¿De qué se nutre la nostalgia? Uno evoca dulzuras cielos atormentados tormentas celestiales escándalos sin ruido paciencias estiradas árboles en el viento oprobios prescindibles bellezas del mercado cánticos y alborotos lloviznas como pena escopetas de sueño perdones bien ganados pero con esos mínimos no se arma la nostalgia son meros simulacros la válida la única nostalgia es de tu piel
¡Hijas de la noche!, desplegándose mansamente, lentamente, al dulce aliento de las horas sombrías, cuando los cielos azul oscuro se ven más suaves y sagrados, y la luz de luciérnagas brilla en las glorietas del bosque; abriéndose a las cosas solemnes y profundas, al sueño perseguido por el espíritu, a los pensamientos, todos purificados de la tierra, parecéis aliadas, oh, flores dedicadas.
Tú, belleza velada ante la mirada de las multitudes, guarda en tenues urnas de vestal la dulzura encerrada; hasta que la suave luna, navegando serenamente alta, te mire con tristeza y ternura. Así el corazón soñador del amor habita entre la multitud, y en las sombras revela el pensamiento más íntimo, que resplandece con su pura vida entrelazada.
Apártate de los sonidos en los que se regocija el día, ante ningún canto triunfal tus pétalos se estremecen, sino que envían fragancias con las voces débiles y suaves que surgen de los arroyos ocultos, cuando todo está en calma. Así surge la oración solitaria mezclada con suspiros secretos, cuando el dolor se despliega, como tú, para llenarse de rocío celestial en las horas silenciosas.
Felicia Dorothea Hemans (1793-1825) «Flores nocturnas» (Night-Blowing Flowers) Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico.
No existe instante más tierno Que una mujer arrimándose Deslizándose por el pavimento Con la cabeza ladeada Y una sonrisa nerviosa Una mirada conmovedora Posa sus ojos en los tuyos Lapsus que no reaccionas Completamente turbado Tu corazón azorado Se reclina sobre tu dorso Exhalando suspiros inquietos Completamente enamorado. O. Luces y Sombras
Desde la torre de mi edad sombría volví el rostro al paisaje de mi historia. La nube parada y gris de la memoria me oprime el alma esta mañana fría. Pienso en ti con amor de lejanía… ¡Qué malogrado amor, sin paz ni gloria, que vio los cangilones de mi noria vacíos de placer, no de agonía! ¿Dónde van los ocultos pensamientos de tu alma azul, como las rosas pura? ¿Persisten los febriles pensamientos, o sólo un eco de pasión perdura? Dentro, en mi torre, ululan los lamentos, revistiendo mis sueños de amargura.
Hay almas que tienen azules luceros, mañanas marchitas entre hojas del tiempo, y castos rincones que guardan un viejo rumor de nostalgias y sueños.
Otras almas tienen dolientes espectros de pasiones. Frutas con gusanos. Ecos de una voz quemada que viene de lejos como una corriente de sombra. Recuerdos vacíos de llanto y migajas de besos.
Mi alma está madura hace mucho tiempo, y se desmorona turbia de misterio. Piedras juveniles roídas de ensueño caen sobre las aguas de mis pensamientos. Cada piedra dice: «¡Dios está muy lejos!»
Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, tú los conoces bien son besos míos inventados por mí, para tu boca.
Besos de llama que en rastro impreso llevan los surcos de un amor vedado, besos de tempestad, salvajes besos que solo nuestros labios han probado.
¿Te acuerdas del primero…? Indefinible; cubrió tu faz de cárdenos sonrojos y en los espasmos de emoción terrible, llenáronse de lágrimas tus ojos.
¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso te vi celoso imaginando agravios, te suspendí en mis brazos… vibró un beso, y qué viste después…? Sangre en mis labios.
Yo te enseñé a besar: los besos fríos son de impasible corazón de roca, yo te enseñé a besar con besos míos inventados por mí, para tu boca.
No es que morir nos duela tanto. Es vivir lo que más nos duele. Pero morir es algo diferente, un algo detrás de la puerta.
La costumbre del pájaro de ir al Sur —antes de que los hielos lleguen acepta una mejor latitud—. Nosotros somos los pájaros que se quedan.
Los temblorosos, rondando la puerta del granjero, mendigando su ocasional migaja hasta que las compasivas nieves convencen a nuestras plumas para ir a casa.
Fatigada del baile, encendido el color, breve el aliento, apoyada en mi brazo del salón se detuvo en un extremo. Entre la leve gasa que levantaba el palpitante seno, una flor se mecía en compasado y dulce movimiento. Como cuna de nácar que empuja al mar y que acaricia el céfiro, tal vez allí dormía al soplo de sus labios entreabiertos. ¡Oh! ¡quién así, pensaba, dejar pudiera deslizarse el tiempo! ¡Oh! si las flores duermen, ¡qué dulcísimo sueño!
No me digas que las mujeres no están hechas de la madera de los héroes, yo toda sola cabalgué sobre vientos a la Mar del Este durante 300.000 millas. Mis pensamientos poéticos entonces se extendieron, como una vela entre el océano y el cielo. Soñé tus tres islas, todas gemas, todas resplandecientes con la luz de la luna. Me entristezco al pensar en los camellos de bronce, guardianes de la China, perdidos en espinas. Avergonzada, no he hecho nada; ninguna victoria a mi nombre. Sólo hice sudar a mi caballo de guerra. Contraída porque mi patria me hace daño en el corazón. Así que dime; ¿cómo puedo aprovechar mis días aquí? ¿una invitada disfrutando las brisas de primavera?
QIU JIN (Fujian, China, 1875–1907) Traducción del inglés, de la versión de Zachary Jean Chartkof