ANÉCDOTA – 45: VEHÍCULO LONGO

ANÉCDOTA – 45: VEHÍCULO LONGO

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Tal vez muchos lleguen a las Autoescuelas con varias horas de práctica al volante, ya sea por aquello de practicar con el padre o novio/novia, o por pura iniciativa propia. Pero la mayoría no. Fue mi caso. No había tenido un volante en mis manos, si no consideramos volante el de los autos de choque, y aun así, no era una diversión que me apeteciera mucho porque acababa llena de moratones y eliminada al primer topetazo. Pero me apetecía mucho conducir. Lo decía muchas veces… “En cuanto cumpla 18 años quiero conducir.”

Como ya estaba trabajando, en cuanto cumplí los 18 años me apunté a una Autoescuela:

  • Era donde trabajaba José Manuel, y allí fui por recomendación familiar.
  • Sus métodos podrían llamarse hoy “poco ortodoxos”, pero fueron tremendamente efectivos.
  • A las seis de la mañana empezábamos las clases.
  • Cinco personas en un SEAT 133 de color blanco.
  • Todos aprendíamos de todos.
  • Todas las mañana nos decía que confiaba en nosotros.
  • Si ibas muy despacio, José Manuel te pisaba el pie del acelerador.
  • Aprendimos a aparcar con las pegatinas de los cristales del coche de prácticas.
  • José Manuel nos dijo que si no aparcábamos a la primera, lo hiciéramos a la segunda.
  • En caso de ser la segunda, el volante había que girarlo del todo. Con confianza.
  • Si lo hacíamos mal nos llevábamos un bocinazo… literal.
  • Si lo hacíamos bien, una gran sonrisa de José Manuel. Nunca la satisfacción por enseñar quedó más patente que en el orgullo y la sonrisa que ponía aquel profesor cuando un alumno aprendía una lección.

Tanto como insistí con la Autoescuela para que me asignaran a José Manuel como profesor (no querían al principio), volví a hacerlo para que me dejaran realizar el examen con el SEAT 133 con el que había hecho las prácticas (al final me compré uno, fue mi primer coche). José Manuel le limpió y revisó a fondo para mí ese día. Pero no pudo ser. No pasé el teórico. ¡¡YO!!

Supongo que hubo más de un fallo, pero había una pregunta que no supe contestar. Una señal nueva que se implantó por aquellos años y que no conocía… “Vehículo Longo”… no se me olvidará en la vida. Hoy son muchos los vehículos que circulan con esa señal e incluso nos «amenazan» (ya es una realidad en muchos sitios) con vehículos con «trailer», es decir, como dos camiones en uno solo… más «longo» todavía…

Recuerdo la humillación de aquel suspenso (yo no estaba, ni estoy, acostumbrada a suspender un examen). Aprobé a la segunda y pude realizar mi práctica de examen con el coche con el que había aprendido a conducir. Tuve suerte… o lo hice bien… no sé. Pero aprobé. José Manuel me despidió con una gran sonrisa, como siempre.

Ya con mi gran «L» de práctica-primeriza, la primera vez que cogí el coche de mi padre, con él a mi lado, realizó todo el trayecto agarrando el freno de mano.

AlmaLeonor.

 

 

ANÉCDOTA – 44: HUEVOS POR DOCENAS

ANÉCDOTA – 44: HUEVOS POR DOCENAS

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No soy yo de cantidades… en al compra al menos. Por eso no suelo ir a los mercados de plaza. Me venden manzanas baratas si llevo 3 kilos, o patatas baratas solo si llevo cinco kilos… y así con todo.

-“Yo no compro tanto…”

-“Que sí mujer, si te salen muy baratas”

-“Que no, de verdad, si no las acabo”

-“Pero cómo no las va a acabar, si son de la huerta del paisano, todo natural”

A ver…. Nosotros comemos poca fruta… no es lo más saludable, pero es así. Tampoco somos mucho de patatas… comemos patatas, si, pero no tanto… Si compro tres kilos de lo que sea y no lo acabamos, tengo que terminar por tirar lo que se pone malo. Y cuando compras productos “de la huerta del paisano” siempre hay alguna pieza que hay que acabar tirando nada más llegar a casa porque ya te la han puesto mala en el cesto. Total que para consumir un kilo de manzanas o patatas, pago tres kilos de un producto que, poniendo que sale a euro el kilo por estar barato, pago tres euros cuando comprado en el súper o la tienda, a dos euros el kilo, por estar caro, pagaría menos por comprar solo lo que voy a consumir. ¿o no?

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Pues no me libro, oiga…

El otro día me insiste un amigo en que compre huevos donde él los compra, directamente en la granja, buenísimos, de granja, muy baratos, un cartón, dos docenas y media… ni me acuerdo… pero muy barato era. Por mucho que yo argumentara que no gasto tantos huevos, que de verdad que no… me insistía…

-“Yo no compro tanto…”

-“Que sí mujer, si salen muy baratos”

-“Que no, de verdad, si no les acabo…”

-“Pero cómo no les va a acabar, si son de granja, del paisano, todo natural”

-«Si, pero no consumimos tantos huevos…»

-“Pues si no gastas tantos, se los das a tu madre o a quien quieras, pero es que están muy baratos”

Concedí… por no insistir.

-“De granja, buenísimos….”

-“¡ah! Pues son pequeñitos…”

-“Si… pero no importa, porque los tienes que consumir en dos o tres días, que no aguantan mucho en la nevera”

O sea… que si compro y pago una docena de huevos a precio del super y les consumo en el tiempo que me hacen falta, lentamente, porque se conservan bien en la nevera… al final me sale más barato que si compro y pago muy barato dos docenas y media, porque he de regalar la mitad para que no se pierdan, consumirles de dos en dos para que me cundan, y además en dos días para que no se malogren….

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Que no me hagan más favores… de verdad, que se lo agradezco infinitamente si no me hacen partícipe, que yo a lo mío voy muy bien….

AlmaLeonor.

ANÉCDOTA – 43: MADRID… NO ES PARA MÍ

ANÉCDOTA-43: MADRID… NO ES PARA MÍ

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Si, si, ya sé que como a todas las grandes capitales, o se la ama o se la odia, pero, de verdad, yo soy el Paco Martínez Soria del siglo XXI cuando tengo que ir a Madrid… o pasar por Madrid… hasta mala físicamente me pongo solo de pensarlo.

Ya le ocurría a mi padre. Él solía decir lo mismo y no era broma. Mi padre era natural de San Lorenzo de El Escorial, pero Madrid no lo conoció hasta que no fue mi padre. Estuvimos en Madrid siendo yo una niña visitando a unos familiares de un pueblo ferroviario de los alrededores. A Madrid capital solo íbamos de visita en el día, pero es la única vez de la que tengo un grato recuerdo y creo que solo es porque era una niña: Tengo en mente el Rastro y el Parque Zoológico; la Puerta del Sol y una cafetería donde tomamos chocolate con churros; recuerdo el estanque de El Retiro y un enorme recinto con varias piscinas y hamacas para sentarse, con duchas y chorros de agua desde el suelo donde nos divertíamos los niños. Pero en aquella ocasión fuimos en tren. También lo recuerdo.

Luego, con los años, ir a Madrid por alguna razón suponía un suplicio para mi padre. Siempre le oía decir que una vez alcanzado el Puerto de los Leones era fácil coger la M-30 y rodear Madrid… o algo por el estilo. Pero nunca lo conseguíamos. Nos perdíamos irremisiblemente. Sobre todo al volver a Valladolid, no sé muy bien porqué, era más complicada la vuelta que la ida. En una ocasión acabamos visitando Segovia y en otra La Granja de San Ildefonso. Más que nada para descansar y tranquilizarnos un poco. Cinco personas (dos adultos y tres niños-adolescentes) en un Renault-6 cabreados por la confusión y el tráfico, pues no presagian nada bueno.

La única vez que atravesamos Madrid de forma correcta fue porque mi padre siguió a un camión con matrícula de La Coruña: Para ir a la Coruña tiene que coger dirección Valladolid”… en realidad era al revés, pero acabamos saliendo del lío de autopistas e intersecciones que rodean Madrid y pudimos llegar a casa sin contratiempos. Si aquel camión hubiese tomado otra dirección, a lo mejor habríamos conocido Ciudad Real, por poner un ejemplo.

Me ha seguido pasando. Viajando con mi marido una vez nos confundimos de carril y acabamos rodeando la Cibeles y sin saber cómo salir de aquel lío de tráfico. En otra ocasión nos metimos en El Retiro, de noche, y sin gasolina, terminando por repostar en una gasolinera completamente atrincherada tras verjas metálicas y vigilada por la policía… Otra vez, volviendo del aeropuerto, y sin saber cómo, casi terminamos en Burgos… Cuando nos ha salido bien, era tal el estrés que llevábamos encima, al menos yo, que casi que no merecía la pena haber encontrado la salida… Y las últimas visitas que tuvimos que realizar fueron forzadas por un problema veterinario y no íbamos con buen ánimo precisamente.

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En los últimos tiempos han sido dos veces las que he visitado Madrid yo sola. En la primera ocasión hice el recorrido en autobús, y aunque la experiencia fue fantástica por la gente con la que compartí jornada de presentación de libro, acabé agotada de tanto subir y bajar escaleras de metro sin saber en qué dirección me llevaba mi buen amigo Fernando, pero confiada en su criterio y experiencia. Al final, la salida de metro por la que pretendíamos acceder a nuestro destino estaba a varias calles caminando… Aquel día subí y bajé más escaleras que casi en toda mi vida. Las había por todas partes. Incluso para ir al servicio del lugar donde terminamos comiendo, y en muy grata compañía por cierto.

Pero lo peor no fue eso. Lo peor fueron los tiempos. En Madrid no hay tiempos. Hay escaleras, pero no hay tiempos. Si usted quiere llegar a tiempo a algún sitio en Madrid, calcule siempre cuarenta y cinco minutos más de los que pensara utilizar. Tal vez se anticipe a la cita, pero aun así, puede acabar llegando tarde. Como yo… Aquel día no llegué a tiempo a la estación de autobuses y tuve que quedarme a dormir en Madrid, arropada cariñosamente por Fernando y Marisa. No es que me despistara yo, que tomé un taxi porque sabía que en metro no llegaba. Es que llovía y acababa de terminar un partido de futbol. Al parecer una combinación letal en Madrid. Al día siguiente hice en taxi un recorrido de más kilómetros en menos de la mitad de tiempo.

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La última vez que visité Madrid fue durante la Feria del Libro-2015. Llegué en ALVIA a la Estación de Chamartin, donde un ángel de la guarda, llamado Paloma, me recogió en coche para llevarme al recinto de la feria. Por un momento pensé que estábamos circulando en una especie de universo Matrix conociendo varias ciudades paralelas… un recorrido enorme que no creo que yo fuese capaz de memorizar ni en mil años que viviera en Madrid.

La jornada fue igualmente fantástica, pero ni siquiera llegar a tiempo a la estación para coger el tren de vuelta me reconfortó. Me confundí de vía de metro, y pese a las explicaciones de mi amigo Álvaro que me acompañó hasta allí, tuve que preguntar en información y estos responderme como si fuese un dummie, lo que me resulto bastante odioso, precisamente por no ser culpa suya.

No. Madrid no es para mí. Definitivamente.

AlmaLeonor

 

ANÉCDOTA – 42: ASCENSORES Y PATERAS

ANÉCDOTA – 42: ASCENSORES Y PATERAS

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En estos días pasados, llenos de visitas de Hospital, me he dado cuenta de una cosa que ahora recupero en la memoria… Recuerdo que antes, en esos grandes ascensores del hospital de mi ciudad, cuando paraban en una planta y alguien quería subir, todos los que estábamos dentro nos movíamos un poco para hacer sitio al nuevo pasajero. Si éste preguntaba si podía subir, la respuesta era unánime «si hombre, nos juntamos un poco y ya está«. En todo caso no podíamos llegar a sobrepasar la carga máxima del ascensor porque este se encargaba de avisarlo… entonces alguien, el más próximo a la puerta, se bajaba buenamente y esperaba al siguiente.

En estos días pasados, llenos de visitas de Hospital, nadie se movía de su sitio dentro del ascensor cuando éste se paraba en una planta y alguien pretendía subir. En ninguna ocasión de las muchas en las que he subido y bajado se ha llegado, ni por asomo, a acercarse al tope máximo de ocupantes (he contado más de una vez los que estábamos en el ascensor), pero son muchas las veces que he visto como alguien que pretendía entrar en un ascensor, digamos, denso, ha sido literalmente echado fuera por los que estaban dentro con un «no puede entrar, somos muchos, espere al siguiente«.

Matices que golpean el subsconciente de una… mientras pienso en las miles de pateras con gentes que quieren llegar a unos países en los que antes se les buscaba y ahora se les expulsa incluso antes de tocar tierra o bajarse de una valla. El aumento exponencial de la cruel y triste realidad de la inmigración, que ahora colapsa desde islas griegas , fronteras serbias  y hasta el Túnel de la Mancha  entre Francia y Reino Unido, puede que obligue a la UE a que se tome en serio un asunto que hasta ahora solo causaba «problemas» en los países fronterizos del sur del continente como España o Italia. Es posible que ahora Europa entera se tome en serio el drama de la inmigración y empiece a darse cuenta de que las fronteras, los muros, la vigilancia y la represión no van a ser obstáculo para quienes trata de vivir… nunca lo han sido.

AlmaLeonor

ANÉCDOTA – 41: UN EXAMEN TIPO TEST

ANÉCDOTA – 41: UN EXAMEN TIPO TEST

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Dicen en este artículo de Jose Ángel Murcia, «Consejos de un profesor de matemáticas para aprobar un examen tipo test sin estudiar«, que los exámenes tipo test pueden aprobarse sin estudiar, siguiendo solo unas sencillas pautas. Yo les daría unos cuantos consejos de cómo NO aprobar un examen si uno no se prepara bien para él, aunque eso signifique tanto no estudiar, como sí hacerlo. Me explico.

Una vez, un profesor de Historia del Imperio Romano nos puso un examen tipo test para esta materia. Ese examen le hice yo sola por razones que no vienen al caso, en un despacho contiguo al suyo con todo mi material al alcance, pero ni aún metiendo mano en los apuntes (cosa que no hice) podría haber sacado mejor nota. Cuando terminé entré con mi hoja de examen en el despacho del profesor y al entregárselo me preguntó porqué había algunas cuestiones sin responder… Yo le dije la verdad, que sabía del acontecimiento por el que preguntaba, que era de tal forma y tal otra, pero que no había entendido la pregunta, o me parecía que las respuestas no se adecuaban a lo que yo pensaba que sería más correcto. “¡ah! Pues si que te lo sabes”, me respondió, al tiempo que me invitaba a poner la cruz en el espacio correcto, cosa a la que me negué. Pero aprobé por la mínima.

Siempre que cuento esta anécdota repito que nunca entenderé como una materia como Historia del Imperio Romano puede examinarse con un ejercicio tipo test, pero es que este profesor era “asín.”

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Pero antes de eso yo había hecho muchos exámenes tipo test. Por ejemplo para aprobar oposiciones, y para ellos hay que estudiar, y estudiar mucho y afinando mucho, porque había preguntas que hacían caer en más de un error a los opositores de mi época, como por ejemplo alguna parecida a esta:

“Según la Constitución Española, ¿Cuál es la capital del Estado español?”

a) Madrid.
b) La Villa de Madrid.
c) La ciudad de Madrid.
d) La comunidad de Madrid.

Y muchos respondían al primer impulso con la a) Madrid, cuando la correcta es la b) La Villa de Madrid, pues así es como exactamente lo dice la Constitución de 1978 en su Artículo 5 del Titulo Preliminar. Pero había otro tipo de ejercicios que tenían más que ver con la destreza, habilidad y agilidad mental que con el estudio de una materia, y en esos “test”, solo la práctica hacía un grado, ya que se trataba de resolver de manera correcta el mayor número de preguntas en el menor tiempo posible. Teníamos una profesora en la academia de preparación de oposiciones que nos dijo el primer día que allí no íbamos a aprender matemáticas, sino a aprobar un examen y que si alguien se sentía más cómodo y resolvía más rápido contando con los dedos, ese no era el momento de ponerse a aprender cálculo mental. Y sus consejos sirvieron y mucho. Aunque también hubo un psicólogo que me recriminó que estuviese practicando test de oposiciones, porque, decía, se suponía que esos test servían para conocer la habilidad mental de una persona, y si se preparaba, no se alcanzaba una valoración correcta. Yo le respondí que con eso no me pagaban, y con aprobar unas oposiciones si. Punto.

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El examen del que quería hablar aquí fue de una asignatura de Psicología que tuve que hacer una vez hace mucho tiempo. Allí me encontré con algo muy parecido a lo que cuenta el autor del artículo que mencionaba al principio: La respuesta correcta no dependía tanto del grado de conocimientos como del tipo de planteamiento en la corrección del test. Os cuento.

El profesor puso un examen tipo test que era algo difícil y demás contenía un error: Una de las respuestas, que debía ser Moreno (un autor) no contenía este nombre, sino Morno. Yo levanté la mano y pregunté al profesor si eso era una errata y me dijo que sí, pero no lo explicó en alto al resto de la clase, lo que me extrañó un poco. El caso es que yo aprobé ese examen pero mucha gente de mi clase no, y lo curioso es que algunos de los más «empollones» no aprobaron y algunos de los que no aprobaban nunca nada, y además confesaron no haber estudiado esa materia, si que aprobaron. Fue la comidilla de toda la clase durante meses (el examen fue en febrero, era cuatrimestral), pero mucho más cuando llegado junio la gente que se presentó se encontró… con el mismo examen y muchos siguieron sin aprobar. Aún más… en septiembre, cuando el profesor dio la opción de hacer el examen de nuevo para dar por aprobada la materia, algunos de los reincidentes siguieron sin aprobar… el mismo examen (por cierto que seguía conteniendo la misma errata).

Aquello parecía un juego cruel e imposible. El profesor explicaba cada vez a los alumnos que el examen restaba en un tanto por ciento las respuestas fallidas, no restaban las no respondidas y que con otro tanto por ciento de respuestas acertadas se aprobaba. No recuerdo los dígitos. El caso es que todos hacemos lo que dice este artículo: responder primero a lo que sabemos; contestar a lo que no estamos seguros descartando lo imposible entre las opciones de respuesta; y, finalmente, no respondiendo a lo que no sabemos ni intuimos por miedo a restar puntos. Y el resultado fue el que os he contado.

Pero una compañera me contó un día, ya pasado todo aquello, que ese examen tenía «truco», y se lo había desvelado su hermano, un brillante estudiante de matemáticas. La gente que respondió a todas las preguntas, fuesen erradas o acertadas, tenía más probabilidades de aprobar que los que respondieron solo a las preguntas que sabían. El secreto estaba en los tantos por ciento aplicados, ya que las respuestas acertadas sobre el total, restando el tanto por cierto de las erradas sobre el total, obtenían mejores valoraciones que si se aplicaba sobre una parte de ese total, es decir, eliminando las no respondidas. Si el cálculo se hacía sobre 100 preguntas se obtenían mejores resultados (contestases lo que contestases) que si se calculaban los índices sobre 70, 50, 30 o las preguntas que fuesen solo las respondidas, porque el índice que se necesitaba para aprobar era mayor.

Insisto que este resultado se daba con los baremos que este profesor aplicó, supongo que no se dará siempre. Truquitos de psicólogo, que aplican las matemáticas tanto o más que los matemáticos.

AlmaLeonor

ANÉCDOTA 40: EL ANILLO DE SAURON

ANÉCDOTA 40: EL ANILLO DE SAURON

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Leo en la prensa de hoy que «Un niño es expulsado del colegio por amenazar a un compañero con el anillo de Sauron» porque la propia escuela, es decir, los adultos que se supone han adquirido una formación académica y profesional para dirigir una escuela infantil y ser profesores y educadores de niños de 9 años… esa escuela norteamericana, considera que Aiden, que así se llama el Frodo moderno, es una AMENAZA para sus compañeros ya que dijo que «haría desaparecer a un alumno con su anillo mágico«.

Dejando a un lado que ya sabemos como son esta gente de Texas, que permiten llevar armas a los jóvenes, pero consideran una amenaza enseñar evolucionismo, me ha hecho recordar algo que me pasó a mi hace tiempo… en mi escuela… con mi compañera Pilar y mi profesora «Doña Toñi».

Tuve una compañera que entró en el colegio más tarde, empezado el curso. Era grande y con una voz fuerte y profunda. Siempre estaba riendo… no sonriendo… riendo. Riéndose de todo y de todos más bien. La tomó conmigo… me insultaba, me asustaba, me amedrentaba con su mirada fija en mi… la verdad es que ni siquiera recuerdo ahora mismo que me decía, ni qué me hacía, pero si recuerdo que iba al colegio con miedo y que soñaba con ella por las noches. Esas pesadillas no me dejaban dormir y no me dejaban casi vivir por el día.

No había dicho nada en casa. Pero un día ya no pude más porque me había asustado mucho. Me dijo algo, lo que fuera, que no me atrevo a decir que fue lo que me dijo, pero el recuerdo que me queda es que me asustó mucho. Muchísimo. Se lo dije a mi madre por la mañana. No quería ir a al colegio. Lloraba. Si iba al colegio moriría… eso me había dicho Pilar.

Mi madre fue conmigo aquella mañana y entramos juntas en clase. Le contó a mi profesora, Doña Toñi todo lo que yo le había dicho. Pilar estaba sentada en su pupitre riendo. La miraba de reojo. Doña Toñi escuchó a mi madre impertérrita, con esas gafas con cadena casi colgando de la punta de su nariz y mirándonos por encima de ellas sin mover un solo músculo ni bascular ni una sola de sus muchas arrugas. Cuando mi madre acabó de contar todo Doña Toñi me miró y me preguntó:

– ¿Has hecho tus deberes?

¡¡Los deberes!! ¿Pero cómo iba yo a hacer los deberes si me estaban amenazando con mi vida? Los deberes…. no había hecho los deberes… Doña Toñi miró a mi madre y no se me olvidará nunca lo que pasó entonces. Mi profesora y mi madre pensaron que era una mentirosa marrullera que había montado toda una historia fantástica para ocultar que no había hecho los deberes.

Yo me quedé estupefacta, lívida, blanca.

Iba a morir y encima había decepcionado a mi madre y a mi profesora. El mundo se hundió. Allí mismo. Solo existía la risotada de Pilar y mi cuerpo vacío… ¿Qué hacer? ¡Tenía miedo! No podía ir al colegio. ¡¡Tenía miedo!!. Estaba muy asutada y no podía decírselo a nadie. Lo que yo contaba era verdad y nadie me creía. Tenía que solucionarlo yo sola.

Mi casa era un caos además…. mis padres estaban empapelando las habitaciones y había papel, cola y polvo por todas partes. Los rollos de papel pintado desprendían un polvillo raro cada vez que se movían de un sitio a otro… incluso si rascabas un poco en los extremos salía ese polvillo con un aspecto raro y volátil… casi parecía el ingrediente de una poción mágica

¿Qué había dicho?

¡Una poción mágica! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Busqué una cajita pequeña por casa, la llené de ese polvillo rascando todos los rollos de papel de pintar que pude y con ella en el bolsillo me fui a clase dispuesta a acabar con la amenaza de mi vida.

Cuando llegué, Pilar seguía riendo y mirándome… y cuando se acercó a mi, dispuesta a cumplir su amenaza (pensaba yo) con una determinación que casi me hace salir corriendo, saqué fuerzas de flaqueza, metí la mano en mi bolsillo y exhibí la cajita frente a su cara.

– ¡Alto ahí! Esta es una poción mágica. Si das un paso más o si intentas cumplir tu amenaza, cualquier cosa que digas, hagas o pienses, se cumplirá en ti si soplo estos polvos mágicos sobre ti.

Esperaba una risa por respuesta, pero Pilar se frenó en seco. Me miraba más fijamente que nunca y tal vez vio en mí algo que ni yo había intuido, pero dio un paso más, aunque esta vez sin reírse. No era miedo ya lo que yo tenía, sino terror, y solo me podía defender con aquella cajita de polvos mágicos cual Anillo de Sauron y tratar de evitar una desgracia. Abrí la cajita y soplé los polvos sobre Pilar…

Lo que pasó después tampoco he podido olvidarlo. Se asustó. Se asustó mucho. Demasiado. Se cubrió la cara con los brazos y salió corriendo. Llorando. Si era una bruja se llevó su merecido. Si era una niña como yo, la asusté más de lo que yo pensaba que haría. Más de lo que quise. No dijo nada, ni a mí me dijeron nada, al menos no lo recuerdo. Nunca le conté a ella ni a nadie que aquello fue una treta y que no había magia de ninguna clase en una caja llena de polvo de papel de empapelar. Pero no volvió a meterse conmigo, ni a mirarme, ni a dirigirme la palabra. Es más. En poco tiempo desapareció del colegio tal y como había llegado.

El Anillo de Sauron a veces funciona.

AlmaLeonor

ANÉCDOTAS-39: PAÑUELO FESTERO

ANÉCDOTAS-39: PAÑUELO FESTERO

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Ahora que media España está empezando sus fiestas patronales y la otra media las disfrutará en las próximas semanas, me acuerdo de una anécdota con uno de los emblemas de toda fiesta española que se precie… ¿los toros? ¡No por dios! ¡Ni de coña hablo yo de toros y encierros de fiestas!… ¿el calimocho? Podría ser, pero tampoco es santo de mi devoción, si acaso el zurracapote que según quien le haga y si le gusta poner más azúcar y canela que vino y licores, a mí me gusta mucho… ¿las verbenas? Pues lo siento, pero tampoco es eso, aunque un pueblo sin la “Banda Maravillas” o algo por el estilo no es una fiesta ni es ná… ¿las peñas? Pues lo mismo digo, sin peñas no hay fiesta, pero tampoco, aunque se acerca un poco la cosa…

Me refiero al PAÑUELO, ese imprescindible elemento que todo el mundo lleva anudado al cuello ya sea señor, señora, anciano, viejecita, bebé o perrito faldero, y que identifica… bueno, no se lo que identifica, pero que todo el mundo lleva cuando es fiesta patronal. Las camisetas y camisolas que lucen las peñas, al menos son de colores variados y con logos de todo tipo, algunos con más acierto que otros, pero el pañuelo, al menos hasta donde yo sé, es igual para todo el mundo… En San Fermín, rojo; en Pucela, morado; en…

Pues la verdad es que no me acuerdo muy bien donde fue… creo que en Santander, pero no estoy muy segura, pudo lo mismo ser en Burgos o en Gijón, no lo recuerdo. El caso es que una vez mis amigas y yo estábamos disfrutando de las fiestas patronales del lugar y se notaba que éramos forasteras, claro, no llevábamos ni camiseta peñera, ni nada por el estilo. Estábamos paseando por el centro y entramos a picar algo a uno de los bares… no habíamos comido nada y la fiesta, que invita a beber, no es buena recibirla con el estómago vacío. Entramos. Miramos la pared y vemos los precios de los distintos platos, raciones, pinchos… lo más barato era de 150 pesetas (entonces aún teníamos pesetas) pero no sabíamos lo que era… así que le preguntamos al camarero…

  • ¡¡Hola, hola!! ¡¡Oye…!! ¿Qué es “un pañuelo”?

  • … ¿un pañuelo?

  • Si… un pañuelo, eso de 150 pesetas.

  • … pues… un… pañuelo…

  • Si, si, pero ¿qué es…?

  • … ¿un pañuelo?

  • Si… –(coño, que corto… )-, es un sándwich, un pincho… ¿qué es?

  • ¿Eso?… –y señala el cartel-

  • Si… –(un poco hartita, la verdad)– ¿qué es un pañuelo?

Entonces el camarero me mira con toda su cara inmisericorde y me dice acompañado de un gesto de anudarse algo al cuello…

  • ¡¡Pues un pañuelo!!

Claro… ¡¡un pañuelo!!… lo que costaba 150 pesetas en el día de la fiesta local, y que estaba en medio de los demás cartelitos que anunciaban, tortilla, patatas, pinchos, sándwich, calamares, bocata lomo, queso, chorizo y no sé cuántas cosas más, aquello que estaba entre las posibilidades gastronómicas, y que era lo único que se encontraba al alcance de nuestra exigua economía para matar el gusanillo era…. ¡¡UN PAÑUELO!!

AlmaLeonor

ANÉCDOTAS-38: CROSBY, STILLS & NASH

ANÉCDOTAS-38: CROSBY, STILLS & NASH

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Luis, un amigo en facebook me ha recordado a este grupo musical de los años setenta, Crosby, Stills & Nash (CSN) que fue un grupo de folk-rock muy conocido, integrado por los músicos David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash, al que ocasionalmente se les unía Neil Young y entonces se hacían llamar en el disco pertinente Crosby, Stills, Nash & Young (CSNY). Eran un grupo importante en los años de la contracultura USA de los setenta, que mezclaba música con un activismo político, sobre todo a favor de la paz y contra la guerra de Vietnam.  Con su canción antibelicista “Ohio” (sencillo de junio de 1970),  realizaron la declaración musical más atrevida hasta la fecha en relación con la guerra de Vietnam, al mencionar explícitamente el nombre de Richard Nixon  (“Tin soldiers and Nixon coming”, Soldaditos de plomo y Nixon llegando) y expresar la rabia y la desesperación de la contracultura (ahora se cumplen los 40 años del Caso Watergate por cierto). Y más recientemente, su canción “Almost Gone (The Ballad of Bradley Manning)”, denuncia la situación de confinamiento y trato vejatorio del soldado que filtró a Wikileaks documentos secretos sobre la guerra sucia en Afganistan e Irak. Manning fue condenado en el 2013 a cumplir 35 años de prisión.

1024px-CSNY_diromg_2006_tourCSNY durante la gira Freedom of Speech Tour ’06.

Sus cuatro integrantes forman parte del Salón de la Fama del Rock and Roll y la canción “Ohio” fue incluida por la revista Rolling Stone en el puesto 385 en su lista de las 500 mejores canciones de todos los tiempos. Así que, además de todo su activismo político, son muy buenos vocalistas y aún mejores músicos. En el 2012 aún el trío ofreció una nueva gira por los Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Brasil, y publicó un álbum CSN 2012, así que aún deben estar por ahí grabando canciones y actuando en directo.

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Bien, el caso es que a este grupo yo le conocí de una manera un tanto curiosa allá por la segunda mitad de los setenta, más o menos, alrededor del 78. Estaba yo entonces muy enganchada a algunos programas de radio en los que había concursos que se resolvían con una llamada. Participaba lo que podía teniendo en cuenta que por entonces en mi casa no había teléfono y tenía que bajar a llamar a la cabina pública que había justo en la esquina de mi calle, al lado de mi portal. El caso es que en uno de esos concursos, y contestando a una pregunta de cine por cierto, gané un disco. Me llevé una gran alegría aunque no lo crean, porque aunque no tenía tocadiscos ni nada, era la primera vez que ganaba algo ¡¡Y era un disco!!

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Cuando al día siguiente fui a recogerlo me llevé una decepción… Crosby, Stills and Nash… ¡¡Ni idea oye!! ¿Y quiénes son estos? No tenía ni idea de quienes eran. Por aquellos entonces en nuestras pandilla había unos muchachos que eran muy progres y todo eso, sabían idiomas, estudiaban informática, anotaban en los partidos de baloncesto del barrio y eran de los que se ponían a cantar ¡¡en ingles!! a Leonard Cohen con el que pasaban sus noches de estudio… Hablo de mis 14/15 años y en un barrio obrero, eso era el summun del saber progre. Ellos fueron los que se quedaron asombrados cuando vieron mi disco, ya que según me dijeron, eran los mejores músicos del momento, los más influyentes en la música folk (de ahí que yo pensase durante mucho tiempo que cantaban country o algo parecido) y que cuando ellos sacaban un disco al mercado, todo el mundo lo hacía siguiendo su estela. Así de importantes eran… ¡¡Pues el disco lo tengo yo!!

Y tan contenta que me volví a mi casa con mi disco sin tocadiscos y sin saber siquiera como sonaban aquellos Crosby, Stills and Nash, cuyo nombre no olvidé nunca. Ahora ya sé como suenan y quienes son, claro.

AlmaLeonor

ANÉCDOTA-37: EL CURANDERO

ANÉCDOTA-37: EL CURANDERO

¡Desde el 2012 no ponía una anécdota!

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Hay veces que la publicidad sí que funciona. Aunque solo sea para no hacerla caso directamente, o para que te envíe un aviso más que subliminal.

Este anuncio en un vehículo ya de por sí con un color muy dado a las supersticiones, es una sumarísima invitación a no acudir a otro profesional que a un oculista, porque uno se deja los ojos tratando de entender que es lo que dice… A la tercera (si necesitas más, mejor dejarlo) entiendes por fin que pretende publicitar a alguien que se precia de sanar (“secura”) órganos tan vitales como el hígado (“Eligado”) y los riñones (“iloriñone”). El teléfono paso de entenderlo porque, de verdad, que no creo que nadie lo necesite. Yo desde luego no, aunque tuviera dichos órganos hechos papilla.

El caso es que esto me ha recordado la única vez en la vida en la que acudí a un curandero. La única vez en la vida que acudí y que acudiré… han leído bien, ¡en la vida! porque si es verdad que no se puede decir nunca “de esta agua no beberé”, sí que soy capaz de afirmar con contundencia que mientras mantengan intactas mis facultades mentales (y aún con ellas tocadas, me atrevería a decir), no acudiré a otro mientras viva.

Pongo en antecedentes: Estaba yo en la maravillosa isla de La Palma de Gran Canaria y tuve la malísima idea de romperme el tobillo al segundo día. Claro que no lo sabía entonces, lo supe una vez llegué a casa y fui a mi médico: Rotura parcial del maléolo del peroné. Casi un mes de baja, escayola, muletas y un montón de complicaciones más que no vienen a cuento, incluido un mensaje malicioso de alguien en el trabajo que provocó hasta una protesta de algunos compañeros porque habían llegado a pensar que había fallecido… En fin.

Entonces solo sabía que me dolía mucho y que aquello tenía visos de ser una complicación a la hora de tomar un avión y volver a casa. No sé por qué pensaba que si acudía al médico y veían el tamaño y color que estaba adquiriendo mi tobillo, no me dejarían volver a casa en avión… cosas que se le cruzan a una por la cabeza… Total que no quería ir al médico. Y me convencieron para ir a un “curandero buenísimo, buenísimo”.

La primera impresión es la que cuenta… ¿Por qué no haré yo caso más a menudo de la fraseología popular? Pues aquel sitio apestaba… pequeño, sucio, cutre a más no poder, desordenado, triste… nos recibió un tío enorme sudoroso y en camiseta que nos mandó pasar a una “sala de espera”, la peor habitación que he visto nunca, aunque al menos había donde sentarse, lo que con mi pie “chungo” fue todo un alivio. Al cabo de un ratito mi marido y yo entramos en “la consulta”. Me hacen sentarme en una silla y enfrente de mí, en una sillita baja que parecía que no aguantaría su peso, se sienta el hombre aquel con cara de pocos amigos y parco en palabras. Le cuento lo que hay y entonces coge un enorme tronco de madera negra, bueno no, de color madera sería en origen, pero que en esos momentos estaba hasta repulida por el toquiteo… Lo primero que me vino a la cabeza, no obstante, no fue su aspecto cromático sino su función práctica ¿pensaba curar mi tobillo a base de “troncazos”? Pues casi…

La operación consistió en pasar el troncho susodicho por todo mi tobillo, pie, empeine y planta… luego sujetando fuertemente dedos con una mano y tobillo con la otra me retorció el pie hasta hacerme un daño infinito, para luego embadurnarme toda la parte amoratada con un mejunje que sacó de un frasco sin etiquetar y que olía a cuerno quemado (¡dios! ¿No sería en realidad “cuerno quemado”, verdad?) y me vendó todo el tobillo fuertemente con unas vendas, afortunada y aparentemente limpias (pero que en cuanto llegué a casa me apresuré a cambiar por otras de farmacia, fuertemente colocadas por mi marido que fue lo que me evitó males mayores). Terminó toda la operación con una sesión más larga de “troncoterapia” y me dio la venia para salir… y pagar en la puerta “la voluntad”. Por mí, hubiese pagado con “troncodólares” de los Picapiedra, pero algo le dimos, aunque no recuerdo cuánto. El caso es que no noté ningún alivio y si un dolor tremendo cuando me manejó el pie.

Al salir, aún me dio tiempo a volver a leer el cartel que figuraba en la entrada y que me había preocupado desde que, ya en la sala, vi el enorme tronco de madera repulida que manejaba el “curandero”. El cartel decía algo así como:

“Se curan todo tipo de torceduras y almorranas”

… ¿El tronco…? no, no, no puede ser… No.

AlmaLeonor

 

ANÉCDOTAS-36: LA CHULETA

LA CHULETA

Yo nunca he copiado en un examen. Es mi declaración primera y no me importa que nadie me crea. Con tener yo plena conciencia de ello me es suficiente.

Digo esto porque el otro día ilustré con esta fotografía de Chema Madoz un mensaje de despedida en el facebook antes de mis exámenes, no porque me hiciese falta una chuleta, sino porque la imagen, además de que me gustó (me gusta mucho Chema Madoz), me recordó una anécdota sobre eso.

Sólo con imaginar que un profesor me pueda llamar la atención por copiar, me entra un mareo que puedo caer redonda. Hace unos años a un compañero de clase, aún mayor que yo, también matriculado, le pillaron copiando. Yo no estaba, me lo contaron. Pero debieron pasar un apuro enorme, el hombre, la profesora y el resto de los compañeros… No volvió por clase, no volvió a matricularse…

Si que recuerdo que una vez lo intenté. En EGB. Teníamos un profesor (de Historia, por cierto) de esos tan, pero tan… como diría para que no suene mal… “absorto en sí mismo”, que todo el mundo copiaba en sus exámenes. En una ocasión teniendo el libro en la silla de al lado le abrí. Mientras pasaba páginas con total impunidad, viendo dormitar al profesor en su silla y viendo como todos los demás compañeros copiaban con fruición, me pareció vivir una situación tan, pero tan absurda, que cerré el libro y lo arrojé al suelo con estruendo. El profe abrió los ojos y mis compañeros inyectaron los suyos en sangre… Fue mi única “intentona” copiativa en la vida.

Si que he dejado copiar de mis exámenes. Y hasta intercambiado opiniones sobre una pregunta. Sobre todo en oposiciones. A todo quien me lo pedía. Lo confieso sin pudor. Pero yo no he podido copiar nunca. Ni siquiera para hacer un trabajo de clase. Ni aún apremiándome el tiempo. Si alguna vez, por prisa, se me ha ocurrido buscar un trabajo similar en Internet, lo único que he conseguido es encontrar más ideas de las que “tirar del hilo” para construir mi propio trabajo y cargarme de más tarea, como si fuese un castigo divino por pensarlo siquiera. Y así, nunca he podido copiar.

Digo todo esto como introducción para configurar mi situación el día que me pasó lo que quiero contar en realidad. Estaba en uno de los primeros años de mi anterior carrera universitaria. Un examen de esos que todo el mundo llama “cantados”, literalmente, porque al parecer el profesor llevaba como dos años poniendo el mismo examen, con alguna ligera variación. Aquel día todos los compañeros entramos en el aula en cuanto abrieron la puerta, nos acomodamos y sacamos nuestros apuntes para realizar el último repaso. Hasta aquí todo bien. Pero cuando llegó el profe nos mandó salir. Iba a colocarnos por orden de lista para entregar dos exámenes diferentes (solo se diferenciaron en una pregunta sin importancia por cierto).  Total que todos fuera de nuevo. Y entrando por orden de lista, el profe nos decía dónde debíamos colocarnos al tiempo que nos entregaba las cuatro o cinco hojas en blanco para realizar el examen. Hasta aquí, también correcto.

Tengo por costumbre poner mi nombre, asignatura y fecha lo primerito del todo. Nada más sentarme. Herencia de mis años de opositora, cuando nos recomendaron en la academia hacer eso antes de comenzar el ejercicio real de examen para no malgastar el tiempo cronometrado. Me puse a la tarea mientras veía pasar al resto de mis compañeros.

Cuando terminé de escribir en todas las hojas fue cuando lo vi. Juro que no lo vi antes. ¡¡Todala mesa estaba escrita con conceptos del exámen!! ¡¡Absolutamente toda!! Igual que la de la imagen de Chema Madoz, solo que sin el cajón… porque no lo tenía, claro, que si no, también lo hubiesen escrito… ¡seguro!

Entendí que la persona que se había colocado en esa mesa, antes de la remodelación alfabética, se había estado molestando en escribir en la mesa lo más importante  de la asignatura  durante la media hora, más o menos, que tardó en llegar el profe ¡Era lo que cayó en el examen! Aquellas preguntas tan manidas y que todo el mundo “sabía” que iban a caer (por lo que entiendo menos aún que alguien se molestase en escribirlo).

El caso es que me quemaba la cara de roja que me puse. Se me tuvo que notar, seguro, seguro, pero no me atreví ni a moverme… aún era yo primeriza en esto del mundo universitario. El examen comenzó y yo solo atiné a extender mis hojas de respuesta por toda la mesa para que se tapase en la medida de lo posible el texto escrito. Hice mi examen con el ojo puesto continuamente en el profe y en los espacios libres de la mesa, para que no lo viera. Fue de los exámenes más rápidos que he hecho nunca. Se lo entregué y salí de allí corriendo.

Pero no miré ni una sola línea una vez comenzado el examen ¡De verdad! ¡Es que no hacía ni falta!

Por cierto. Ya he acabado los exámenes de este año. Bien. Las notas la próxima semana.

AlmaLeonor