REBELION

REBELIÓN

A mí, cabeza abajo, no me hablen,
estoy en posición de arrepentido,
en firme posición de concentrado
viendo venir las cosas de otro modo.

A mí, cabeza abajo, no me toquen,
estoy, por los caminos de la sangre,
buscando explicación a lo imposible,
perdido en un conflicto de neuronas.

A mí, cabeza abajo, no me juzguen,
bastante tengo ya con la colmena
de asuntos que convoca mi cerebro
para verlos venir mientras declinan.

A mí, cabeza abajo, no me obliguen,
estoy pero no estoy para recados,
estoy pero pendiendo de una rama,
estoy mirando al mundo, desafiante.

A mí, cabeza abajo, no me quieran,
los actos del amor exigen siempre
del tino del que va con firme aliento
al lecho improvisado de los surcos.

A mí, cabeza abajo, no me escriban,
no me vengan con cantos de sirena,
no me den de comer de modo indigno,
yo estoy a lo que estoy sin condiciones.

A mí, cabeza abajo, no me aruñen,
no me inciten con noches boreales,
no me enciendan la luces de la sala,
no me amenacen con ponerme recto.

A mí, cabeza abajo, ni una quebranto,
ni hacer el pino para ver mis ojos,
ni sentir compasión por mis riñones,
ni proponerme para premio alguno.

Sobre todas las cosas, no me recen,
ni digan: Dios perdone su impostura.

                                                         José Miguel Junco Ezquerra

Imagen: Acuarela de Raúl Álvarez

Las Actrices Favoritas de mi Padre (2): Las Rubias

LAS ACTRICES FAVORITAS DE MI PADRE (2): LAS RUBIAS.

Empecé hablando de las actrices que le gustaban a mi padre con Veronica Lake, y en esta segunda entrega quiero seguir con “las rubias”, las actrices del Hollywood más glamouroso de los años 40 y 50 que más gustaban a los hombres, y que más eran imitadas por las mujeres. Su color de pelo, sus bucles, sus “poses”… todo lo que era posible imitar (sus trajes eran caros), incluyendo su “estilo”, se imitaba.

No recuerdo si dije en la anterior entrada que los gustos cinematográficos de mi padre no cuadraban con el canon típico de los hombres de su tiempo. A la mayoría de aquellos hombres las actrices de Hollywood ni siquiera les sonaban de una película a otra de las que podían llegar a ver en los cines de barrio de las ciudades españolas. No retenían ni sus nombres, ni los títulos de sus películas, pero si recordaban su fisonomía, y sus “atributos”, y sobre todo, el color de su pelo. Mi padre no era ajeno a esos gustos, pero es que además las recordaba por sus nombres, sabía alguna anécdota de su vida o trabajo, y coleccionaba sus imágenes en un álbum de cine de 1954 que guardo con extremo cuidado.  Mi padre era un gran aficionado al cine.

Ver cine en casa con mi padre era como hacerlo sentada frente a una enciclopedia de cine. Al menos eso me parecía a mí con mis pocos años, cuando aún estaba entrando en mí ese gusanillo por saber, cada vez que programaban una película, un poco más de cine que él.

Kim Novak era el paradigma de rubia en los años cuarenta y cincuenta. Sus expresivos ojos eran el perfecto acompañamiento a su belleza rubia y muy pronto se fijaron en ella en Hollywood.  En 1954, tras aparecer en un par de películas sin importancia (y algunos anuncios de frigoríficos), la Columbia decidió apostar por ella: Cambió su nombre (era Marilyn Novak, pretendieron lanzarla como Kit Marlowe, y ella se empeñó en conservar su apellido), pagaron unas clases de interpretación (había estudiado en una escuela de modelos, pero no interpretación) y la colocó en un par de filmes al lado de actores de la talla de Fred MacMurray (“Pushover”, 1954) y Jack Lemon (“Phffft!”, 1954).  Luego vendría la gran “Pic-nic” (1955)  junto a Willian Holden.

Recuerdo haber visto esta película con mi padre al menos un par de veces (después alguna vez más). Él ya la conocía, pero nunca contaba lo que venía después, como solían hacer las abuelas con las novelas de la radio. No. Mi padre solo hacía algún gesto (se removía en el sillón, levantaba la cabeza, cosas así) que evidenciaba que iba a ocurrir algo importante o iba a aparecer un bello plano de una de sus actrices favoritas. Recuerdo que esa película rezumaba un erotismo casi impropio de la época en la que fue rodada y casi sonrojante en la época en la que yo la vi con él, tal vez a finales de los setenta o principios de los ochenta. Hace mucho que no la veo, pero sé que Holden y Novak vivían una pasión prohibida y que Holden (que aparecía con el torso desnudo, momento en el que mi padre se removía en su asiento) lograba encandilar a todas las mujeres de la pequeña ciudad a la que llega, poniendo en evidencia el “modo de vida americano”, al sacrificar sueños y pasiones en aras de una convivencia social acomodaticia y cotidiana (que no aceptaba la lujuria, la infidelidad, el sexo…) hecha de placeres simples, como ir de comida al campo (por cierto que hay una escena con sandías que siempre he odiado).

Después vendrían los éxitos, “El Hombre del Brazo de Oro” (1955) y “Pal Joey” (1957) junto a Frank Sinatra (y también Rita Hayworth)  y sobre todo «Me Enamoré De Una Bruja» (1958) y “Vértigo” (1958) junto a James Stewart. “Vértigo”, la película de Alfred Hitchcock, fue la que catapultó a Kim Novak a la fama. Estrenada mundialmente en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián de 1958, no gozó de muy buena acogida entre el público y crítica, aunque con el tiempo se ha convertido en una de esas películas de “culto”.

Según François Truffaut, la película desprende un punto erótico apasionante: “Pienso en otra escena hacia el principio, después de que James Stewart repesca a Kim Novak, que se había arrojado al agua. La volvemos a ver en casa de James Stewart, acostada desnuda en la cama. Entonces, ella se despierta y eso nos demuestra que él la ha desnudado, que la ha visto desnuda, y sin que en el diálogo se haga referencia alguna a ello. El resto de la escena es extraordinario, cuando Kim Novak se pasea con la bata de Stewart, cuando se ven sus pies desnudos deslizarse por la alfombra y cuando James Stewart pasa una y otra vez por detrás de ella… Hay en Vértigo cierta lentitud, un ritmo contemplativo, que no se encuentra en sus otros films, a menudos construidos sobre la rapidez, la fulguración” (El cine según Hitchcock, de François Truffaut).

Lo cierto es que podríamos encontrar muchos elementos eróticos en la película. En la novela de Boileau y Narcejac, “De entre los muertos”, el protagonista es impotente sexual. Los autores escriben, con toda claridad en el primer capítulo, que nunca ha conocido a una mujer aunque tenga más de treinta años. En la adaptación cinematográfica, Hitchcock se divierte multiplicando alusiones a la sexualidad de Scottie-Stewart: En la segunda escena, un diálogo larguísimo en el piso de Midge (es Barbara Bel Gedes, la Ellie Ewing de la popular serie de televisión “Dallas”, y esta es la única película de cine en la que la recuerdo), maneja un bastón sin saber qué hacer con él mientras que Midge habla de su corto noviazgo, que se interrumpió porque entre ellos dos no pasó nada (el trabajo de Midge consiste en fabricar lencería, lo que añade erotismo a la escena). El bastón de Scottie es un sustituto de su sexo, insinuando que no sabe que hacer con él en compañía de una mujer que le desea carnalmente. Además desde la ventana del piso de Scottie, se ve constantemente la Torre Coït (literalmente), muy famosa en San Francisco, y diseñada en forma de boca de riego (por lo visto su mecenas, una señora adinerada del mismo apellido, era una gran admiradora de los bomberos…), que parece reírse de su falta de vigor sexual. Cuando Madeleine, después de su ensayo de suicidio viene a darle las gracias a Scottie, dice que encontró su casa gracias a la torre. Scottie le contesta que “es la primera vez que le es útil para algo” ¿otra ironía con doble sentido?

En el libro de Truffaut, Hitchcock habla de necrofilia al recordar la escena de la playa.  En ella, las olas que se rompen en la playa, nos sugiere fuertemente que se acostaron juntos. Scottie está entonces convencido que Madeleine es una rencarnación de Carlota (bisabuela de Madeleine, objeto de su obsesión). Y puesto que se ha acostado con una muerta, es incapaz de hacer el amor con una mujer de carne y hueso… Pero no creo que ninguna de estas cuestiones le pasasen siquiera por la cabeza a mi padre. Ni siquiera me pasaron a mi, o al menos no con tanta evidencia, aunque si que recuerdo que siempre pensé que era muy “sospechoso y revelador” que Midge fuese “diseñadora de lencería”.

Después de “Vértigo” el éxito no la acompañó. Recuerdo “Una Vez A La Semana” (1962), con James Garner, una comedia de situación sin muchas pretensiones, y sobre todo recuerdo «Moll Flanders» (1965), de Billy Wilder, una película que me gustó mucho (y que no recuerdo haber visto con mi padre, sino yo sola), y en la que Novak despliega de nuevo todo su potencial erótico, pero que no tuvo mucho éxito en su momento. Para Kim fue, quizá, el aviso de que debía pensar en retirarse del cine. Se casó con Richard Johnson, actor de la película, y su matrimonio no duró más que un año. Después de aquello no se prodigó mucho hasta su aparición en la serie de televisión “Falcon Crest”.

Había muchas rubias en aquella época en Hollywood. Mi padre mencionaba a la exuberante Jayne Mansfield (quien actuó junto a Kim Novak en una de sus primeras películas, “The French Line”, de 1954), también a la “gélida” Grace Kelly (parece que le estoy oyendo ahora mismo… “grace kelli”, leído literalmente, tal y como se escribe), pero sobre todo a la enigmática y bellísima Lana Turner, más recordada por mi padre por sus maridos y sus escándalos amorosos que por sus películas. A mí siempre me gustó más en “Imitación a la Vida” (1959, de Douglas Sirk),  que en “El Cartero siempre llama dos veces” (1946),
aunque fuese esta película la que la llevó al estrellato y la que fijó su imagen de rubia platino (en Hollywood la llamaban “la rubia”), bronceada y vestida de blanco. Fue mi padre el que me contó que Lana Turner, estuvo casada con Lex Barker (entre 1953 y 1957)  ¿alguien le recuerda? Yo le conocía porque mi padre le mencionaba. Fue un actor norteamericano que interpretó un par de películas sobre Tarzán y que alcanzó cierta fama (más tarde sería también marido de Carmen Cervera, Tita Thyssen-Bornemisza, actualmente). Pero tuvo hasta siete maridos y muchos romances con hombres importantes, entre ellos uno sonado con Frank Sinatra, pillados alguna vez en el asiento trasero del coche de él, y por el que se la acusó de ser la causante de la ruptura del matrimonio de Frank (ella solía decir a menudo que “jamás en toda mi vida destruí un hogar”). Los hombres caían rendidos a sus encantos, pero también la utilizaron a su capricho.

Mucho tiempo después supe que también fue la amante Johnny Stompanato, un gánster de medio pelo, que fue asesinado por la hija de Turner, Cheryl, al parecer en defensa propia porque él las maltrataba a ambas con prácticas sadomasoquistas. Ella le temía, pero al mismo tiempo se desesperaba por tenerlo a su lado: “Lo adoraba. Para mí era como una enfermedad. Sabía quién era, cómo era, pero no podía separarme de él. Me dominaba completamente. A veces tenía la impresión de estar bajo el efecto de la hipnosis. Sólo las mujeres pueden comprender lo que quiero decir”. Por aquella época Lana Turner tenia, además, problemas de alcoholismo y drogas. Pero esto nunca me lo dijo mi padre.

En aquellos años de éxito hizo de una magnífica Mylady  en “Los tres mosqueteros” (1948) junto a Gene Kelly, y bordó los papeles de “Cautivos del mal” (1952) de Vincent Minnelli, junto a Kirk Douglas y de “Vidas borrascosas” (1957), la maravillosa “Peyton Place” de Mark Robson, por la que obtuvo su única nominación a los Oscar (le fue arrebatado por Joanne Woodward, por “Las tres caras de Eva”, en una gala que pasó a la historia precisamente por la cara que puso Turner al conocer el fallo) . El caso es que Lana Turner acabaría su carrera cinematográfica a finales de los 80 participando, esporádicamente en algún capítulo de… “Falcon Crest” precisamente. Lana Turner solía decir “La mujer que pueda interpretar mi vida en una biografía cinematográfica no ha nacido todavía”. Aún es una verdad incuestionable.

Pero una de las rubias preferidas de mi padre, si no la que más, era Barbara Stanwyck… y no me digan que no era rubia. Yo la recuerdo rubia, aunque sé que fue morena, pelirroja y hasta tiño su pelo de color ceniciento… Y la recuerdo rubia porque con esa imagen en el cine era muy parecida a las fotografías de mi madre con veinte años.

Bárbara era una neoyorkina bajita, de 1,65 de estatura, que supo desenvolverse sola en la vida desde muy temprano, pues su madre murió siendo ella muy niña y su padre la abandonó poco después, a ella y a sus cuatro hermanos. Se casó en 1928 con Frank Fay, un popular y millonario actor teatral y de Vodevil, que la introdujo en el mundo del cine. Se dice que el guion para la película “Ha Nacido una Estrella” (1937) de William A. Wellman (y en la que precisamente debutó Lana Turner en un pequeñísimo papel), estuvo basado en su conflictivo matrimonio y la obsesión de su marido por convertirla en una estrella. El caso es que rodó muchas películas durante los años 30 y 40, alcanzando fama junto a Frank Capra en filmes como “Mujeres Ligeras” (1930), «La Mujer Milagro» (1931), «Amor Prohibido» (1932), «La Amargura Del General Yen» (1933) y sobre todos ellos, «Juan Nadie» (1941), una de sus mejores películas (y una de las paradigmáticas del New-Deal que tan bien retrató Capra) junto a Gary Cooper. Luego trabajaría con John Ford en «The Plough And The Stars» (1936), con Howard Hawks en «Bola De Fuego» (1941), con Cecil B. De Mille en «Unión Pacífico» (1939), con King Vidor en «Stella Dallas» (1937, por la que fue nominada al Oscar, pero que se llevó Luise Rainer por el magnifico filme “La buena Tierra”), con Preston Sturges en «Las Tres Noches De Eva» (1941), con Fritz Lang en «Encuentro En La Noche» (1952), con Billy Wilder en «Perdición» (1944, con guion de Raymond Chandler, está considerada una de las obras maestras del cine negro) o con André De Toth (el que fuera marido de Verónica Lake) en «El Otro Amor» (1947), al lado de David Niven, donde interpretaba a una pianista con una enfermedad terminal.

Aunque ya se había especializado en papeles de mujer dura y dual, fue “Perdición” la película que la consagró como “mujer fatal”. Su papel de Phyllis Dietrichson es probablemente el modelo que define la expresión estereotipada en el cine. En esta película aparecía junto a los estupendos Fred MacMurray y Edward G. Robinson (dos de los actores favoritos de mi padre, por cierto), sin que le hicieran ninguna sombra a su impecable interpretación, aunque tampoco en esta ocasión consiguiera alzarse con el Oscar a la interpretación femenina (se lo llevó ese año Ingrid Bergman por “Luz de Gas”). Su cuarta nominación (la segunda fue por “Bola de Fuego” en 1941), la obtuvo con “Voces de Muerte” (1948) de Anatole Litvak, aunque también le fue arrebatado, esta vez por Jane Wyman y su papel en “Belinda”. Tuvo unas competidoras muy fuertes en sus cuatro nominaciones, pero al final se llevó una estatuilla honorífica por toda su carrera en 1982. Curiosamente se la dedicó a William Holden, con quien había entablado una profunda y duradera amistad, y que había fallecido poco antes.

Barbara Stanwyck interpretó a una lesbiana (la primera en la historia del cine) en la película “Walk on the Wild Side” (1962, en España “La Gata Negra”) dirigida por Edward Dmytryk. Fue un filme lleno de problemas, como la oposición de  Capucine  (hablaré de ella porque esta mujer le gustaba mucho a mi padre) a filmar escenas de besos con Laurence Harvey (un actor calificado de gay en su momento), porque “no era lo suficientemente viril para ella”. A lo que Harvey respondió: “Tal vez si hubiera más de un mujer, yo sería más de un hombre. Cariño, besarte es como besar a un lado de una botella de cerveza”. Y la polémica quedó servida. El New York Times calificó la película de “espeluznante, de mal gusto, y de mala calidad melodramática”.

A mi padre le gustaba mucho la Barbara Stanwyck del oeste. Hay una película malísima por cierto “La Reina de Montana” (1954) en la que se la puede ver acompañada de un jovencísimo Ronald Reagan, donde ya parece que el Oeste fuese su verdadero elemento. Hizo varias. Algunas casi imposibles de encontrar ni en la web, pero recuerdo alguna como “Las Furias” (1950), “Soplo Salvaje” (1953) o “Los Indomables” (1956). Mi memoria recuerda a Barbara Stanwyck vestida con pantalones y cartucheras al cinto midiéndose con indios y vaqueros, banqueros y hombres del ferrocarril, como en la película “Unión Pacífico” (1939), una de las primeras de su filmografía, y en la que compartió cartel con Joel McCrea, un galán con el que coincidiría alguna vez más, y con un casi irreconocible Anthony Quinn, otro de los incondicionales de mi padre.

Estuvo casada con Robert Taylor, actor de éxito del que hablaré y con quien compartió papel en tres películas, una de ellas, “Amor entre sombras” (1964), la última de la Stanwyck, y filmada tras su divorcio de Taylor en 1951, a causa de sus infidelidades constantes, entre ellas con Lana Turner. Pese a que este divorcio casi le costó la vida con un intento de suicidio, la prensa amarillista la persiguió siempre acusándola de ser “una lesbiana en el armario”, entre otros temas por su amistad perenne con hombre como el mencionado William Holden o Clifton Web (con quien compartió papel en “Titanic”, 1953, una película sobre el hundimiento del famoso trasatlántico), y con mujeres como Joan Crawford.

Ya en el ocaso de su vida y su carrera, Bárbara Stanwyck recurrió a la televisión. Intervino en “El Pájaro Espino”, serie de éxito protagonizada por Richard Chamberlain y más tarde rechazó el papel de Ángela Channing (puede que un gran error por su parte, dado el éxito que tuvo “Falcon Crest”), para intervenir en otras series emblemáticas de los ochenta: “Dinastía” y “Los Colby”, donde interpretaba el papel de Constance Colby, con el que muchas nuevas generaciones tal vez la recuerden. Murió en 1990 con 82 años. Mi padre siempre pronunció su apellido perfectamente.

AlmaLeonor.

 

LA TUMBA DE SHANIDAR

LA TUMBA DE SHANIDAR

«En la tumba de Shanidar los neandertales no dejaron flores, hubo un error de excavación que ha llevado a pensar que sí lo hicieron. Voy a citar alguna fuentes para que veáis lo que se ha llegado a decir: “A  partir de la ordenada distribución  de los granos en torno a los restos fósiles es incuestionable que las flores fueron dispuestas deliberadamente y no dejadas caer sobre la tumba, como si el cuerpo hubiera sido cubierto” (Leaky and Lewin 1977:125). Leyendo esto yo no dudaría de la intencionalidad en la colocación de las plantas. Pero la presencia de esos pólenes no se debe a la acción humana, sino a la de un roedor que tiene por costumbre acumular en su madriguera semillas de diferentes plantas. Se ha encontrado tanto al roedor como a su madriguera y un montón de pólenes más.»

Joäo Zilhäo, paleontólogo de la Universidad de Bristol.

Conferencia en el Museo de la Evolución Humana
Burgos, 18 de Enero de 2012

Los Neanderthales siguen siendo los homínidos más interesantes de todos los estudiados por os paleontólogos. Hoy, incluso se está especulando con la posibilidad de que las pinturas de Altamira fuesen obra de Neanderthales. ¡¡Tanto por Saber!!

AlmaLeonor

Más Información sobre las palabras de Joäo Zilhäo en el blog «Historias de Antes de la Historia«.

Más Información sobre las investigaciones en Altamira respecto a la autoría  neanderthal en «Pileta de Prehistoria«.

ANÉCDOTAS-36: LA CHULETA

LA CHULETA

Yo nunca he copiado en un examen. Es mi declaración primera y no me importa que nadie me crea. Con tener yo plena conciencia de ello me es suficiente.

Digo esto porque el otro día ilustré con esta fotografía de Chema Madoz un mensaje de despedida en el facebook antes de mis exámenes, no porque me hiciese falta una chuleta, sino porque la imagen, además de que me gustó (me gusta mucho Chema Madoz), me recordó una anécdota sobre eso.

Sólo con imaginar que un profesor me pueda llamar la atención por copiar, me entra un mareo que puedo caer redonda. Hace unos años a un compañero de clase, aún mayor que yo, también matriculado, le pillaron copiando. Yo no estaba, me lo contaron. Pero debieron pasar un apuro enorme, el hombre, la profesora y el resto de los compañeros… No volvió por clase, no volvió a matricularse…

Si que recuerdo que una vez lo intenté. En EGB. Teníamos un profesor (de Historia, por cierto) de esos tan, pero tan… como diría para que no suene mal… “absorto en sí mismo”, que todo el mundo copiaba en sus exámenes. En una ocasión teniendo el libro en la silla de al lado le abrí. Mientras pasaba páginas con total impunidad, viendo dormitar al profesor en su silla y viendo como todos los demás compañeros copiaban con fruición, me pareció vivir una situación tan, pero tan absurda, que cerré el libro y lo arrojé al suelo con estruendo. El profe abrió los ojos y mis compañeros inyectaron los suyos en sangre… Fue mi única “intentona” copiativa en la vida.

Si que he dejado copiar de mis exámenes. Y hasta intercambiado opiniones sobre una pregunta. Sobre todo en oposiciones. A todo quien me lo pedía. Lo confieso sin pudor. Pero yo no he podido copiar nunca. Ni siquiera para hacer un trabajo de clase. Ni aún apremiándome el tiempo. Si alguna vez, por prisa, se me ha ocurrido buscar un trabajo similar en Internet, lo único que he conseguido es encontrar más ideas de las que “tirar del hilo” para construir mi propio trabajo y cargarme de más tarea, como si fuese un castigo divino por pensarlo siquiera. Y así, nunca he podido copiar.

Digo todo esto como introducción para configurar mi situación el día que me pasó lo que quiero contar en realidad. Estaba en uno de los primeros años de mi anterior carrera universitaria. Un examen de esos que todo el mundo llama “cantados”, literalmente, porque al parecer el profesor llevaba como dos años poniendo el mismo examen, con alguna ligera variación. Aquel día todos los compañeros entramos en el aula en cuanto abrieron la puerta, nos acomodamos y sacamos nuestros apuntes para realizar el último repaso. Hasta aquí todo bien. Pero cuando llegó el profe nos mandó salir. Iba a colocarnos por orden de lista para entregar dos exámenes diferentes (solo se diferenciaron en una pregunta sin importancia por cierto).  Total que todos fuera de nuevo. Y entrando por orden de lista, el profe nos decía dónde debíamos colocarnos al tiempo que nos entregaba las cuatro o cinco hojas en blanco para realizar el examen. Hasta aquí, también correcto.

Tengo por costumbre poner mi nombre, asignatura y fecha lo primerito del todo. Nada más sentarme. Herencia de mis años de opositora, cuando nos recomendaron en la academia hacer eso antes de comenzar el ejercicio real de examen para no malgastar el tiempo cronometrado. Me puse a la tarea mientras veía pasar al resto de mis compañeros.

Cuando terminé de escribir en todas las hojas fue cuando lo vi. Juro que no lo vi antes. ¡¡Todala mesa estaba escrita con conceptos del exámen!! ¡¡Absolutamente toda!! Igual que la de la imagen de Chema Madoz, solo que sin el cajón… porque no lo tenía, claro, que si no, también lo hubiesen escrito… ¡seguro!

Entendí que la persona que se había colocado en esa mesa, antes de la remodelación alfabética, se había estado molestando en escribir en la mesa lo más importante  de la asignatura  durante la media hora, más o menos, que tardó en llegar el profe ¡Era lo que cayó en el examen! Aquellas preguntas tan manidas y que todo el mundo “sabía” que iban a caer (por lo que entiendo menos aún que alguien se molestase en escribirlo).

El caso es que me quemaba la cara de roja que me puse. Se me tuvo que notar, seguro, seguro, pero no me atreví ni a moverme… aún era yo primeriza en esto del mundo universitario. El examen comenzó y yo solo atiné a extender mis hojas de respuesta por toda la mesa para que se tapase en la medida de lo posible el texto escrito. Hice mi examen con el ojo puesto continuamente en el profe y en los espacios libres de la mesa, para que no lo viera. Fue de los exámenes más rápidos que he hecho nunca. Se lo entregué y salí de allí corriendo.

Pero no miré ni una sola línea una vez comenzado el examen ¡De verdad! ¡Es que no hacía ni falta!

Por cierto. Ya he acabado los exámenes de este año. Bien. Las notas la próxima semana.

AlmaLeonor

LA NUBE Y LA VENTANA, Juan Antonio de Zunzunegui

LA NUBE Y LA VENTANA

Aquel día, como otros, después de tomar café, salieron de paseo por el muelle, el marino, el pintor y el médico. El aire tenía dulzuras de vino generoso y la luz color de membrillo maduro.

–Miren ustedes qué nube –dijo el médico, observando el firmamento–: diría que el cielo tiene una grave herida y el Surpemo Enfermero le ha aplicado el algodón de esa nube para que no se vaya en sangre.

–Magnífica nube –intervino el pintor–. ¿Dónde, dónde he visto yo, una nube tan bella? Tal vez en un banquete del Veronés o en una escena religiosa de Palma el Viejo… Fue en un techo de Tiépolo… Hércules llega triunfador en su carro y hay una nube así como esta.

–¡Qué nube!¡Qué nube! –exclamó el marino–, Me recuerda los cielos del Ecuador cuando, navegando de joven, pasábamos con el barco de un hemisferio al otro.

–¿De dónde habrá venido esta nube? –preguntó el pintor –, porque de Bilbao se ve enseguida que no es… por la cara y el tipo, y cuidado que es bonita– y volvió a mirarla.

La nube se esponjó tontamente, taraceando de platas prematuros las aguas.

– Estas nubes tan blancas y hermosas son siempre buen tiempo en la mar –opinó el marino con nostalgia.

– Pero son traidoras para los enfermos después de los días de lluvia –completó el médico.

– Qué delicia tan conmovedora la del cielo –suspiró el pintor–; ahora que los bilbaínos hemos dejado de ser millonarios y no tenemos nada que hacer, debiéramos dedicarnos a mirar más a lo alto. Nuestros mayores se pasaron la vida mirando al suelo; tenían la obsesión minera; eso ya no sirve para nada; los nietos de los ferrones debemos mirar al cielo… ¡Cómo apacigua el cielo! Y el pobre pintor casi lloraba.

–¡Vaya!¡Vaya! –intervino el médico–; la cosa no es para ponerse así.

– Me parece que va a saltar el Nordeste y barrerá el cielo y no veremos más esa nube –se dolió el marino.

– Sería una pena –musitó el pintor.

Y el médico opinó también.

– Sería una pena.

Continuaron su paseo.

“Cuentos y patrañas de mi ría: Tres en una o la dichosa honra”, Juan Antonio de Zunzunegui, Edición de Aldus, S.A. de 1942 (el librito tiene impreso su costo: “Diez pesetas”).

Fotografía cedida por Hugo Vlad

JUNIO, EL MES DE LA ESPOSA DE JÚPITER

Del blog Historias de la Historia, de Gabriel Castelló autor de ValentiaAgradezco a Gabriel Castelló la gentileza de cedérmelo para HELICON.

JUNIO, EL MES DE LA ESPOSA DE JÚPITER

Este mes tan relevante, puerta del verano, debe su nombre a la diosa Juno, esposa de Júpiter y reina de los cielos. El sincretismo grecorromano cambió a la primitiva Juno de funciones dentro del panteón divino. Dentro de sus atribuciones, la diosa también era la garante de la naturaleza y el matrimonio. Otras teorías apuntan a que era el mes de los jóvenes, junior.

El mes se representaba en el calendario como una joven desnuda que señala con su índice un reloj de sol mientras porta en la otra mano una antorcha. Este simbolismo escenifica que a partir de este mes el sol comienza a bajar. La antorcha posee la gama de colores que salpican los campos en verano.

Hay otra teoría que apunta a que Junio debe su nombre al primer miembro relevante de esta gens en la Historia de Roma, Lucio Junio Bruto. Este personaje fue el primer cónsul de Roma después de la expulsión de su tío, Tarquinio el Soberbio, último rey de origen etrusco. Una vez en su nuevo cargo, ratificado por el recién creado Senado de la nueva república, realizó un sacrificio público en pos de la libertad a la diosa Carna, hacedora de la vida humana.

 

  • En las kalendas de Junio tenían lugar los rituales en honor a la mencionada Carna, hermana de Diana y deidad polivalente que protegía los genitales masculinos, las digestiones y los quicios de las puertas. Era la diosa de los goznes, pues su poder abría lo cerrado y cerraba lo abierto. También ahuyentaba a los parásitos y los vampiros. Este día se comía habas con tocino, ritual que, según las creencias de entonces, mantenían la virilidad por un año. Curiosamente, había una prohibición manifiesta de casarse durante la primera quincena del mes…
  • El día 4 se conmemoraba la destrucción de Troya y la huída de Eneas, legendario antepasado de los fundadores de Roma.
  • El día 5 se invocaba a Divis Fidis, diosa de los juramentos. Éstos debían realizarse a cielo abierto, por eso el templo de la diosa tenía el techo abierto. Este ritual estaba ligado también a Semo Sancus, el dios del juramento de origen sabino que con los años se asimiló al culto hercúleo.
  • El día 8 estaba consagrado a Mens y Venus. Los de Roma se erigieron para conjurar el desastre de Trasimeno frente a los cartagineses. Mens, diosa de la razón, era la encargada de dotar de buen juicio a los recién nacidos.
  • El día 9 tenían lugar las Segundas Vestales: El Templo circular de Vesta no podía tener ninguna reserva de agua en su interior, ya que esta es enemiga del fuego. La llama sagrada de Vesta debía estar siempre encendida y era vigilada celosamente por las vestales. Si se apagaba, debía ser encendida frotando dos trozos de madera de árbol fértil. Sólo podía apagarse una vez la año, el último día de Febrarius, para que la llama fuese renovada el primer día de Martius, último y primer día del año antiguo romano republicano. 

Debido a esta prohibición de almacenar agua, las Vestales tenían que ir a diario a la fuente de las Camenas a por el agua necesaria para sus las labores rutinarias. Para ello utilizaban una vasija especial, la futile, un cántaro de boca ancha y de fondo apuntado que no se sujetaba en pie una vez lleno. Las Segundas Vestales eran especialmente celebradas por los collegium de panaderos y molineros, pues tenían estos oficios contacto directo con el fuego para la realización de sus productos. En estas festividades también participaban los asnos, animales consagrados a Vesta y usados para hacer girar la muela del molino. Se les adornaba con guirnaldas y collares de panecillos, al igual que a las muelas de los molinos, inactivas este día. Las matronas romanas acudían al templo descalzas para estar en contacto con la Tierra, identificada con la diosa Hestia / Vesta.

  • El día 11 se celebraban las Matrales. Este rito estaba dedicado a Mater Matuta, la diosa de la aurora y protectora de los alumbramientos. Sus atribuciones también mudaron con el tiempo, siendo en época imperial protectora de los navegantes. Las mujeres casadas una sola vez acudían a su templo del Foro Boario junto a sus sobrinos portando los testuacia, unos pastelillos dedicados a la divinidad.
  • Los Idus de Junio tenían lugar los quincuatros menores en honor a Minerva.

  • El día 23 se celebraba el matrimonio entre Júpiter y Juno. Era una fecha muy especial, el solsticio de verano. También era el día de Servio Tulio, legendario rey de Roma nacido del fuego y favorito de Fortuna hasta que fue asesinado por su propia hija. Como homenaje a este personaje se pasaba la noche en vela, prendiendo hogueras para que la luz del sol no decaiga. Para conseguir buenos augurios había que saltar estas hogueras un número impar de veces, preferiblemente tres o siete. En la costa mediterránea aún seguimos manteniendo este ritual milenario. Pero ahora se le conoce como la Noche de San Juan.
  • Obviamente, el día 24 estaba dedicado a Jano, dios de los cambios. Se conocía a este día como “La Puerta de los Hombres” en contraposición al invernal, conocido como “La Puerta de los Dioses”, pues desde esta fecha acorta el día.
  • El día 30 se consagraba a las musas. Eran nueve hermanas fruto de nueve largas noches de amor. Son las garantes de las artes en el mundo; Estos son sus nombres y sus funciones: Calíope: poesía épica; Clío: historia; Polimnia: pantomima; Euterpe: flauta; Terpsícore: poesía ligera y danza; Erato: lírica coral; Melpómene: tragedia; Talía: comedia; Urania: astronomía.

¡¡Bienvenidos al mes de Juno!!! 
AlmaLeonor