cama deseando que todo aquello no fuese más que una maldita pesadilla. Al instante se acercó el médico con el informe de alta. La miraba de soslayo. Estaba claro que también pensaba que había atendido a alguien que no se merecía ni la cama de urgencias que estaba ocupando.

—Doctor… ¿Qué tengo en la espalda?

—Ya lo sabe. Un tatuaje. Deberá cuidárselo los próximos días. Debería haberlo hecho en el momento, se le ha infectado. Estas cosas tienen que hacerse en un sitio de confianza. Lo vemos a menudo. La gente se pone en manos de cualquier tipo con una aguja… A mí no me gustan los tatuajes, pero ya sabe lo que decía Charles Darwin: «No se puede nombrar ni un solo gran país, desde las regiones polares del norte hasta Nueva Zelanda en el sur, en el que los aborígenes no se hicieran tatuajes». Usted no es uno de ellos, debería saber lo que…

—Doctor… —Le interrumpió. Se estaba hartando de su perorata y seguía sin respuestas—. ¿Qué quiso decir el policía con eso del alcohol en mi sangre «sin»? ¿Sin qué?

—Eso… Bueno, a veces pasa, depende del metabolismo de la gente, pero es raro, sí. No tenía usted alcohol en el estómago. Debió de pasar a su sangre muy rápido. Será mejor que no vuelva a beber tanto. Cuídese.

Claro que no tenía alcohol en el estómago. No bebió nada esa noche, ni ninguna. ¡No bebía nunca! Pero igualmente no la creían. Nadie. Se vistió despacio, sintiendo el peso de su decepción cargando sus brazos y piernas. Le costaba un mundo moverse. Debieron hacerle un lavado de estómago cuando llegó y como no tenía nada dentro, ni alcohol se volvió a decir, la flojera que le produjo le estaba afectando. El resto de personas de la sala de urgencias la miraban. Desde que los policías descorrieran las cortinas seguían abiertas. Notaba las acusaciones silenciosas de los demás, «enfermos de verdad», debían pensar. Ella había sido atendida por una borrachera. Merecía todo lo que le hubiese pasado. Eso expresaban esas miradas tan acusadoras. Notó que se sonrojaba.

Noelia empezaba a pensar que todos podían tener razón. ¿Y si de verdad se fue con alguien y se emborrachó? Al fin y al cabo, aquella noche salió con sus amigos para desahogarse. Para olvidar que por la mañana había visto como su novio Tomás se besaba en una cafetería con una compañera del banco donde trabajaba. Estaba mal, acababan de despedirla de la guardería por recorte presupuestario, se lo esperaba, pero no tan pronto, y estaba mal. Solo se le ocurrió lo que le dictaba su corazón, ir a contárselo a Tomás para que la consolara. Pero él no estaba en la oficina. Sus compañeros le dijeron que había ido a tomar un café. Se escamó un poco de que no le dijeran dónde, pero no tenía espacio mental para más preocupaciones. Recorrió las cafeterías de alrededor hasta que le encontró con una rubia colgada de su cuello, enganchados, besándose como si no hubiese nadie más que ellos dos en el mundo. Salió sin dejarse ver. Luego, cuando Tomás la llamó advertido por sus compañeros, no le dijo nada, ni lo de su despido, ni lo de sus cuernos. Sí le avisó de que esa noche saldría con sus amigos. Llamó a un par de ellos y quedaron en verse en el sitio de siempre. Una vez allí solo quería olvidar sinsabores y pasarlo bien. No les contó lo que le ocurría, pero llegó un momento en el que le pesaban tanto las nubes negras de su cabeza que quiso irse a casa. Y luego… No sabía que había pasado luego. Por más que repasaba el momento no podía recordar haberse visto con nadie, ni subir a ningún coche con nadie, ni beber con nadie, ni… ¿Un tatuaje? A ella le daban pavor los tatuajes y los piercing, le daban mucho miedo las agujas ¿cómo iba a hacerse un tatuaje voluntariamente? ¿Y por qué no recordaba las últimas veinticuatro horas?

Salió del hospital cargando sus pertenencias en una absurda y enorme bolsa de plástico verde, huyendo de miradas inquisidoras, con la espalda dolorida y la turbación en el rostro. Tal vez por eso se dio cuenta de que la única persona que la miraba con la misma preocupación era la muchacha de la limpieza, aquella a quien le había contado lo que le ocurrió ante su interés. Se miraron intensamente durante unos instantes mientras abandonaba la sala.

Unos días más tarde, cuando ya pudo quitarse el vendaje y su piel dejó de estar hinchada y de supurar, se miró al espejo. No podía apreciar mucho. Era muy pequeño ¿Cómo le había dado tanta guerra algo tan pequeño y tan informe? Después de varios intentos infructuosos logró tomar una fotografía en condiciones con su móvil. Se sentó al ordenador y amplió la imagen. En verdad era algo muy raro. Pese a ser tan pequeño, al ampliarlo se podían apreciar signos, rayas, puntos, curvas… Parecía un galimatías chino. O budista, se parecía a algunos dibujos que encontró bajo el nombre de Unalome, un símbolo que representa las decisiones más importantes que se han tomado en la vida… y sus consecuencias.

Pasó la imagen por varios centros de tatuajes sin encontrar nada parecido. Entonces lo subió a un buscador de imágenes y le salió algo, una web: «Si has llegado hasta aquí por esta imagen, llámame».

Fue a comisaría cuando le avisaron para la firma del informe. Se encontró con los dos mismos agentes que la entrevistaron en el hospital. Llevaba consigo la fotografía del tatuaje y toda la información que pudo encontrar de esa web, que no era mucha. Desde luego, no iba a llamar sin saber a quién. Nada más entrar y acomodarse en la silla notó que el policía susurraba algo a un compañero y ambos reían. La mujer policía les mandó callar, también entre risas, y se sentó junto a ella mostrándole el informe que debía firmar. Ni le preguntaron qué tal estaba ni si había recordado algo más. A Noelia le subía el ardor por la cara. Aquella gente no la ayudaría.

Salió de allí decepcionada. Otra vez. El día que abandonó del hospital intentó tranquilizar a sus padres sin conseguirlo y se enfrentó a Tomás. Él le recriminaba su conducta y ella le espetó que le había visto con su amante. Tras una agria discusión pusieron fin a su relación. Noelia volvió a su casa familiar, consiguiendo únicamente aumentar la desazón que sentían sus progenitores por el errático comportamiento de su hija. Le recomendaron visitar a un psicólogo.

Estaba sola. Nadie la creía. Lo único que tenía era el teléfono que aparecía en aquella web. Llamó. Le dieron una dirección y fue hasta allí. Su confusión fue mayúscula cuando abrió la puerta la muchacha del servicio de limpieza que había conocido durante su convalecencia.

—Bienvenida. No podía decirte nada en el hospital. Tenías que llegar aquí por ti misma.

Se levantó la blusa y se dio la vuelta. Esa mujer tenía el mismo tatuaje que ella en la espalda. Ambas entraron en la casa. Allí, un grupo de gente, con el torso desnudo, esperaban de pie. Al entrar Noelia se volvieron. Todos llevaban el mismo tatuaje en la espalda.

—¿Qué significa esto?

—¿Has oído hablar de las abducciones?

AlmaLeonor_LP

VADE RETO JULIO 2023

Descripción del logo: Como fondo se ve una ventana vista desde el interior. La luz que atraviesa el cristal, deja en penumbra todo lo demás. No se distingue el exterior, solo el enrejado de la ventana y unas hojas verdes que lo adorna. En la parte superior, aparece el texto "VadeReto", en rojo, con relieve y con trazo blanco bordeándolo. En la zona inferior, sobre una placa dorada con apariencia de estar clavada con cuatro tornillos, encima aparece grabado el mes y año en curso, en azul. En su vértice superior izquierdo aparece una pluma estilográfica y en el inferior derecho un lápiz con goma de borrar, ambos encima y cruzando la placa. La imagen queda formando un cuadrado, con los textos centrados horizontalmente.

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de JULIO 2023 a…

EL TATUAJE

Imagen de H.B. en Pixabay.

En pleno veranito y con el buen tiempito se dejan ver más las cahnes. Ya no se esconden ni los michelines. Se recortan más las camisas y los pantalones que los sueldos. Se airean las curvas, se pasean los cuerpazos y se muestran hasta las cicatrices. Sin embargo, lo que más llama la atención es la forma en que algunos adornan su piel. En algunos casos, por su calidad gráfica; en otros, por su impactante expresividad; y, como no, también en ciertos casos, por todo lo contrario. Sí, me estoy refrendo al tema del VadeReto de este mes, porque hoy nuestro protagonista será: EL TATUAJE.

Los hay tribales o místicos, Realistas y simbólicos, Reivindicativos o emocionales, Figurativos o metafóricos, Y otros, ejem (raros). El reto es bien sencillo. Tenéis que buscar una imagen de un tatuaje que os guste, os llame la atención o, simplemente, despierte vuestra imaginación; y contadnos su historia. ¿Podéis fantasear con vuestro propio tatuaje? Por supuesto. ¿Podéis usar las IA para crear uno específico para vuestra historia? Pues claro, está de moda. ¿Podéis obviar la imagen y dejar que seamos vuestros lectores los que imaginemos de qué trata el tatuaje? Por supuestísimo. Como siempre, el límite solo lo pondrá vuestra creatividad, imaginación y fantasía. No puedo dejar de recomendar aquí el libro de relatos «El Hombre Ilustrado», de Ray Bradbury. ¡Un auténtico banquete para los amantes de los cuentos!

Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

Citas:

-«Muéstrame un hombre con un tatuaje y te mostraré un hombre con un pasado interesante» Jack London.

-«No se puede nombrar ni un solo gran país, desde las regiones polares del norte hasta Nueva Zelanda en el sur, en el que los aborígenes no se hicieran tatuajes» Charles Darwin.

-«Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya» Camilo José Cela.

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

Año 2022: Categoría VadeReto

Enero 2023: EL NAUFRAGIO.

Febrero 2023: OJOS DE GATO.

Junio 2023: ABRIR LA VENTANA.

ABRIR LA VENTANA

ABRIR LA VENTANA

Imagen: Anna Bain

Se levantó del sillón cansinamente. Los años no perdonan. No. No son los años, es el alma lo que no perdona, lo que pesa, lo que duele al levantarse. Miró su reloj. Aún era pronto. Todavía entraba luz por alguna rendija de la ventana y los visillos no se movían. El calor de la tarde había sido exageradamente turbio, pesado, plomizo. Ella seguía sudando por cada pliegue. Se atusó la falda del vestido, una leve brisa caliente entró por debajo.

Miro el retrato que descansaba en el mueble, frente al sillón. Lo cogió entre sus manos gordezuelas. La imagen que contemplaba no era la de aquella niña que fue, moviéndose grácil por el prado junto a su padre, aventando la paja en verano con el resto de la chiquillería del pueblo, ya libres de las ataduras escolares, sino la de la mujer plena en el día de su boda, con ese hombre que la cortejó sin gracia y ella aceptó como marido porque «nadie más va a venir a pedírtelo», le dijo su padre. Se preguntaba si esos novios del retrato podrían mirarla a ella con la misma tristeza con la que ella los contemplaba. «A fuerza de mirar, uno se olvida de que puede ser también objeto de miradas», se podía leer en el calendario que tenía colgado en la pared de la cocina. Un tal Roland Barthes, figuraba como el autor de la cita.

—Llegó el verano, Blas.

Pero Blas no le respondía. Como cada año, cuando repetía la misma rutina el primer día del verano, el del solsticio, el del día más largo. Ella se levantaba la primera, abría la ventana de par en par dejando que la claridad del amanecer inundara a un Blas todavía somnoliento, satisfecho de sexo, con el torso desnudo que solo mostraba las noches del cumplimiento marital. A ella el verano la hacía feliz. No podía decir lo mismo de lo demás.

—No abras la ventana.

Ella se recogía el pelo y se colocaba la horquilla que le había regalado él, el único detalle que recibió en más de cuarenta años de relaciones, treinta y ocho de casados, el del último cumpleaños antes de la boda. Se la colocaba solo los domingos y el primer día del verano. Luego, se lavaba con el agua de la fuente, fría, pese al calor que ya notaba fuera, se ponía el vestido de misa y se calzaba sus zapatos rojos de medio tacón, nunca tacón alto, que eso era de mujeres de mala vida, decía Blas. Lo debía saber bastante bien. Él ya se habría levantado, estaría esperándola en la cocina, sentado en su banqueta de enea, con los codos encima de la mesa, reclamando sin decir nada que su mujer le pusiera el desayuno en la mesa.

—Llegó el verano, Blas.

—No abras la ventana.

—¡Pero mira qué día! El sol brilla, hay una brisa en el ambiente, las nubes parecen bordados alrededor de una bellísima tela azul en el cielo… ¿Es que no lo ves?

No lo veía. Su marido solo miraría por la ventana ese primer día de verano al anochecer. Si encontraba nubes en el cielo nocturno los presagios no serían buenos. Llovería pronto y no le daría tiempo a recoger la cosecha. Eso le pondría de mal humor. A lo mejor hasta se le escapaba algún bofetón a su esposa. «Un hombre acumula mucha tensión que tiene que dejar salir, Benita». Ella aprendió a notar en el rostro de su marido esas mismas señales que él buscaba en los cielos nocturnos: nubarrones que anunciaban tormenta. Entonces, cerraba las ventanas de su casa y las de su alma.

Blas nunca apreció el verano como ella. Benita adoraba el verano. Le encantaba el horizonte despejado en los campos, el olor de la tierra mojada de las tenues lluvias, los cielos límpidos, los sonidos de los pájaros que revoloteaban sobre su cabeza, felices, lejos de la tierra que ata. Le gustaba asomarse a la ventana y contemplar todas esas maravillas que el invierno ocultaba. Su marido solo lo hacía la primera noche del verano, en la oscuridad, para buscar la lluvia. Como si lo único que le importara fuese aventurar el llanto, el del cielo y el de ella.

Volvió a mirar su reloj. Todavía no era la hora, pero se acercó a la ventana. Cuando Blas vivía, siempre estaba cerrada. Todo el año: en invierno para que no se colaran los fríos, en verano para que no agobiara el calor. No permitía que el sol entrase en su casa como nunca dejó que la luz del amor iluminase su matrimonio. Ella deseaba que llegara esa primera noche del verano para que, al abrir la ventana, poder recibir el único viento fresco de su vida.

Cuando Dios se lo llevó, hacía ya unos años, Benita ya no volvió a cerrar las ventanas. Incluso ahora, con sus muchos años y sus muchos kilos, no las cerraba. El calor la agobiaba, las articulaciones se le hinchaban como globos, su copioso cuerpo sudaba a raudales, le salían heridas en los pliegues de la barriga, los pies se le enrojecían y andaba arrastrando las zapatillas por el piso caliente. Su pelo, negro antaño, se había vuelto gris y se le pegaba a la cara tanto que parecía que no tuviera cabello. Pero no las cerraba. Solo lo hacía al anochecer del primer día de verano. Dejaba a oscuras su casa, las ventanas cerradas, los visillos echados, las persianas bajadas, como antaño. Recibiendo la sombra de Blas.

Se sentó de nuevo en el sillón. En la mesita de la izquierda tenía el calendario. Había marcado en rojo ese día, 21 de junio, el comienzo del verano. Ya casi no podía verlo, necesitaba luz. Encendió la lamparita de pie que tenía al lado. Era un armatoste que Blas compró a un vendedor ambulante hace años. Estaba orgulloso de la adquisición, «es como las de la ciudad, así no necesitarás abrir la ventana». Ella la encendía solo para coser al caer la tarde. Blas la miraba con envidia porque a él nunca le hizo falta. Nunca leía, nunca escribía, nunca hizo una quiniela siquiera. Solo se sentaba en su sillón mirando el televisor. No era algo malo del todo. Antes de tenerlo se pasaba las tardes en la taberna, jugando y bebiendo. Era mejor tenerlo en casa, aunque no hiciera nada. Ya no hacía nada. Ni la pegaba siquiera. Murió en ese sillón un primer día de verano, sin decir nada tampoco y sin darle tiempo a abrir la ventana esa noche para buscar la lluvia. No llovió. Benita no lloró.

Llegó la hora. Se volvió a levantar con dificultad calzándose antes las zapatillas que se había quitado para descansar los pies. Se atusó la falda del vestido y cogió el retrato de nuevo.

—Llegó el verano, Blas.

Entonces, descorrió los visillos, subió la persiana y abrió la ventana. Observó la noche. Era tan oscura que parecía que el sol, recién inaugurado su solsticio, se hubiese dormido de cansancio, de alumbrar tanto el día más largo. Una brisa de viento fresco entró a bocajarro volteando su falda. El cielo estaba negro, pero no se veían estrellas. Escudriñó un poco más, vio ráfagas de negrura más oscuras que el resto. Había nubes de tormenta. Llovería pronto. Pero ya no le importaba.

AlmaLeonor_LP

VADE RETO JUNIO 2023

Descripción del logo: Como fondo se ve una ventana vista desde el interior. La luz que atraviesa el cristal, deja en penumbra todo lo demás. No se distingue el exterior, solo el enrejado de la ventana y unas hojas verdes que lo adorna. En la parte superior, aparece el texto "VadeReto", en rojo, con relieve y con trazo blanco bordeándolo. En la zona inferior, sobre una placa dorada con apariencia de estar clavada con cuatro tornillos, encima aparece grabado el mes y año en curso, en azul. En su vértice superior izquierdo aparece una pluma estilográfica y en el inferior derecho un lápiz con goma de borrar, ambos encima y cruzando la placa. La imagen queda formando un cuadrado, con los textos centrados horizontalmente.

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de JUNIO 2023 a…

LA VENTANA

¿Sois personas curiosas, o tal vez cotillas? ¿Qué tienen de especiales vuestros vecinos, o tal vez vivís frente al mar, la montaña o alguna plaza pública? ¿Te has preguntado alguna vez qué hay más allá de unos cristales? Estas preguntas se las podéis hacer al protagonista del reto de este mes. Porque vuestros relatos para este VadeReto se inspirarán en LA VENTANA.

Imagen, en blanco y negro, de una persiana, de las llamadas Venecianas (lamas unidas por hilos). No se distingue el exterior, ni tampoco toda la ventana. Es un primer plano muy cercano.

Imagen de DQGGGGE en Pixabay

Además de la fotografía, esta es la BASE para que construyáis vuestra historia: Nuestro protagonista espera ansioso la llegada de la noche para situarse junto a la ventana. A veces se sienta, otras permanece de pie. Espera, nervioso e impaciente; deseando ver algo que le ha creado adicción. Desde su piso, bastante alto, domina todo el exterior. ¿Qué es lo que se dispone a ver? ¿Quién es nuestro protagonista? ¿Es un fisgón, un voyeur o un estudioso? ¿Le interesan los vecinos, el paisaje, la luna o, simplemente, ve el pasar del tiempo? ¿Lo hace ocultándose o no le importa que le vean? ¿Es eso, tal vez, lo que quiere? Vosotros le dais juego a esta historia. Podéis responder algunas de estas preguntas o descubrir otras. Ya sabéis que tenéis disponibilidad para cambiar algo de lo sugerido; aunque debéis respetar a la protagonista pasiva, LA VENTANA.

Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada». Gustavo Adolfo Bécquer.

Yo te miro, yo te miro sin cansarme de mirar y que lindo niño veo a tus ojos asomar». Gabriela Mistral.

«A fuerza de mirar, uno se olvida de que puede ser también objeto de miradas». Roland Barthes.

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

Año 2022: Categoría VadeReto

Enero 2023: EL NAUFRAGIO.

Febrero 2023: OJOS DE GATO.

OJOS DE GATO

OJOS DE GATO

Imagen: Digital art, by AquaVarin (DeviantArt)

Vio lo más aterrador, lo que yacía más allá de su comprensión, lo desconocido… O quizá no. Siempre pensó que lo que desconocemos, por definición, no nos puede causar temor. Solo tememos aquello que sabemos que puede dañarnos. Lo conocido. Cosa distinta eran las obsesiones y de esas sabía bastante. ¿Qué era aquello entonces? Fuese como fuese su más interiorizada convicción, el caso es que no lo sabía, pero lo temía. Volvió a despertarse asustado, alterado, sudando, con la boca seca, sujetándose el pecho.

Una vez que consiguió serenarse, se incorporó despacio. Colocó primero el pie derecho dentro de la zapatilla derecha, luego el izquierdo en la suya correspondiente. Estaban perfectamente alineadas a los pies de la cama. Se levantó. Entró en el baño. Se lavó las manos una vez, dos veces, tres veces. Se secó con la toalla de mano una vez, dos veces, tres veces. La volvió a colocar perfectamente doblada en tres partes sobre el estante. Solo entonces se miró en el espejo. Escudriñó su cara. A un lado, al otro, bajó la cabeza para observar su frente, la levantó para contemplar barbilla y cuello, a un lado, a otro, arriba, abajo… Vio algún pelo sobresaliendo en esa parte. Sacó la maquinilla de afeitar que guardaba en un cajón. En el derecho. Él era diestro. Repasó esa zona con minuciosidad. Una vez, dos veces, tres veces. Se observó de nuevo. Todo correcto. Extrajo del cajón izquierdo una servilleta de papel que colocó sobre el lavabo y sobre ella limpió la maquinilla. Cogió otra y una tercera con la que envolvió todas. Arrugadas entre las manos, las arrojó a la papelera. Guardó la maquinilla en su sitio. Se lavó la cara con jabón una vez, dos veces, tres veces. Luego, volvió a lavar y secar sus manos con la misma rutina repetitiva: una vez, dos veces, tres veces.

Era una persona con un trastorno compulsivo-depresivo, TOC en lenguaje coloquial médico. Lo había sido toda su vida. Carecía de antecedentes en su familia, por lo que no pudieron achacar su obsesión a una herencia genética. «A veces se produce por una alteración en la química natural de nuestro cerebro, o por cambios inesperados en las funciones cerebrales», le dijo su médico, que era como decir que no sabía por qué le sucedía a él, por qué esa especie de manía numérica que le obligaba a contarlo todo con ese patrón y le atenazaba desde niño. Su madre reía al explicarles a sus amigos que siempre tuvo que darle el pecho tres veces o lloraba desconsolado. Tal vez, de tanto repetirlo ella, y de tanto escucharlo él, se le quedaría grabado el hecho de tener que hacer las cosas así. Tres veces. «También surgen obsesiones y comportamientos compulsivos aprendidos de gente de nuestra familia o allegados que los realiza de esa forma», le dijo una vez, originando en su madre un sentimiento de culpa del que no se desprendió ya jamás. El caso es que a él, seguir esas pautas le producía dolor de cabeza y le hacían perder mucho tiempo cada día, pero tratar de evitarlas le creaba tal estado de excitación y estrés, que hasta convulsionaba. Una vez tuvieron que hospitalizarle y todo.

Pero lo de las pesadillas era nuevo. Comenzaron tan solo hacía un par de meses. Y, como si su maldición compulsiva afectara también a lo más profundo de su subconsciente, cada una de las noches que le asaltaba, le despertaba tres veces. Lo había hablado con su psicólogo, pero en el grado de su trastorno no encontraba razón alguna que le pudiese originar esas pesadillas. Le recetó pastillas para dormir.

Las primeras noches le fueron bien. Pero en una ocasión, después de tomar su dosis, la pesadilla le visitó igualmente. Y no pudo despertarse entre sudores y espasmos. El terror se quedó a su lado toda la noche, atemorizándolo. Se veía a sí mismo golpeando el cristal de una imaginaria caja donde se encontraba encerrado, gritando, con los ojos desorbitados y sintiendo a su espalda el frío contacto de una mirada penetrante, enigmática, misteriosa, destellando en la oscuridad, ocultándose en los vericuetos de su cerebro, sin forma, sin masa, envolvente y profundamente terrorífica. Sentía pavor ante esa sensación, pero no podía desprenderse de la seductora atracción que le producía. Era hipnótica. Como una voz acaramelada y sinuosa. Pero lo que le causaba más miedo es que sufría dentro de ese encierro onírico y mental y no podía despertarse. Al final, consiguió romper el cristal, haciendo saltar minúsculos destellos afilados que salieron disparados detrás de él. Entonces, la presencia infernal emitió un grito desgarrador y desapareció.

Cuando la pastilla dejó de hacer efecto y abrió los ojos, los encontró hinchados y enrojecidos. Había estado llorando durante horas. Y otra cosa. Se orinó encima. Tiró a la basura cama, colchón y sábanas, además de las pastillas. No las volvió a tomar.

Así que las pesadillas habían vuelto a visitarle con su trina presencia. Esa mañana, ya arreglado y dispuesto a salir a la calle, no sin cerciorarse de cerrar la puerta con tres vueltas de llave y que en su maletín llevaba tres calzoncillos y tres pares de calcetines, se dirigió a la editorial. Era uno de los correctores de texto fijos de la plantilla. Hoy debía entregar su último trabajo, lo terminó la tarde anterior. Sacó un pendrive e imprimió tres ejemplares. Solo se dio cuenta cuando los estaba ordenando: «Ojos de gato». Era el título del trabajo y, por alguna extraña razón, al leerlo le asaltó el mismo pavor que le afligían sus pesadillas. Recogió las copias, las encuadernó y se sentó con ellas en el sillón de su despacho.

«En la oscuridad profunda, una mirada felina emerge cautelosamente. Los ojos de un gato negro destellan con un brillo misterioso, reflejando los secretos ocultos de la noche. Su penetrante mirada invita a aventurarse en un mundo desconocido, donde el misterio y la seducción acechan tras cada sombra. Es el enigma de lo desconocido, un misterio cautivador, de seductora atracción…»

No recordaba haber leído eso. ¿En serio lo había corregido él? Buscó las referencias en su ordenador. Empezó a recordar. Fue hace un par de meses, justo cuando comenzaron las pesadillas. La editorial le envió a conocer a una mujer, la autora, y su libro. Era ciega, así que lo dictó de viva voz a un programa informático que se iba encargando de transcribirlo al ordenador. Él había dado forma a aquella ingente cantidad de frases continuas, sin puntuaciones ni separación de párrafos. Pero necesitaba confirmar algunos párrafos.

—Buenas tardes, señora. Me envía la editorial. Es un placer conocerla finalmente en persona.

—Buenas tardes. Agradezco su amabilidad. Tiene usted una voz que me resulta familiar, de una cadencia encantadora. ¿Nos conocemos?

—No lo creo, señora.

Con un porte imponente y elegante, la mujer, de unos sesenta años evocaba la esencia de las icónicas actrices de Hollywood de los años cincuenta. Su cabello peinado con precisión exhibía mechones plateados que destellaban bajo la luz. Sus ojos, profundos y nostálgicos, como ventanas vacías acuosas y tristes, daban paso a unos labios de un rojo intenso que evocaban el glamour de una época perdida. Sus ropas exquisitamente confeccionadas resaltaran su figura esbelta y su gracia atemporal, transportándola a un mundo de elegancia clásica y sofisticación sin igual. Todo en aquella mujer desprendía un aura de misterio y seducción.

Había perdido la vista debido a una rara complicación. Afectada de retinosis pigmentaria, sus células fotorreceptoras fueron progresivamente deteriorándose, hasta que al final, una sensación como de cristales rotos atravesando sus corneas, dejó completamente a oscuras el lienzo visual de su vida. A pesar de la adversidad, ella se aferró a la esperanza, encontró fuerza en su interior y se enfrentó día a día a su cautiverio de oscuridad sin rendirse ante la ausencia esquiva de la luz.

Entablaron muchas conversaciones desde aquella primera presentación.

—¿Ha descubierto usted algo interesante en su mundo sin imágenes?

Lo recordó de repente. Aquella mujer le causó una profunda impresión. Tenía un problema muy parecido al suyo, ambos eran prisioneros de su mal, encerrados en una cadencia de acciones cotidianas obligadas a repetirse, a uno por su obsesión compulsiva, a la otra para acostumbrar el movimiento de su cuerpo a su ceguera.

—En la oscuridad, encuentro la belleza oculta de la música que danza en el aire. Aunque los colores me sean ajenos, los sonidos me susurran sus secretos más profundos. Es un mundo diferente, pero uno que aprendo a apreciar cada día. «Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego», dice un proverbio árabe. ¿Lo conocía?

—No. Pero me maravilla su capacidad de encontrar belleza en cada detalle, incluso en los confines de la oscuridad. Me sentiré muy  honrado de acompañarla en esta travesía. Exploraremos juntos los misterios que nos aguardan. Yo seré sus ojos de gato para usted.

Entonces ella dio media vuelta y desapareció pasillo adelante. Ahora lo recordaba bien. Se preguntó qué es lo que habría dicho para que aquella mujer enigmática de ojos vacuos, de serena y calmada presencia, que pareció hasta ese momento dominar la profundidad de la percepción interna, le dejara solo tan de improviso. Pasaron varios minutos antes de que se diera por vencido y salió de allí sin volver a verla.

Transcribió su borrador durante semanas. Según lo leía escuchaba en un susurro la voz acaramelada y sinuosa de aquella mujer revelándole las historias que ella ansiaba contar en su libro. Pero no recordaba nada de él. Ni una palabra. Ni su título siquiera. ¿Qué estaba pasando?

Decidió esperar unos días más antes de entregarlo. Quería leerlo de nuevo. Ya en su casa, con los tres ejemplares encuadernados perfectamente alineados sobre sus rodillas, continuó leyendo: «El perfume de las flores en pleno esplendor despierta en mí una nostalgia dulce y añorada. También hay un matiz sutil en el aire, una fragancia que me traslada a tiempos pasados y despierta una sensación de serenidad en mi corazón». No era una simple historia. Eran versos que acariciaban el alma. Y que también la sacudían con una fuerza hostil: «Hay algo mágico y profundo que nos rodea en la oscuridad. Algo terrible que nos asalta en sueños, que nos envuelve. Una presencia que siempre nos acompaña y de la que no podemos librarnos. La oscuridad tiene ojos de gato».

Se quedó dormido sobre el sillón sin poder evitarlo.

—Caballero, su compañía es bienvenida en este viaje. Caminemos juntos donde la visión no llega y donde la esencia de la vida se revela en otros matices más tenebrosos. ¡Acompáñeme!

—No puedo, no puedo, no puedo… ¿Qué significa esto?

—¿No lo sabes? ¡Estaba segura de que te conocía! ¡Tú me has causado esto! ¡Fuiste tú!

—¿Qué está diciendo? Yo no la conozco…

De repente, unos cristales rotos saltaron por los aires alcanzándole en el pecho.

—¿Me conoces ahora?

El escritor, con su pluma inquieta y su imaginación vívida, guardaba en lo más profundo de su ser un recuerdo que le aterraba, uno que se resistía a ser revivido. Nublaba su mente, hacía latir su corazón de forma acelerada y sus manos temblaban involuntariamente. Entonces, sintió una presencia enigmática, una mirada penetrante destellando en una oscuridad que surgía, sin poder evitarlo, de los más intrincados vericuetos de su cerebro según se apagaba su vida. Una sensación sin forma, sin masa, envolvente y profundamente misteriosa, portadora de secretos oscuros, un mal siniestro, se hizo visible. Tres pares de ojos de gato rasgados por heridas de cristales se dirigían hacia él inexorables.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE MAYO 2023

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de MAYO 2023 a…

¡¡¡ABRE LOS OJOS!!!

Llegamos a Mayo y, además de la BBC, bodas, bautizos y comuniones, el tiempo se vuelve a mostrar letárgico e invitarnos a una ligera siestesilla saboreando el cálido sol. En la playa, en el campo, en una terracita, en tu balcón. En el colegio, en el trabajo, intentando escribir. El sopor te hace pesados los párpados y hasta escuchas unos susurros que te dicen ¡duérmete!También puede ser que me haya pasao con la cerveza o con el papeo. Esos momentos de somnolencia involuntaria, pueden ser una fuente de dulces sueños o alguna alucinación. Imaginad que… «Tenéis los ojos cerrados. No estáis durmiendo profundamente, solo relajados. Sentís un confortable y placentero momento de paz. Así que, mantenéis la oscuridad en vuestra mente y saboreáis ese instante.
Pero, súbitamente, oís una voz que os susurra…». Y al abrirlos, en medio de la oscuridad, solo veis esto:

Imagen de Jacques GAIMARD en Pixabay

Esta es la propuesta para el VadeReto de este mes: seguid la historia. ¿Terror, fantasía, intriga, romance, seducción…? Vosotros decidís.

Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

«El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada». Gustavo Adolfo Bécquer.

«Pocos son lo que ven con sus propios ojos y sienten con sus propios corazones». Albert Einstein.

«Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego». Proverbio árabe.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

Año 2022: Categoría VadeReto

Enero 2023: EL NAUFRAGIO.

EL NAUFRAGÍO

EL NAUFRAGÍO

Imagen: Ivan Madzharov.

Han pasado casi cuarenta años de aquel fatídico día en el que naufragamos. Hoy he recibido un paquete. Es una caja como aquella que yo envié, sin remite ni destinatario. No sé quien la ha dejado en mi puerta, pero no me atrevo a abrirla. Por alguna extraña razón, sé que encontraré mi propio brazo ahí dentro. Soy Patrick Macnamara y el diablo viene a obligarme a cumplir mi promesa.

—/—

Me embarqué en aquel carguero sin esperanza ninguna, era una oportunidad como cualquier otra de encontrar trabajo, “una ocasión única”, me dijeron. Y lo creí. Yo era un simple carpintero irlandés sin fortuna. Aprendí el oficio al lado de mi padre, en los muelles de Bristol, cuando el trabajo no escaseaba. De repente, todo se fue al garete. Mi padre apareció muerto en una taberna. Nunca supe muy bien lo que ocurrió, pero, me encontré solo y huérfano a mis veinte años. Y sin futuro. Alguien me dijo que me embarcara. Que América era el paraíso. Allí había trabajo y oportunidades para alguien como yo. Era febrero de 1928 y todo bullía en América. Nada quedaba en las viejas islas para mí.

Trabajé a bordo para pagar mi pasaje. Todo iba bien. El cocinero, un cubano mulato más grande que un armario ropero, se apiadó de mí y me pasaba alguna manzana o lo que pudiese de la cocina para que no falleciera de hambre. Otro marinero, inglés, y solo un poco mayor que yo, de nombre Luke Phillips, era mi compañero de litera y de partida. Todas las tardes, antes de retirarnos a dormir, jugábamos a las cartas con otros marineros. Él me había dado algunas lecciones para trampear a los demás y nos sacábamos unos cuartos que luego nos repartíamos. El capitán se enteró un día y nos apaleó con su fusta delante de todos, prohibiéndonos volver a jugar. Las tardes se hicieron, entonces, tediosas.

Hasta que llegó la tormenta.

Nos pilló durmiendo. No tuvimos tiempo para nada. De repente, el cielo y el mar parecieron una sola cosa, un aterrador torbellino de agua, negrura y ruido que nos hubiese arrastrado hasta el fondo con el mismo barco de no ser por Magnus Sorensen, otro marinero, de origen danés y fuerte como un toro, que logró sujetar un bote antes de que desapareciera en la nada, y nos ayudó a subir a bordo. Cuando todo se calmó no vimos ningún superviviente más. El barco había desaparecido. En el exiguo bote, agotados, empapados y muertos de miedo, nos encontrábamos el capitán Archibald Cummings, el cocinero Mauritius, Sorensen, Phillips y yo.

Permanecimos en silencio durante horas, mirándonos furtivamente, castañeteando los dientes, sin atrevernos ni a movernos del sitio. Solo teníamos un exiguo barril de agua que Mauritius consiguió izar. Antes de que volviera a anochecer, abrazado a ese barril, fue él quien habló por primera vez.

—¡Vamos a morir todos!

Pero sobrevivimos. Solo nosotros y el cielo sabe cómo lo hicimos. Habían pasado seis meses cuando nos encontraron a la deriva en aquel exiguo bote que ya empezaba a hacer aguas. Desperté en un hospital días después. Alcé los brazos. Vi mis dos extremidades. Estaba vivo.

Una semana más tarde, todos mis compañeros y yo abandonábamos el centro hospitalario. Entonces, me obligaron a hacer una promesa. Yo debía cumplir el trato que hicimos a bordo al poco del naufragio. Nadie debía saber cómo sobrevivimos y, además, tenía que entregar mi parte, como hicieron los demás. Me dieron un año de plazo. Les juré que lo haría y cada uno nos fuimos por nuestro lado. No nos volvimos a ver.

—/—

Creía que nadie respondería a mi anuncio, pero lo hicieron. Habían pasado ya más de diez meses. Pensé que nunca lo conseguiría, se me acababa el tiempo. Pero recibí una carta. Un hombre, en Nueva Inglaterra, en la ciudad de Boston, se ofrecía a entregarme lo que había pedido. No las tenía todas conmigo. No era un encargo cualquiera y no todo valía. Tenía que ser exacto. Quedamos en vernos y unos días más tarde se presentó en mi casa.

Yo había conseguido un buen empleo como matarife en el mercado de Nueva Jersey. Era joven y aprendí enseguida el oficio. Las cosas no iban muy bien en el país, pero seguía habiendo trabajo allí y yo ganaba un buen sueldo. El hombre que recibí una soleada mañana de finales del invierno de 1929 tenía mi edad, pero estaba famélico. A él no le iban las cosas tan bien como a mí. Cuando le vi, entendí por qué me pidió que le pagara el billete como anticipo a sus honorarios.

—¿Por qué ha accedido usted a mi petición?

—Por hambre…

Él no lo notó, pero su respuesta me dejó clavado en el suelo. Unos terribles recuerdos acudieron a mi mente. El hambre. Nadie sabe lo que es eso hasta que se aferra a su garganta y a su mente hasta obligarte a hacer cosas que nunca harías. Cosas que nunca confesarías. Cosas terribles, maléficas, inhumanas. Yo lo sabía bien. Era la culpa que arrastraba, la deuda que debía saldar.

—¿Cumple usted todos mis requisitos?

—Sí.

—¿Pelirrojo?

—Sí.

—¿Pecas?

—Sí.

—Enséñemelo… El derecho.

Lo hizo. Lo comprobé de nuevo y asentí. Estaba todo correcto. Solo faltaba que me lo entregara. Y tenía que ser rápido. Le enseñé el dinero. Lo tenía preparado desde hacía tiempo. Todo lo que ganaba con mi trabajo y con las trampas en el juego que Phillips me enseñó, lo guardaba para esa ocasión. Tenía ya suficiente para pagar a aquel pobre hombre.

—Y ahora, hágalo…

—Antes… dígame una cosa… ¿Por qué?

—¿De veras quiere saberlo?

—Sí.

Y se lo conté. Ha sido la única persona a quien se lo dije. La única. Pero merecía saberlo. Aquel hombre, no quise saber su nombre, salió de mi vida después de dejar mi encargo en una caja. La cerré adecuadamente y la envié por mensajero a la dirección que mis compañeros de naufragio me indicaron cuando salimos del hospital. Les avisé a todos. Ya estaba hecho.

Ese día, un grupo de personas permanecían sentadas alrededor de una mesa: Archibald Cummings, que ya no era capitán y se arrastraba entre tabernas buscando trabajo; Mauritius, que seguía siendo cocinero, solo Dios sabe cómo; un empequeñecido y enfermo Magnus Sorensen, que no vivió mucho más; y Luke Phillips, flamante y ufano esposo de una rica heredera neoyorkina que, en pocos meses, en octubre, se quedaría sin nada. Solo una razón les mantenía allí reunidos. Esperar la caja que yo habría de llevarles.

Pero yo no fui a ese encuentro. Así que solo puedo imaginar cómo sucedieron los hechos. Llamaron a la puerta y alguien se levantó a abrir, seguramente, Phillips. No vería a nadie al abrir, si es que el  mozo a quien encargué llevar la caja cumplió mis órdenes. Él se la encontraría en el suelo. Todos se extrañarían al no verme aparecer a la cita, pero sabrían que lo había hecho, que había cumplido mi promesa, en cuanto abrieran la caja. No figuraba ningún remitente, ningún destinatario, ningún dato. Solo tenían que abrirla. Imagino que seguiría siendo Phillips quien lo hiciera. Una vez encima de la mesa, todos se la quedarían mirando, tal vez con asombro, tal vez con miedo. Se preguntarían por qué no me presenté, pero se darían por satisfechos en cuanto comprobaran que era un brazo blanco, pelirrojo y con pecas.

«Sólo los niños aceptan las sorpresas por el placer de las sorpresas», escribe un autor del momento, William Faulkner, a quien leo últimamente. Se hubiesen llevado una buena sorpresa de haberme visto a mi llevar la caja. Porque yo, seguía conservando mis dos brazos.

—/—

Durante aquel naufragio sobrevivimos gracias a Phillips. Fue él quien propuso que cada uno nos fuéramos cortando un brazo, el izquierdo, para alimentarnos mientras nos rescataran. Cuando lo hicieron todos lo habían perdido, excepto yo, que era el último por edad. Al salir del hospital me exigieron que cumpliera la promesa que nos hicimos. Debía entregarles mi brazo, como ellos hicieron con el suyo.

Pero no podía. No quería. Hice un pacto con el diablo, pero no podía dejar que me arrastrara toda la vida. El problema es que yo soy zurdo, por eso no contaba con encontrar a alguien que se ofreciera a entregarme su brazo derecho, blanco, pelirrojo y con pecas, para que todos mis compañeros pensaran que era el mío.

Ese mismo día volví a embarcar, esta vez rumbo a Australia. Era libre, pero los remordimientos me ahogaron día a día. Cada vez que miraba mi brazo derecho se me aparecía como un préstamo fantasma, algo que, en realidad, no me pertenecía. Y, finalmente, fue el diablo quien se cobró mi deuda.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE ENERO 2023

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de ENERO 2023 a…

¡¡LA CAJA!!

Nos adentramos en un nuevo año con el corazón en un puño. ¿Se terminará de una vez por todas estas etapas de sorpresas chungas? ¿Qué tocará este año, la invasión alienígena o la plaga zombi? Lo mismo nos invaden zombis del espacio. ¡Toquemos madera! Mejor, abracemos árboles, por si acaso. Lo que está claro es que será un año lleno de sorpresas. Después de unas fiestas, en definitiva, para repartir y abrir regalos, cajas y cajas llenas de sorpresas, de esto trata el VadeReto de este mes.

Imagen de la mesa de George Dolgikh en Pixabay; edición JascNet.

Para la creación de este relato hay no una premisa, sino un supuesto. ¿De qué se trata? Pues leed con atención:

«Un grupo de personas está sentada alrededor de una mesa. Puede que estén comiendo, en una reunión laboral, en algún tipo de experimento sobrenatural, preparando una conspiración… Pueden ser una familia, un grupo de amigos, compañeros de trabajo o gente que no se conocen y por alguna determinada razón están allí reunidos. Vosotros decidís los detalles. De repente, llaman a la puerta. Alguien se levanta a abrir, pero no hay nadie fuera. Sin embargo, al mirar al suelo, puede ver que han dejado una caja. Una caja que no lleva ningún dato. Ni remite, ni dirección de entrega, ni logotipo o marca de ninguna empresa. Una caja totalmente anónima, sin ningún tipo de identificación. La coloca en la mesa y todos, al verla, muestran asombro y miedo. ¿Qué hay dentro? ¿Por qué nadie se atreve a abrirla? ¿De qué tienen miedo?»

Vosotros tenéis que darle forma a la historia y completarla. Crear los personajes que más os gusten, resolver los interrogantes y revelar, o no, el contenido de la caja. ¿Sencillo o difícil? En este reto, más que nunca, tendréis que hacer uso de vuestra imaginación, creatividad e ingenio. Pero de una cosa estoy seguro, tenéis el talento y la habilidad necesarios para deleitarnos con vuestras historias.

Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

«Todo es sorpresa. El mundo destellando siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo, que es ese pecho enfebrecido y ávido que sólo pide el brillo de la luz». Vicente Aleixandre.

«Siempre he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de nada, entendiendo por esto no escandalizarnos frente a las rupturas del orden». Julio Cortázar.

«Sólo los niños aceptan las sorpresas por el placer de las sorpresas». William Faulkner.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

VadeReto de Octubre: Sor Inés Despelle.

VadeReto de Noviembre: El Marcado.

VadeReto de Diciembre: La niña que quería ser reina.

También en: Categoría VadeReto

LA NIÑA QUE QUERÍA SER REINA

LA NIÑA QUE QUERÍA SER REINA

Imagen: Dirk De Keyzer (escultura en bronce)

Érase una vez un reino sin reina, donde las mujeres no realizaban ninguna labor, ni ejercían ningún oficio, ni tampoco practicaban actividad alguna. Todo lo hacían los hombres o los niños. Y eso era así desde que la reina murió. Su marido, el rey, pensaba que fue a causa de sus muchas actividades, incluido el cuidado de su hijita. Así que, después del sepelio de su amada esposa, desterró a la niña y no permitió que las mujeres realizaran labores, tareas, ni trabajos. ¡Nada!

Y así fue transcurriendo el tiempo en el reino sin reina.

Al cabo de doce años, en una granja solitaria situada en los confines del pueblo más lejano, crecía una niña inquieta y curiosa. Siempre estaba preguntando por todas las labores que hacía su padre, el granjero, y también le insistía a su madre para que le respondiera por qué ella no hacía nada en la granja. «Eres muy pequeña para entenderlo», le respondía siempre. Y la niña se tenía que conformar con esa respuesta. Pero, pasadas unas horas, volvía la inquietud a su espíritu y quería saber por qué no podía hacer lo que hacían los demás habitantes de la granja o los niños de su aldea.

—Señor gallo, ¿puedo despertar a la gente?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden despertar a nadie.

—Señor gato, ¿puedo cazar ratones?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden cazar ratones.

—Señor perro, ¿puedo llevar las ovejas al aprisco?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden llevar las ovejas al aprisco.

—Señor caballo, ¿puedo guiar el carro?

—¡Por supuesto que no! Las niñas no pueden guiar el carro.

Y así fue interrogando uno por uno a todos los animales de la granja, y todos le contestaban lo mismo… «Las niñas no pueden hacerlo». Y cuando se rebelaba y seguía insistiendo para que le dieran una razón convincente, le respondían lo mismo que su madre: «eres muy pequeña para entenderlo».

Un día le preguntó a un niño de la vecindad, hijo de un granjero y que ya ejercía como tal ayudando a su padre en las tareas propias del oficio.

—¿Por qué no puedo ser granjera?

—¡Las niñas no pueden ser granjeras!

—Pero, ¿por qué?

—Ya lo entenderás… Eres muy pequeña aún.

—¡No soy tan pequeña! ¡Y quiero entenderlo ya!

—Las niñas no pueden entender.

—¿Y eso quien lo ha dicho?

—No lo sé… Todo el mundo.

—Pues yo quiero saber quién lo ha dicho.

—Las niñas no pueden saber.

—¡Eso te lo has inventado!

—¡No! ¡Es cierto! Tú eres demasiado…

—…Demasiado pequeña para entenderlo, ya lo sé.

Y se marchó ofuscada, sintiendo que en su interior crecía una furia inusitada. No aceptaba que no pudiera hacer lo que quisiese. Ni siquiera ser granjera. Y eso no era lo que más le gustaría ser. Ella quería ser reina.

—Seré reina y entonces dejaré que todas las niñas hagan lo que quieran hacer. ¡Eso haré!

Siguió caminando y caminando con enfado, de tal forma que hubo un momento en el que no sabía ni donde se encontraba. Miró a su alrededor. Había llegado al pueblo y estaba anocheciendo. Empezó a tener miedo, su granja quedaba muy lejos, no le daría tiempo a volver antes de que cayera la noche y los caminos no eran seguros. Vio una luz al final de la calle y se dirigió hacia allí. Era la biblioteca del lugar. Nunca había estado, pero era el único edificio iluminado de toda la aldea, así que entró.

—¡Buenas noches, bella dama!

—¿Tú quién eres?

—Soy Matusalén, el bibliotecario. ¿Y tú?

—Soy una niña. No me pusieron nombre.

—¿Y a qué debo el honor de su visita, niña, siendo tan tarde?

—Iba caminando y caminando y ahora no puedo volver a mi casa… Vivo en una granja y está muy lejos. ¿Puedo quedarme aquí a pasar la noche?

—Por supuesto, por supuesto ¡Adelante!

La niña entró y cuanto más lo hacía más luces la iluminaban. Eran más potentes que el mismo sol, estaba sobrecogida.

—¿De dónde viene tanta luz? Es el edificio más iluminado del pueblo.

—De los libros… La luz que ilumina el mundo. ¡Ven! Te enseñaré la biblioteca si quieres…

—¿De veras puedo?

—¿Por qué no ibas a poder conocer una biblioteca?

—Todo el mundo dice que las niñas no podemos hacer esto o lo otro…

—¡Qué tontería!

—¡Eso digo yo!

—Todos podemos hacer o ser lo que queramos ser. Mira… Yo puedo ser una Lechuza, la diosa de la sabiduría

Y acto seguido, el viejo bibliotecario se transformó en una lechuza enorme, blanca y preciosa que la miraba con ojos escrutadores. La niña se veía reflejada en ellos y, de repente, la lechuza desapareció para dar paso a una balanza.

—¿Ves? Ahora soy la representación de la justicia.

—¡Qué bueno! ¿Y qué más puedes ser?

—Puedo ser el ser más listo de la tierra, una raposa.

Y se convirtió en una preciosa raposa de color marrón granate que movía su enorme y frondosa cola alrededor de la niña. Ella aplaudía entusiasmada.

—Y ahora seré una manzana, la representación de la duda y la curiosidad, las dos premisas que han hecho avanzar a la humanidad. ¡No se te ocurra comerme!

Y la bella raposa se convirtió en una jugosa y roja manzana que se posó en la mano de la niña. Ella sonreía entusiasmada. Realmente ese bibliotecario podía ser todo lo que quisiera. Matusalén volvió a su estado original.

—¡Ha sido fantástico! ¡Me ha encantado! ¿Cómo puedes hacer todo eso? ¿Podría hacerlo yo también?

—Te contaré mi secreto. Con esto…

Y le entregó un objeto que la niña recogió con sumo cuidado.

—¿Qué es?

—Un libro. Encierra el saber del mundo, los conocimientos de la humanidad. Yo soy muy viejo y me he leído todos los libros de la biblioteca, por eso te puedo asegurar que tú y yo, y cualquiera, puede ser lo que quiera ser.

—¿Incluso las niñas?

—Incluso las niñas. Solo tienen que leer libros.

—Pero yo no sé leer.

—Ábrelo y verás como sí que sabes.

La niña abrió aquel libro y, de repente, sus ojos recorrieron símbolos que entendía. No sabía cómo, pero sabía leer. Y esos símbolos se convirtieron en palabras y las palabras en frases y las frases en párrafos y… antes de que se diera cuenta, ya se lo había leído todo.

—¿Me estás diciendo que si leo más libros podré ser lo que quiera?

—Leyendo libros y con algo más… «Se trabaja con imaginación, intuición y una verdad aparente; cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar». Y también la base de todo lo que una niña quiera ser. ¿Qué quieres ser tú?

—Yo quería ser granjera al principio, pero luego supe que lo que de verdad quería es ser reina.

—Pues si pasas aquí la noche leyendo todos los libros que puedas, conseguirás serlo.

La niña le regaló una enorme sonrisa y se dispuso a recorrer aquella biblioteca buscando libros que leer. Después de uno, vino otro, y luego otro. Su sed de conocimiento era insaciable. No había ningún tema que no le pareciese interesante. A la vez que leía, le contaba a Matusalén lo que había aprendido y este le orientaba hacia qué libro dirigirse después.

Cerca ya del amanecer, la niña seguía sentada en el suelo con un libro en el regazo. Llegó a la última página… «Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado». Se entristeció. Era la primera vez que veía algo así en los libros que leyó esa noche. No quería que se acabara. Entonces se dio cuenta de que ya no había luz en el interior de la biblioteca, que toda entraba del exterior. El sol estaba a punto de salir.

Se levantó y echó a correr hacia su granja. Llegó y despertó a todo el mundo antes que el gallo. Luego, puso trampas para ratones por todo el pajar. En una hora cayeron más de los que el gato cazaba en un día. Corrió hasta donde pastaban las ovejas, las rodeó haciendo gestos con las manos y los brazos, las llamó a silbidos y, en un periquete, todas estaban en el aprisco. Después, se fue hasta la cuadra del caballo, lo enganchó al carro y subiéndose encima llegó hasta la granja de su vecino.

—¿Sabes lo que te digo? ¡Yo podría ser granjera si quisiera! Pero lo que quiero es ser reina.

Y dicho esto, salió veloz en su carro y se dirigió al  Palacio.

Al llegar, todos los lacayos la miraban con curiosidad y se apartaban hacia un lado. Sin obstáculo alguno llegó al salón del trono. Allí estaba el rey. Llevaba años penando por haber desterrado a su hija y había enfermado. Al verla sus ojos se iluminaron.

—¡Hija mía! ¡Has vuelto!

—¿Eres mi padre?

—¡Sí, sí! Yo te desterré a una granja por el dolor de perder a mi esposa, tu madre, pero perderte a ti fue un mal aún mayor. He sufrido mucho. No sabía lo que hacía… ¡Perdóname!

—Entonces… ¿Soy una princesa?

—¡No! Eres una reina. A partir de este momento una niña puede ser reina. Tú eres mi reina.

Y se inclinó hacia ella en señal de reverencia invitando a toda la corte a que hiciera lo mismo.

La niña se convirtió en la Reina Eva, la primera mujer en tener la sabiduría de una lechuza, la justicia de una balanza, la audacia de una raposa y la curiosidad que representa una manzana, la primera en hacer lo que podría hacer un gallo, un gato, un perro, un caballo o un granjero. La primera mujer en despertar al mundo entero. Ella promulgó dos leyes como primer acto de gobierno del reino. La primera, instaba a sus súbditos, sobre todo a las mujeres y a las niñas, a leer libros, todos los libros que pudieran. Y la segunda, daba a conocer a los cuatro vientos que tanto dentro como fuera de sus dominios, las niñas y las mujeres, podían ejercer cualquier oficio y realizar cualquier labor igual que los hombres.

La reina Eva se convirtió en una soberana amada y respetada por su pueblo, pero ella nunca olvidó sus orígenes. Llevó a Palacio a los padres adoptivos que la habían cuidado en una granja y visitaba al viejo Matusalén todos los días para, sentada en el suelo, leer un nuevo libro que posaba en su regazo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE DICIEMBRE

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de DICIEMBRE a ¡¡¡CONTAR UN CUENTO!!! Fuera dramas. Es el momento de sacar toda la dulzura, la poética y el amor que albergue en nuestros corazones y dejar que la imaginación nos lleve de nuevo a la infancia.

Para la creación de este relato hay CUATRO premisas (la primera vez que hay cuatro):

La PRIMERA, tiene que ser un relato apto para menores. Ya sabéis, nada de violencia, sexo, droga o Rock&Roll (es un decir). Aventuras, viajes, historia, intriga… todos los géneros están permitidos, siempre y cuando, puedan ser entendidos, digeridos y disfrutados por nuestros enanos. Que podamos reunirlos junto a la chimenea, los que la tenga, sentados sobre la alfombra, los que la tenga, con el traje de juglar, la larga barba blanca y el sombrero de lana, el que lo tenga. Y el que no tenga nada de esto, pues que se acomode junto a ellos en el sofá y les haga disfrutar de un buen viaje al mundo de la fantasía. ¿El cuento tiene que ser, obligatoriamente, Navideño? Pues no tiene por qué, pero si os apetece, ¡adelante!

La SEGUNDA, que usemos la Fantasía. Imaginad un mundo fantástico, pero alegre y divertido. Un lugar al que os gustaría ir después de cerrar los ojos para dormir. Un universo fabuloso lleno de criaturas imposibles, divertidas aventuras y grandes sonrisas.

La TERCERA, tendrán que aparecer, obligatoriamente, al menos, dos personajes: un Niño o Niña y una criatura fantástica, es decir, un personajillo que no exista en nuestra realidad.

La CUARTA, dejemos la realidad a un lado y démosle a la historia un Final Feliz.

Y luego una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:

«Todo cuento es como se lo cuenta, la conciencia de que fondo y forma no son dos cosas es lo que hace al buen narrador oral, que no se diferencia así del buen escritor aunque los prejuicios y los editores estén a favor de este último». Julio Cortázar.

«Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos». Gilbert Keith Chesterton.

«Se trabaja con imaginación, intuición y una verdad aparente; cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar». Juan Rulfo.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

VadeReto de Octubre: Sor Inés Despelle.

VadeReto de Noviembre: El Marcado.

EL MARCADO

EL MARCADO

Imagen: Magdalena Korzeniewska.

Se acercaba la hora del Turno. Todo el pueblo andaba ya sobrecogido, temeroso, absorto en terminar sus labores antes de que llegara. Mi madre me hacía encargos continuamente… «¡Ve a por agua!», «¡No olvides recoger leña!», «¡Guarda la vaca!», «¡Cierra la valla!», «¡Busca al perro!». Mis amigos y yo cumplíamos esas órdenes maternas con celeridad. Por un lado, nuestra mentalidad infantil se regocijaba con cada cometido. Emprendíamos la tarea como si fuésemos capitanes de un ejército dispuestos a cumplir la última misión de la tropa. «¡Adelante mis valientes!», «Cerremos la vaya antes de la hora!», «¡Sí, mi capitán, a sus órdenes!». Reíamos y echábamos a correr de un lado a otro mientras mi madre me miraba con esos ojos tristes y profundos que le colgaban en la cara según se acercaba el día del Turno. Nosotros no éramos conscientes todavía. Tan jóvenes. Como íbamos a sospechar siquiera lo que significaba todo ese temor contenido no solo en nuestras madres, sino en todo el pueblo.

Un hombre se me quedó mirando cuando iba hacia mi casa. Era el más anciano del lugar. De hecho, siempre me extrañó tanto su presencia que una vez se lo pregunté a mi madre… «¿Por qué ese hombre tiene tantas arrugas en la cara?». Me respondió de una manera tan misteriosa que tuve miedo por primera vez… «No te acerques a ese hombre, hijo… Es un marcado… No le mires o te marcará a ti». Yo no sabía qué era eso del «marcado», pero en verdad debía ser algo terrible porque no había nadie más en la aldea con ese aspecto. Ese día, al pasar a su lado me habló.

—¿Tu eres el joven Axel?

—Sí, señor…

—¿Conociste a tu padre?

—No, señor…

—Cuando se… marchó?

—En el último Turno, señor… Cuando yo nací…

—¿Se fue alguien más de tu familia?

—No, señor…

—¿Tienes miedo, joven Axel?

—Sí, señor…

—¿A qué?

—Al Turno, señor… A la muerte…

—«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos».

—No le entiendo, señor…

—No temas a la muerte, solo al Turno. ¿Sabes que podrías librarte de él…?

—Nadie se puede librar, señor.

—¡Yo lo hice… Yo lo hice…!

Y se marchó lloriqueando… Cuando se lo conté a mi madre, me agarró y empezó a escrutarme como si tuviese piojos por todo el cuerpo. «¿Qué te ha hecho, que te ha hecho? ¿Te ha marcado?». Por más que le decía que no me hizo ninguna marca, ella seguía buscando en mi cuerpo. Cuando se cercioró de que no tenía nada, se echó a llorar. La arropé como pude, pero su desconsuelo era enorme.

—Hijo… Nunca, nunca, dejes que un marcado se acerque a ti. Si recibes la marca serás desgraciado para siempre. Como ese hombre…

—¿Quién es, madre?

Y volvió a llorar…

Justo a la medianoche, sonaron las campanas de la iglesia. Todo el mundo en la aldea se encerró en sus casas. Apagaron las hogueras y los candiles. Hicieron callara a los bebes, mataron a los animales que berreaban… El mundo entero quedó en silencio cuando el frío helador de la noche levantó la niebla que traía el Turno. Yo tenía tanta curiosidad que, a escondidas de mi madre, hice un agujero en la pared detrás de mi cama. Mientras ella musitaba sus oraciones yo alcé mi almohada y miré por el agujero. No se veía nada. Todo estaba muy oscuro. De repente, la niebla empezó a moverse, a ras de suelo, como un limo blanquecino que reptara a lo largo de las callejas. Se escuchó un quejido lastimero, lejano, ahogado, turbio… Tenía miedo, pero mi curiosidad infantil pudo más y seguí mirando. Me llegó el olor enseguida. Era nauseabundo, putrefacto, sanguinolento, como de una cerda recién parida… Llegaba el Turno, pero no conseguía ver nada… Hasta que un ojo se paró delante de mi agujero. Di un respingo y grité. Mi madre se acercó a mí y al comprobar lo que estaba haciendo se asustó tanto que se apartó de mí…

—¡Estas marcado, estas marcado…!

En ese momento, se abrió la puerta de la casa y el hombre viejo que había visto antes, entró con un farol en la mano. Mi madre se quedó lívida, pero, inexplicablemente, se acercó a él en silencio, obediente, dócil, en paz… Y le siguió. Cuando  me dispuse a ir tras ellos, el anciano se volvió y me miró con lástima.

—¡Tú no! ¡Estás marcado!

Y desaparecieron de mi vista. Volví a mi cama y mire por el agujero. De todas las casas, lentamente, salían gentes siguiendo al hombre del farol. Algunos eran mis infantiles amigos. Mientras, otros se quedaban dentro sin decir nada, temerosos…

Al cabo de unas horas, la niebla se disipó y la luna hizo su aparición majestuosa, brillante, lumínica. Toda la aldea quedó a la vista con su resplandor. Un grupo de personas se arremolinaban en la plaza. Unos lamentaban amargamente haberse quedado, otros lloraban de felicidad por los que se habían ido. No entendía nada.

Una niña se acercó a mí y se me quedó mirando.

—¿Por qué tienes arrugas en la cara?

No sabía lo que me decía. Pero todo el pueblo levantó la vista y me miró. Salieron huyendo despavoridos. Me acerqué al pozo y, a la luz de la luna vi mi imagen reflejada en él. Era la de un anciano con la cara arrugada.

Eché a correr tanto como pude. Pero mis piernas, esa misma mañana jóvenes y ágiles, se quedaban estancadas en cada paso. No pude ir muy lejos, me senté en el suelo y miré mis manos. Eran iguales a las del anciano que había visto aquella noche.

Me tape la cara y me eché a llorar.

Antes del amanecer, un viento lejano me trajo la voz de un anuncio. El Turno había pasado. Los afortunados fueron llevados en paz por la muerte, los demás, se quedarían ansiosos en sus casas, sufriendo día a día, minuto a minuto, apesadumbrados por no saber en qué momento les llegaría su Turno. Solo una persona de la aldea, el marcado, lo sabía. Solo él podía elegir a los afortunados difuntos cuando llegara el siguiente Turno y solo él señalaría un nuevo marcado. El que debía hacer cargar con la cruz del desasosiego a una buena parte de las gentes de la aldea, las que se quedarían esperando.

Ahora lo era yo, como lo había sido mi padre, el anciano que me saludó el día del Turno.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE NOVIEMBRE

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de NOVIEMBRE ¡¡¡LA MUERTE!!! Se trata de rendir culto a la MUERTE. No de continuar con los cuentos de terror que se iniciaron el mes pasado, aunque se podría hacer. El género literario es libre. Tampoco es necesario usar a la señora de la guadaña como protagonista, pero podría ser la estrella de la fiesta si se quiere. Podría usarse, simplemente, como una figura alegórica, que flote en la atmósfera de la historia; ser el tema del que hablen los personajes; formar parte del propósito, el objetivo o la intriga de la trama; o como una simple excusa para el desarrollo de los personajes. Todo un mundo de posibilidades.

Para la creación de este relato había dos premisas:

La PRIMERA, es que el escenario ha de ser bastante tétrico. No tiene por qué ser un cementerio, pero tampoco un lugar en donde quedar a hacer un pícnic con los colegas. A menos, que sea para contar cuentos de muertes, claro.

La SEGUNDA, dentro de la trama deberá haber algún componente mágico o fantástico. Es decir, una criatura feérica, un acto de magia, algún elemento sobrenatural… Creo que sabéis por dónde voy. Eso sí, tenéis total libertad para crear la historia dentro de ese mundo fantástico o llevar la fantasía a nuestro mundo. Como más os guste.

Y luego una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas:

«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». Antonio Machado (1875-1939) Poeta y prosista español.

«No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda». Woody Allen (1935-) Actor, director y escritor estadounidense.

«La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente». François Mauriac (1905-1970) Escritor francés.

Como de costumbre, la que yo he elegido es la señalada en negrita.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

VadeReto de Octubre: Sor Inés Despelle.

SOR INÉS DESPELLE

SOR INÉS DESPELLE

Imagen: Henri Martin, «The Lovers»

Mi madre siempre me contaba un cuento antes de dormir cuando era niño. Decía que aquellas historias se las susurraba un ángel al oído para que me las contara a mí. Solo recuerdo una noche en la que no me contó un cuento. Fue la noche en la que murió, cuando yo tenía tan solo 10 años. No hubo en mi vida posterior una noche más triste que la de aquel otoño, la del último día de octubre.

Yo nací cerca de Oñate, en “la selva” como lo llamaba mi abuela, un caserío enorme donde habían vivido todas las generaciones de Zumárraga. Mi abuela era viuda y para ella, y para su numerosa familia, no resultaba fácil la vida en un lugar al que muchos inviernos aislaba del resto y donde solo se cocía el pan una vez al mes. Pero los recuerdos de mi infancia son felices. Todas las noches un ángel susurraba cuentos a mi madre para que ella me los contara a mí. Y yo disfrutaba muchísimo con ellos. Entre el amor de mi madre y las historias de ese ángel que velaba por mí, viví días muy felices en aquel caserío. Sin embargo, el más fantástico de todos los cuentos que he escuchado en mi vida fue, precisamente el que llegó a mis oídos la noche de su muerte, la de aquel día de otoño.

En esa fatídica ocasión una mujer entró en mi habitación a medianoche. Al verla, mi conmoción aumentó, pues con aquel hábito blanco, más bien me pareció una virgen. ¿Habré muerto yo también?

La visión me dijo que su nombre era Inés, Sor Inés Despelle, y no era una aparecida, sino una lejana prima de mi madre que había venido al funeral. Ella sabía que mi madre me contaba cuentos todas las noches y se ofreció a hacerlo. Sin embargo, me confesó, no sabía contar cuentos, así que solo me contaría una historia, la suya propia, la del porqué había llegado a convertirse en monja. Y esto es lo que me contó…

Se había criado con mi madre, en el mismo caserío donde nos encontrábamos en ese momento. Era muy extraño, pues ella nunca me había contado que tuviese una prima, y yo era la primera vez que oía el nombre de Sor Inés Despelle.

El primer día de aquel otoño cayó una espesa y extraña niebla que lo envolvió todo. Durante semanas nadie en el caserío se atrevió a moverse por miedo a ser devorado por un lobo o caer por alguno de los precipicios que jalonaban el monte. No se veía más allá de los propios pies.

En el caserío se encontraba también el prometido de Inés, un joven que había ido, precisamente, a pedir su mano a mi abuela. Al echarse la niebla tuvo que quedarse allí también y se decidió que se pospondría la petición hasta que se despejara, pues no sería bueno ni decente que ambos prometidos permanecieran tanto tiempo en la misma casa sin poder salir.

Llevaba, como regalo de pedida, un broche dorado en forma de León que pertenecía a su familia desde tiempos inmemoriales, era el símbolo del blasón familiar y lo tenía en gran estima. Pero el chico no había contado a nadie cual iba a ser su regalo, quería que fuese una sorpresa y lo guardaba celosamente.

Inés era una muchacha muy avispada, risueña y curiosa. Muy curiosa. Y le carcomía no saber que regalo era el que había traído su novio para ella. No podía esperar a que llegara el momento de la celebración de la pedida de mano, pero no se atrevía a entrar en la habitación de su novio a curiosear. Entonces, le pidió a su prima, mi madre, que fuese ella y buscase su regalo. Al principio se negó, pero como a Inés no podía negársele nada, pues así de grande era su encanto, acabó cediendo.

Cada vez que el novio salía de su habitación, mi madre entraba en ella y revolvía todo buscando el regalo. Así lo estuvo haciendo durante varios días, pero nunca dio con él. Cansada de aquello le dijo a Inés que ya no lo buscaría más.

Inés era muy lista. Pensó y pensó y se dio cuenta de que si su prima no lo encontraba en la habitación cuando él no estaba en ella, debía ser porque el regalo lo llevaría consigo, así la única forma de verlo sería, entrar en la habitación cuando él estuviese dentro… durmiendo.

Le contó sus cavilaciones a mi madre, pero ésta se negó en redondo a entrar en la habitación de un hombre mientras él estuviese dentro. Inés cambió de estrategia y le pidió que hablara con él, que le “interrogara”, a ver si conseguía averiguar donde guardaba su regalo. Mi madre accedió de nuevo a sus peticiones.

Mientras los días pasaban, la convivencia en el caserío se hacía cada vez más estrecha. A Inés y a su novio les vigilaban todos, pues no hubiese sido decente que hubiese ocurrido un “desliz” en aquella situación adversa. Pero a mi madre nadie le prestaba mucha atención y durante todos esos días hablaba mucho con el novio de Inés, ante el beneplácito de ella que esperaba que al final, confesara.

Sin embargo, entre los dos jóvenes se fue fraguando una sincera amistad y mi madre acabó confesándole sus intenciones y las de Inés. El muchacho, muy indignado, decidió que escondería el broche en un lugar seguro hasta que llegara el día. A la vez, un sentimiento de animadversión hacia Inés se fue fraguando en su corazón.

La situación en el caserío se hizo difícil cuando empezaron a escasear los alimentos y la niebla persistía. Inés fue una de las que peor lo pasaba, pues además del pecado de la curiosidad, le atacaba el de la gula. Cada noche acudía a la despensa y comía alguna cosa que los demás no fueran a echar mucho de menos. Le gustaba sobre todo la mermelada de fresa que mi abuela preparaba, de gran fama en la comarca. Una noche descubrió en uno de los tarros de mermelada un paquetito que contenía un broche en forma de León dorado. ¡Ese era su regalo! ¡Lo había descubierto! Volvió a guardarlo en su sitio y se dirigió muy contenta a la habitación de su prima para contárselo. Pero no estaba.

La buscó por todas partes muy extrañada de no encontrarla. Hasta que una duda asaltó su corazón y se dirigió a la habitación de su novio. Allí encontró a su prima, mi madre, y a su futuro prometido, desnudos y abrazados, durmiendo plácidamente. Un amago de llanto hizo callar su desbocado corazón y salió de allí con el mismo sigilo con el que había llegado.

Unos días después la niebla se fue despejando, a la vez que el ambiente entre Inés, su novio y mi madre, se hacía cada vez más enrarecido y espeso. Diríase, como afirmaba George Sand, que «el otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno». Nadie sospechaba que la niebla que nos envolvió ese otoño, se iba a quedar ensartada en nuestros corazones, como un persistente invierno.

Los dos amantes se sentían felices por haber descubierto su amor, pero también muy desdichados por el modo en el que había sucedido todo. Decidieron que se lo contarían a la familia y que seguirían adelante con su relación, pero ya basada en la verdad, y que pediría la mano de mi madre en lugar de la de Inés. A mi madre le dolía muchísimo la situación que se había creado con Inés y quería contárselo primero a ella.

Cuando se lo dijo, Inés se enfadó mucho y les amenazó con un anatema… Juró que no podrían casarse nunca. El muchacho le dijo que no tenía nada que hacer, que él había traído un regalo de petición de mano y que sería para mi madre, se había enamorado de ella y, además, Inés había traicionado su confianza por su desmedida curiosidad.

Inés se retiró llorando y trazó un plan. Corrió a la despensa y sacó el paquetito del bote de mermelada de fresa y lo escondió en una botella de Jerez que permanecía olvidada en un rincón de la enorme bodega del caserío. Estaba segura de que allí nadie lo encontraría, el chico no podría pedir la mano de mi madre, y si se les ocurría contar la historia de la curiosidad de Inés, nadie lo creería al no aparecer el broche.

La noche de la petición, también un 30 de octubre del otoño más extraño que se recuerda en la comarca, el muchacho se levantó de la mesa y armándose de todo el valor que pudo reunir, contó a todo el mundo que estaba enamorado de mi madre, pero que no podía casarse con ella. Pidió disculpas a todos y dijo que se marchaba a buscar fortuna. No había podido aportar nada como regalo de pedida. No tenía el broche. Aquella misma noche salió del caserío y nadie nunca más volvió a saber nada de él.

Mi madre se quedó destrozada, tanto como desolada quedó Inés, a quien el remordimiento por su mala acción le llevó a internarse en un convento y convertirse en Sor Inés Despelle. La misma que estaba contando su historia sentada en el borde de mi cama.

Entre llantos me contó que mi madre me tuvo a mí en el Caserío y que yo fui la única alegría que llenó su corazón a lo largo de su vida, pues debido a su condición de madre soltera, mi abuela no la dejaba ir al pueblo para no recibir las burlas de las demás gentes. Y todas las noches me contaba un cuento susurrado por un ángel a su oído para mí.

Cuando acabó de narrarme esta historia me entregó una botella de Jerez en cuyo interior se podía ver un pequeño broche en forma de león dorado. Y me hizo una última confesión, me reveló el secreto mejor guardado en mi familia. El nombre de mi padre era Ángel.

AlmaLeonor_LP

VADERETO DE OCTUBRE

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de OCTUBRE ¡¡¡UN OTOÑO DE MIEDO!!! Para la creación de este relato había dos premisas:

La PRIMERA es sobre el tema: Este es el mes del Terror, porque termina en Jaloguín, aunque algunos dicen que este título le corresponde a noviembre. Para mí, como es el mes en que cumplo años y las velas se caen ya por los bordes del pastel, OCTUBRE es el mes más terrorífico del año. La imaginación toma aquí el timón para llevarnos a vivir increíbles experiencias. Tu mente crea tus propios monstruos y lo que para unos es un payaso que lo hace reír a carcajadas, para otro es el ser más terrorífico que se puede uno encontrar en una esquina, y maldita la gracia que hace. Por eso son interesantes estas historias. Te permite explorar, como escritor, tus propios miedos y, como lector, experimentar el que otros crean. ¿Otoño? ¿Terror? Parece una combinación interesante, ¿no? Pero, ¿Qué tal si le ponemos algunas condiciones? Vamos a intentar alejarnos de las figuras y escenarios clásicos y típicos. El cementerio, los fantasmas, los monstruos hollywoodenses, la oscuridad, la niebla… todos estos son recursos bastante trillados y de fácil inspiración. ¿Os atrevéis a usar escenas cotidianas, personajes corrientes, sucesos nada relevantes… y transformarlos en auténticas historias de terror?
No os olvidéis que debe ocurrir en Otoño.

La SEGUNDA es que incluya una de estas citas. Como de costumbre, la que está en negrita es la que yo he utilizado:

-«A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir». Patrick Modiano.

-«¡Claras tardes del otoño moguereño! Cuando el aire puro de octubre afila los límpidos sonidos, sube del valle un alborozo idílico de balidos, de rebuznos, de risas de niños, de ladridos y de campanillas…». Juan Ramón Jiménez

-«El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno». George Sand (Amantine Aurore Lucile Dupin)

Esta historia es ya antigua. Fue un reto que nos propusimos en un antiguo grupo de lectura y escritura al que pertenecía, el blog de la revista QuéLeer y que tan buenos momentos nos produjo y tan fantásticos recuerdos me trae. Estaba publicada en HELICON tal cual la escribí entonces, pero para esta ocasión la he modificado un poco, solo un poco. No es que sea un relato de terror-terror, pero sí tiene algo de misterio y un ambiente de otoño.

AlmaLeonor_LP

PARTICIPACIONES ANTERIORES:

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.

LA ESTATUA

LA ESTATUA

Imagen: Los Niños del ParaguasParque Genovés, Cádiz

El VadeReto de este mes de AGOSTO no puede ser más interesante (¡que més no lo es!), y es que la propuesta que nos hace JascNet es escribir sobre LA ESTATUA. Para la creación de este relato había dos premisas:

Primera: El VadeReto va sobre LA ESTATUA y la imagen es solo ambientación para la entrada y publicidad de una de las estatuas más emblemáticas de Cádiz. Nos propone utilizar una ESTATUA que nos guste, que sea identificativa de nuestra ciudad o ¡¡inventada!! Y es que las normas de este reto, es que no hay normas. Como sugerencia, nos ofece las siguientes preguntas:
-¿Es la estatua la que os inspira o hace recordar alguna historia, o es ella misma la que os la cuenta?
-¿Habéis traspasado el umbral de la realidad y adentrado en un mundo de fantasía dónde la estatua cobra vida?
-¿Ocurre algo en la plaza que hace protagonista a la estatua?
-¿Qué tiene de diferente esta estatua para evocaros una historia fantástica?

Segunda: También nos propone una serie de frases que podemos utilizar (o no) en nuestro relato:
-«La escultura es el arte de la inteligencia». Pablo Picasso
-«La arquitectura es la ordenación de la luz; la escultura es el juego de la luz». Antoni Gaudí
«Los ojos de las estatuas lloran su inmortalidad». Ramón Gómez De La Serna.

Como siempre, la remarcada en negrita es que la yo he utilizado.

Durante una conversación con JascNet surgieron las GÁRGOLAS como tema del relato, pero buscando la definición de ESTATUA me he encontrado con que ellas, por muy intrigantes, misteriosas, interesantes y literarias que sean, no entran en esta definición:

Una estatua es la obra escultórica elaborada a imitación del natural, ​ que generalmente representa en efigie a una figura humana. En función de su actitud, puede presentar las siguientes denominaciones: propia (en pie), sedente (sentada), yacente (tumbada, generalmente sobre un sarcófago), ecuestre (a caballo), orante (arrodillada), oferente (ofreciendo presentes). Por la zona del cuerpo humano representada, se distingue: busto (solo la cabeza y la parte superior del tórax), herma (un busto que se prolonga por su base en forma de alto pedestal, más estrecho hacia abajo y sin solución de continuidad con la figura), torso o fragmento de escultura sin cabeza, piernas y brazos (típica en escultura romana, añadiéndose el resto del cuerpo en piedra de distinto color y textura). Por su tamaño, se denominan: colosos (las estatuas de gran tamaño que suelen representar a una personalidad destacada), estatuillas (las que tienen pequeño tamaño que suelen utilizarse como elemento ornamental o de culto).

Así que, nada de gárgolas, solo ESTATUAS. Pero en esta ocasión se me ha ocurrido hacer algo completamente distinto a lo hecho hasta ahora, espero no salirme del contexto del reto si en lugar de UN RELATO sobre UNA ESTATUA, ofrezco VARIOS MICRORRELATOS de 150 palabras cada uno, sobre VARIAS ESTATUAS. Y, la verdad, me ha gustado tanto esto de escribir un microrrelato sobre una estatua, que creo que voy a seguir realizando este ejercicio con un montón de ESTATUAS de las que tengo en fotografías propias y, quizá, otras que me gustan mucho y de las que buscaré una imagen en internet (como el David de Miguel Angel, una de mis favoritas, pero que aún no he visto).

Y con el beneplácito que espero obtener a este atrevimiento, aquí están los textos.

ESTATUA HUMANA

Distintas ESTATUAS HUMANAS en: Venecia, Pamplona y Amsterdam. Fotografías propias.

—Y, entonces, tu novio ¿cómo es?

—Pues, a veces muy besucón, otras un animal y en ocasiones gasta unas bromas, que asustan.

—Pues hija, que voluble… No creo que te aburras con alguien así…

—No te creas, es una ESTATUA humana.

—¡No me digas! Con tanto vaivén… ¿Quién lo diría?

—Pues sí, le va bien la profesión…

—Al menos, por la noche, eso de ser un «animal», te hará feliz en la cama…

—Bueno… De día ejerce y de noche… lo practica. Hace meses que no me como un rosco, como oyes…

—Que mal has elegido, hija… De día no le ves y de noche no le sientes…

—Esa es otra… Soy el señuelo. Si no empiezo yo pidiéndole una actuación, la gente no se anima… Se arruinaría… y, mientras tanto, a mí me arruina las noches… Menos mal que tiene humor. Me faltarán noches locas, pero nunca la risa.

LA VICTORIA DE SAMOTRACIA

La Victoria de Samotracia en su ubicación en la Escalera Daru en el Museo del Louvre. Fotografía propia.

Vienes volando, como un ser espectral, batiendo tus alas, liviana… Con tu vestido al viento, transparente, tan femenina… La belleza de tu cuerpo es impresionante… Me llamas…

—Fernando… Fernando… ¡Mírame…!

Te miro y caigo extasiado en tu mirada… ¡Espera, espera…! ¿Qué mirada? ¡Dioses del cielo! ¡Si no tienes cabeza! ¿Cómo puedes llamarme entonces?

—Fernando… Fernando… ¿Estás bien…?

No, no estoy bien, ¡cómo voy a estar bien si vienes a mí levitando, en cueros y sin cabeza…! Y encima conoces mi nombre… ¡Pero eres un bellezón! Me iría contigo al fin del mundo…

—Fernando… Fernando… ¡No te vayas…!

¿No quieres que me vaya contigo? ¿Y por qué me llamas entonces…?

—¡Ya abre los ojos! ¡Ya abre los ojos…! Fernando, ¿me oyes?

—Caballero, se ha caído usted por la escalera Daru… Menos mal que le ha frenado la ESTATUA de la Victoria de Samotracia, si no, rueda usted hasta abajo del todo…

MAIMÓNIDES

Estatua de Maimónides en Córdoba. Fotografía propia (texto ligeramente basaso en una historia real).

—¡Que te digo yo que es por aquí!

—¡No!, por ahí ya hemos pasado… hay que girar a la derecha…

—Así llegamos a la plaza del principio… A ver, déjame el plano…

—¿Y si preguntamos? Acabaremos antes.

—¡Tú siempre tan indeciso!

—¡Y tú tan perdida! ¡No te jode!

—¡Antonio! ¿Vamos a discutir también en vacaciones?

—Maribel, yo no quiero discutir, pero recorrer todos los monumentos de Córdoba me parece excesivo…

—Nos falta la ESTATUA de Maimónides, y hasta que no la encontremos no nos vamos.

—Pues voy a preguntar… ¡Perdone, señorita…! ¿Podría decirme…?

—Yo te digo a ti todo lo que tú quieras, ¡salao…!

—¡Oye, bonita, que es mi marido!

—Pues que te pregunte a ti, desaboría…

—¿Ves lo que has hecho?

—¿Yo? Si tú no fueras ligando con todo coño viviente…

—¡Y tu buscando al Maimónides! que a saber quién era ese…

—¡¡Ahí está!! (los dos a la vez)

EL HERMAFRODITO

El Hermafrodita durmiente , copia romana del siglo II a. C., sobre un colchón esculpido por Bernini en 1620. Museo del Louvre. Fotografías propias.

—Para mí no hay una ESTATUA más hermosa que esta, te lo aseguro. Ya lo verás…

—Estoy deseando verla, Gabriela.

—¡Aquí está! ¿Qué te parece?

—No se… Pensaba que sería otra cosa…

—¿No sabes quién es?

—No… ¿Debería?

—Mírala bien José… ¿es un hombre o una mujer?

—Tiene un buen culo… ¡Es una mujer!

—¿Y si fuese un hombre?

—Pues también tendría buen culo… Ahora que miro su cara… Sí, podría ser un hombre… ¡Y hermoso!

—¿Yo te parezco hermosa?

—La que más, ya lo sabes, Gabriela.

—¿Y si fuese como la de la estatua?

—¿A qué te refieres?

—Mírala por el otro lado…

—¡Me cago en la leche! Es un…, pero también…, una… ¿qué significa esto?

—José, ¿tú me quieres?

—Claro que te quiero, pero porqué me lo preguntas ahora… ¿Qué pasa?

—¿Me querrías si fuese como ella? ¿Si tuviese sus mismos atributos?

—Gabriela… Tú… ¿Gabriel…? ¡No es posible…!

TRES HOMBRES DESNUDOS

Desnudos masculinos en Amsterdam, Valladolid y Corella (Navarra). Fotografías propias.

—El desnudo masculino en las ESTATUAS, es una de las artes más antiguas y difíciles de realizar… Los grandes maestros se esforzaron mucho por mostrar el cuerpo humano en toda su magnificencia, las venas, los músculos, la perfección de las formas…

—Profesor… ¿A qué se refiere con eso de la perfección de las formas?

—La perfecta proporción del cuerpo… Desde la cara, complicada, pero que incluso desdibujada es aplaudida, hasta los glúteos, que deben mostrarse perfectos en su redondez, o los atributos masculinos…, que no pueden ser ni enormes, ni minúsculos, o se perdería su esencia…

—¿Y los ojos, profesor?

—Los ojos se suelen esculpir ciegos, mortecinos, apagados, acuosos, como cansados de lagrimear…

—¿Por qué?

—Como decía Ramón Gómez De La Serna: «Los ojos de las estatuas lloran su inmortalidad».

—Su ejemplo de tres hombres desnudos no tienen ojos, profesor…

—Pero al verlos, somos nosotros los que lloramos nuestra imperfección.

AlmaLeonor_LP

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.

VadeReto de Julio: Soledad y algo de Desesperación

SOLEDAD Y ALGO DE DESESPERACIÓN

SOLEDAD Y ALGO DE DESESPERACIÓN

Escultura de Eduardo Cuadrado, de la serie «NAUFRAGIOS» expuestas en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid entre septiembre y noviembre del año 2012. Fotografía propia.

-¡Dios!
-Dime, Noé…
-Estaba pensando… ¿Y si naufrago?

Nunca tanta responsabilidad cayó sobre los hombros de un ser humano. Nada menos que poner a salvo la vida en la tierra, cargando con ella en un Arca que debía resistir los envites de un diluvio trasmutado en castigo divino contra la propia humanidad que ese hombre debía salvar. No solo se trataba de cargar a una pareja de animales de cada especie, también a una pareja de seres humanos. A él, Noé, y a su mujer.

-No puedes naufragar.
-Pero… ¿Y si sucede?

No se lo pensó mucho cuando Dios le hizo el encargo…, los encargos de Dios siempre son un mandato. No podía desobedecer, no debía desobedecer, no quería desobedecer. Él era un devoto creyente cristiano, aunque aún no existía tal especie, pero existiría, Dios se lo había dicho. Y él sería el encargado de que repoblaran la tierra después de que la ira de ese Dios al que obedecía ciegamente, se calmara. No. No lo pensó siquiera. Si le pedía que construyera un Arca, la construiría. Si le pedía que la cargara con una pareja de animales de cada especie, lo haría (nunca la Biblia explicó cómo es que se hizo con animales que no existían en su continente, pero para eso era el elegido de Dios, podría hacerlo). Si Dios le pedía que repoblara el mundo durante la calma tras la tempestad, lo haría.

Es solo que para ese cometido tenía que contar con el consentimiento de su esposa. Y eso era harina de otro costal. Una cosa es obedecer a un omnipotente y poderoso Dios y otra muy distinta, convencer a su mujer de que procrear y salvar la humanidad no eran una excusa para mantener sexo durante días… ¡Que digo días! ¡Décadas! ¡Siglos, incluso! Seguro que ella se lo tomaría como un engaño manifiesto. ¿Qué hombre no haría hasta originar un diluvio universal solo por poseer una mujer? ¡Ah! eso sí que sería la prueba definitiva del poder de un Dios.

-Dios… ¡Tengo miedo!
-No lo tengas y obedece, el tiempo está llegando.
-El mal tiempo, querrás decir.
-Que algo sea bueno o malo es cuestión de perspectiva…
-¿Y tú me dices eso, Dios?

El problema de Noé se iba acrecentando conforme terminaba de construir el Arca. Lejos de animarse con la proximidad de la finalización de la tarea, se preocupaba más aún. ¿Tendría espacio para todos los animales de la tierra? ¿Tendría valor para explicarle a su mujer que debían fornicar incluso durante la tempestad? Y, sobre todo, ¿creería a un Dios que le hablaba de perspectiva en lugar de enseñarle, directamente, el camino del bien? Las dudas de Noé llegarían tarde o temprano a oídos de Dios. No era cuestión de enfadarle y que le encargara el cometido a otro. Incluso el de procrear con su mujer ¡solo faltaba eso! No podía apartarse de la tarea, ¡era su mujer! Bueno, también su Arca, su misión divina. Pero, sobre todo, era su mujer. Tenía que estar seguro de que el camino que emprendía era el correcto, el camino del bien. Esa era la duda que más le atenazaba en esos momentos. Ni siquiera el duro trabajo le apartaba de sus cuitas. Y, claro, Dios se enteró.

-Noé…
-Dime, Dios…
-¿Dudas de mí?
-No, Dios, no dudo… Solo temo…
-¿Qué temes?
-No saber si estoy haciendo lo correcto.
-Me obedeces, eso es lo correcto.
-Es que eso es precisamente lo que temo, Dios, si obedecer es el camino correcto…
-Eso es dudar de mí, Noé…

Pues que así sea, se dijo Noé para sus adentros, sabiendo que Dios le escuchaba también ahí. Sus temores ya no se referían solo a la posibilidad real de convertirse en un solitario naufrago en un mar embravecido por la furia del diluvio que se avecinaba, no… Ahora su peor preocupación era naufragar en su fe. Si no creía en Dios ¿qué le quedaba? ¿Por qué estaba trabajando con tanto ahínco? Se sintió encerrado en una jaula de soledad y algo de desesperación. Dios no le ofrecía respuestas, tenía que encontrarlas por sí mismo. Y le asustaba tal perspectiva ¿eso era lo que significaba ser humano, dudar? Decidió que era más fuerte el miedo que sentía por no estar seguro de su credo que el que podía surgir si al final hasta Dios se equivocaba. Y, además, tal vez el mar fuese más listo que ambos, más que su mujer, que era a quien consideraba más inteligente de todos los que poblaban el Arca, ya lista para la travesía. Tal vez el mar fuese quien, finalmente, resolviera el destino de todos causando un naufragio.

Dios le volvió a escuchar…

-Noé…
-¿Si, Dios?
-No culpes al mar de tu segundo naufragio.

AlmaLeonor_LP

Este relato se incluirá en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de JULIO ¡¡¡EL NÁUFRAGO!!! Para la creación de este relato había dos premisas:

Primera: El reto es sencillo: Eres un Náufrago y tienes que contarnos tu historia. Pero no tiene por qué ser el resultado de un accidente de barco, la pérdida de la brújula, o el escarmiento y destierro por haberte sobrepasado con el carnet de socio civilizado. Puedes ser Náufrago en tu propia ciudad, en tu misma casa, en el trabajo, en el mundo, en el espacio, en la vida. Las condiciones básicas son claras: Soledad y algo de Desesperación. Desde mi punto de vista, el corazón del relato es el sentir emocional o mental del que se encuentra en este estado. Pero ya sabes que puedes pegarle a la idea tantas volteretas como se te ocurran. ¡Viva la imaginación! Puedes escribir la historia desde la primera persona, para hacerlo más íntimo y sensitivo; o usar la tercera si te apetece contarlo de forma más impersonal y externa.

Segunda: Una frase que debe aparecer dentro del relato y que debéis elegir entre las citas siguientes:

-«Estoy absolutamente cautivado por el ambiente de un naufragio. Un buque muerto es el hogar de una gran cantidad de vida: peces y plantas. La mezcla de la vida y la muerte es un misterio, incluso religioso. Existe la misma sensación de paz y el mismo estado de ánimo que el que sentimos al entrar en una catedral». Jacques-Yves Cousteau.

-«La muerte para los jóvenes es naufragio y para los viejos es llegar a puerto». Baltasar Gracián.

-«No culpes al mar de tu segundo naufragio». Publilio Siro.

He decidido utilizar la última frase, la de Publilio Siro, pero, además, la inspiración para el relato ha venido después de leer esta por casualidad: «Si Noé hubiera poseído el don de adivinar el futuro, habría sin duda naufragado». Es de Emil Ciorán, de su obra «Silogismos de la amargura» (1952), y he pensado que tiene mucha razón. ¿Cómo se hubiese escrito la historia de la vida en la tierra si Noé hubiese naufragado en su fe o en el mar?

La imagen forma parte de una serie de fotografías que tomé hace tiempo, en el año 2012 en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid, donde estudiaba Historia entonces, y donde se celebró una exposición del artista Eduardo Cuadrado, bajo el título genérico de NAUFRAGIOS. Pensé en estas fotografías en cuanto leí el título del VadeReto de este mes. Podéis ver más imágenes pinchando aquí o en la imagen inferior.

NAUFRAGIOS, de Eduardo Cuadrado.

AlmaLeonor_LP

VadeReto de Abril: ¡Vacío!

VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata

VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.