LA PRUEBA DEL HOMBRE LOBO.
—¿Es la hora?
—Sí, ¿estás listo?
—Supongo que sí. No puedo negar que estoy nervioso, pero he aprendido mucho de mis mayores, de todo el grupo. Y te estoy especialmente agradecido a ti. Eres el mejor jefe que podíamos tener.
—No me adules aún. Tienes que pasar la prueba antes de ser digno de recibir el don. Sabes que ante eso no vale tu estirpe, ni tu linaje, ni tus adulaciones. Ni siquiera te servirá que yo sea tu padre. Solo la prueba determinará tu destino.
—No te estaba adulando. Estoy preparado. Y a ella no la temo.
—Deberías. Ella es implacable.
Se alejó de su padre con la cabeza inclinada y hacia atrás, sin dejar de sostenerle la mirada. Era la señal de reconocimiento, de respeto. Él lo había aprendido desde pequeño. Todos los demás pensaban que por ser el hijo del jefe todo en su vida sería más fácil. Nada más lejos de la realidad. Su padre nunca le concedió ni un solo privilegio. Tuvo que ganárselo todo con su propio esfuerzo, como los demás miembros del grupo, los que, como él, habían alcanzado la edad de presentarse a la prueba. Nadie era consciente de lo que le había costado. Ser hijo del jefe no supone ninguna ventaja, al contrario. Es el más observado, es a quien menos se le tolera un error, es el criticado hasta por los actos más nimios, el más vigilado en la intimidad, al que nunca se le permite descansar del control de sus mayores.
No, no le había resultado fácil llegar hasta allí. Tuvo que doblar sus esfuerzos, ser el más hábil, el más rápido, el más listo, el más preparado. La presión era enorme sobre sus jóvenes hombros. Ser el hijo del jefe suponía una responsabilidad añadida. Si fracasaba en la prueba, también su padre fracasaba, no solo como tal, sino como jefe de todo el grupo. No podía permitir que eso sucediera. Su padre nunca se lo habría reprochado, de eso estaba seguro, pero él sabía que no podía fallar. Y tampoco quería decepcionarle. Debía demostrar su valía en la prueba.
Se preparó para ello desde niño. Observaba a los demás jóvenes cuando volvían al claro después de pasar la prueba. Todos los demás les esperaban expectantes y asustados. Volver con un fracaso podía significar el destierro o la muerte. Y una victoria les dejaba tan agotados que algunos no sobrevivían una noche tras su vuelta. Pero él se estuvo preparando desde que sintió el primer latido. Se escondía entre las matas observando a los guerreros y cazadores, aprendía de ellos, practicaba en las noches tranquilas, mientras sus padres dormían. Bueno, su madre no. Su madre no dormía. Ella sabía de la preocupación de su hijo y le vigilaba expectante. Debía cuidar de él, o el peso de la responsabilidad sería demasiado grande para alguien tan joven, y no llegaría a la prueba con las fuerzas suficientes.
Nadie lo sabía, pero su madre lo tenía todo previsto antes incluso de que él naciera. Era una hembra mayor, demasiado mayor para tener descendencia, eso dijeron. Pero el jefe se apiadó de ella y le dio una oportunidad, una sola. Si lograba concebir con él tras la primera noche, se quedaría en el grupo, si no, debía abandonarlo y vagar sola por el bosque hasta que encontrara otro grupo que la adoptara o la muerte. Entonces hizo un pacto.
Salió una noche en busca de ella, de la Luna. La encontró exultante, bella, plena, desnuda. Se estaba bañando a la orilla del río mientras las estrellas iluminaban su pelo y su tez blanquecina. No la escuchó llegar, pero la Luna era demasiado lista, tenía apostados vigilantes y dos luceros la retuvieron antes de llegar siquiera a acercarse.
—¿Cómo osas molestarme en mi baño?
—¡Oh, gran Luna, perdona mi osadía! No merezco tu compasión, pero aun así, te la suplico de todo corazón, apiádate de esta alma que no ansía más que servirte.
—¿Qué quieres? ¿Quién eres tú?
—Soy una hembra solitaria y vieja que nadie quiere. Pero yo aún puedo ser madre, lo sé, lo siento, siento que puedo ofrecerte un líder capaz para ganar la próxima prueba. Por favor, dame una oportunidad, concédeme el don de concebir y haré lo que quieras.
La Luna se volvió hacia su interlocutora, ordenando a los luceros que se alejaran y las dejaran solas. Se levantó en toda su majestuosidad, desprendiendo aún gotas del baño recibido que brillaban pálidamente mientras permanecían en su piel. Haciendo ondear sus grises cabellos al aire, se acercó a la anciana inclinándose para que sus ojos negros se posaran sobre los de ella.
—¿Y qué estas dispuesta a ofrecerme tú?
—Todo lo que quieras, lo que me pidas, te lo daré, lo que sea. Pero permite que conciba y el grupo me acepte. Soy vieja ya. Pronto no podré vivir sola sin la ayuda de los demás. Moriré si me echan de su lado. Por favor. Ayúdame, gran Luna.
—De acuerdo. Te ayudaré. Esta noche quedarás encinta. Y cuando alumbres el fruto de tu concepción le prepararás para la prueba. Debe ser el mejor, el más arrojado, el más valiente, el más fuerte y rápido. Si no lo logra, tanto él como tú y todo tu grupo pereceréis. Si lo logra… Ya te diré cuál es mi precio.
La anciana aceptó y volvió a su hogar. Esa noche concibió a su hijo y hoy se presentaba a la gran prueba.
—Hijo…
—¡Madre! ¿Has venido a desearme suerte?
—Hijo, ten mucho cuidado.
—Lo tendré madre, me he preparado bien. Seré el mejor.
—Eso no lo dudo. Pero hay algo que debes hacer por mí. Tengo miedo de la Luna. Ella es ambiciosa y pedirá algo a cambio de tu victoria. Cuando llegue el momento de ofrecérsela, entrégale esta flor.
—¿Qué es? No la había visto nunca.
—Ella tampoco. Tú ofrécesela y cuando la huela, pídele lo que quieras.
—Madre, si gano la prueba tendré todo lo que quiero.
—No. No te fíes. Ella nunca dejará que ganes la prueba. Debes creerme. Haz lo que te digo.
La anciana sabía de lo que hablaba, lo había visto hacía mucho tiempo. La luna buscaba jóvenes de los que apropiarse. Les convertía en luceros, o en algo peor, a su servicio. En su antiguo grupo varios guerreros desaparecieron tras la prueba. Ella sabía cómo hacer que eso no ocurriera. No con su hijo.
Esa noche el joven valiente recorrió el bosque y las llanuras, subió montes y bajó hasta los valles, bebió en los ríos y se alimentó de lo que la naturaleza le ofrecía. Poco antes del alba, solo él había alcanzado el punto más alto de su territorio. Sólo él pudo presentarse ante la Luna para ofrecerle su victoria.
—¡He ganado! ¿Me oyes? ¡He ganado la prueba! ¡Quiero mi premio! ¡Entrégame el don!
La Luna se asomó entre las nubes en una noche especialmente oscura. Su faz redonda y amplia se mostraba brillante y pálida, los ojos negros absorbían toda la poca luz a su alrededor creando un halo de misterio y belleza que dejó al joven subyugado.
—Eres el ser más hermoso que he visto nunca…
—¿Te ha enseñado tu padre a ser un adulador? ¿O ha sido tu madre?
Se extrañó de la pregunta, pero no sentía temor.
—¿Qué sabes tú de mi madre?
—Tu madre, joven guerrero, hizo un pacto conmigo. Te permití vivir y ahora eres mío. Nunca volverás con los tuyos. Serás un lucero a mi lado, el más brillante en el firmamento. Y, tal vez, algo más. Te escogí a ti antes de tu nacimiento.
—¡De acuerdo! Acepto tu exigencia. Pero antes… —Sacó la flor que le había entregado su madre y se la ofreció—. Esto es para ti. Un regalo por mi victoria.
La Luna, sumamente halagada, recogió el ofrecimiento con su mano fría y azulada. Un estremecimiento recorrió el cuerpo del joven cuando sintió el roce de su piel en la suya. Nunca podría quedarse al lado de ese ser. Era hermosa y atrayente, pero él amaba los campos de mil colores en verano, los ocres del bosque que ilumina el sol de otoño, la pálida luz de las luminosas mañanas del invierno. Le gustaba olisquear los prados recién mojados por la lluvia y aspirar el aroma de las flores, le gustaba ver libar a las abejas y revolotear a los pájaros. Adoraba el baile de las llamas crepitando en el fuego del hogar, amaba el calor del sol, necesitaba el roce de una piel cálida y el aliento amoroso de los suyos en la boca. No, no se quedaría junto a la Luna. Era el ser más poderoso de su mundo, hasta el sol la veneraba y le ofreció la mitad del día para enseñorear sobre las criaturas y la naturaleza, pero él no podría servirla. Él solo necesitaba el don para que su raza siguiera existiendo sobre la tierra. Sin él, perecerían. Solo la Luna podía hacer que los lobos aullaran para seguir siendo lobos.
—¿Es para mí? Es una belleza… Y huele muy bien…
—Sí… es toda tuya… huélela… Tú eres más hermosa que ella… Y a mí me entregarás el don…
—Sí… te entregaré el don… Quiero entregarte el don… Pero si lo hago… No podré convertirte en hombre… No podrás amarme… Volveré a estar sola…
—Pero me entregarás el don… porque yo lo merezco…
—Sí, tú lo mereces… Aullarás y seguirás siendo un lobo… Tu manada seguirá viviendo una Luna más…
—No. Mi manada, los míos, y todos los lobos, seguiremos existiendo durante todas las Lunas venideras. Por siempre.
—Sí… Tú y los tuyos y todos los lobos seguiréis existiendo… durante todas las lunas… Por siempre.
—Y ya no habrá más pruebas.
—Y ya no habrá… más… pruebas.
El joven lobo volvió a su manada y abrazó a su madre. Ella entendió lo que había ocurrido y que su hijo les había salvado a todos. Los lobos podrían seguir aullando cuando ella se asomase en el horizonte, pero sin tener que pasar una prueba que los diezmaba.
Mucho, mucho tiempo después, los lobos más ancianos, y los jefes de las manadas, así como las abuelas a cargo de los cachorros de sus hijos, contaban la historia del lobo más valiente de todos, el que había logrado vencer a la Luna para arrebatarle el poder que sobre ellos ejercía.
—¿Y qué pasó con ella? —preguntó un día un lobezno.
—«Hay noches en que los lobos están en silencio y aúlla la Luna» —le contestó el jefe de la manada—. Ella sigue recordando lo que ocurrió con aquel joven lobo al que quiso convertir en hombre para que la amara por siempre. Pero no debemos fiarnos. Ella seguirá buscando la forma de hacer que un hombre aúlle y un lobo se convierta en hombre por una noche de Luna llena. O al revés.
AlmaLeonor_LP
VADE RETO AGOSTO 2023
Este relato se incluye en el VadeReto del blog Acerbo de Letras, dedicado este mes de AGOSTO 2023 a…
CONFIDENCIAS CON LA LUNA
En la historia que tenéis que escribir, vuestro personaje tendrá que buscar un lugar idóneo para contemplar a la LUNA y allí contarle sus secretos, sus problemas, sus emociones, sus deseos…
Como siempre, hay libertad de transformar la idea:
- Emplear más de un personaje hablando con ella.
- Usar la prosopopeya para darle vida al satélite y que él os responda.
- Mudaros a su superficie y hablarle en primera persona.
- Trasladaros a un planeta lejano y cambiar de luna.
- En lugar de hablarle, recitarle o cantarle (están admitidos los poetas y juglares ).
- …
En definitiva, lo importante es escribir y disfrutar con ello. Pero la LUNA ha de ser un personaje importante de vuestro relato.
Y luego, una premisa OPCIONAL. Incluir una de estas Citas. La que he utilizado aparece en negrita:
«Cuando sale la luna se pierden las campanas y aparecen las sendas impenetrables. Cuando sale la luna, el mar cubre la tierra y el corazón se siente isla en el infinito» Federico García Lorca.
«Hay noches en que los lobos están en silencio y aúlla la luna» George Carlin.
«Todos somos como la Luna brillante, todavía tenemos nuestro lado oscuro» Kahlil Gibran.
PARTICIPACIONES ANTERIORES:
Año 2022: Categoría VadeReto
Enero 2023: EL NAUFRAGIO.
Febrero 2023: OJOS DE GATO.
Junio 2023: ABRIR LA VENTANA.
Julio 2023: UNALOME.