EL NAUFRAGÍO

Han pasado casi cuarenta años de aquel fatídico día en el que naufragamos. Hoy he recibido un paquete. Es una caja como aquella que yo envié, sin remite ni destinatario. No sé quien la ha dejado en mi puerta, pero no me atrevo a abrirla. Por alguna extraña razón, sé que encontraré mi propio brazo ahí dentro. Soy Patrick Macnamara y el diablo viene a obligarme a cumplir mi promesa.
—/—
Me embarqué en aquel carguero sin esperanza ninguna, era una oportunidad como cualquier otra de encontrar trabajo, “una ocasión única”, me dijeron. Y lo creí. Yo era un simple carpintero irlandés sin fortuna. Aprendí el oficio al lado de mi padre, en los muelles de Bristol, cuando el trabajo no escaseaba. De repente, todo se fue al garete. Mi padre apareció muerto en una taberna. Nunca supe muy bien lo que ocurrió, pero, me encontré solo y huérfano a mis veinte años. Y sin futuro. Alguien me dijo que me embarcara. Que América era el paraíso. Allí había trabajo y oportunidades para alguien como yo. Era febrero de 1928 y todo bullía en América. Nada quedaba en las viejas islas para mí.
Trabajé a bordo para pagar mi pasaje. Todo iba bien. El cocinero, un cubano mulato más grande que un armario ropero, se apiadó de mí y me pasaba alguna manzana o lo que pudiese de la cocina para que no falleciera de hambre. Otro marinero, inglés, y solo un poco mayor que yo, de nombre Luke Phillips, era mi compañero de litera y de partida. Todas las tardes, antes de retirarnos a dormir, jugábamos a las cartas con otros marineros. Él me había dado algunas lecciones para trampear a los demás y nos sacábamos unos cuartos que luego nos repartíamos. El capitán se enteró un día y nos apaleó con su fusta delante de todos, prohibiéndonos volver a jugar. Las tardes se hicieron, entonces, tediosas.
Hasta que llegó la tormenta.
Nos pilló durmiendo. No tuvimos tiempo para nada. De repente, el cielo y el mar parecieron una sola cosa, un aterrador torbellino de agua, negrura y ruido que nos hubiese arrastrado hasta el fondo con el mismo barco de no ser por Magnus Sorensen, otro marinero, de origen danés y fuerte como un toro, que logró sujetar un bote antes de que desapareciera en la nada, y nos ayudó a subir a bordo. Cuando todo se calmó no vimos ningún superviviente más. El barco había desaparecido. En el exiguo bote, agotados, empapados y muertos de miedo, nos encontrábamos el capitán Archibald Cummings, el cocinero Mauritius, Sorensen, Phillips y yo.
Permanecimos en silencio durante horas, mirándonos furtivamente, castañeteando los dientes, sin atrevernos ni a movernos del sitio. Solo teníamos un exiguo barril de agua que Mauritius consiguió izar. Antes de que volviera a anochecer, abrazado a ese barril, fue él quien habló por primera vez.
—¡Vamos a morir todos!
Pero sobrevivimos. Solo nosotros y el cielo sabe cómo lo hicimos. Habían pasado seis meses cuando nos encontraron a la deriva en aquel exiguo bote que ya empezaba a hacer aguas. Desperté en un hospital días después. Alcé los brazos. Vi mis dos extremidades. Estaba vivo.
Una semana más tarde, todos mis compañeros y yo abandonábamos el centro hospitalario. Entonces, me obligaron a hacer una promesa. Yo debía cumplir el trato que hicimos a bordo al poco del naufragio. Nadie debía saber cómo sobrevivimos y, además, tenía que entregar mi parte, como hicieron los demás. Me dieron un año de plazo. Les juré que lo haría y cada uno nos fuimos por nuestro lado. No nos volvimos a ver.
—/—
Creía que nadie respondería a mi anuncio, pero lo hicieron. Habían pasado ya más de diez meses. Pensé que nunca lo conseguiría, se me acababa el tiempo. Pero recibí una carta. Un hombre, en Nueva Inglaterra, en la ciudad de Boston, se ofrecía a entregarme lo que había pedido. No las tenía todas conmigo. No era un encargo cualquiera y no todo valía. Tenía que ser exacto. Quedamos en vernos y unos días más tarde se presentó en mi casa.
Yo había conseguido un buen empleo como matarife en el mercado de Nueva Jersey. Era joven y aprendí enseguida el oficio. Las cosas no iban muy bien en el país, pero seguía habiendo trabajo allí y yo ganaba un buen sueldo. El hombre que recibí una soleada mañana de finales del invierno de 1929 tenía mi edad, pero estaba famélico. A él no le iban las cosas tan bien como a mí. Cuando le vi, entendí por qué me pidió que le pagara el billete como anticipo a sus honorarios.
—¿Por qué ha accedido usted a mi petición?
—Por hambre…
Él no lo notó, pero su respuesta me dejó clavado en el suelo. Unos terribles recuerdos acudieron a mi mente. El hambre. Nadie sabe lo que es eso hasta que se aferra a su garganta y a su mente hasta obligarte a hacer cosas que nunca harías. Cosas que nunca confesarías. Cosas terribles, maléficas, inhumanas. Yo lo sabía bien. Era la culpa que arrastraba, la deuda que debía saldar.
—¿Cumple usted todos mis requisitos?
—Sí.
—¿Pelirrojo?
—Sí.
—¿Pecas?
—Sí.
—Enséñemelo… El derecho.
Lo hizo. Lo comprobé de nuevo y asentí. Estaba todo correcto. Solo faltaba que me lo entregara. Y tenía que ser rápido. Le enseñé el dinero. Lo tenía preparado desde hacía tiempo. Todo lo que ganaba con mi trabajo y con las trampas en el juego que Phillips me enseñó, lo guardaba para esa ocasión. Tenía ya suficiente para pagar a aquel pobre hombre.
—Y ahora, hágalo…
—Antes… dígame una cosa… ¿Por qué?
—¿De veras quiere saberlo?
—Sí.
Y se lo conté. Ha sido la única persona a quien se lo dije. La única. Pero merecía saberlo. Aquel hombre, no quise saber su nombre, salió de mi vida después de dejar mi encargo en una caja. La cerré adecuadamente y la envié por mensajero a la dirección que mis compañeros de naufragio me indicaron cuando salimos del hospital. Les avisé a todos. Ya estaba hecho.
Ese día, un grupo de personas permanecían sentadas alrededor de una mesa: Archibald Cummings, que ya no era capitán y se arrastraba entre tabernas buscando trabajo; Mauritius, que seguía siendo cocinero, solo Dios sabe cómo; un empequeñecido y enfermo Magnus Sorensen, que no vivió mucho más; y Luke Phillips, flamante y ufano esposo de una rica heredera neoyorkina que, en pocos meses, en octubre, se quedaría sin nada. Solo una razón les mantenía allí reunidos. Esperar la caja que yo habría de llevarles.
Pero yo no fui a ese encuentro. Así que solo puedo imaginar cómo sucedieron los hechos. Llamaron a la puerta y alguien se levantó a abrir, seguramente, Phillips. No vería a nadie al abrir, si es que el mozo a quien encargué llevar la caja cumplió mis órdenes. Él se la encontraría en el suelo. Todos se extrañarían al no verme aparecer a la cita, pero sabrían que lo había hecho, que había cumplido mi promesa, en cuanto abrieran la caja. No figuraba ningún remitente, ningún destinatario, ningún dato. Solo tenían que abrirla. Imagino que seguiría siendo Phillips quien lo hiciera. Una vez encima de la mesa, todos se la quedarían mirando, tal vez con asombro, tal vez con miedo. Se preguntarían por qué no me presenté, pero se darían por satisfechos en cuanto comprobaran que era un brazo blanco, pelirrojo y con pecas.
«Sólo los niños aceptan las sorpresas por el placer de las sorpresas», escribe un autor del momento, William Faulkner, a quien leo últimamente. Se hubiesen llevado una buena sorpresa de haberme visto a mi llevar la caja. Porque yo, seguía conservando mis dos brazos.
—/—
Durante aquel naufragio sobrevivimos gracias a Phillips. Fue él quien propuso que cada uno nos fuéramos cortando un brazo, el izquierdo, para alimentarnos mientras nos rescataran. Cuando lo hicieron todos lo habían perdido, excepto yo, que era el último por edad. Al salir del hospital me exigieron que cumpliera la promesa que nos hicimos. Debía entregarles mi brazo, como ellos hicieron con el suyo.
Pero no podía. No quería. Hice un pacto con el diablo, pero no podía dejar que me arrastrara toda la vida. El problema es que yo soy zurdo, por eso no contaba con encontrar a alguien que se ofreciera a entregarme su brazo derecho, blanco, pelirrojo y con pecas, para que todos mis compañeros pensaran que era el mío.
Ese mismo día volví a embarcar, esta vez rumbo a Australia. Era libre, pero los remordimientos me ahogaron día a día. Cada vez que miraba mi brazo derecho se me aparecía como un préstamo fantasma, algo que, en realidad, no me pertenecía. Y, finalmente, fue el diablo quien se cobró mi deuda.
AlmaLeonor_LP
VADERETO DE ENERO 2023

Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de ENERO 2023 a…
¡¡LA CAJA!!
Nos adentramos en un nuevo año con el corazón en un puño. ¿Se terminará de una vez por todas estas etapas de sorpresas chungas? ¿Qué tocará este año, la invasión alienígena o la plaga zombi? Lo mismo nos invaden zombis del espacio. ¡Toquemos madera! Mejor, abracemos árboles, por si acaso. Lo que está claro es que será un año lleno de sorpresas. Después de unas fiestas, en definitiva, para repartir y abrir regalos, cajas y cajas llenas de sorpresas, de esto trata el VadeReto de este mes.

Para la creación de este relato hay no una premisa, sino un supuesto. ¿De qué se trata? Pues leed con atención:
«Un grupo de personas está sentada alrededor de una mesa. Puede que estén comiendo, en una reunión laboral, en algún tipo de experimento sobrenatural, preparando una conspiración… Pueden ser una familia, un grupo de amigos, compañeros de trabajo o gente que no se conocen y por alguna determinada razón están allí reunidos. Vosotros decidís los detalles. De repente, llaman a la puerta. Alguien se levanta a abrir, pero no hay nadie fuera. Sin embargo, al mirar al suelo, puede ver que han dejado una caja. Una caja que no lleva ningún dato. Ni remite, ni dirección de entrega, ni logotipo o marca de ninguna empresa. Una caja totalmente anónima, sin ningún tipo de identificación. La coloca en la mesa y todos, al verla, muestran asombro y miedo. ¿Qué hay dentro? ¿Por qué nadie se atreve a abrirla? ¿De qué tienen miedo?»
Vosotros tenéis que darle forma a la historia y completarla. Crear los personajes que más os gusten, resolver los interrogantes y revelar, o no, el contenido de la caja. ¿Sencillo o difícil? En este reto, más que nunca, tendréis que hacer uso de vuestra imaginación, creatividad e ingenio. Pero de una cosa estoy seguro, tenéis el talento y la habilidad necesarios para deleitarnos con vuestras historias.
Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:
«Todo es sorpresa. El mundo destellando siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo, que es ese pecho enfebrecido y ávido que sólo pide el brillo de la luz». Vicente Aleixandre.
«Siempre he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de nada, entendiendo por esto no escandalizarnos frente a las rupturas del orden». Julio Cortázar.
«Sólo los niños aceptan las sorpresas por el placer de las sorpresas». William Faulkner.
AlmaLeonor_LP
PARTICIPACIONES ANTERIORES:
VadeReto de Mayo: El Tesoro del Pirata
VadeReto de Junio: El Ramo de Violetas.
VadeReto de Julio: Soledad y Algo de Desesperación.
VadeReto de Octubre: Sor Inés Despelle.
VadeReto de Noviembre: El Marcado.
VadeReto de Diciembre: La niña que quería ser reina.
También en: Categoría VadeReto